Granada, zona catastrófica
No sé quién fue el lince que dijo que la pandemia sacaría lo mejor de nosotros mismos, que saldríamos mejor de esta situación. El caso es que la idea ha cristalizado y muchos la repiten como un mantra. Igual es que en la desesperación nos gusta aferrarnos a lo que sea, a algo que nos devuelva la esperanza. Yo, sin embargo, sigo a Cioran en estas cosas y mantengo, como ya he dicho alguna vez, que la esperanza es una cadena. Una cadena que te inmoviliza, que no estimula la búsqueda de alternativas, que no anima a actuar y hacer frente al problema que la vida nos ponga por delante; algo que te mantiene inmóvil, esperando una suerte de milagro que no llega. Por el contrario, lo que se está evidenciando durante estos largos meses es un grado de confrontación y bilis popular, hábilmente avivado por los próceres de la cosa pública que habitan en sus limes, que ríete tú de aquello de los cartagineses y los romanos.
Granada espera impaciente y en vano propuestas que salgan del consistorio, como Penélope esperaba en el andén al primer tren que pasara, sin saber, la pobre, que estaba en Granada
Pero no todo es mala baba y trinchera ideológica. En Granada, por ejemplo, hay auténticos remansos de paz a los que solo les falta el epitafio et in arcadia ego. La Plaza del Carmen, sin ir más lejos, es una balsa de aceite: allí no se mueve nada. Granada espera impaciente y en vano propuestas que salgan del consistorio, como Penélope esperaba en el andén al primer tren que pasara, sin saber, la pobre, que estaba en Granada. Que ya es mala suerte. Es tal el sosiego y recogimiento que la última noticia que vio la luz, casi como una advocación mariana, fue la de la instalación de la noria en el Humilladero. Días antes, el alcalde había pedido la zona catastrófica para Granada desde su oficina de invierno de la calle Navas. Salvador, que hay que ver la guasa que tiene el destino con los apellidos, primero se hace la Juana de Arco y luego te monta una noria para que el coronavirus disfrute en sus cabinas cerradas durante los días de fiesta que se avecinan. Que el sol sale para todos.
Sin embargo, un pacto por Granada mediante el que sentar unas bases con una buena base de consenso para la reconstrucción del erial económico que nos dejará la pandemia es imposible de articular
Sin embargo, un pacto por Granada mediante el que sentar unas bases con una buena base de consenso para la reconstrucción del erial económico que nos dejará la pandemia es imposible de articular. La hostelería, el pequeño comercio, los retos de digitalización, el paro que viene, las necesidades sociales, etc, pueden esperar. Como quiera que el equipo de gobierno es al trabajo lo que Dafne a Apolo, no hay más remedio que dedicarse a vender abalorios y baratijas como la limpieza de un carril bici en no recuerdo bien qué punto de la ciudad. No quiero ni pensar la de mierda que tendría para que su limpieza sea noticia. Dos concejales, fueron, oigan, dos. Desde la inauguración de la rotonda de Alhendín, no se conoce hito propagandístico más huero, a excepción del tren a Motril, cuyo proyecto resucita cada tres lustros. Que nada rompa la armonía en el antiguo convento, donde lo único que parece moverse es el bellísimo equino de la cornisa. Granada, como siempre, puede esperar. Al final, el alcalde tiene razón: Granada es zona catastrófica. Y el epicentro está en la Plaza del Carmen.