Filosofía para una desescalada moral

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 10 de Mayo de 2020
Maria de la Cruz @mdelacruzruiz
'No hay peor ciego que el que no quiere ver'. Refrán popular

'Ojalá el virus nos haga salir de la caverna, la oscuridad y las sombras'. Emilio Lledó

Si por cada deseo de encomienda moral que pronunciamos en nuestro devenir vital nos regalaran un euro, pocas preocupaciones pecuniarias tendríamos el resto de nuestra vida. Y si escucháramos algo más que el ruido que alimenta nuestra intolerancia, y prestáramos un poco de atención a palabras sabias de filósofos como Emilio Lledó, cuya ejemplaridad nos devuelve a tiempos en los que la vida pública era algo más que el espectáculo maniqueo en el que la estamos convirtiendo, aprovecharíamos el tránsito hacia esa nueva normalidad de hábitos sociales, para algo más que el distanciamiento físico entre unos y otros. Con un poco de perspicacia y compromiso ético, acompañaríamos la creación de nuevos hábitos higiénicos con el complemento de nuevos hábitos morales, más difíciles de seguir, más complicados de mantener, pero infinitamente más beneficiosos para nuestra cordura moral, y para el bienestar social al que contribuiríamos con nuestros actos. En nuestras manos tenemos dos opciones; continuar la miseria moral que nos hunde cada vez más, en lo personal y en lo social, esparciendo odio y escupiendo intolerancia, o aprovechamos para salir de la caverna inmoral en la que nos hemos confinado, creando un virus más dañino y más contagioso que el Covid-19. O iluminamos las sombras del debate público con algo de mesura y racionalidad, y con perseverancia moral logramos salir de las miserables sombras en las que nos estamos adentrando, o  saldremos a las calles al finalizar esta pesadilla con un aire tan irrespirable en la convivencia, que padeceremos una enfermedad tan mortífera para nuestro futuro como el Coronavirus.

Una guía similar no nos vendría mal para ayudarnos en la desescalada de nuestro habitual egoísmo moral, aliñado con la nefasta indiferencia ante todo aquello que creemos no nos afecta personalmente. Los mismos parámetros que guían la aplicación de las fases de desescalada, destinadas a proteger nuestra salud en el camino a la nueva normalidad, serían buenas brújulas morales que emplear

Estas primeras  semanas de mayo hemos comenzado eso que se ha venido a llamar fases para la desescalada, nuevas reglas de comportamiento social, en las calles, en el trabajo, en el ocio, que nos permiten protegernos hasta que la ciencia haga su trabajo, si la dejan, y venzamos definitivamente al virus. Cuatro fases la definen, caracterizadas por eso que se ha venido a llamar asimetría en su aplicación; según vayamos doblegando al virus en cada zona se podrán incrementar las actividades permitidas, y siempre abiertos a rectificar si las cosas no van como deberían ir. Una guía similar no nos vendría mal para ayudarnos en la desescalada de nuestro habitual egoísmo moral, aliñado con la nefasta indiferencia ante todo aquello que creemos no nos afecta personalmente. Los mismos parámetros que guían la aplicación de las fases de desescalada, destinadas a proteger nuestra salud en el camino a la nueva normalidad, serían buenas brújulas morales que emplear; asimetría: no todos nos encontramos en el mismo espectro de comportamiento moral, algunos somos peores personas que otros, algunos somos algo mejores que otros, algunos pensamos un poco antes de hablar, otros insultamos a la velocidad que respiramos, a algunos les preocupa que con su irresponsabilidad puedan causar un rebrote, otros ni lo piensan o no les importa. La segunda clave para guiar la desescalada en el confinamiento físico es igualmente útil para el moral; estar preparados para volver atrás y rectificar, cuando nos damos cuenta que estamos fallando en crear esos nuevos hábitos morales.

Vamos a proponer cuatro fases, al igual que las propuestas para la otra desescalada, podrían ser más o menos, y no cabe duda que podríamos elegir otras enseñanzas morales, igualmente validas serían. En las manos de cada uno está encontrar su propio camino, mientras el destino sea el mismo: salir a las calles siendo mejor persona, reencontrarse con la sociedad aportando un grano de arena más para construir una mejor convivencia, y no echando una gota más de gasolina para que arda.

Fase 0. Consideraciones generales; Si en la otra desescalada esta fase es la preparatoria, el mismo propósito deberíamos mantener en nuestra desescalada moral. Fernando Savater escribió una frase en Ética para Amador que deberíamos desayunar cada mañana antes ni siquiera de hablar con la primera persona, virtual o real, que nos encontremos en el inicio de nuestro deambular: en lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es que no estamos de acuerdo con todos. Somos diferentes, tenemos valores diferentes, por tanto respetar esa pluralidad es el paso previo a cualquier relación que deseemos mantener en nuestra vida; con amantes, amigos, en el trabajo, en la política o en los bares. Somos seres libres, pero no siempre podemos elegir lo que nos pasa; ni lo malo, ni lo bueno. Lo que sí está en nuestra mano es decidir cómo respondemos, cómo reaccionamos ante ello, ya sea con tolerancia o sin ella, ya sea con solidaridad o egoísmo, o cualquier otra reacción que nos defina moralmente. Ser libre no implica poder hacer lo que uno quiera, cuando quiera. Ser libre no te da derecho a dañar a nadie. Ni por acción, ni por omisión. Salir a la calle sin  respetar las reglas, o interpretándolas a tu libre albedrio  porque “no hago daño a nadie” o “nadie tiene derecho a decirme cuándo debo salir a la calle, y menos un gobierno social comunista”  te convierte en un cretino moral, qué le vamos a hacer.

No solo en lo moral, sino en la salud. Nuestra libertad no puede usarse como excusa para nuestro egoísmo. Saber vivir, en la nueva normalidad o en la antigua, es algo tan simple como asumir nuestra libertad, y por tanto,  la responsabilidad colectiva de nuestros actos, en la medida que no solo nos afectan a nosotros, sino a los demás

Ser libre no significa conseguir siempre lo que uno quiere. Vivimos con otros, por tanto nuestra libertad encuentra su límite en la de otros. Ser responsables en esa nueva normalidad no implica actuar haciendo lo que queramos, con la excusa de la libertad, porque podemos causar un grave daño. No solo en lo moral, sino en la salud. Nuestra libertad no puede usarse como excusa para nuestro egoísmo. Saber vivir, en la nueva normalidad o en la antigua, es algo tan simple como asumir nuestra libertad, y por tanto,  la responsabilidad colectiva de nuestros actos, en la medida que no solo nos afectan a nosotros, sino a los demás.

Fase I. Un poco de ética socrática cada uno, es mucha moral para todos; esta fase inicial, tras practicar un poco el sentido común de lo aprendido en la cero, ha de servirnos para establecer unos pilares básicos; y nada mejor que la sabiduría de aquél que admitió su ignorancia ante el cúmulo de pretendidos sabelotodos que le rodeaban. Ser filósofo en sentido socrático está al alcance de todos, de casi todos, algunos parecen estar más allá de cualquier salvación posible, en lo que a sabiduría se refiere. Se trata de una práctica tan sencilla como útil: examinar toda información que nos llega, contrastarla, y a ser posible examinarla desde diferentes ángulos más allá de los límites de nuestras propias creencias. Esa es la única manera de conocer un poco mejor la naturaleza de la realidad, así es cómo funciona la ciencia, y es el mejor modo de aprender a vivir moralmente. Esa es la única forma de salir de la caverna de la ignorancia en la que algunos parecen decididos a confinarnos, esclavizados por las cadenas de los bulos que solo buscan enfrentarnos a los unos con los otros, para aprovecharse de la confusión que nos provoca dejarnos guiar por nuestros más bajos instintos, y ver sombras donde no las hay. Nunca dejes de hacerte preguntas, no solo sobre lo que los demás creen, sino sobre aquello que tú mismo crees.

Para demostrar esa madurez moral habrás de actuar de manera consolidada en el tiempo, y con coherencia. Practicar la virtud; ser generoso, comprensivo, tolerante, educado, compasivo, y eludir el vicio; no ser egoísta, dogmático, intolerante, maleducado, apático, es algo que necesita educarse, practicarse con la misma dureza que un régimen alimentario, si queremos ver resultados

Fase II: Un poco de Aristóteles, una pizca de Epicuro y un aliño de Séneca para enriquecer la convivencia; Esta quizá sea la fase más importante, pues si no consolidamos los bases de un comportamiento moral que trascienda el acto espontaneo de insólita responsabilidad con los demás, impulsados por el drama que estamos viviendo, poco habremos logrado. Aristóteles en su Ética a Nicómaco, nos legó una inmortal frase al respecto: Una golondrina no hace verano. Ni dos o tres golondrinas podríamos añadir nosotros. Seguro que la mayoría hemos seguido algunos de esos llamamientos a la solidaridad, hemos salido a los balcones a premiar con nuestro aplauso a los que han sacrificado lo indecible por velar por nuestra salud y bienestar (o hemos dado golpes a una cacerola si de lo que se trataba era dar rienda suelta a nuestra rabia, o porque ese día se nos había cortado Netflix, quién sabe), pero eso no significa que hayas madurado moralmente, ni que hayas desarrollado el carácter adecuado. Para demostrar esa madurez moral habrás de actuar de manera consolidada en el tiempo, y con coherencia. Practicar la virtud; ser generoso, comprensivo, tolerante, educado, compasivo, y eludir el vicio; no ser egoísta, dogmático, intolerante, maleducado, apático, es algo que necesita educarse, practicarse con la misma dureza que un régimen alimentario, si queremos ver resultados.

Pongamos un poco de nuestra parte para que lo destruido sea lo mínimo, y aportemos todo aquello que podamos para construir. No hay más bajeza moral que la de aquél que se convierte en un carroñero moral ante la tragedia

Si a las enseñanzas del maestro estagirita le añadimos algo que a estas alturas del confinamiento debería sernos evidente: la amistad es la llave a la felicidad, tal y como nos enseñaba Epicuro, estaremos en las vías a un mundo mejor, aunque comience de una manera tan modesta, con algo tan sencillo como apreciar en nuestras vidas lo que los demás nos ofrecen. Su calor, su comprensión, su aliento, al unísono del nuestro. Dar para recibir. Y si terminamos esta fase con un aliño del estoicismo del sabio cordobés Séneca, nos quedara un fin de segunda fase impecable: dejemos las miserias de localismos y patriotismos que nos empequeñecen; mi nacimiento no me vincula a un único rincón. El mundo entero es mi patria. Aprendamos a exigirnos a nosotros, antes que exigir a los demás, bíblicamente expresado: dejemos de ver la paja en el ojo ajeno, y quitémonos la viga del propio, y pensemos en lo fácil que se destruye todo lo que nos importa, y lo difícil que es volver a levantar los cimientos: Una era construye ciudades. Una hora las destruye, señalaba el sabio cordobés ante la irracionalidad de nuestros actos. Pongamos un poco de nuestra parte para que lo destruido sea lo mínimo, y aportemos todo aquello que podamos para construir. No hay más bajeza moral que la de aquél que se convierte en un carroñero moral ante la tragedia.

Y si mientes para conseguir un beneficio político o personal, al final lo que consigues es que el resto pretenda hacer lo mismo, y quién sabe, puede que nos encontrásemos en una situación donde casi todo el debate público se dedicara a desmentir bulos y barbaridades, más que a trabajar por el bien común. Qué locura no

Fase III: Un poco de Kant, un poco de Stuart Mill y una pizca de Rawls para dignificar nuestra vida pública; Una vez llegados a este punto, poco nos faltará para lograr lo inimaginable; que esa nueva normalidad a la que nos expongamos, no solo permita cuidar nuestra salud, proteger a los más débiles, sino mirar con orgullo a mundo nuevo; Kant nos sitúa en el centro de la cuestión: compórtate con los demás como deseas que los demás se comporten contigo. Si eres un miserable, lo normal es que la mayoría de la gente se comporte así contigo, si por el contrario tratas de actuar aplicando un poco de pensamiento racional, una pizca de compasión por la situación ajena, y añades algo de generosidad, probablemente en su mayoría la gente te devuelva la mirada con calor y agradecimiento. Y si mientes para conseguir un beneficio político o personal, al final lo que consigues es que el resto pretenda hacer lo mismo, y quién sabe, puede que nos encontrásemos en una situación donde casi todo el debate público se dedicara a desmentir bulos y barbaridades, más que a trabajar por el bien común. Qué locura no.

Si además nos esforzamos por vivir, y dejar vivir, en la mejor tradición de moralistas como Stuart Mill, que nos dejó una frase que tiene tan poca discusión, como éxito en el mundo contemporáneo: Es mejor ser un humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho, aún nos iría mejor. Todos hemos sufrido con esta pandemia, pero algunos más que otros, y algunos sufrirán aún más las consecuencias, no de la enfermedad, sino económicas. Si actuáramos pensando que nosotros podríamos haber sido uno de los desafortunados, en la enfermedad, o por la consecuencias económicas, aunque esta vez nos hayamos librado, tal y como plantea el adalid de una sociedad más justa y equitativa John Rawls, lo mismo saldríamos con más ahínco a las calles la próxima vez que haya que  defender la sanidad pública, y no mirar a otro lado mientras la trocean, o si nos importan nuestros mayores, negarnos a que las residencias se vendan al por mayor para que unos pocos fondos buitres miserables expriman beneficios. Puede, incluso, que hagamos lo inconcebible y apoyemos un estado social que proteja a los más débiles de la pobreza y la indignidad, y creamos, que o avanzamos todos juntos y no dejamos a nadie atrás, o cuando vuelva la epidemia, y volverá, sino ésta, otra similar, o más letal, no quedará una pizca de dignidad moral propia o social, que nos permita volver a levantarnos. De una y otra desescalada, de la social y de la moral, depende nuestro futuro, que se encuentra no en otras manos, sino en las nuestras. Hagamos nuestra parte, y dejemos de quejarnos tanto de lo que los demás hagan o dejen de hacer.

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”