Europa se tambalea
Europa se tambalea. Bueno, Europa, lo que se dice Europa, no. Se tambalea Juncker. Jean Claude. Él dice que no, que la yenka que se marcó el otro día durante la cumbre de la OTAN no era más que la expresión dolorosa de un simple ataque de ciática. Otros, en cambio, llevan el diagnóstico hasta el fondo y en un alarde de pericia, se atreven a designar, incluso, ante qué tipo de pinzamiento nervioso concreto estamos. Y parece que hay consenso: Johnnie Walker. Etiqueta negra. Fue, como ya he apuntado, en la cumbre de la OTAN del otro día en Bruselas y en su descargo hay que decir que tenía una reunión programada con Trump, por lo que también es comprensible que el luxemburgués pillara una cogorza como un carro de paja. Perdón, ciática quería decir. Ci-á-ti-ca. El caso es que Juncker, que tiene apellido de calentador solo por un capricho del destino, nos ha ofrecido una sutil metáfora de la coyuntural marcha de Europa en un momento en el que un puñado de estadistas de medio pelo se confabulan para deteriorar la imagen de la comunidad política más prospera de los últimos 70 años. Tres cuartos de siglo en paz. Aburridísimo de la muerte. No es que Europa sea la panacea, pero nos ofrece un espacio en el que ser mejores, más libres, más iguales y más justos. Es verdad que hay un importante déficit democrático, que sus instituciones están aún alejadas de la ciudadanía y que sería positivo, o al menos así lo creo, que ya tuviéramos una Constitución Europea con el ciudadano como eje de todo; pero no lo es menos que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea nos ha reconciliado con la idea de Justicia en no pocas ocasiones, algunas muy recientes; que el salto en infraestructuras ha sido espectacular y que el país se ha modernizado de forma importante desde su entrada en la CEE, hace ahora algo más de tres décadas. A pesar de todo, algunos parecen empeñados en cuestionar la idea de Europa, desde Matteo Salvini, el líder de la Liga Norte que llama carne a los inmigrantes que deambulan por el Mediterráneo huyendo del horror de la guerra y que hace que Toto Riina parezca que tiene corazón, hasta González Pons o el propio Albert Rivera, que quieren suspender el tratado Schengen porque la justicia alemana al parecer no da una desde el juicio de Nuremberg y no se le ha ocurrido otra cosa que negar la extradición de Puigdemont por el delito de rebelión. Permítanme un pequeño excurso llegados a este punto para mostrar mi estupefacción por la constatación de que el mismo que impulsó Schengen, Albert Rivera, sea ahora quien pretenda su suspensión. Inaudito. Habrá que rogarle a los universalistas que atacan el tratado que consagra la supresión de las fronteras interiores en la UE, que reflexionen sobre lo que desean, más que nada porque si una euroorden no atendida en los términos en que se plantea por el estado emisor fuera excusa para exigir la restauración de las fronteras y la vuelta de los controles, nada impediría a Suiza, que no es miembro de la UE, restringir el acceso a los españoles por hacer con ellos lo mismo que se le reprocha a los teutones, esto es, negar la extradición de Hervé Falciani desde 2013. Menudo drama para algunos. A ver si Junker recupera el equilibrio y pone un poco de orden, ¿no?