El estoicismo o el peso del deber
'La recompensa de una buena acción está en haberla hecho'. Séneca
Dos movimientos filosóficos se disputaron principalmente el corazón de los griegos en uno de los periodos más convulsos de su historia, el periodo helenístico; el epicureísmo y el estoicismo. La época dorada de las ciudades estado forjadoras de imperios, de la Atenas de Pericles, había sucumbido a las ambiciones macedonias, primero de Filipo II y luego de su hijo Alejandro Magno, unificadores de los heterogéneos griegos, forjando adhesiones a hierro y fuego y en base a un enemigo común, los persas. Tras el desplome del imperio macedonio y su fragmentación, nada volvió a ser lo mismo, las antaño poderosas ciudades estado orgullosas de su legado y de su influencia, apenas eran una pálida sombra de la gloria del pasado. Pronto, su situación de debilidad les haría fácil víctima de la emergente Republica Romana, que conquistaría sin apenas oposición sus tierras. No es de extrañar que los ciudadanos se vieran obligados a un repliegue interior, la participación en la vida pública, tan importante en muchas de sus ciudades, ya no era posible, ahora se trataba de sobrevivir en un mundo de incertidumbres y miedos. Ambas escuelas de pensamiento ofrecían sus recetas a la ciudadanía desorientada y desanimada, ambas creían que el sentido de la vida se encontraba en descubrir la receta de la sabiduría; para unos, los epicúreos, el placer moderado, era la clave, para otros, los estoicos, era el deber. Es cierto que otras escuelas como los cínicos denunciaban la perdida de horizonte de las sociedades helénicas, pero sus propuestas eran demasiado radicales para calar hondo en una mayoría de la ciudadanía.
Si generalizáramos de forma superficial nuestra personalidad, la humanidad se dividiría entre aquellos que buscan maximizar la búsqueda del placer y aquellos que por el contrario creen que antes que nada se encuentra cumplir con el deber, sea cual sea éste
A grandes rasgos, si generalizáramos de forma superficial nuestra personalidad, la humanidad se dividiría entre aquellos que buscan maximizar la búsqueda del placer y aquellos que por el contrario creen que antes que nada se encuentra cumplir con el deber, sea cual sea éste. Todos, en nuestro comportamiento, somos o bien epicúreos o bien estoicos. A veces, incluso nos sentimos atrapados entre esas dos almas que pugnan por hacerse con nosotros. Cada cual podrá decir, en un ejercicio de honestidad, de qué forma de afrontar el sentido de la vida se encuentra más cerca.
El pensamiento estoico en sus orígenes, del siglo III a. C. hasta el siglo II d.C., se divide en tres periodos con matices diferentes en sus propuestas; los estoicos antiguos, Zenón, Cleantes y Crisipo, el estoicismo medio representado por Panecio y Posidonio y los neo estoicos, los filósofos romanos que se consideraron herederos de este pensamiento, Séneca, Epicteto y Marco Aurelio.
Zenón nació en Citio, en la actual Chipre, a la edad de 30 años, al llegar a Atenas, decidió que lo suyo era la filosofía, ni corto ni perezoso se hizo discípulo del cínico Crates, pero su carácter, más bien áspero y desconfiado, no casaba mucho con la desvergüenza cínica y su afán de vivir libre de la opinión ajena y de denuncia de la hipocresía social. No era la alegría de la huerta Zenón, no le iba precisamente la jarana, sino la rectitud y la sobriedad del carácter, muy propio de la escuela de pensamiento que fundaría. Ante todo se encontraba el deber. Se cuenta la anécdota de que rechazó a una joven muy bella, flautista, que quedó fascinada por su elocuencia, y se presentó desnuda en su habitación, desviándola al lecho de un joven discípulo suyo, Perseo. A sus seguidores se les llamó estoicos (los del pórtico) por el lugar donde daban clase, el Pórtico de Atenas, que en griego clásico se llamaba Stoá.
A los estoicos les gustaba comparar la filosofía a un huerto; el muro que lo rodeaba era la lógica, los arboles la física, y los frutos, la ética
A los estoicos les gustaba comparar la filosofía a un huerto; el muro que lo rodeaba era la lógica, los arboles la física, y los frutos la ética. Centrándonos en sus enseñanzas éticas, para el estoicismo antiguo no hay diferencia entre el placer y el dolor, lo único que importa es llevar una vida virtuosa. Diferenciar el bien del mal es lo importante, porque es lo que permite curar el espíritu, los achaques físicos o sus vicisitudes; belleza, riqueza, muerte, enfermedad, fealdad, pobreza, son indiferentes. Las cosas son: buenas (inteligencia, templanza, justicia, valor, todo lo que entendemos por virtuoso.), malas (estupidez, desenfreno, cobardía, injusticia, todo lo que entendemos por vicio) o indiferentes (la vida, la muerte, la fama, la riqueza o la pobreza, el dolor o el placer, la salud o la enfermedad, etc.). Entre los indiferentes son preferibles algunos, un beso mejor que una bofetada, pero siempre que no haya un coste moral. Si te has ganado el beso por tu generosidad, es merecido, si te has ganado la bofetada por ser imbécil también, aun así no afecta a lo importante, que es mantenerse alejado de las pasiones y cercanos al logos, a la racionalidad. Próximo a lo que se entiende por enseñanzas zen, lo más importante ante cualquier acontecimiento de la vida, placentero o doloroso es mantener la apátheia, la impasibilidad. Intransigentes en algunos de sus planteamientos, no ven bien alguno en la piedad, que consideran debilidad o en la misericordia que consideran tonta y frívola. El bien queda supeditado a la virtud, y si la virtud es ser impasible ante lo que se considera justicia, para ellos no hay circunstancias atenuantes. Hoy día, en la aplicación de la justicia, en la burocracia que nos ahoga, vemos ejemplos de personas que se comportan así, la aplicación estricta de las leyes, la letra, importa más que el espíritu de justicia y equidad que pueda haber detrás de ellas.
El estoicismo medio inició un camino que lo haría muy atractivo para ser asimilado en siglos posteriores por algunos teóricos cristianos; la importancia del deber y de mantener en la vida un código estricto; primero la patria y la familia, luego los intereses personales. Se revaloriza la religión, aunque la divinidad tendrá tres entes separados, Zeus, como tal, la naturaleza y el destino. El placer mejor que el dolor para esta evolución del pensamiento estoico, y tener algo de dinero es mejor que la estricta pobreza, pero siempre que seas fiel a lo importante, el deber.
Ya que el destino está decidido, intentemos no quedar mal con él, y comportarnos justamente y con dignidad en el papel que nos ha tocado jugar
La penetración de las enseñanzas estoicas en la Roma Republicana y en el posterior Imperio se debió a que el código del deber romano era muy similar al estoico; patria, familia, religión. Séneca, un noble, Epicteto, un esclavo y Marco Aurelio un emperador, son los tres principales referentes del estoicismo tardío. Las enseñanzas de Séneca recogidas en sus máximas podemos encontrarlas encomiables, como su desprecio de la riqueza o evitar la búsqueda de gloria y de poder político, pero su vida no se correspondió con sus enseñanzas; buscaba incesantemente incrementar su patrimonio y no cejó de intrigar en política, tanto, que terminaría constándole la vida. La manera en la que afrontó su muerte, su suicidio sugerido por Nerón, encomiable, pero como referente vital mejor miramos a otro lado. Epicteto es harina de otro costal, esclavo de un esclavo, el liberto de Nerón, que al final le liberó y le protegió. Uno ha de defender aquello que cree independientemente de que te desprecien aquellos a los que te diriges, pues el azar y la volubilidad del carácter humano hace que en un futuro puedan alabarte sin sonrojo alguno. Ocupémonos de las cosas que dependen realmente de nosotros; la opinión, la acción, el deseo y la aversión, y seamos indiferentes a aquellas que no; el cuerpo y sus achaques, las riquezas o la gloria de cargos oficiales, en sus palabras: “Recuerda que en esta vida eres un actor al que le ha sido confiado un papel bien determinado: procura representarlo bien, prescindiendo del hecho de que sea largo o corto, de mendigo o magistrado, de invalido o de persona normal”. Ya vemos, el deber, y el código de honor, ante todo. Marco Aurelio debió ser un niño peculiar, a los doce años ya decidió dormir en el sueño en lugar de la cama. Ya que el destino está decidido, intentemos no quedar mal con él, y comportarnos justamente y con dignidad en el papel que nos ha tocado jugar. Su pensamiento no es original, pero si el rigor con el que asumió su tarea como gobernante y sus esfuerzos por comportarse con moralidad y justicia en un entorno que no era precisamente proclive a ello.
Del estoicismo podemos sacar conclusiones positivas, como el autocontrol de un exceso pasional, pero es una filosofía, una manera de entender la vida, que nos lleva a más de un laberinto moral, y a justificar en base a conceptos dudosos de deber y honor comportamientos aberrantes. Parece que en cierto sentido se ensalza el sufrimiento, o se le ignora, que cuando es propio es entendible, si no hay más remedio, aunque no hay que santificarlo, pero ¿y el ajeno, que también puedes llegar a causar con tu apátheia? Esas grandes causas, esos grandes conceptos que en abstracto llevan como gala los estoicos, suelen ser fuente de mucho más dolor que placer, de más males que bienes, y por mucho que se empeñen, sí, el dolor importa, especialmente el ajeno, causado por acción u omisión. Contrario al planteamiento de las grandes causas y la impasibilidad estoica Albert Camus ofrece la alternativa de la empatía con los que sufren, de no sacrificar a nadie en aras a una Justicia con mayúsculas, o a una Libertad en abstracto. Sacrifiquémonos sí, pero por esa persona concreta que sufre, por esa libertad que nos hace iguales a otras personas, por esa justicia con minúsculas que se preocupa del espíritu de las leyes y no de su letra. Nuestras sociedades deben elegir, abogar por una manera de entender el deber, abstracta, fría, indiferente, o por la empatía, por la generosidad, por la búsqueda de la felicidad de las personas de carne y hueso que conforman nuestro mundo, y quizá, así, la desolación y el desencanto estoico dejen paso a una esperanza epicúrea.
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