¿Es posible ser buena persona y disfrutar de la vida? (Ética del regocijo)

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 3 de Noviembre de 2019
‘Convergence’ (1952), de Jackson Pollock .
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‘Convergence’ (1952), de Jackson Pollock .
'Está la belleza y están los humillados. Por difícil que sea la empresa no quisiera ser nunca infiel ni a los segundos, ni a la primera'. Albert Camus

Vivimos en mundo tan contaminado históricamente por ideologías, por religiones, tan obsesionadas con hacernos creer que la infelicidad, la amargura, es la única manera  posible de vivir nuestra ingrata existencia, que hemos llegado a creer que vivir con regocijo, y a su vez estar comprometidos éticamente con un mundo más justo, es algo casi imposible. Todo lo que nos rodea, comenzando por la sociedad y terminando por nuestra educación, nos educa para creer que el placer no es algo serio, que buscarlo en nuestra vida está mal, que la belleza, la verdadera belleza, disfrutar de la vida, regocijarnos con ella, deleitarse con los placeres que nos ofrece, es algo que hemos de hacer casi a escondidas, cuando no es considerado pecado, incorrecto socialmente, o mil formas más de censurarnos la alegría que la vida nos debe. Qué le vamos a hacer, no se puede vivir y medrar en sociedad si no pareces comportarte como un monje encerrado en un convento de clausura. Cierto, es una exageración. Pero nos vale para situarnos en el debate que nos interesa, porqué está tan mal vista una ética del regocijo, que equilibre preocuparnos por los desamparados, trabajar para equilibrar esas losas de injusticias que nos desgarran, y a su vez vivir y disfrutar de la vida como si solo la viviéramos una vez, que después de todo, es una seria posibilidad. Pareciera que es un crimen perseguir la belleza, disfrutar de ella, complacernos con ella; en las personas, en la naturaleza, en todos esos maravillosos momentos que nos despiertan una sonrisa y provocan que el iris de nuestros ojos se ilumine, y dejen por unos instantes esa bruma de seriedad y pesar que nos acompaña tan pertinazmente como la niebla a Londres.

Lo que ni unos ni otros parecen considerar, es que la vida ha de  valorarse como una obra de arte. Somos artesanos de nuestra propia vida, trabajando con algunos materiales heredados, algunos que nos encontramos en el camino, y otros que podemos adquirir, o no, según nuestros recursos. Algunas cartas nos las da el azar, otras se las arrebatamos a esos hados del destino manifiesto que medran robando nuestra libertad

Dejemos de lado el peso de las religiones y sus dogmas, para las cuales parece tener sentido resignarse a la vida como un valle de lágrimas. Este cuerpo, recipiente de tantos placeres culpables, no es más que un triste envoltorio de un alma que una vez sea libre volará a ese paraíso, si te has portado adecuadamente y nos has cometido pecado, el noventa y nueve por ciento de los cuales tienen que ver con placeres, todo sea dicho. En ese imaginario paraíso disfrutarás del placentero, pero no pecaminoso, coro de ángeles que nos entretendrán durante toda la eternidad. Entendible, para aquellos que tengan algún tipo de fe en cualquier religión que te prometa algo similar. Lo que no termina de comprenderse es el rechazo entre aquellos que no poseen ese tipo de fe, o si la poseen, no de manera muy ortodoxa, a creer, en el sentido al que hace referencia Albert Camus en sus escritos, que es posible una ética solar, del regocijo, de la felicidad, que haga compatible la búsqueda de la felicidad personal conjugada en plural. Toda actividad solidaria, guiada por una ética solidaria, parece tan abrumada por la tristeza, por la seriedad, que si no sacrificas tu vida, la única de la que tenemos constancia, tus sonrisas, tus alegrías, tus placeres, en aras a conseguir esa sociedad más justa, esa revolución tan seria, no mereces consideración o respeto en el panteón de los santos laicos.

Lo que ni unos ni otros parecen considerar, es que la vida ha de  valorarse como una obra de arte. Somos artesanos de nuestra propia vida, trabajando con algunos materiales heredados, algunos que nos encontramos en el camino, y otros que podemos adquirir, o no, según nuestros recursos. Algunas cartas nos las da el azar, otras se las arrebatamos a esos hados del destino manifiesto que medran robando nuestra libertad. Se podrá admirar, o despreciar, como sucede con cualquier obra de arte, el resultado final, incluso ignorar, o abandonar, la posibilidad de que realmente tu vida alcance un estatus artístico, como sucede con tantas corrientes contemporáneas de vanguardia. La ignorancia convertida en virtud. Pero lo único que importa, al final, debiera ser el orgullo del artista, convencido de que ésta obra, que es su vida, su única obra, es bella, y lo es porque en la arcilla con que la has esculpido, se encuentran esos dos elementos tan aparentemente contradictorios, que pretenden decirte ideologías y religiones que son incompatibles; la búsqueda y el disfrute de la belleza, de los placeres, y el compromiso solar de la sonrisa con aquellos que a los que se la han arrebatado, y con quienes deseas compartir la dicha que has encontrado, y ayudarles a obtener un poco de esa felicidad que les han robado los bufones que encuentran solaz en provocar  lágrimas ajenas.

Zygmunt Bauman escribe en 44 cartas desde el mundo líquido una hermosa reflexión sobre la valentía de vivir la propia vida; estamos condenados a ser libres, y esa condena, nos obliga a tomar decisiones, ya sea ser cómplices activos o pasivos de las fechorías que condenan nuestro mundo, ya sea protestar activamente contra las desigualdades; en sus propias palabras: La vida solo puede ser una obra de arte. Siempre y cuando haya libertad de elección. El filósofo polaco sitúa a Sócrates como el ejemplo a imitar, precisamente porque de sus enseñanzas aprendemos que no debemos imitar a nadie, y menos a él. Cada uno de nosotros, como cualquier artista que se respete, ha de encontrar en la arcilla de su vida, un material único, un estilo propio, unas herramientas singulares, a pesar de las innumerables frustraciones, que en este proceso de creación artística que es nuestra vida, nos encontraremos una y otra vez. Problemas artísticos  como la resistencia del material, pongamos de ejemplo nuestras malas decisiones, equivocaciones en las técnicas empleadas, quién no comete errores de juicio a la hora de elegir personas que nos han de importar, equivocaciones en la finalidad de nuestra obra estética, en el diseño, como ese canto de sirenas que nos llama a confundir el éxito material con la felicidad. Y otros tantos errores tan diversos, como formas de crear una obra de arte hay.

Podemos elegir copiar a otros, y limitarnos a ser malas copias, por muy buena  obra que sea el original, o atrevernos a correr el riesgo y optar por un estilo propio. Libertad para tomar esa decisión poseemos, y nadie puede arrebatárnosla

Podemos elegir copiar a otros, y limitarnos a ser malas copias, por muy buena  obra que sea el original, o atrevernos a correr el riesgo y optar por un estilo propio. Libertad para tomar esa decisión poseemos, y nadie puede arrebatárnosla. Es precisamente esa libertad, la que determina nuestras decisiones morales. Bauman utiliza los análisis de la socióloga Nechama Tec que estudió los condicionamientos sociales, económicos, de clase, cultura, religión, de aquellos que optaron por no ser testigos pasivos del holocausto y se involucraron para salvar a las victimas poniendo en riesgo la suya propia. No fue capaz de encontrar diferencias significativas con los que optaron por actuar pasivamente. La moralidad es una elección libre, y para estas personas el sufrimiento brutal al que sometían a otras personas por ideas políticas, etnias, o quién sabe qué, era insoportable. La historia tiende a repetirse, y la empatía moral con las víctimas, a olvidarse. Esa es también una elección a la hora de configurar esa obra de arte que es nuestra vida.

Albert Camus en la búsqueda de una ética solar, del regocijo, capaz de vincular la búsqueda de la belleza  y el desprecio a la apatía ante la injusticia, nos insiste en que el sufrimiento no es abstracto, la injusticia tampoco, se encarna en personas concretas y situaciones concretas, y es ahí donde hemos de centrarnos, en aquello que aquí y ahora tiene solución, y quizá, si actuamos así, centrándonos en corregir las pequeñas injusticias que nos rodean y está en nuestra mano hacerlo, mañana los rostros que sufren sean significativamente menos. En el mito de Sísifo el pensador francés trata de mostrarnos que el desdén ante el absurdo trágico de nuestra existencia, ante todas esas fuerzas del azar o de la maldad que nos condicionan, es la respuesta desafiante que hemos de dar. Ser conscientes, tan solo eso, del absurdo, nos abre el espacio de libertad que necesitamos, para conjugar la búsqueda de la felicidad, de la belleza, para regocijarnos en ellas, y mantener a su vez, nuestra rebeldía, autentica, no impostada, ante el absurdo delirio de la existencia, de esas injusticias que contaminan las inocentes sonrisas de aquellos que las sufren.

Ser conscientes, tan solo eso, del absurdo, nos abre el espacio de libertad que necesitamos, para conjugar la búsqueda de la felicidad, de la belleza, para regocijarnos en ellas, y mantener a su vez, nuestra rebeldía, autentica

En el prefacio al texto de El revés y el derecho Albert Camus repite su mantra; no hay amor a la vida sin desesperación de vivir. Amar a la vida es amarla con pasión, con todos los errores a los que las pasiones nos llevan en sus delirios, pero esa fuerza de vivir, ese regocijo, es lo que nos recuerda que estamos vivos y nos despierta a aquello por lo que merece la pena vivir, y destierra toda apatía ante la injusticia. Si olvidamos las pasiones que nos hacen sentir vivos, qué sentido tiene luchar para que otros que sufren, no tengan esa misma oportunidad. Disfrutar de la vida no nos hace indiferentes al sufrimiento de aquellos que no pueden, nos hace conscientes de la importancia de la rebelión ante la injusticia, con regocijo, con alegría, porque nos hace ver la belleza de la vida, y la inmoralidad de que otros no puedan disfrutar de ella. La frase de Píndaro que el autor utiliza en El mito de Sísifo adquiere pleno sentido; Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible. Apuremos el cáliz de la vida mortal que poseemos, sin aspirar más que a dignificar la vida, que no es más, y no es menos, que disfrutar todo lo posible de ella, sin permitir jamás que la miseria ajena nos sea indiferente.

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”