Descubriendo a los clásicos: El legado de Manu Dibango (1933-2020) es la contagiosa alegría de su música
La crisis desatada por la pandemia del Covid-19 está teniendo consecuencias gravísimas para el mundo de la música. La imposibilidad de realizar eventos en los que se produzcan aglomeraciones ha supuesto la repentina paralización de los conciertos, festivales y sesiones hasta nueva orden. Esto implica que la principal fuente de ingresos de muchos artistas haya desaparecido repentinamente; además, supone una presión tremenda para todo el tejido de promotores y salas, así como para los locales especializadas en sesiones de electrónica, que componen la infraestructura imprescindible para esos eventos en directo. En cuanto a la música grabada, las discográficas ya habían hecho una transición en su modelo de negocio hacia los ingresos vía streaming (es decir, a través de Spotify, Apple Music, Tidal…), por lo que el impacto a este nivel será menor; pese a ello, las caídas de ventas físicas están siendo enormes, lo que afectará sobre todo a quienes no tienen otro medio de subsistencia: las tiendas de discos y las distribuidoras. Además, ante la incertidumbre, muchos lanzamientos se han pospuesto, lo que supone una bajada de ingresos a corto plazo, y una posible saturación a medio plazo que podría llevar a que los ingresos bajen aún más. Algo aún más probable dada la crisis económica que se viene, que sin duda hará que el gasto económico de los consumidores de música se contraiga. Y por supuesto, quienes más lo sufrirán serán los de siempre, los actores pequeños del mercado: artistas, locales, tiendas y sellos independientes van a pasarlo especialmente mal en los próximos meses, si es que consiguen sobrevivir.
El 24 de marzo, fallecía en París a los 86 años Manu Dibango, saxofonista camerunés que había formado parte de ese revolucionario movimiento que fusionó el jazz y el funk estadounidenses con los ritmos y cánticos de la música de África occidental (en particular el highlife): el afrobeat
Y por si todo esto no fuera lo bastante terrible, el virus en sí ha tenido por víctimas a varios artistas. Matthew Seligman, bajista de The Soft Boys; Adam Schlesinger, de Fountains of Wayne; el legendario cantautor folk John Prine; o Mike Huckaby, figura clave de la electrónica en Detroit y abanderado del deep house, son algunas de las víctimas más conocidas. El jazz esta saliendo especialmente mal parado: el pianista Ellis Marsalis (padre de Wynton y Branford), el saxofonista Lee Konitz, el guitarrista Bucky Pizzarelli, el trompetista Wallace Roney, todos han fallecido a causa del condenado virus que ya ha matado a más de un cuarto de millón de personas en todo el mundo. Pero antes que todos ellos, el 24 de marzo, fallecía en París a los 86 años Manu Dibango, saxofonista camerunés que había formado parte de ese revolucionario movimiento que fusionó el jazz y el funk estadounidenses con los ritmos y cánticos de la música de África occidental (en particular el highlife): el afrobeat.
Mucho menos conocido que el líder indiscutible del movimiento, el nigeriano Fela Kuti, Dibango ocupa sin embargo una página muy particular en la historia de la música (al menos tal como la escribimos desde Occidente) gracias a una canción en concreto: “Soul Makossa”. Este tema, que encapsula tantas de las cualidades adictivas del sonido afrobeat (bajos prominentes, polirritmos sutiles, guitarras sencillas y repetitivas, vientos coloridos y expresivos y coros hipnóticos que invitan a bailar), fue lanzado en 1972 como cara B de un single cuya cara A era el himno de la Octava Copa de África, celebrada en su Camerún natal. La suerte quiso que este single cayera en manos de David Mancuso, el organizador de las seminales fiestas en “The Loft” que tanta influencia tuvieron en el desarrollo de la escena de baile nocturna de Nueva York en los setenta. Se convirtió en una de las favoritas del selecto público que asistía por invitación personal de Mancuso, y su sonido, con esos breaks instrumentales tan característicos y las voces bañadas en reverb, fue una influencia determinante en el desarrollo del disco. Diez años más tarde, su adictiva línea vocal “ma-ma-se, ma-ma-sa, ma-ma-kossa” fue adaptada por Michael Jackson al final de “Wanna Be Startin’ Something”, de Thriller, y hace poco más de una década Rihanna utilizó el mismo motivo en su hit “Don’t Stop the Music”, lo cual asegura que varias generaciones de oyentes puedan reconocerla fácilmente.
Soul Makossa son 36 minutos de un cóctel explosivo de jazz y funk que te asalta desde el primer segundo de escucha. La fantástica primera canción, “New Bell”, se inicia con una línea de bajo sencilla pero inquieta, la clásica guitarra rítmica del funk, pequeños toques de percusión de fondo y, de pronto, unos coros distantes, que terminan de crear la tensión; y entonces entran la sección rítmica completa, con sus polirritmos, el discreto y elegante piano y el saxofón con reverb de Dibango, psicodélico y agudo
Con la intención de hacer honor a su trabajo, decidí escuchar el LP que editó aprovechando el tirón comercial del single (en la versión que he podido encontrar a través de internet, que al parecer sigue el orden de canciones de la edición japonesa, algo distinto al de la original francesa). Soul Makossa son 36 minutos de un cóctel explosivo de jazz y funk que te asalta desde el primer segundo de escucha. La fantástica primera canción, “New Bell”, se inicia con una línea de bajo sencilla pero inquieta, la clásica guitarra rítmica del funk, pequeños toques de percusión de fondo y, de pronto, unos coros distantes, que terminan de crear la tensión; y entonces entran la sección rítmica completa, con sus polirritmos, el discreto y elegante piano y el saxofón con reverb de Dibango, psicodélico y agudo, como si sonara a través de helio. La banda completa nos hipnotiza inmediatamente, y los siete minutos siguientes transcurren entre solos de saxo y piano entrecruzados y esos coros cada vez más lejanos y evocadores.
Todo el atractivo de unir el jazz y el funk está resumido aquí, meses antes de que Herbie Hancock escandalizara a los puristas del jazz con Head Hunters. Sin duda ese disco fue aún más aventurado formalmente, pero no contaba con el efecto adictivo de los polirritmos, ese producto genuinamente africano, cuya incorporación al afrobeat estaba perfeccionando en ese entonces otro grande que nos ha dejado recientemente, el batería de la banda de Fela Kuti, Tony Allen. En todo caso, el resto del álbum explora distintos tonos y configuraciones de estos elementos. “Nights in Zeralda” ofrece una base más calmada, sobre la que el saxofón de Dibango explora progresiones melódicas que recuerdan a la tradición árabe y norteafricana, mientras el piano y la guitarra experimentan, lamentablemente algo marginados en la mezcla. “Hibiscus” baja aún más el ritmo, prescindiendo de percusión durante su primer minuto y medio, progresando desde un tono melancólico y etéreo en un lento crescendo y cerrando la cara A con unos preciosos solos anhelantes.
Y tras el ya comentado single, “Soul Makossa”, el poderío de la banda completa de Dibango se despliega de nuevo en la última canción, “Oboso”, que nos deja con un solo de guitarra electrizante
El primer corte de la cara B, la luminosa “Dangwa”, imprime de nuevo energía al disco. Omitiendo el piano, emplea un bajo mucho más prominente y tonos de guitarra más cercanos a los de la tradición de la rumba congoleña (el guitarrista, Jerry Malekani, era de Zaire), y sus coros terminan de contagiarte esa alegría. La pequeña joya que es “Lily” muestra la profunda influencia de la música cubana en la música de África central y occidental a mediados del siglo XX, con ese estribillo inicial que parece sacado de un son, pero cantado en duala. Dibango canta con especial pasión en la segunda mitad de la canción, sostenida en la alternancia de vientos y cuerdas. Y tras el ya comentado single, “Soul Makossa”, el poderío de la banda completa de Dibango se despliega de nuevo en la última canción, “Oboso”, que nos deja con un solo de guitarra electrizante.
La explosión de creatividad del jazz africano de principios de los setenta generó gran cantidad de obras maestras, desde las arengas políticas panafricanistas cantadas sobre larguísimas composiciones de Kuti a la fusión con músicas tradicionales Akan y Ewe que realizaron los ghaneses Hedzoleh Soundz en colaboración con el también recientemente fallecido trompetista sudafricano Hugh Masekela (tío, por cierto, del rapero Earl Sweatshirt). Soul Makossa es uno de más de esos brillantes experimentos, y merece ser escuchado, aunque no parezca fácil encontrar copias. Quizás ahora, tras su muerte, el renovado interés por su obra haga que se reedite; sería una bonita manera de contribuir a que la industria musical se recupere, tras esta crisis que se ha llevado a varios grandes artistas, pero que no podrá llevarse su legado.