'Cultura de la violación'
Ya casi no se ven gabardinas. No sé si será porque cada vez llueve menos o porque ya han perdido uno de los usos que más miedo nos daba a las mujeres. Aprendimos desde muy pequeñas que un hombre parado en la acera, al que veías unos metros por delante de ti, parado y esperando sólo que tú estuvieras a su altura, resultaba sospechoso. Y las intuiciones solían equivocarse poco. En un abrir y cerrar de ojos, aquella gabardina se desplegaba y te encontrabas de frente con unos atributos masculinos que, a ciertas edades, trasladaban a tus piernas una potencia semejante a la de Usain Bolt. Con la edad ya no corrías, empezabas a gritar con toda la fuerza que te permitían tus pulmones ¡CERDO! y, ante la llamada de atención de quienes se encontraban en las inmediaciones, el que corría con los trastos fuera era el de la gabardina.
Esta violencia que hemos sufrido un gran número de niñas y mujeres se ha modernizado. Ha guardado en el trastero la prenda pensada para la lluvia y hoy navega sin freno a través de los teléfonos móviles y las redes sociales. La tecnología sustituye a los ropajes pero las mujeres siguen soportando las mismas intimidaciones
Esta violencia que hemos sufrido un gran número de niñas y mujeres se ha modernizado. Ha guardado en el trastero la prenda pensada para la lluvia y hoy navega sin freno a través de los teléfonos móviles y las redes sociales. La tecnología sustituye a los ropajes pero las mujeres siguen soportando las mismas intimidaciones. El fin es el mismo pero la agresión es mayor porque se produce en el espacio privado, en los dispositivos propios y en los perfiles personales en redes sociales donde huir no es tan sencillo. Marina Marroquí, víctima de violencia y educadora social, alerta a las jóvenes en sus charlas de las conductas de los violentos, de las primeras señales que dejan al descubierto personalidades controladoras y celosas que terminarán arruinando sus vidas. En el recién estrenado programa de TV La Hora Feminista, dedicado a la cultura de la violación y emitido en www.lahoradigial.com (online), dirigido por Nuria Coronado, Marroquí señala el acoso al que están siendo sometidas las menores entre 12 y 14 años a través de sus teléfonos móviles al recibir hasta veinte fotografías semanales de genitales masculinos, las conocidas como “fotopollas”. Estas acciones están escapando al control de las familias que desconocen el bombardeo constante al que están siendo sometidas sus hijas. Según esta educadora social, el 65% de las menores de segundo y tercero de la ESO está siendo acosado con estas imágenes y el 29% recibe propuestas directas para mantener relaciones sexuales.
Los agresores cuentan con dos herramientas que les colocan en una situación de ventaja. Por una parte, el silencio de las víctimas a las que constantemente se cuestiona y, la segunda, la complicidad de una sociedad que, no sólo no señala a quienes mantienen estas conductas, sino que, en ocasiones, les premia no restándoles ni un ápice de su reconocimiento social
Los agresores cuentan con dos herramientas que les colocan en una situación de ventaja. Por una parte, el silencio de las víctimas a las que constantemente se cuestiona y, la segunda, la complicidad de una sociedad que, no sólo no señala a quienes mantienen estas conductas, sino que, en ocasiones, les premia no restándoles ni un ápice de su reconocimiento social. Ese respaldo que proporciona “una buena vida” porque “es una necesidad humana vital”, como señala Ana de Miguel en su libro Ética para Celia (Pengin Randon Hose, 2021). Sin embargo, las mujeres, de las que permanentemente se duda, son despojadas inmediatamente de ese reconocimiento que puede conceptualizarse como “un tipo de opresión que deforma y moldea la concepción que un ser humano tiene de sí mismo”, explica la autora.
Ninguna actividad económica, ninguna clase social, ningún estamento, ninguna parcela del arte se libra. Altos mandatarios internacionales, empresarios millonarios, eclesiásticos, cantantes, cineastas, deportistas o periodistas acosan y violentan mujeres sin perder su reconocimiento porque, según dicen por ahí, hay que separar la obra del autor
Ninguna actividad económica, ninguna clase social, ningún estamento, ninguna parcela del arte se libra. Altos mandatarios internacionales, empresarios millonarios, eclesiásticos, cantantes, cineastas, deportistas o periodistas acosan y violentan mujeres sin perder su reconocimiento porque, según dicen por ahí, hay que separar la obra del autor. Plácido Domingo, Maradona, Oscar Pistorius o Dominique Strauss Kahn son nombres muy famosos, destacadas figuras en sus respectivos campos, que han sido denunciados por ejercer violencia sobre mujeres con sus abultadas billeteras y ese gran reconocimiento social que les otorga el poder de humillar, amenazar o dificultar las carreras profesionales de quienes se han atrevido a negarse a sus requerimientos.
Quienes se dedican a la educación claman por llevar a las aulas auténticas formaciones en coeducación, unos contenidos que se están viendo desplazados en los últimos años por charlas acientíficas que dicen a nuestros niños y niñas que hay cerebros rosas y azules (unos peligrosos dogmas impulsados por la Teoría Queer que abordaremos en otro artículo con más profundidad). Los escasos pasos que se habían dado para formar en igualdad han pasado a mejor vida mientras los más jóvenes aprenden de la pornografía que las mujeres son cuerpos a disposición de los hombres.
Recientemente, el actor y director de cine Paco León ha pedido perdón por la romantización de la cultura de la violación en su película Kiki, el amor se hace, que recibió cuatro nominaciones a los Premios Goya y excelentes críticas. Le honra pedir perdón cinco años después del estreno de esta historia en la que un hombre droga todas las noches a su mujer para tener relaciones sexuales con ella. Siempre son bienvenidas estas iniciativas pero hay que pensar cuántas mujeres y niñas han sido violentadas en estos cinco años.
Si no has tenbido la oportunidad de leerlos y quieres volver a hacerlo, estos son otros artículos de Cristina Prieto en este blog, 'Punto de Fuga':