Los cínicos discípulos de Sócrates
En los intempestivos tiempos que vivimos, con el estómago encogido por una irreal sensación de un apocalipsis por venir, que los privilegiados tan solo habíamos vislumbrado bostezando en las pantallas de nuestros televisores ante pandemias, guerras y otras catástrofes varias que asolan continuamente a países olvidados. O en esas aburridas tardes de domingo sentados ante un sofá, riéndonos de esas pelis de serie b donde alguna catástrofe natural, o alienígena, quién sabe, provocaba que los protagonistas despertarán de su idílica vida y se vieran envueltos en una pesadilla, qué remedio nos queda, sino emplear unas gotas de humor sano, que nunca sobra en ninguna situación, para añadirlas a la salsa filosófica habitual, y de tal forma, con ese cóctel de pequeña erudición e ironía socrática, sobrevivir un día más a la angustia y al temor que nos acompaña en esta vida de domingos interminables, que hace tan solo unos pocos días quedaba relegada al incrédulo rincón de las cosas que siempre les suceden a otros.
Y por qué no comenzar con aquellos primeros cínicos, no las hipócritas versiones hipster actuales, que confunden egoísmo y vanidad con cinismo, sino recuperando las enseñanzas de esos personajes a los que las academias del orden siempre han considerado anécdotas a pie de página, descastados de la filosofía, hijos bastardos a los que nadie quiso reconocer, bufones a los que atormentar y despreciar, pero a los que nunca pudieron doblegar
Y por qué no comenzar con aquellos primeros cínicos, no las hipócritas versiones hipster actuales, que confunden egoísmo y vanidad con cinismo, sino recuperando las enseñanzas de esos personajes a los que las academias del orden siempre han considerado anécdotas a pie de página, descastados de la filosofía, hijos bastardos a los que nadie quiso reconocer, bufones a los que atormentar y despreciar, pero a los que nunca pudieron doblegar. Lo primero que debemos considerar es que ellos se consideraban a sí mismos los herederos más legítimos de las enseñanzas de Sócrates. Y al menos, en algunos aspectos, algo de razón tenían, aunque como siempre la historia oficial, dominada por el omnipresente platonismo y sus herederos cristianos, decidiera ocultarles bajo la alfombra o desacreditarles, haciéndonos creer que eran meros payasos de la filosofía sin nada de valor en su sabiduría.
Para un verdadero cínico lo más importante es su propia libertad, y ésta tan solo es posible conseguirla con la autosuficiencia que te da no depender en última instancia más que de ti mismo. Aleja necesidades físicas o emotivas, la mayoría de las cuales proceden de la tensión social que se produce entre el ser y el aparentar. Entre aquello que realmente eres, y aquello que has de parecer ser. Ese aparentar tan imprescindible para encajar socialmente, no digamos en las redes sociales, y que tantos pequeños traumas no reconocidos nos causa. Los cínicos llevan las enseñanzas de su maestro Sócrates al extremo, para bien y para mal.
Nada más hiriente para aquellos que pretenden ofenderte con algún supuesto defecto que asumirlo con el orgullo propio del que no tiene nada que temer de ellos
Se cree que fue Antístenes su fundador, y el nombre de discípulos del perro tiene que ver probablemente con el lugar donde se reunían para charlar, hacer ejercicio, debatir, el kunósarghes (perro ágil) que estaba reservado para los que no tenían pura sangre ateniense. Antístenes era hijo de padre ateniense y de una esclava tracia. Su mestizaje despreciado por las elites atenienses era motivo de orgullo, la verdadera patria es la libertad interior que cada uno es capaz de encontrar tras las apariencias. Otras fuentes, probablemente con intención despectiva, atribuyen el nombre a que se comportaban como perros vagabundos (kúon), algo que terminarían por adoptar con orgullo. Nada más hiriente para aquellos que pretenden ofenderte con algún supuesto defecto que asumirlo con el orgullo propio del que no tiene nada que temer de ellos. Nuestro cínico fundador de la escuela fue discípulo de sofistas como Gorgias y del propio Sócrates, por el que sentía una profunda admiración, al igual que sentía, igualmente, un profundo desprecio por la avaricia de aquellos que estaban obsesionados con las riquezas. Jenofonte en El Banquete pone estas palabras en su boca: A mi parecer la riqueza no es un bien material que pueda conservarse en casa como si fuera un objeto, sino una disposición del alma; de otro modo no se explicaría por qué algunos, aun poseyendo muchos bienes, siguen viviendo en medio de riesgos y fatigas con el único objeto de acumular más dinero. Si miramos a nuestro alrededor no hace falta mucho más para darnos cuenta que algo de razón tenía, y el desprecio cínico a aquellos obsesionados con acumular bienes materiales, pongamos rollos de papel higiénico, aún tiene algo que enseñarnos.
Antístenes es igualmente crítico con la ambición de poder de aquellos que nunca parecen tener suficiente: los tales se parecen a personas que, pese a comer sin cesar, no muestran jamás signo de saciedad. Yo, en cambio, aunque pobre en apariencia, tengo tantas de dichas posesiones que hasta me cuesta encontrarlas: duermo, como y bebo donde más me place, y tengo la impresión de que todo el mundo me pertenece. La ambición por poseer, por el poder, económico, o sobre otras personas, es un deseo autodestructivo, pues nunca lo saciaremos, siempre estaremos pidiendo más y más, como drogadictos enganchados sin remisión. El autocontrol de tus deseos te hace más dueño del mundo, en la medida que eres dueño de ti mismo, que lo son todos aquellos que tanto, y a tantos, creen poseer.
El rechazo de las convenciones sociales, o de las opiniones más populares, eran un medio para denunciar la traición a la verdad, a la razón, no un propósito en sí mismo. Ese es un camino que lleva a un callejón sin salida, lo último que hubiera querido Sócrates
Su admiración y devoción por Sócrates no evita que éste criticara, con su típico humor, la exageración implícita en su discípulo. Nunca está de mal recordar que cualquier creencia llevada al extremo se mueve en un péndulo entre el ridículo y el fanatismo. Un exceso de pasión por la renuncia, no deja de ser una pasión, que también merece la pena controlar. A través de estos agujeros, Antístenes, veo toda tu ambición, le dijo un día que apareció con aspecto excesivamente zarrapastroso. Antístenes siguió el camino adecuado, más que los platónicos, de las enseñanzas de su maestro, pero debió haberse centrado en lo esencial, no solo en lo aparente. Y lo esencial era la autosuficiencia por la que abogaba su maestro, pero adquirida con perspectiva ética. Sócrates creía en la independencia de criterio, pero siempre que estuviera anclada a hondas y profundas convicciones. El rechazo de las convenciones sociales, o de las opiniones más populares, eran un medio para denunciar la traición a la verdad, a la razón, no un propósito en sí mismo. Ese es un camino que lleva a un callejón sin salida, lo último que hubiera querido Sócrates.
La denuncia de la impostura social, el desprecio de la convención, en tanto que es un comportamiento falso e hipócrita, es un medio para rasgar ese velo de ocultación, e ir en búsqueda de la verdad, no un fin en sí mismo. Poniendo un ejemplo que todo entenderíamos hoy día; pensemos en esos seres insufribles que están todo el día en las redes sociales criticando a todo el mundo, sin ser capaces de aportar una sola y significativa solución a todos esos males que con tanto ahínco critican. Y si aportan una, siempre es a posteriori, qué pena que nunca tengan el don profético de comunicárnosla con antelación.
Esta semilla socrática que germinó en el pensamiento cínico, esta denuncia de la hipocresía social que nos niega nuestra naturaleza para encajar en moldes preestablecidos es hoy día tan importante como antaño, y probablemente más necesaria que nunca
Volviendo a las semillas del pensamiento socrático que cosecharían los cínicos, un descubrimiento en su filosofía resulta esencial; la sociedad posee una tensión entre el exceso de organización y la anarquía, que esconde una realidad, detrás siempre hay un ser humano, cuyo vacío existencial va más allá de cumplir un determinado rol social. El cinismo como movimiento filosófico denuncia la hipocresía social, que pretende subsumirnos sin más en su corpus. Esta semilla socrática que germinó en el pensamiento cínico, esta denuncia de la hipocresía social que nos niega nuestra naturaleza para encajar en moldes preestablecidos es hoy día tan importante como antaño, y probablemente más necesaria que nunca. Una reflexión que nos para ayude a salir del ensimismamiento social que impide que nos desarrollemos con plenitud como seres humanos autónomos. Aunque solo fuera una alarma de que algo no encaja, el pensamiento cínico, entendido bajo estas coordenadas éticas, sería un aldabonazo más que necesario para espabilarnos.
En la antigüedad el cinismo tuvo dos momento esenciales, el primero con Antístenes y Diógenes de Sínope, y cuatrocientos años después se trasladaría a la Roma imperial, más intelectual y dirigido a minorías el primero, más popular y dirigido a los desheredados de la tierra el segundo. Una de las anécdotas cínicas más conocidas, pero no por ello menos significativas de su actitud, es la protagonizada por Diógenes con Alejandro Magno; Una vez conquistada Corinto se acercó a ver a un deslustrado anciano sentado relajadamente en las escaleras del Gimnasio de la ciudad, le preguntó quién era, a lo que el cínico le respondió: soy Diógenes, el perro. Soy Alejandro Magno, le dijo el soberbio macedonio, pídeme lo que quieras. A lo que con aire irritado respondió Diógenes: Apártate que me tapas el sol. Hoy día, viendo las insensateces que los buitres de la desolación causan, dan ganas de decirles lo mismo a ellos.
Difícil de cumplir, y seguramente no una solución a medio o largo plazo, pero que permite ese momento de respiro interior, de liberación de tantas ataduras que te ahogan en tu devenir diario, que nos permite poder respirar cuando todo te oprime
Eran épocas de crisis brutales para aquellos que apenas contaban nada más que para ser números de las estadísticas de los poderosos, con las amenazas siempre pendientes del destierro, la esclavitud, el hambre, y la perdida de libertad, y esta doctrina les ofrecía una salvación, no mirando a una vida tras la terrenal, sino aceptando que las cadenas que les atrapaban podrían ser destruidas una vez que renunciabas a aquellos deseos sociales, a aquellas acciones que te condenaban a ser una mera marioneta. El coste a pagar era sin duda muy alto, una renuncia a la acción, acompañada de una denuncia de la hipocresía y banalidad de los que se atan a las convenciones sociales. Difícil de cumplir, y seguramente no una solución a medio o largo plazo, pero que permite ese momento de respiro interior, de liberación de tantas ataduras que te ahogan en tu devenir diario, que nos permite poder respirar cuando todo te oprime. Un momento de respiro que todo ser humano necesita en las circunstancias más angustiosas, más críticas. No es el final de un camino, ni siquiera la mitad, pero sí puede ser un principio.
La angustia de la crisis actual, el tener que vivir día a día enclaustrados no necesita que nos volvamos cínicos, pero sí que aprendamos y recuperemos algunas de las semillas que Sócrates implantó y que ellos dejaron crecer, respirar de un mundo que se ha vuelto ingobernable, y permitir, permitirnos, respirar de nuevo libres de tantos miedos y angustias, volviendo al centro de aquello que realmente somos, un ser humano, no más, pero tampoco menos.