'Cinco consejos desde el escepticismo para aprender a dudar'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 6 de Junio de 2021
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'Existe un principio de la duda que consiste en la máxima de tratar los conocimientos con el fin de volverlos inciertos y de mostrar la imposibilidad de llegar a certeza alguna. Este método filosófico es la manera de pensar escéptica o escepticismo'. Immanuel Kant, Lógica.

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El que se considera un escéptico hará bien en mirar de vez en cuando su escepticismo con escepticismo'. Sigmund Freud

Primera lección: Dudar de todo es sano, siempre que no caigas en la estupidez.  Existe una línea marcada por la razón, nuestra capacidad de pensar a través de los mecanismos racionales que vienen de serie en el cerebro humano, y que se desarrollan con la práctica, que marca la frontera entre la duda como metodología filosófica que nos ayuda a encontrar la verdad, o lo más cercano a ella, de la realidad que nos circunda y que nos da sentido, y la caída irracional en la superstición o en la mentira que pone a la misma altura cualquier conocimiento con un grado razonable de certeza, con la creencia en meridianas falsedades o en afirmaciones tan imposibles de probar como de refutar. Por ejemplo, si alguien afirma que Dios existe y que es una cuestión de fe, vale, no hay problema, siempre que respete a aquellos que no tengan esa fe. Lo que en ningún caso puede es pretender que racionalmente vale lo mismo esa afirmación, que la de aquel que no cree. Y retarte a probar que Dios no existe, y como no puedes,  afirmar que esa es la prueba de que sí existe. Para que nos entendamos, una persona que crea que los unicornios no puede decir que su afirmación vale lo mismo que la de aquel que niega su existencia, y retarte a probar que no existen. En su derecho estar creer en los unicornios, si le sirve para su vida, pero pretender que esa creencia tenga la misma validez que una afirmación científica o racional, es abrir la puerta a un mundo donde la ignorancia sea la norma y no la excepción.

O si deseamos otro ejemplo menos metafísico, una cosa es dudar sobre una afirmación científica, que tenga la posibilidad de ser corregida en algún momento, digamos que los efectos secundarios de las vacunas, que dependen de los resultados de miles de ensayos, pruebas, y factores médicos de cada población, otra diferente, tragarte que las vacunas no resultan seguras y eficaces en su inmensa mayoría, que llevan chips para controlarte el cerebro, o que el 5G es un arma de control de cuatro iluminados que desean dominar el mundo

O si deseamos otro ejemplo menos metafísico, una cosa es dudar sobre una afirmación científica, que tenga la posibilidad de ser corregida en algún momento, digamos que los efectos secundarios de las vacunas, que dependen de los resultados de miles de ensayos, pruebas, y factores médicos de cada población, otra diferente, tragarte que las vacunas no resultan seguras y eficaces en su inmensa mayoría, que llevan chips para controlarte el cerebro, o que el 5G es un arma de control de cuatro iluminados que desean dominar el mundo. Entre la precaución y la búsqueda de pruebas para respaldar una verdad, y la irracionalidad de no creerte nada, hay una línea muy gruesa que solo la estupidez puede ver como muy fina.

Segunda lección: Utiliza el escepticismo como barrera para aquellos que se aprovechan de tu buena fe. Como complemento de la primera lección, viene la segunda. Hay muchas maneras de llegar a convertirte en un escéptico sano, una de ellas es la experiencia de aquellos que nacen con buen corazón y tienden a creer todo lo que la gente le dice. La experiencia debería enseñarnos a mantener una razonable distancia con aquellas afirmaciones que solo nos dicen lo que queremos oír, o la precaución que necesitan las personas con buenos sentimientos que no creen que nadie tenga mala intención. Sí, lo sentimos por los puros de corazón, pero  hay gente que miente con mala intención. La realidad es que las mentiras fluyen con tanta rapidez porque la gente cree lo que quiere creer, tenga mala intención o no aquellos que las diseminan. Digamos que estas sin trabajo, y te dicen que la culpa es de niños inmigrantes, de menas (menores no acompañados, o sea niños y niñas tan necesitados como los tuyos) que además cobran miles de euros al mes por parte del estado, da igual que no haya un ápice de verdad, que ni esos niños te quiten tu trabajo, ni el estado les de dinero. Se trata de culpar a alguien de tu desgracia. No a un sistema depredador donde la especulación financiera es admirada y los derechos de los trabajadores vilipendiados, o donde importa más la cuenta en verde de los tiburones del IBEX, que los derechos de los empleados de las empresas con las que especulan. La culpa de tu despido es de un pobre niño inmigrante que huye del hambre, de no tener ningún futuro, de violaciones y guerras. Tan absurdo  es creer en eso como en la maldad del 5G, o los chips en las vacunas, pero en este caso no empleamos el escepticismo para poner freno a estas malintencionadas mentiras. Tendemos a creer en aquello que exalta nuestros sentimientos, y nos da un enemigo tangible, y fácil de victimizar, focalizando así el odio contra alguien más débil, aún, que nosotros.

Sin esa duda, sin ese escepticismo a cada paso del camino, es improbable que aprendamos a conocer cómo funciona el mundo, cómo funciona el conocimiento, cómo funciona nuestra razón y nuestra sinrazón

Tercera lección: Aprender a ser escéptico te estimula intelectualmente. Nietzsche afirmaba que todo gran intelecto comienza con el escepticismo, y una vez que aprendemos a no cometer errores con las dos primeras lecciones, no hay nada como dar rienda suelta a esa arma de destrucción masiva de las mentiras y la ignorancia. Todo conocimiento comienza con la duda, y aunque no termine en ella, no debemos tener ningún problema en guardar siempre algún resquicio de duda, por si acaso. Un filósofo y matemático francés del siglo XIX, Jules Tannery,  lo tenía meridianamente claro: Es difícil encontrar un sabio que no sea escéptico: el sabio sabe tan poco, y sabe cuánto esfuerzo le cuesta aquel poco. Dudar como antesala de la búsqueda del conocimiento es arduo, es mucho más fácil creerte todo lo que te dicen. Descartes con su duda metódica marca distancia con un escepticismo que no te lleve a ningún lugar; no es que imitara en esto, sin embargo a los escépticos, que no dudan sino por dudar y fingen siempre ser indecisos. Diógenes Laercio en su “Vida y opiniones de filósofos ilustres” se muestra igualmente crítico con los antiguos escépticos: Escépticos porque observaban todo sin encontrar nunca nada seguro; incrédulos, porque el resultado de sus búsquedas era siempre la duda. A su vez hace referencia en su obra a que se les insultaba llamándoles ignorantes. Hoy día, podemos ver con otros ojos a muchos de aquellos filósofos que introdujeron el escepticismo en la filosofía; más allá del riesgo de terminar en la parálisis que te impida afirmar o negar nada, como teme Descartes, introdujeron la semilla de la duda, que bien empleada, es la única que permite que el árbol del conocimiento crezca robusto. Sin esa duda, sin ese escepticismo a cada paso del camino, es improbable que aprendamos a conocer cómo funciona el mundo, cómo funciona el conocimiento, cómo funciona nuestra razón y nuestra sinrazón.

La ausencia de certezas no puede llevarte a la parálisis de tus acciones o a la incapacidad para tomar decisiones, entre otras cosas porque por cada certeza que encuentres en el camino, dos dudas asomaran como consecuencia

Cuarta lección: No utilices el escepticismo como excusa para no tomar decisiones. Las certezas se venden caras en este mundo, no solo respecto al conocimiento científico, también respecto a tus emociones, tus dudas vitales, por no hablar de las más banales como decidir qué camisa te vas a poner hoy día. Una cosa es ser precavido a la hora de tomar decisiones dada la incertidumbre, y otra que utilices una incertidumbre, que nunca te va a abandonar del todo, para evitar tomar decisiones. La ausencia de certezas no puede llevarte a la parálisis de tus acciones o a la incapacidad para tomar decisiones, entre otras cosas porque por cada certeza que encuentres en el camino, dos dudas asomaran como consecuencia. Así es la vida. Nunca vas a dejar de dudar, aprende las lecciones que te enseñan cuándo has de hacerlo, y cuándo has de seguir adelante, a pesar de ello, pero nunca utilices la duda, ni siquiera en el caso del conocimiento científico, como excusa para no hacer nada y no tomar decisiones.

Quinta lección: algunas píldoras de sabiduría escéptica. Pirrón de Elis (360 a. C- 270 a.C.) es considerado uno de los más antiguos filósofos que optaron por el escepticismo; dado que la razón humana es limitada, que es muy fácil encontrar motivos para argumentar una cosa y la contraria ( que se lo digan a los políticos) lo mejor que podemos hacer es mantener una prudente distancia respecto a la pretensión de certeza; en vez de afirmar con tanta rotundidad “esto es así”, no nos vendría mal utilizar expresiones más adecuadas del tipo de “esto me parece así” o “puede que esto sea así”. Por principio prudencial, más allá de ir hasta el final con el escepticismo pirrónico, no parece que aprender a emplear estas expresiones en nuestra vida cotidiana nos cause mal alguno, puede que hasta nos resulte beneficioso. De hecho, Cicerón trata las enseñanzas de Pirrón como las de un moralista que trata de ayudarnos a mantener el control moral ante todo aquello que no podemos saber con certeza, y por tanto controlar absolutamente.

Puede que nos parezca una exageración llevar este tipo de afirmaciones al límite, pero  no era más que una invitación a no dejar que el escepticismo, aunque fuera un principio vital, te evitara disfrutar de la vida, y te paralizara

Un discípulo suyo, Timón de Fliunte, que era bailarín, tuerto y amante del vino, y no es que afirmemos que alguna de estas cosas le llevará por el camino del escepticismo, decía: me niego a afirmar que la miel sea dulce, pero puedo confirmar que me parece dulce. Esa actitud les llevaba a evitar caer en cualquier dogmatismo. Puede que nos parezca una exageración llevar este tipo de afirmaciones al límite, pero  no era más que una invitación a no dejar que el escepticismo, aunque fuera un principio vital, te evitara disfrutar de la vida, y te paralizara. Eran muy duros con aquellos que utilizaban la superstición para tratar de aprovecharse de la gente, y alguna de sus lecciones, como la que vamos a reflejar aquí de  Favorino de Arelate, filósofo escéptico del primer siglo de nuestra era, son igualmente relevantes hoy en día, dicho con toda la tristeza escéptica del mundo: esta especie de trucos y tunantadas ha sido ideada por gorrones y gente que se gana la vida con las propias mentiras. Todos éstos por el solo hecho de que algunos fenómenos terrestres como las mareas dependan de la luna, pretenden hacernos creer que también todos los asuntos humanos, sean grandes o pequeños, están gobernados por los astros. Pero a mí me parece tonto pensar que solo porque la luna hace subir un poco el nivel del mar, también  el pleito que uno entabla, por ejemplo, contra los vecinos por las tuberías para la distribución del agua, o con un coinquilino por una pared en común, pueda tener sus orígenes y dirección en el cielo.

Seamos un poco escépticos, comenzando por uno mismo,  para aprender a ser mucho más sabios, y un poco menos soberbios. No parece mal resultado para algo que no cuesta mucho, o quizá sí, dada la facilidad con la que nos comportamos como inocentes crédulos con aquello que deberíamos ser escépticos, y la dificultad para creer en aquello en lo que deberíamos confiar más a menudo.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”