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Carta a los Reyes Magos o cómo dejar de comportarnos como imbéciles en 2019

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 6 de Enero de 2019
Detalle del tapiz de 'La adoración de los Magos' (1901), de Edward Burne-Jones y Morris and Co.
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Detalle del tapiz de 'La adoración de los Magos' (1901), de Edward Burne-Jones y Morris and Co.

                                                             'He hecho esta carta más larga de lo usual porque no tengo tiempo para hacer una más corta'. Blaise Pascal.

Queridos Reyes Magos: Aunque no es común en un país dominado por la soberbia, no puedo sino comenzar mi anual misiva a sus majestades pidiendo disculpas, por alargarme más de lo habitual. En mi descargo por escribiros una carta más extensa, se encuentra la principal de las razones para eludir la brevedad en las cosas que de verdad importan, y que además no solo son necesarias, sino urgentes, no tengo tiempo. El tiempo se nos agota, en un año pasado que ha tirado por el sumidero tantas ilusiones de una convivencia que nos una, cambiándola por un desencuentro que cada vez nos divide más. Ungidos estos nuevos tiempos que  se nos avecinan, por una degradación e hipocresía moral que creíamos abandonada en el estercolero de la historia, aquí estamos, defendiendo aquellos valores de tolerancia, libertad, igualdad y democracia que creíamos nos pertenecían para toda la eternidad, y que observamos displicentes su caída, su menosprecio, uno a uno.

En mi descargo por escribiros una carta más extensa, se encuentra la principal de las razones para eludir la brevedad en las cosas que de verdad importan, y que además no solo son necesarias, sino urgentes, no tengo tiempo. El tiempo se nos agota, en un año pasado que ha tirado por el sumidero tantas ilusiones de una convivencia que nos una, cambiándola por un desencuentro que cada vez nos divide más

Soy consciente que escribir a seres imaginarios que representan lo mejor-convertir sueños en realidad- y lo peor que hay en nosotros- la hipocresía de disfrutar de lujos innecesarios mientras otros malviven en la miseria-, es una ilusión, pero no me cabe más remedio que lanzar esta carta al magma de las ilusiones que impregnan nuestra consciencia colectiva los primeros días del año, donde los fracasos son capaces de despertar propósitos de enmienda en nuestros adormecidos valores morales. Quizá en este maremágnum de ruido, de odio, de desprecio, de olvido, la magia, que nos hacía creer  en nuestra infancia que los regalos caían del cielo, y no de unos esforzados padres que se dejaban la piel, para que nos despertásemos un 6 de enero con una sonrisa en los labios, haga que de alguna manera funcione y despierte esa chispa de consciencia ética que aún conservamos, por arqueología vital, o por casualidad.

Solo os pido una cosa, queridos Reyes Magos, no diré que sencilla, ni simple, aunque sí barata e imprescindible: devolvernos nuestra consciencia, recordarnos algunas enseñanzas básicas de lo que representa ser humano, y recordarnos; que si queremos vivir junto a otras personas, que no dominarlas o poseerlas, unas cuentas cuestiones que atañen a eso que antaño llamábamos valores éticos, deberían ser meridianas. Comencemos por un preludio; somos seres libres, lo creamos o no, para actuar, para acertar, y para equivocarnos, por tanto, más nos vale aprender el arte de saber vivir, que no es sino forjar una fortaleza de carácter, impregnada de valores, no eternos, no exclusivos, pero sí firmes, es decir, aprender a comportarnos éticamente, con plena consciencia de la responsabilidad de nuestros actos, con nosotros mismos, y con los demás, que tan poco parecen importarnos.

Solo os pido una cosa, queridos Reyes Magos, no diré que sencilla, ni simple, aunque sí barata e imprescindible: devolvernos nuestra consciencia, recordarnos algunas enseñanzas básicas de lo que representa ser humano, y recordarnos; que si queremos vivir junto a otras personas, que no dominarlas o poseerlas, unas cuentas cuestiones que atañen a eso que antaño llamábamos valores éticos, deberían ser meridianas

Es la construcción del carácter lo que nos define: el hábito de comportarnos acorde a unos principios éticos, a pesar de las inclemencias sociales que a veces sufrimos por actuar como debemos. Ese hábito debe ser la guía de nuestras acciones, y no actuar irreflexivamente con la excusa de seguir meramente órdenes, tradiciones o impulsos. Y actuar de tal manera depende exclusivamente, de nuestras elecciones, de nuestra libertad, podemos hacer lo que nos dé la gana. Y podemos hacer lo que nos dé la gana porque, en las sabias palabras del filósofo existencialista Jean-Paul Sartre, estamos condenados a ser libres, a hacer lo que queramos, la diferencia entre escoger la vía ética o importarnos un carajo dejar el camino a nuestro paso lleno de cadáveres, es únicamente aceptar la responsabilidad de nuestros actos, tener consciencia de lo que implican nuestras decisiones.

Estamos condenados a tomar decisiones, o, como también sucede, no tomarlas, decidir dejar de responsabilizarnos por una situación que condena la bondad al estercolero de las virtudes, y que nos viste con la hipócrita mirada indiferente, o con el odio al diferente, que no deja de ser un odio que nos devuelve la mirada de las miserias propias. Un odio que desprecia, juzga, condena, al que no es como nosotros, por color de piel, creencias religiosas o carencias de ellas, por su forma de vivir la sexualidad, o por el dinero que posean, dado que curiosamente la cantidad de dinero que posee una persona parece ser inversamente proporcional al rechazo racista al color de su piel, o a su religión, o costumbres de cualquier tipo. Tristemente, queridos Reyes Magos, es la pobreza la que nos produce aversión, despreciamos a los pobres, y pretendemos salvar nuestra consciencia acordándonos en esta fecha que existen. Llevar un pobre a nuestra casa un día al año, para abandonarlos los trescientos sesenta y cuatro días restantes. Allá se queden con su ausencia de consciencia aquellos, que como decía el filósofo cordobés Seneca; En efecto, por lo que respecta a aquellos cuya atareada pobreza ha usurpado el nombre de riqueza, tienen su riqueza como nosotros decimos que tenemos fiebre, siendo así que es ella la que nos tiene cogidos.

Fernando Savater en su Ética para Amador cree, que básicamente, lo único que tenemos que hacer en la vida es no comportarnos como imbéciles, fácil de pedir, difícil de cumplir, visto lo visto. Nos comportamos como imbéciles según el filósofo vasco, cuando indolentes decimos que no queremos nada, que todo nos da igual. Igualmente imbécil es el que afirma que lo quiere todo, sin discriminar, o aquel que no sabe que quiere, ni le preocupa lo más mínimo esforzarse por saberlo, es el regusto de ir donde le lleva el rebaño su principal guía. Ni tiene criterio propio, ni se le espera. No menos imbécil es el que sabe lo que quiere, pero no muestra la menor fuerza de voluntad por conseguirlo, la indolencia es su credo. Pero no solo imbécil es el que peca por defecto, sino aquel que lo hace por exceso, y no mide ninguna consecuencia, propia o ajena, en sus acciones por apropiarse de aquello que tanto desea. Ser un imbécil no tiene que ver con el dinero que poseas, ni con el éxito que hayas alcanzado en la vida, no se trata de ser más inteligente o menos, se trata de tener consciencia, todo lo opuesto a la imbecilidad, de la que parece tenemos una epidemia últimamente.

Que la consciencia moral, crear hábitos, es imprescindible para guiarnos en el laberinto de la vida, que alcanzar la felicidad, una vida buena, que no tiene nada que ver con el éxito o el dinero, necesita de esfuerzo, en no sentirse nunca impasible ante la injusticia, y aprender que herir a los demás termina siempre por herirnos a nosotros mismos.

Queridos Reyes Magos, por eso os pido, con toda la humildad del que no espera nada, pero está decidido a luchar por todo, que nos ayudéis a tener consciencia, que es el único antibiótico que nos cura de la imbecilidad; porque vivir correctamente es darnos cuenta de que las personas importan, que la coherencia entre nuestros valores y nuestros actos nos definen, y marcan la diferencia entre la indiferencia al otro, o que en verdad nos importe. Que la consciencia moral, crear hábitos, es imprescindible para guiarnos en el laberinto de la vida, que alcanzar la felicidad, una vida buena, que no tiene nada que ver con el éxito o el dinero, necesita de esfuerzo, en no sentirse nunca impasible ante la injusticia, y aprender que herir a los demás termina siempre por herirnos a nosotros mismos. Ayudadnos a tomar consciencia de lo importante que es tomarnos en serio nuestra responsabilidad, y no dejar que ni las costumbres, ni las órdenes, ni los deseos, tomen las decisiones correctas por nosotros, sin una reflexión crítica, impulsada por nuestra consciencia.

Poseemos consciencia porque somos libres, tenemos instintos sí, pero somos mucho más, aunque a veces lo olvidemos, y es la consciencia de la libertad de nuestros actos la que activa esos remordimientos que tanto empeño ponemos en ignorar, cuando sabemos que actuamos mal, cuando sabemos que nos guía el egoísmo, que nos valemos de la mentira para conseguir lo que de otra forma no podríamos. Somos responsables de nuestros actos, aunque siempre tengamos una excusa a mano; me pudo el impulso, solo obedecía órdenes, no tuve opción. Siempre hay opción de actuar correctamente, lo que no estamos es dispuestos a pagar el precio por hacerlo, por egoísmo, puro y simple. Siempre habrá tiempos difíciles que nos pongan a prueba, no dejamos de ser marionetas del azar, de la amoral naturaleza del universo, al que importamos lo mismo que a nosotros las motas de polvo que sacudimos de nuestras chaquetas para limpiarlas.

Queridos Reyes Magos, ahí está la clave, no le importamos al universo, pero sí nos importamos a nosotros mismos, y deberían impórtanos otras personas, a las que queremos, pero también aquellas a las que no conocemos. Si cuando estás sufren nosotros sufrimos, si cuando están felices somos felices, poseemos el mayor de los bienes de los que nos dota la naturaleza; la empatía. Ponernos en lugar del otro, no solo del que amamos, también del que despreciamos o ignoramos, es el corazón de todo comportamiento ético. La simpatía, la compasión, por el otro, incluso aquellos que en su momento consideramos enemigos, es lo que nos hace seres humanos; sentir que nos importe el sufrimiento ajeno, que anhelemos la felicidad reflejada en los ojos de aquellos que sin conocer, nos incumben, porque son como nosotros, motas de polvo a la deriva de un universo indiferente, porque ser humano, es como decía Tomás Moro en su Utopía; suavizar lo más posible las penas de los otros, hacer desaparecer la tristeza, devolver la alegría de vivir, es decir: el placer.

Queridos Reyes Magos: ¿es mucho pedir?

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”