La canción más dañina

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Jueves, 1 de Octubre de 2015
John Lennon y Yoko Ono.
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John Lennon y Yoko Ono.

Cuestiones Trascendentales, capítulo 38: ¿cuál es la canción más dañina de la historia? Vale, vale, no se me amontonen, no empiecen a soltar nombres a lo loco, que esto es más serio de lo que parece. No se trata de canciones estúpidas o malas de solemnidad, ni tampoco de las que han llevado a algunos merluzos a encender el mechero en un concierto, con el evidente riesgo, como apunta mi amigo Óscar, de quemar el local, sino de temas que nos hayan hecho daño metal, psíquico. ¡Son cosas distintas, reflexionen un poco antes de hablar, hombre, por favor!

Porque sería muy fácil citar canciones zafias, horteras, mal hechas o vulgares, categorías en las que se encuadran, por ejemplo, la Bomba de King África, el Tractor amarillo de Zapato Veloz, Ellos las prefieren gordas de la Orquesta Mondragón o la discografía completa de Siempre Así. Propone mi colega Tinín, siempre certero, que deberíamos contar con una Ley de Seguridad Musical para protegernos contra esos engendros, una herramienta que nos permitiera encerrarlos en algún penal aislado y remoto y tirar la llave al fondo del mar.

Pero esa es otra historia. Todas las mencionadas son canciones compuestas sin ningún tipo de pretensiones. O eso espero, porque de tenerlas, yo perdería definitivamente mi fe en el género humano. Son inofensivas salvo en fiestas patronales, ferias, bodas y demás saraos. Ahí es obligatorio escucharlas, lo cual, las más de las veces, nos sume a las personas sensibles en lúgubres reflexiones sobre lo cortos que se quedaron Pol Pot y dictadores de su calaña.

Aun así, las hay peores. Son las canciones con ínfulas, las que se compusieron con el deseo de trascender, de quedarse para siempre en el Olimpo de las Grandes Canciones de la Humanidad. Hacen mucho más daño precisamente porque tienen esa aureola. En ese saco no caben cancioncillas repugnantes pero nimias como El blues de lo que pasa en la escalera, que habría merecido que a Sabina se le presentaran en su casa dos guardias civiles con orden de detención inmediata. Y a Rosendo también, por cómplice. Nótese que no he incluido a Sabina en el grupo de Siempre Así o Zapato Veloz porque él sí es respetado por un público numeroso y tiene miles de seguidores que, por razones que me resultan incomprensibles, le idolatran.

Sabina, por tanto, figuraría en una categoría intermedia. Como su propio personaje, sus canciones son un quiero y no puedo, no tienen entidad suficiente para dañar. Sí la tiene, por el contrario, una oda épica y machacona que en su día nos martirizó no sólo en fiestas patronales, sino en cualquier garito en el que metiéramos la cabeza. Me refiero, señoras y señores, a The final countdown, esa píldora de heavy metal light (y ustedes perdonarán la etiqueta tan cutre que me acabo de inventar) aderezada con sintetizadores y perpetrada por unos tipejos llamados Europe que se pasaban más tiempo en la peluquería que en el local de ensayo. The final countdown es dañina porque quienes la crearon pensaron realmente que estaban ante una Gran Canción, ante la Canción con Mayúsculas, una obra de arte que recordarían las generaciones venideras. Por desgracia puede que la recuerden, pero para nada bueno.

Hablando de épica de a 0,60 no podemos dejar de mencionar a Queen. A lo largo de su carrera, esos individuos han hecho un montón de bazofia y ponerse a escarbar en ella para escoger lo peor es demasiado asqueroso para intentarlo siquiera. Pero probablemente su más dañina composición es We are the champions, un himno que se ha extendido por todo el mundo como una plaga mortal y que canturrean sin excepción todos los que han ganado una competición deportiva, sea cual sea el nivel de ésta. Vale la final de un Mundial de fútbol, pero también un torneo de aficionados de pádel. Entre los que la braman hay muchos Machos Alfa que probablemente desconocen que, en su origen, el tema de marras tiene una clara connotación gay. No se sorprendan tanto, queridos. Si estaba ahí detrás Freddie Mercury, era algo que podía pasar.

Una canción puede ser buena y, pese a ello, resultar muy dañina. Fundamentalmente por repetición, por saturación. Hasta los que no tenemos ni pajolera idea de cómo se toca una guitarra hemos aprendido los acordes básicos de Smoke on the water, de Deep Purple. Un dato confirmado: en una tienda de instrumentos de Estados Unidos, los propietarios tuvieron el acierto de poner un cartel advirtiendo a los polluelos que entraban allí y probaban sus guitarras que quedaba totalmente prohibido tocar el Smoke on the water. Lo bueno cansa.

Esa misma máxima se le puede aplicar a Hotel California, de los Eagles, que en su parte final tiene una sucesión de punteos que casi todos hemos memorizado, o hasta el Starway to heaven, de Led Zeppelin, que es una maravilla pero que ha terminado agujereando muchos cerebros porque parece que no hay manera de evitarla. Es como pasó con el Louie Louie de The Kingsmen en el Malasaña de finales de los ochenta. Doy fe: todos los grupos garajeros que tocaban en los muchos locales que había por entonces en ese célebre barrio madrileño estaban prácticamente obligados a versionarla. Si no, corrían el riesgo de acabar en el pilón.

Ahora bien, si me preguntan cuál es, en mi opinión, la canción más dañina de la historia, me decanto sin dudarlo por Imagine, de John Lennon. Un sujeto del que no voy a negar que compuso cosas realmente brillantes y geniales en su etapa con los Beatles (Help! o In my life, por citar sólo dos) pero que después, y puede que por influencia de todos los que decidieron adorarlo sin reservas hiciera lo que hiciera, se nos puso intenso y empezó a hablarnos continuamente de la paz en el mundo, el amor entre los seres humanos y cuestiones por el estilo, ya fuera metido en la cama de un hotel (ironía entre las ironías: él mismo, años antes, afeó la conducta de quienes pretendían hacer la revolución sin mover un dedo) o enseñando el culo junto a su esposa, en una suerte de competición para ver quién lo tenía más feo.

Cantaron Def con Dos que la culpa de todo la tenía Yoko Ono, y con esa parte se quedó la mayoría de la gente. Pero fíjense en la frase en su totalidad: “La culpa de todo la tiene Yoko Ono y el espíritu de Lennon que le sale por los poros”. ¿Culpable, ella? Una bendita, eso es lo que fue, aguantando día tras día a un santurrón de tres al cuarto que aprovechaba la menor ocasión para pontificar sobre lo divino y lo humano.¡¡ Cómo se echó a perder el tal Lennon, qué lástima de hijo!!

Imagine se gana el título de Canción Más Dañina porque han pasado más de cuarenta años desde que se publicó y sigue sonando en todos y cada uno de los actos multitudinarios en los que se invoca la paz, a menudo acompañada por suelta de palomas y símbolos de ese cariz. Al Papa se la cantaron el otro día y creo que fue Shakira quien lo hizo, pero prefiero no comprobarlo porque me puede sentar mal el desayuno. Imagine ilustra, todavía hoy, todos esos reportajes televisivos sensibleros (y manipulados, y dirigidos) en los que se dibuja un futuro esplendoroso a poco que nos pongamos a ello, pero no se dice que si las cosas están como están es por culpa de unas sabandijas miserables contra los que nos deberíamos rebelar.  Es probable que no fuera ésa la intención de su autor, pero ahora mismo, Imagine es la canción del corderito manso camino del matadero. Y de eso nada, hasta ahí podríamos llegar. Antes que a Lennon, yo invoco a Peter Tosh: “No quiero paz, quiero igualdad de derechos y justicia”.

 

Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).