La avaricia rompe el saco
Todos hemos imaginado alguna vez que nos tocaba el gordo de la lotería y nos convertíamos en millonarios de la noche a la mañana. No me refiero a ese tipo de premio que sirve para saldar deudas, no, más bien hablo de esa cifra que nos coloca en una élite social privilegiada y que cambia completamente nuestra vida.
Varios estudios realizados recientemente ponen de manifiesto que nada menos que el 75 % de los premiados, cinco años después, son más pobres que antes de esa fecha
Varios estudios realizados recientemente ponen de manifiesto que nada menos que el 75 % de los premiados, cinco años después, son más pobres que antes de esa fecha. En mis años como reportero de Andalucía Directo tuve la suerte de entrevistar a los agraciados de una importante cantidad de dinero en la lotería un año después de recibir el dinero y me sorprendió ver que solo aquellos que seguían viviendo de la misma manera habían conseguido conservar algo de la fortuna, mientras que el resto, tras pagar hipotecas, coches y algún que otro lujo no solo no estaban mejor sino que sentían el premio como una condena porque aseguraban haber perdido amigos, familiares y la mayor parte del dinero.
La verdad es que gestionar una gran cantidad monetaria es harto compleja; sino, que se lo digan a Michael Jackson quien llegó a tener, según la revista Forbes, una fortuna cifrada en 500 millones de dólares, fue el artífice de algunos de los mayores éxitos de la música mundial durante años, y en 2003 sus ex asesores financieros comunicaron la quiebra del cantante y que era incapaz de hacer frente a las deudas. Falleció seis años después sin haber conseguido recuperar tal fortuna.
No es el único. Todos recordamos el caso de Lola Flores, quién fue condenada por un delito contra la Hacienda Pública y pidió una peseta a cada español para poder asumir la multa. Tanto Rosario Flores como su hermana Lolita han confirmado que el legado que les dejó estaba plagado de deudas que tuvieron que arrastrar durante años.
Y el común de los mortales, con nuestros problemas para llegar a fin de mes, nuestros sueldos mileuristas y nuestras hipotecas inacabables nos planteamos cómo es posible llegar a tener 500 millones y quedarte sin nada cuando esa cifra sería suficiente para que vivieran toda la vida sin trabajar cientos de personas. Claro, que nuestras conjeturas no están basadas en la experiencia
El mismo Donald Trump, flamante presidente de los Estados Unidos, se tuvo que declarar seis veces en bancarrota y otro mandatario histórico del país norteamericano, Abraham Lincoln, lo hizo en dos ocasiones. Walt Disney, Johnny Deep, Francis Ford Coppola, Mike Tyson, Ana Torroja, Terelu Campos, José María Ruiz Mateos, Arancha Sánchez Vicario, Joaquín Cortés… La lista de personalidades que fueron millonarias y se quedaron prácticamente sin nada es larga, casi interminable, lo cual pone de manifiesto con claridad lo complicado que es mantener la fortuna, mucho más, sin duda, que alcanzarla.
Y el común de los mortales, con nuestros problemas para llegar a fin de mes, nuestros sueldos mileuristas y nuestras hipotecas inacabables nos planteamos cómo es posible llegar a tener 500 millones y quedarte sin nada cuando esa cifra sería suficiente para que vivieran toda la vida sin trabajar cientos de personas. Claro, que nuestras conjeturas no están basadas en la experiencia.
Hay una estupenda película española titulada «El concursante», protagonizada por Leonardo Sbaraglia, en la que el personaje principal es un profesor de historia de la economía que consigue en un programa de televisión un premio valorado en tres millones de euros, distribuido entre coches de lujo, un avión, una mansión y otros bienes materiales. Teniendo en cuenta que no recibe un euro, se encuentra con que debe pagar impuestos por todo ello y eso le obliga a ir malvendiéndolo y perdiendo incluso su patrimonio personal.
El sistema está establecido para que el dinero fluya siempre entre las mismas manos y cuando alguien consigue filtrarse en este grupo de privilegiados tendrá que hacer frente a la experiencia de los otros para evitar que le quiten su fortuna. Así, el trabajo de conservarla es inútil si no se lucha por multiplicarla: o apuestas el doble o te quedas sin nada y la mayoría de las veces ocurre esto último
El sistema está establecido para que el dinero fluya siempre entre las mismas manos y cuando alguien consigue filtrarse en este grupo de privilegiados tendrá que hacer frente a la experiencia de los otros para evitar que le quiten su fortuna. Así, el trabajo de conservarla es inútil si no se lucha por multiplicarla: o apuestas el doble o te quedas sin nada y la mayoría de las veces ocurre esto último.
Es también la evidencia de que el dinero llega tan fácilmente como sale y que en el camino no nos impregna de felicidad sino de ratos de bienestar.
Nos confundimos. Creemos que la felicidad es el momento en el que nos regalan el coche o la casa de nuestros sueños o cuando obtenemos el trabajo idóneo para nosotros, pero en realidad eso no es más que bienestar pasajero y, cuando se marcha, lo que queda es malestar.
¿Y entonces es posible alcanzar la dicha? Seguramente esa pregunta, que es la más importante que un ser humano se pueda hacer, debe ser respondida personalmente por cada uno de nosotros, pero lo que está preclaro es que los bienes materiales, las cosas que nos rodean, todos los sueños que enfocamos en obtener más artículos, más lujos, más… jamás podrán ayudarnos a llegar a un estado de felicidad continuada.
La mayoría de la gente se queda aquí y considera que el mundo es como es y no admite más que esos instantes efímeros de paz, de alegría o de entusiasmo y que es inútil caminar hacia la felicidad; sin embargo, hay un pequeño grupo de personas que decide investigar por su cuenta, indagar, cambiar de estrategias, de caminos, con el fin último de descubrir por si mismos la respuesta a la cuestión de si es factible alcanzar la dicha. Claro que esos individuos no tienen por qué ser millonarios, es más, posiblemente no lo son, ni les importa nada el dinero, porque están centrados en las claves que les han conducido a algo muchísimo más importante aunque obtenga muy poco reconocimiento social.
El «tanto vales cuanto tienes» que impera en nuestra sociedad solo sirve de cara a los demás, a la galería, a que nuestro entorno nos aplauda y nos dé palmadas en la espalda, pero nunca sirvió, ni sirve ni servirá para que cada uno de nosotros, en la soledad de la noche antes de ir a dormir, nos sintamos felices y orgullosos de lo que somos.