'El arte y la superación de la tristeza'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 9 de Octubre de 2022
wallpapertip.com
'Nos libramos del humillante apremio de la voluntad, celebramos el Sabbath de los trabajos forzados del querer'. Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación.

Arthur Schopenhauer es uno de los pesimistas más cenizos de la historia del pensamiento. Eso que no quiere decir que frente al absurdo del optimismo banal de los Mr. Wonderful de turno, su estoico, y algo cínica filosofía, no nos ofrezca brillantes reflexiones que nos mantengan en un precario, pero necesario equilibrio, entre los adalides de “todo es un asco” y “todo se va a ir al carajo”,  y los paladines de “en qué mundo más maravilloso vivimos” y “todo va a salir bien”. Si dejamos de lado algunos aspectos más que discutibles de su carácter, como su deplorable misoginia, y nos centramos en algunas reflexiones que pueden ser útiles para nuestro día a día actual, y nuestra comprensión de eso que hemos venido a llamar arte y su función en el mundo, algo de beneficio podemos sacar de las enseñanzas de nuestro gruñón filósofo.

Vivimos anclados en un querer que nos obliga continuamente a sobrepasar los anhelos de nuestros deseos, y si a éstos les da por cumplirse, no paramos ahí, siempre deseamos lo siguiente, hasta el infinito, y eso únicamente puede llevar a una debacle de decepciones permanentes

Sus consideraciones metafísicas, de las que ahora hablaremos brevemente, inspiradas por Kant, y aderezadas por la influencia del budismo oriental y el idealismo platónico, se pueden resumir de manera muy sencilla: el mundo es un asco, y el estado natural del ser humano es la angustia y tristeza, ante una realidad que nos supera y nos deprime constantemente. Vivimos anclados en un querer que nos obliga continuamente a sobrepasar los anhelos de nuestros deseos, y si a éstos les da por cumplirse, no paramos ahí, siempre deseamos lo siguiente, hasta el infinito, y eso únicamente puede llevar a una debacle de decepciones permanentes.

La realidad en la que vivimos se encuentra sometida a dos aspectos; la Voluntad, que es una especie de fuerza ciega que se encuentra en todo lo existente, desde la gravedad, hasta aquello que entendemos como el mundo vegetal y animal, todo lo que se desarrolla y crece. Es, para entendernos, la fuerza de la Naturaleza, lo verdaderamente real. La representación, es el mundo tal y como el ser humano es habitualmente capaz de experimentar la realidad. Nuestra mente organiza, al estilo kantiano, nuestras percepciones, y las ordena para poder dar sentido y manejarnos en este entorno representado, lo incognoscible origen de las percepciones es lo que Kant llamaba cosa en sí. El Mundo como voluntad solo puede ser experimentado indirectamente, a través de nuestras acciones cuando queremos algo (o a través del arte como veremos más detalladamente). Esa fuerza, ese querer, sea humano o sea el de la naturaleza, es ciego, no tiene propósito alguno, es una fuerza, una energía que está ahí. Y en tanto seres humanos formamos parte de esta fuerza sin sentido. Experimentar ese sinsentido es un camino existencial a la angustia y a la tristeza, pero hay estrategias para superarlo.

El arte, por el contrario, trasciende ese mundo fenoménico y causal. Ese mundo de las ideas, al que el arte nos permite acceder a través de la experiencia estética, no se alcanza por la abstracción de las formas individuales de nuestro mundo, sino que es la intuición de la voluntad, su objetivación inmediata, la que nos permite alcanzarlas

Tres estrategias pueden salvarnos de esta tristeza a la que estamos aparentemente condenados como seres humanos; la moral: que es un saber más elevado que el que produce el intelecto y la razón. La moral se basa en el sentimiento de la piedad, en la compasión, que no es sino el sentimiento que nos susurra al oído, queramos escuchar este susurro o no, y nos dice que en el fondo todos los seres humanos somos iguales, y por tanto, sufrimos por igual. La segunda es el ascetismo: la liberación de las ilusiones de la realidad, donde se ve claramente la influencia del budismo. Una metafísica occidentalizada de la nada a la que aspira el sabio budista en su afán por alcanzar el nirvana. La negación de toda cadena causal que nos ata al mundo físico. Pero no desbarraremos en exceso con toda esta mística filosófica y religiosa, que lo que en este texto nos interesa especialmente es la tercera estrategia para superar, aunque sea únicamente en las  pausas y sabbaths de nuestra ajetreada vida, esa tristeza existencial, el arte: Platón, la tercera gran influencia, junto a Kant y el budismo, de Schopenhauer, afirmaba la existencia de un mundo de las ideas, donde existían los objetos puros y eternos, a cuya imagen se moldeaban las degradadas versiones de las que disponemos en nuestro mundo material, en nuestra realidad. De este mundo, afirma Schopenhauer, se modelan todos los seres individuales del mundo fenoménico.  La ciencia que se encuentra anclada a las formas de espacio, tiempo y causalidad, y por tanto encadenada a ese mundo fenoménico, nos pone en contacto con los objetos individuales de la experiencia.

La música es, pues, en tanto el arte en su forma más elevada, una forma de filosofía que nos permite vislumbrar la verdad del mundo, pero sin el anclaje racional, sino a través de una especie de intuición pura, misteriosa, que no terminamos de comprender racionalment

El arte, por el contrario, trasciende ese mundo fenoménico y causal. Ese mundo de las ideas, al que el arte nos permite acceder a través de la experiencia estética, no se alcanza por la abstracción de las formas individuales de nuestro mundo, sino que es la intuición de la voluntad, su objetivación inmediata, la que nos permite alcanzarlas. Nos olvidamos de nuestra individualidad, brevemente, de nuestras cadenas del espacio, del tiempo y de la causalidad, y nos revela la verdadera naturaleza del mundo, en palabras del filósofo alemán su esencia íntima. Una esencia que se encuentra oculta más allá de nuestra cotidiana percepción. Especialmente es desvelada por la música, la más elevada de las artes, que se hace interprete de la más elevada sabiduría en una lengua que ella misma no comprende. La música es, pues, en tanto el arte en su forma más elevada, una forma de filosofía que nos permite vislumbrar la verdad del mundo, pero sin el anclaje racional, sino a través de una especie de intuición pura, misteriosa, que no terminamos de comprender racionalmente.

Suspendida nuestra inagotable hambre de deseos, que nunca podremos satisfacer plenamente, perdemos la conciencia de nosotros mismos, y vislumbramos, brevemente, ese nirvana budista que tanto admiraba Schopenhauer

La voluntad, esa fuerza ciega, puede ser suspendida a través de la experiencia estética, ya que no estamos encadenados a esa obsesiva manía de preguntar por la utilidad que tiene todo aquello que experimentamos. Sencillamente disfrutamos del goce de lo artístico. No nos detenemos en motivos que nos lleven a actuar, de tal o cual manera, y suspendemos nuestra maquinaria obsesiva de deseos. Esa suspensión de la energía de la voluntad tranquiliza nuestro corazón, de tanto desvelo y preocupación vital, y causa un gran alivio existencial. Esas ideas arquetípicas platónicas, eternas e inmutables, pueden ser experimentadas a través del arte. Suspendida nuestra inagotable hambre de deseos, que nunca podremos satisfacer plenamente, perdemos la conciencia de nosotros mismos, y vislumbramos, brevemente, ese nirvana budista que tanto admiraba Schopenhauer.

El artista será más genio en tanto más capacidad tiene para intuir esa idea eterna e inmutable, y transmitirla al común de los mortales

El artista será más genio en tanto más capacidad tiene para intuir esa idea eterna e inmutable, y transmitirla al común de los mortales. El verdadero artista no sucumbe al mundo de la conceptualización, se deja guiar por la intuición que le permite dar forma concreta a su obra, y canalizar esa elusiva intelección de ese mundo, más allá de la representación en la que vivimos. Lo bello y lo sublime, unicornios artísticos del romanticismo, caen al alcance tan solo del verdadero artista. El genio artístico es dos terceras partes intelecto y una tercera parte voluntad, al contrario que el resto, lo que le permite alcanzar cierta independencia de la voluntad en la manifestación de su obra, con una percepción pura, que arrebate el objeto, en su contemplación estética, al dominio de la voluntad.

Los personajes trágicos son simbólicos de esa voluntad que los arrastra más allá de su voluntad, y nos muestra a través de la aceptación de su destino, el camino de la moral para sobrevivir a lo aciago: renunciar al querer, resignarse al malogrado destino, permitir que la voluntad pueda anularse a sí misma

Schopenhauer nos ofrece una graduación de las artes según lo que considera niveles de tosquedad o sutileza: tenemos la arquitectura que proyecta las Ideas de los materiales: gravedad, cohesión, rigidez, dureza. Paralelamente describe las obras artísticas diseñadas como fuentes, y la experiencia estética que nos proporcionan los estanques y las cascadas; las Ideas de fluidez, transparencia, movimiento, se manifiestan en nuestro mundo representado y se nos hacen presentes. Justamente lo contrario es lo que se manifiesta en la pintura y en la escultura, especialmente cuando los objetos representados son los seres humanos o los animales. Si hay representación en ambas artes de algún momento histórico, o mitológico, lo que importa es la simbolización de la idea universal que subyace detrás. La Poesía, lo sublime y bello de su lenguaje es un arte superior a los anteriores y nos pone en contacto con el carácter y las emociones en su vertiente también universal. Todo ser humano batalla con las representaciones particulares, el artista es capaz de hacernos elevar la mirada a lo universal de estas emociones y permitirnos reflexionar sobre ellas. La tragedia es la más elevada forma artística del lenguaje poético; en ella se sublima toda esa tristeza inherente al destino humano; los deseos insatisfechos, las oscuras lagunas del corazón humano, las penas que nos hieren y afligen como agujas que laceran nuestro corazón. Los personajes trágicos son simbólicos de esa voluntad que los arrastra más allá de su voluntad, y nos muestra a través de la aceptación de su destino, el camino de la moral para sobrevivir a lo aciago: renunciar al querer, resignarse al malogrado destino, permitir que la voluntad pueda anularse a sí misma.

La música es la más elevada de las artes. Si el resto de artes que se encuentran escalones por debajo de la jerarquía, permite ese acceso intuitivo, esa intelección de ideas concretas en su universalidad, la música es capaz de englobar a todas ellas

La música es la más elevada de las artes. Si el resto de artes que se encuentran escalones por debajo de la jerarquía, permite ese acceso intuitivo, esa intelección de ideas concretas en su universalidad, la música es capaz de englobar a todas ellas. No es una copia de Ideas, es copia de la Voluntad en toda su sublime manifestación: la música en su conjunto es la melodía cuyo texto es el mundo, afirma. La música nunca expresa el fenómeno, sino solo la esencia íntima, “en sí” de todo fenómeno, la voluntad misma. Como hemos dicho con anterioridad, es ni más ni menos que una manera de filosofar. Captamos las emociones directamente y en su mayor pureza, sin hechos empíricos que las contaminen. Capta nuestra intimidad y la intimidad del mundo. Schopenhauer en su reflexión sobre la música lo explica: es debido a que trasciende nuestro egoísmo subjetivo, rompe las cadenas de la utilidad y los deseos destructivos, y por un instante, solo un instante, saboreamos la comunión con otros seres, que en el fondo no dejan de ser tristes despojos de la voluntad arrastrados a un lado y otro de la realidad.

Si la tristeza y la angustia dominan tu vida, y no ves nada claro las otras dos estrategias para sobrevivir a ellas, la moral y el ascetismo, por la dureza y el abandono de lo mundano que implican (Schopenhauer nunca predicó con el ejemplo en ninguna de esas dos estrategias, todo sea dicho), déjate llevar de vez en cuando por la música y demás artes; olvida tus problemas, miserias, deseos y demás cosas que te atan a los problemas cotidianos. Olvídate de desear cualquier cosa y disfruta de la experiencia estética. No atravesaras el desierto existencial que es tu vida, pero encontraras oasis donde refrescarte de tanta angustia y tristeza, y reposar. En ocasiones tan solo eso es suficiente para encontrar fuerzas y continuar la jodida travesía vital a la que estamos abocados, por el mero hecho de haber nacido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”