Somos la causa de nuestra felicidad, también de nuestra tristeza
Desde Aristóteles, se recurre a la idea del hombre como un ser teleológico cuyo fin último es la búsqueda de la felicidad. Aunque, dependiendo del momento histórico varía el bien o bienes que la provocan, existe una constante y es que la felicidad tiene que ver con un estado anímico que se siente independientemente de los posibles bienes o males externos; la felicidad no es reducible a ningún fin particular, forma parte del entendimiento; no es el fin de ningún impulso, sino que implica un trabajo intelectual. La felicidad viene determinada más por un estado mental, tiene que ver sobre todo con nuestra forma de percibir una situación, con lo satisfecho que nos sentimos con lo que tenemos, con disfrutar de lo que el día nos ha deparado más que por acontecimientos externos, éxito o consecución de bienes. Es, ante todo, una actitud, una satisfacción interior.
Pero este estado mental es una meta alcanzable mediante una disciplina interna que transforma nuestra actitud y la forma de enfocar nuestra vida. Como nos recuerda Spinoza, el hombre puede ser la causa de su felicidad y también de su tristeza. Se requiere un entrenamiento de la mente entendiendo ésta no solo como capacidad cognitiva o intelectual sino como algo más amplio que incluye las emociones; entendido como lo hace el término tibetano “ Sem” que se traduce como Psique o espíritu y que comprende cerebro y corazón, entendimiento y sentimiento.
La idea de entrenar la mente para alcanzar la felicidad es real gracias a la plasticidad de nuestro cerebro. Si bien hay una serie de pautas de comportamiento innatas que vienen determinadas genéticamente para preservar nuestra supervivencia, nuestro cerebro también es capaz de generar nuevas respuestas en función de las nuevas informaciones y experiencias que registra. Podremos sustituir nuestros condicionamientos negativos por otros condicionamientos positivos con la formación de nuevos circuitos neuronales.
La búsqueda de felicidad de cada uno lejos de ser un acto egoísta produce beneficios para el conjunto de sociedad. Ya para Benthan, la mayor felicidad de la mayoría era la medida de lo bueno; cuanto mayor sea la felicidad de cada uno de nosotros, mayor será la felicidad de la comunidad. En la actualidad, muchas son las investigaciones que ponen de manifiesto como las personas más felices son más creativas, sociables, capaces de tolerar las frustraciones, empáticas y compasivas. Así que empecemos con nuestro aprendizaje personal para crear un mundo mejor.
Para empezar, tendremos que dejar de basar nuestros sentimientos de satisfacción en las comparaciones ya que siempre habrá alguien más inteligente, atractivo, con más éxito y dinero , etc… que nosotros y esta actitud solo servirá para alimentar la envidia, la rabia, la frustración y otros sentimientos negativos que nos reportarán infelicidad.
Si olvidamos las comparaciones y nos centramos en apreciar de forma positiva nuestras circunstancias; nos alegramos y agradecemos a diario las cosas buenas de las que disfrutamos, salud, amigos, familia, alimentos,... lograremos un estado mental de serenidad que favorece los sentimientos positivos y nos aportarán felicidad.
El budismo, recomienda dejar de desear porque si no lo hacemos y persistimos en esta actitud, tarde o temprano aparecerá un deseo que no podremos alcanzar y nos propone en su lugar un método mucho más fiable de alcanzar la felicidad : querer y apreciar lo que poseemos. La felicidad que se centra en bienes o situaciones que provocan placer es una felicidad muy inestable pues esos objetos o situaciones externas ajenas a uno mismo pueden estar un día y desaparecer al siguiente; mientras que el estado de ánimo y la actitud positiva es algo interno que forma parte de nosotros mismos y puede perdurar aunque las circunstancias se vuelvan adversas.
Cuando vayamos a tomar una decisión, pensemos en las consecuencias a corto y largo plazo y reflexionemos si nos provocarán placer o felicidad, el placer es algo pasajero mientras que la felicidad genera la alegría de vivir; el placer aporta sensaciones positivas a corto plazo y la felicidad es una forma de afrontar la vida y es duradera. No nos debe extrañar que muchas veces, al elegir la opción correcta, debamos renunciar al placer; la inteligencia emocional contempla la habilidad de dilatar en el tiempo la recompensa en lugar de buscar su inmediatez.
Si interiorizamos que las emociones y los comportamientos negativos nos perjudican mientras que los positivos generan bienestar, fortaleceremos nuestra decisión de cultivar los últimos y alejar de nosotros los primeros. El budismo reconoce el principio de causalidad y nos recomienda que, si queremos que no se repita una situación indeseable, debemos evitar aquellas circunstancias y las causas que la provocaron; y si se desea la felicidad, buscaremos que vuelvan a darse las causas que en otro momento nos la proporcionaron.
Identificar y cultivar los estados mentales positivos, así como identificar y evitar los negativos requiere un entrenamiento constante y diario; necesitaremos tiempo para que el cambio se produzca en nosotros; no ocurrirá de la noche a la mañana pero el esfuerzo merece la pena.