Capítulo III: 'Un indiano sin palmera'
A principios de diciembre de 2018 encontré en FamilySearch.org, la plataforma sobre genealogía de los mormones, el excepcional documento que hoy comparto con vosotros: un listado de pasajeros del vapor Río Uruguay, desembarcados en el puerto uruguayo de Fray Bentos el 25 de mayo de 1913, entre los que figuraba un joven jornalero español, mi bisabuelo, Salvador Labrac Escudero (1892-1956). La ciudad de Fray Bentos, capital del departamento de Río Negro, se encuentra situada a orillas del río Uruguay, uno de los cursos de agua más importantes de América del Sur, padre del Río de la Plata junto al Paraná.
Siempre nos contaron que el bisabuelo había sido emigrante en la Argentina, pero desconocíamos su estancia en el “paisito” de Pepe Mujica, Mario Benedetti o Eduardo Galeano
Salvador, natural de la localidad granadina de Colomera, llegó ese día de 1913 a la República Oriental del Uruguay, procedente de Buenos Aires, la capital de la República Argentina. Siempre nos contaron que el bisabuelo había sido emigrante en la Argentina, pero desconocíamos su estancia en el “paisito” de Pepe Mujica, Mario Benedetti o Eduardo Galeano.
La relación de viajeros contiene un dato erróneo: la edad de Salvador Labrac. No tenía 24 años cuando llegó al Uruguay. Le faltaban cinco meses para cumplir los 21, ya que había nacido el 15 de octubre de 1892, coincidiendo con el cuarto centenario del mal llamado descubrimiento de América. Evidentemente, aquello no fue una errata. Según la legislación uruguaya de la época, al arribar al país oriental, mi bisabuelo era menor (la mayoría de edad estaba fijada en los 21), por lo que fingió ser algunos años mayor para, probablemente, estar en condiciones de conseguir mejores oportunidades laborales.
La experiencia americana no le salió bien y volvió pronto a España, de polizón en un barco porque le habían robado todo el dinero. Salvador fue un indiano pobre, que no regresó cargado de oro y que no pudo construir la típica casona con palmeras a las afueras de Granada
La experiencia americana no le salió bien y volvió pronto a España, de polizón en un barco porque le habían robado todo el dinero. Salvador fue un indiano pobre, que no regresó cargado de oro y que no pudo construir la típica casona con palmeras a las afueras de Granada. La historia le deparó otro destino mucho más prosaico, sin palmeras y sin oro: el mostrador de la tienda de comestibles del número 20 de la calle Parrilla.
Antes de convertirse en propietario de aquel pequeño negocio, mientras Europa se desangraba en la I Guerra Mundial, el muchacho comenzó a trabajar de dependiente en varios ultramarinos del centro de la ciudad de la Alhambra, implicándose activamente en el movimiento obrero y siendo elegido, en enero de 1918, segundo vocal de la Junta del Gremio de Coloniales y Ultramarinos de la Asociación de Dependientes de Comercio. La Asociación, una especie de sindicato embrionario, de carácter reformista y progresista, destacaba por sus habituales denuncias del caciquismo imperante en los viciados procesos electorales de la Restauración Borbónica.
Poco tiempo después, el 25 de marzo de 1920, Salvador se casó con una paisana, mi futura bisabuela, la también colomereña Encarnación López Valverde (1892-1974). La pareja tuvo a su primer hijo, Salvador Labrac López (1921-2003), el padre de mi madre, el 20 de febrero del año siguiente. El parto se produjo en la vivienda familiar de entonces, un piso de la calle Horno de Haza.
Con el pasar de los años, Salvador pudo capear el temporal económico y el establecimiento empezó a prosperar. De cualquier manera, los beneficios nunca le permitieron plantar ninguna palmera en el jardín que no llegó a tener
Gracias al ahorro de más de una década, en diciembre de 1928 el antiguo indiano se quedó con el traspaso de la tienda de la Parrilla. El local estaba ubicado en una encrucijada, a modo de frontera entre el Camino Viejo de Cenes (actual paseo de las Palmas y antaño Ribera de los Molinos), la barriada popular del Barranco del Abogado, la milenaria judería del Realejo y los señoriales paseos del Salón y de la Bomba. El emplazamiento del colmado era ideal para que el negocio floreciera pronto. Sin embargo, a pesar del tránsito continuo por los alrededores, a la tienda le costó remontar inicialmente, lo que provocó que la familia sufriera algunas estrecheces.
Con el pasar de los años, Salvador pudo capear el temporal económico y el establecimiento empezó a prosperar. De cualquier manera, los beneficios nunca le permitieron plantar ninguna palmera en el jardín que no llegó a tener.
El bisabuelo que hizo las Américas (y volvió sin blanca) jamás olvidó su etapa en la Patria Grande. Desde detrás del mostrador de la Parrilla, aunque fuera en sueños, también se podía ver la inmensidad del Río de la Plata.
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