Lo grotesco
"Mi abuelo fue ministro de Telecomunicaciones en el Perú". Estábamos llegando a la sobremesa de una comida rica en anécdotas y en risas. Fue en Palma de Mallorca, un verano, hace ya demasiado. Él comenzaba sus narraciones orales como si se tratara del inicio de un relato. Soltaba una sentencia rotunda y la mesa callaba expectante. "Mi abuelo era sordomudo". Y la gente reía a mandíbula batiente y Alfredo Bryce Echenique transfigurado en Martín Romaña convertía lo trascendente en grotesco. El tiempo confunde los detalles. Quizás fuese su tío y no su abuelo o su tío abuelo, pero la anécdota, como de chiste, de un sordomudo dirigiendo las telecomunicaciones ha vuelto vívida a mi memoria estos días, aunque desde una perspectiva bien distinta: lo grotesco convertido en trascendente.
El recién electo presidente de los Estados Unidos, en su euforia ganadora, no deja pasar un día para nominar a sus colaboradores ministeriales y, desaforado, vomitar medidas. Promete "cerrar fronteras" y comenzar la mayor operación de deportación de ilegales en la historia del país. Y designa como secretario de Estado a un hijo de inmigrantes cubanos, Marco Rubio (de chiste también el apellido de un moreno), que defiende la mano dura y el intervencionismo estadounidense en el exterior, amparado por el nuevo cargo inventado de "Zar de la frontera", Tom Homan, principal promotor en su momento de la idea de separar a las familias de inmigrantes, hacedor de jaulas donde encerrar a mujeres y a niños. Paradójico, grotesco, por cierto, que Trump utilice un término tan "real" en la cultura rusa para crear un nuevo cargo político estadounidense.
Recuerdo a negros azotando a negros en la serie, hoy políticamente incorrecta, 'Kunta kinte', pero en la que aprendí de niña qué era la esclavitud y su crudeza
Recuerdo a negros azotando a negros en la serie, hoy políticamente incorrecta, Kunta kinte, pero en la que aprendí de niña qué era la esclavitud y su crudeza. Los blancos, los ricos, los propietarios de las fincas de algodón no se ensuciaban con la sangre del negro, para eso estaban los capataces. El gran Bernardo Bertolucci mostró en Novecento cómo la maldad se personificaba en el personaje del camisa negra, Attila Mellanchini (representado magistralmente por Donald Sutherland), contratado como administrador de la finca y no por Giovanni Berlinghieri o por Alfredo, su hijo, dueños de la finca. Los campesinos, los mineros, los obreros, antes que al patrón saben que es al capataz, al administrador, al gañán, al caporal a quienes hay que temer. Porque una vez asumidos como defectos físicos o psicológicos la raza, la condición social, etc., subestimamos nuestras capacidades y dejamos que se imponga la condición de inferior y la autoestima resentida nos convierte en monstruos contra nuestros congéneres. Es el complejo de clase. Para sacudirlo de los hombros, reventamos con saña al que nos recuerda lo que somos y de dónde venimos.
Si Martin Romaña hubiera narrado cómo el pueblo elige presidente a un rico que se ha hecho rico a fuerza de explotar al pueblo, nos hubiéramos reído con el chiste
Si Martin Romaña hubiera narrado cómo el pueblo elige presidente a un rico que se ha hecho rico a fuerza de explotar al pueblo, nos hubiéramos reído con el chiste. Y hubiésemos llorado de risa si nos narra cómo el poderoso nombra a sus capataces, y escoge a un negacionista de las vacunas como ministro de sanidad, y la seguridad del mundo puesta en manos de un presentador de televisión cuyos méritos son adorar al rico como se adora a dios, y como nuevo fiscal general del estado nombra a un excongresista que fue destituido de su cargo por tener abierta una investigación del comité de ética, y el nuevo administrador de la Agencia de Protección Ambiental pretende revertir las políticas del clima que buscan reducir las emisiones de gases efecto invernadero. Un largo etcétera de encargados y gañanes que serán los que salgan látigo en mano a golpear sin miramiento, sin distinguir quien les votó o no, quienes son afines a ellos y quienes no, porque una vez conseguido el poder, las afinidades desaparecen. Un largo etcétera de gañanes, digo, que culmina en la figura de Elon Musk, al que se le crea un nuevo departamento, el de Eficiencia Gubernamental. Oriundo de Sudáfrica, la tierra del Apartheid, la tierra de la segregación racial que estableció la minoría blanca, al que todos fortalecemos y ante quien desnudamos nuestra espalda para que nos azote cada vez que utilizamos la red social X y operamos con OpenAI, la tan venerada inteligencia artificial. En esta realidad distorsionada, esperpéntica, deformada en sí misma, grotesca, súrtanse de pañuelos porque como escribió Willian S. Burroughs en la novela Naked Lunch: "A veces un sujeto se echa a llorar como un niño porque no puede evitar eyacular cuando se lo follan".
Ha publicado: Peces en la Tierra. Antología de mujeres poetas entorno a la Generación del 27 (Vandalia. Fundación José Manuel Lara, 2010), Con un traje de luna. Diálogo de voces femeninas de la primera mitad del siglo XX (Vandalia. Fundación José Manuel Lara, 2022), Rafael Guillén. Del conocimiento al asombro (Agencia Andaluza de Instituciones Culturales, Junta de Andalucía, 2022), El haza de las viudas (Espuela de Plata. Renacimiento, 2008), Todos los cuentos, el cuento (Col. Narrativa, Diputación de Cádiz, 2007); entre las ediciones críticas destacan: El diván del Tamarit de Federico García Lorca (Cátedra, 2018), Una sombra entre los dos de Elisabeth Mulder (Renacimiento. 2018), El retablo de Salomé Amat de Elisabeth Mulder (Renacimiento, 2021) y Sinfonía en Rojo de Elisabeth Mulder (Tigres de papel, 2022).
Cofundadora de la editorial ELENVÉS EDITORAS, dirige la colección Bernal de narrativa.
Fotografía: Luis Serrano
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