La muerte del bosque infinito
-
Hornos de vidrio, lavaderos de lana, la Real Fábrica de Betún de la Armada y traviesas de ferrocarril deforestaron las tierras de Castril, Huéscar y María entre los siglos XV y XIX
-
La Provincia Marítima de Segura calculó en 1751 que todavía quedaban 600 millones de árboles la zona montañosa entre Sierra Morena y Baza
El macizo montañoso que forman las sierras de Cazorla, Segura, las Villas, Alcaraz, Castril, La Sagra y María fue una de las mayores superficies boscosas de España. En este macizo nacen infinidad de ríos que vierten hacia el Mediterráneo y otros muchos que se van agrupando para formar el Guadalquivir. Madera y agua son las palabras definitorias de este espacio montañoso y sus dehesas de penillanura. Sin apenas núcleos de población numerosa en su interior ni vías de comunicación potentes que lo atraviesen. En el siglo XV, era totalmente cierto que una ardilla podía saltar de árbol en árbol entre Baza y Montiel.
Se calcula que la zona entre Sierra Morena y la de Baza estaba poblada por más de 600 millones de árboles autóctonos (Sólo en la sierra de Segura había 434 millones, de los cuales 380 eran útiles para hacer barcos)
Se calcula que la zona entre Sierra Morena y la de Baza estaba poblada por más de 600 millones de árboles autóctonos (Sólo en la sierra de Segura había 434 millones, de los cuales 380 eran útiles para hacer barcos. Según cálculos del capitán Francisco de la Torre, en 1751, el bosque era infinito e inagotable). La Marina tanteó en 1778 ampliar la zona de talas a las sierras de Castril, Huéscar y Nerpio, pero el informe concluyó que estos lugares ya estaban suficientemente castigados por las concesiones a particulares de tres siglos sin parar las hachas.
Muy poco más tarde, en 1785, la Marina hizo un nuevo inventario de lo que era su provincia marítima de Segura y estimó que en su demarcación quedaban 264 millones de pinos, robles y encinas. En aquel cómputo no metió las sierras de Castril, Huéscar y María; de todas formas, calculó que aún quedaban otros 100 millones de árboles en esta zona limítrofe… pero la intensa actividad había quemado ya la mitad de lo que hubo
Muy poco más tarde, en 1785, la Marina hizo un nuevo inventario de lo que era su provincia marítima de Segura y estimó que en su demarcación quedaban 264 millones de pinos, robles y encinas. En aquel cómputo no metió las sierras de Castril, Huéscar y María; de todas formas, calculó que aún quedaban otros 100 millones de árboles en esta zona limítrofe… pero la intensa actividad había quemado ya la mitad de lo que hubo, es decir, entre principios del siglo XVI y finales del XVIII habían desaparecido unos 100 millones de árboles en las sierras del sur de la provincia marítima del Segura. Lo que hoy son las comarcas de Huéscar y los Vélez.
[Para hacernos una idea comparativa, la provincia marítima de Segura tuvo una extensión similar a la actual Jaén, de 13.496 km2. Aunque ocupó parte de Ciudad Real, Albacete y toda la zona Este de Jaén. En toda la provincia de Jaén hay plantados alrededor de 60 millones de olivos; obviamente, los olivos están ordenados en un marco mucho menos tupido que los árboles silvestres].
¿A qué se había debido esa rapidísima deforestación de las tierras de Huéscar, Castril y sierra de María?
¿A qué se había debido esa rapidísima deforestación de las tierras de Huéscar, Castril y sierra de María?
Los hornos de vidrio del tipo Castril
Hoy está más que demostrada la existencia de una primitiva actividad vidriera en el entorno de las sierras al norte de Almería en época musulmana. Habrían secundado los primeros hornos de Alhama de Murcia, que a partir del siglo XI ya estarían activos con métodos importados de Siria del tipo Siraf. En el siglo XIII, el escritor Al-Makari mencionó las tonalidades azulverdosas adquiridas por el vidrio de María. Incluso hoy el carbono 14 ha demostrado que la cantera de sílice de Castril (Cueva de la Arena) ya era utilizada al menos dos siglos antes de lo que se pensaba. Los cubiletes de lámparas de platillo de la mezquita de Medina Elvira estaban hechos con vidrio original del tipo Castril.
Pero no va a ser hasta después de la conquista cristiana, entre 1504-7, cuando Hernando de Zafra inaugure “oficialmente” el primer horno documentado para la fabricación de vidrios. Y lo va a hacer precisamente en el entorno del castillo de Castril de la Peña, en la que sería la casa solariega del señorío donado por los Reyes Católicos en 1490
Pero no va a ser hasta después de la conquista cristiana, entre 1504-7, cuando Hernando de Zafra inaugure “oficialmente” el primer horno documentado para la fabricación de vidrios. Y lo va a hacer precisamente en el entorno del castillo de Castril de la Peña, en la que sería la casa solariega del señorío donado por los Reyes Católicos en 1490. La tradición recogida por Vicente González Barberán cuenta que Hernando de Zafra, como secretario de la Corona, acompañó al rey Fernando a la brevísima guerra del Rosellón catalán, en el otoño de 1503. En Cataluña tuvo ocasión de ver talleres donde soplaban vidrio al modo y manera del estilo de Murano (Venecia). Y lo hacían bastante mejor que los primitivos hornos de Al-Andalus, especialmente de sus tierras de Castril. E incluso se da a entender que debió traerse consigo a algún maestro vidriero para modernizar la actividad. Los monarcas habrían quedado asombrados por la colección de 264 piezas de todo tipo con la que les obsequió el gremio vidriero barcelonés.
Toda la nobleza recién instalada en la comarca empezó a montar fábricas de vidrio: a la de Castril siguieron cuatro hornos en María; poco más tarde aparecieron los de la Bolteruela (Puebla de Don Fadrique actual), Pinar de la Vidriera (Huéscar), Cuenca (aldea por encima de Pozo Alcón), Arroyo Molinos (Hinojares), Cabra del Santo Cristo, Bélmez de la Moraleda…
Para el año 1507 en que fallece Hernando de Zafra, el horno de vidrio de Castril, ya con el nuevo estilo veneciano de soplado, tuvo que estar a pleno funcionamiento. Y con enorme éxito y aceptación social, ya que inmediatamente su actividad se fue contagiando y extendiendo por la zona. El señorío de Hernando de Zafra en tierras de Castril era lindero con las enormes posesiones del Duque de Alba en Huéscar; y éste a su vez lindaba con el Marqués de los Vélez, Pedro Fajardo y Chacón. Toda la nobleza recién instalada en la comarca empezó a montar fábricas de vidrio: a la de Castril siguieron cuatro hornos en María; poco más tarde aparecieron los de la Bolteruela (Puebla de Don Fadrique actual), Pinar de la Vidriera (Huéscar), Cuenca (aldea por encima de Pozo Alcón), Arroyo Molinos (Hinojares), Cabra del Santo Cristo, Bélmez de la Moraleda… Estos últimos de menor duración temporal. E incluso hubo alguno más en las inmediaciones del río Fardes y en Guadahortuna, muy efímeros.
La vidriería fue una industria destinada a élites, que sustituyó con éxito a la alfareríade barro tradicional. No había familia de abolengo que se preciara que no dispusiera de jarras, vasos e incluso vajillas completas de vidrio tipo castrileño. El momento álgido se extendió desde finales del XVI hasta finales del XVIII. Decenas de recuas de arrieros recorrían cada verano los caminos en todas direcciones con aquellas vasijas de vidrio protegidas por fundas de paja y esparto.
La iniciativa de montar y explotar los hornos vidrieros en los bordes montañosos de Castril, Huéscar y María correspondió a casas señoriales
La iniciativa de montar y explotar los hornos vidrieros en los bordes montañosos de Castril, Huéscar y María correspondió a casas señoriales. Eso es fácil de justificar si se tiene en cuenta que la saga Zafra, la Casa de Alba y el Marqués de los Vélez eran los propietarios de las extensas masas boscosas necesarias para alimentar sus hornos. Y también propietarios de las tierras donde se extraía la sílice y la barrilla (una planta para hacer sosa), ingredientes necesarios para la conversión de la arena Nablanca en vidrio. De esta manera fue cómo aquellos hornos vidrieros comenzaron a arder a principios del siglo XVI y estuvieron encendidos y devorando leña ininterrumpidamente durante los cuatro siglos siguientes, hasta el 12 de junio de 1878 en que fue clausurado el último. Precisamente el de Castril, que también había sido el primero.
Durante aquellos casi cuatro siglos de funcionamiento, los hornos de vidrio de esta comarca generaron gran cantidad de empleo a su alrededor
Durante aquellos casi cuatro siglos de funcionamiento, los hornos de vidrio de esta comarca generaron gran cantidad de empleo a su alrededor. Tuvieron a su disposición a centenares de leñadores que, hacha o sierra en mano, talaron y astillaron millones de árboles en sus alrededores; primero desaparecieron las masas arbóreas más cercanas a las instalaciones fabriles, para ir alejándose cada vez más en lo profundo de las sierras.
Los cuatro talleres de María ya comenzaron a experimentar la falta de leña en la segunda mitad del siglo XVIII, de manera que tuvieron que importarla de cortaderos más lejanos
Aunque el vidrio tipo Castril que da nombre a los demás hornos del entorno se estuvo produciendo hasta 1878, la realidad es que la mayoría de talleres fueron desapareciendo a medida que consumían la madera de su entorno. Los cuatro talleres de María ya comenzaron a experimentar la falta de leña en la segunda mitad del siglo XVIII, de manera que tuvieron que importarla de cortaderos más lejanos. El encarecimiento del precio del combustible y la abusiva tala de árboles hizo que el Marqués de los Vélez mostrara su preocupación y cerró los dos primeros en 1752. De todas formas, en el Catastro de la Ensenada figuran en funcionamiento dos hornos en la localidad de María, que daban empleo a ocho maestros, cuatro oficiales y varios aprendices. La carestía del acarreo de madera lejana hizo que estos dos hornos de María dejaran de existir en 1844. Ya no quedaban árboles que talar en los alrededores. Algunos de sus artesanos se desplazaron a trabajar a los hornos de Castril.
Cada vez se fue encareciendo más la tala y porte de la madera, por alejamiento. De manera que para cuando llegó la invasión francesa ya habían dejado de existir
Algo parecido a los hornos de María ocurrió con la red de hornos construidos por la familia García de Sevilla (concesionarios de los de Castril) en Arroyo Molinos, Cabra del Santo Cristo y Bélmez de la Moraleda. Cada vez se fue encareciendo más la tala y porte de la madera, por alejamiento. De manera que para cuando llegó la invasión francesa ya habían dejado de existir.
En lo relativo al horno del Pinar de la Vidriera, su pleno funcionamiento ocupó todo el siglo XVII y principios del XVIII. Promovido por la Casa de Alba, su desaparición no debió estar relacionada con el agotamiento de la materia prima, pues en sus alrededores continuó existiendo el famoso pinar que todavía hoy pervive. Quizás su mala comunicación o el estar en un lugar en el que cada invierno pasaba varios meses cubierto de nieve estén en el origen de su cierre. El daño que causó en la masa arbórea de su entorno fue bastante menor que los de María y Castril; tuvo menor actividad, de ahí que las piezas que nos han llegado sean mucho menores en número.
La mayor colección, de unas 600 piezas, la guarda el Museo Arqueológico Provincial de Granada; también hay buenas colecciones en el Museo Guirao de Vélez Blanco, en Murcia, Gerona e infinidad de colecciones particulares en Granada y Almería. En el Museo Alberto y Victoria de Londres, en la Hispanic Socidty of American y el Ermitage de San Petersburgo hay colecciones nada desdeñables
El legado de casi cuatro siglos de actividad vidriera de los hornos castrileños (con la expresión me refiero a todos de la comarca) lo forman algo más de 6.000 piezas de todo tipo, localizadas un tercio en España y el resto repartidas por colecciones y museos de todo el mundo. La mayor colección, de unas 600 piezas, la guarda el Museo Arqueológico Provincial de Granada; también hay buenas colecciones en el Museo Guirao de Vélez Blanco, en Murcia, Gerona e infinidad de colecciones particulares en Granada y Almería. En el Museo Alberto y Victoria de Londres, en la Hispanic Socidty of American y el Ermitage de San Petersburgo hay colecciones nada desdeñables.
El problema que presentan todas estas colecciones es su falta o deficiente catalogación; en primer lugar, porque se las identifica genéricamente como vidrios del Sur de España, sin concretar que son del tipo Castril. Y mucho menos distinguir de cuál de los hornos de la comarca concretamente, ya que la sílice utilizada en cada caso y el proceso artesanal fueron muy diferentes. Hay muchos museos incluso en los que se confunden con los vidrios de Cadalso, catalanes o de la Granja de San Ildefonso. Es una pena que aquella importantísima actividad industrial-artesanal no haya sido elevada a categoría de Bien de Interés Cultural por parte de la Junta de Andalucía.
La decadencia de los vidrios castrileños comenzó cuando la monarquía borbónica española construyó la vidriera real de San Ildefonso, en Segovia (1727). La aristocracia española puso de moda la adquisición de piezas de aquella procedencia –más refinadas– y comenzó a dar de lado a los vidrios castrileños. Pareció que los granadinos quedaban reducidos a servicio de bodegueros y vasijas forradas de anea y esparto para llevarlas al campo.
Para más inri, los hornos castrileños no se engancharon a la revolución industrial que entró de lleno por Cataluña. La fabricación mecanizada de vidrios y cristales catalanes dio la puntilla a la actividad de nuestra provincia
Para más inri, los hornos castrileños no se engancharon a la revolución industrial que entró de lleno por Cataluña. La fabricación mecanizada de vidrios y cristales catalanes dio la puntilla a la actividad de nuestra provincia. Las nuevas industrias consumían carbón de hulla, que alcanzaba mayores temperaturas y mejoraba la pureza y transparencia de los vidrios. En Cataluña y otras vidrieras modernas ya no hacía falta talar inmensos bosques para mantener los hornos en funcionamiento.
Cuando ocurrió el cierre de la última vidriera de Castril, en 1878, el daño ecológico ya estaba hecho desde muchos años atrás. Casi cuatro siglos de continua tala de bosques que se creían infinitos llevó a una terrible deforestación de las vertientes sur del macizo montañoso. A menor vegetación, le siguió menor pluviometría. Los densos bosques que se encontraron los Reyes Católicos en su primera tala para tomar Baza y la saca de maderas para nuevas iglesias y conventos habían sido pecata minuta con relación a la voracidad de los hornos vidrieros. Zonas como el Barranco del Buitre, Campocebas, Hazadillas, Fátima, El Moro, Vega de los Tubos, las Talas de Bartolo sufrieron el grado máximo. Sobre todo, porque las cortas no estuvieron secundadas por una reforestación paralela. Hoy, gracias a Dios, la Sierra de Castril se ha regenerado y presenta un aspecto envidiable; una parte es achacable a la propia naturaleza, la otra a los planes de reforestación puestos en marcha tras la guerra civil de 1936-39.
Los mayores lavaderos de lana
Casi de manera paralela en el tiempo aparecieron los inmensos lavaderos de lana en la comarca de Huéscar. En 1510 ya había uno lavando a las orillas del río Barbata. Y le siguieron varios más durante los dos siglos y medio siguientes que funcionaron a pleno rendimiento.
El motivo por el cual florecieron los lavaderos de lana en la comarca de Huéscar es muy sencillo: por la abundancia de madera, atocha, agua y ovejas
El motivo por el cual florecieron los lavaderos de lana en la comarca de Huéscar es muy sencillo: por la abundancia de madera, atocha, agua y ovejas. La conquista castellana de todo el macizo montañoso al sur del río Guadalmena y hasta Baza (unos 150 kilómetros en línea recta) fue inmediatamente secundada por los inmensos rebaños de la Mesta. Millones de cabezas de ganado comenzaron a agostar en estas tierras altas, mientras los inviernos los pasaban en la Mancha o en las cálidas tierras almerienses. Pero cuando llegaba el mes de mayo, todas las vías pecuarias conducían a estas sierras. Y nada más llegar, los animales pasaban por la obligada esquila.
El principal lavadero de lana en la mitad Sur de España fue establecido en Huéscar (hubo otros menores en Caravaca, Villanueva de la Fuente y Villamanrique/Montiel en el río Guadalmena). A los lavaderos de Huéscar no sólo llegaba toda la lana de las montañas, también lo hacían desde los ganados de la mayor parte de Andalucía; su radio de acción alcanzaba hasta Córdoba y Osuna por el oeste, Ronda y Antequera por el suroeste, parte de la Mancha y Albacete por el norte, parte de Murcia y las zonas de Almería y Granada por el sur. Entre el 30-35% de la lana que se producía en España en los siglos XVI y XVII se llevaba a lavar a la comarca de Huéscar.
Todo aquel comercio de lanas del sureste español salía directamente a los puertos de Cartagena, Alicante y Almería (de ahí viene el nombre de playa de los Genoveses). El mercado estuvo prácticamente copado por genoveses, milaneses y algún veneciano mientras duró
Para el primer lavado, desgrasado y desmote de lanas se precisaban de enormes calderos de cobre que funcionaban a pleno rendimiento durante la campaña, normalmente entre mayo y noviembre. Aquellas calderas en permanente ebullición durante medio año necesitaban de aproximadamente tres toneladas diarias de madera y atocha. Es fácil concluir que cada caldera se llevaba por delante un par de árboles cada día.
Todo aquel comercio de lanas del sureste español salía directamente a los puertos de Cartagena, Alicante y Almería (de ahí viene el nombre de playa de los Genoveses). El mercado estuvo prácticamente copado por genoveses, milaneses y algún veneciano mientras duró. Adquirían la lana en bruto; una vez lavada y ensacada era dirigida a los telares italianos para la confección de paños y ropas.
Fue el momento en que las familias de origen italiano se imbricaron en la sociedad política y administrativa de Granada capital, hasta el punto de conseguir cargos de Caballeros XXIV en el concejo, regidurías en la lonja de mercaderes y otros cargos concejiles y judiciales
Ya desde 1510 hubo varias familias de italianos establecidas en Huéscar y Granada para dirigir la compra y tratamiento de las lanas. Incluso algunos de ellos tejieron redes empresariales con banqueros y otros negociantes del mismo origen. En el Archivo Histórico Municipal de Huéscar y en el Colegio Notarial existen infinidad de documentos en los que figuran aquellos italianos pioneros en la industria de la lana: Francisco Casanova, Jacobo Grimaldi, Nicolás Scotto, todos ellos con casa en Huéscar. En el año 1536 se cuentan cuatro grandes lavaderos junto a los ríos que bordean Huéscar, al lado de Fuencaliente y Parpacén. A finales del siglo XVI apareció un quinto lavadero, también controlado por italianos (la familia de Andrea de Imbrea).
El esplendor de aquellos lavaderos de lana de Huéscar llegó durante la primera mitad del siglo XVII debido, fundamentalmente, a las dificultades de transporte de las lanas de Castilla durante la guerra de Flandes. Fue el momento en que las familias de origen italiano se imbricaron en la sociedad política y administrativa de Granada capital, hasta el punto de conseguir cargos de Caballeros XXIV en el concejo, regidurías en la lonja de mercaderes y otros cargos concejiles y judiciales. Apellidos como los Veneroso, Mayolo, Ferrari, Palavicini, Durazzo, Spínola, etc. llegaron a rebufo de la lana y acabaron estableciendo negocios en Granada y Málaga.
Los lavaderos de Huéscar no debieron dar abasto en los años punteros ya que también aparecieron dos pequeños a las orillas del río Fardes, en Huélago
Aquel 30-35% de lana española lavada con agua y hervida con madera de las sierras de Huéscar ascendió algunos años a cantidades enormes en kilos: las campañas buenas se llegaron a procesar 200.000 arrobas (2.300.000 kilos, el equivalente al esquilo de 770.000 ovejas), que ya desmotada y desterrada solía quedar en la mitad de su peso bruto. Para el transporte de tal cantidad existió un gremio paralelo de carreteros, de casi 200 parejas de bueyes que hacían el trayecto hasta los puertos levantinos o almeriense cargados de enormes sacas, de mucho volumen y poco peso.
Los lavaderos de Huéscar no debieron dar abasto en los años punteros ya que también aparecieron dos pequeños a las orillas del río Fardes, en Huélago. Si bien en este caso no debieron funcionar durante mucho tiempo debido a la escasa potencia maderera de la zona.
Hasta que también al comercio de lanas le llegó su revolución industrial. Durante el primer tercio del siglo XVIII ya habían dejado de llegar a los lavaderos de Huéscar casi tres cuartas partes de la lana cortada en el cuadrante sureste de la Península. En 1752, según el Catastro de la Ensenada, en Huéscar sólo quedaba activo el lavadero del Batán. No obstante, la trashumancia seguía realizándose como desde principios del siglo XVI entre Castilla y litorales hasta los macizos montañosos, pero las lanas del esquileo se repartían por otras factorías ya mecanizadas.
Hacer un cálculo de los miles de árboles que se consumió en esta actividad es imposible, pero fue ingente. De hecho, ya en 1578 el regidor de Huéscar (licenciado Monforte) paralizó la tala abusiva de árboles para alimentar los fuegos; acusó a genoveses y milaneses de estar destrozando sus montes de manera indiscriminada
Fueron unos dos siglos y medio cortando madera y alimentando calderas. Hacer un cálculo de los miles de árboles que se consumió en esta actividad es imposible, pero fue ingente. De hecho, ya en 1578 el regidor de Huéscar (licenciado Monforte) paralizó la tala abusiva de árboles para alimentar los fuegos; acusó a genoveses y milaneses de estar destrozando sus montes de manera indiscriminada. Paralizó la actividad de los lavaderos y el tema acabó en un pleito en la Real Chancillería de Granada. Una idea de la potencia de aquella industria la encontramos en la queja del abogado de los genoveses, quien apremiaba a obtener un fallo favorable lo antes posible ya que tener las calderas paradas le suponía una pérdida diaria de 2.000 ducados. En plena campaña había unas 3.000 personas trabajando en el proceso productivo, además de transportistas cruzados de manos y barcos amarrados en los puertos en espera de la carga.
El caso del regidor oscense, primero en oponerse a la deforestación desordenada de sus bosques, fue solventado por los italianos sobornando o dando participación en el negocio a administradores de la Casa de Alba, a funcionarios y a hacendados locales. Incluso aquellos italianos consiguieron alzarse con la vara de mando de alcalde mayor de Huéscar en varios casos. Problema resuelto.
En este asunto, como en el de los hornos de vidrio, de no haber sido por la llegada de la revolución industrial y lavado más barato con otras energías en las ciudades industriales, es bastante probable que hubiesen desaparecido también las grandes manchas de pino laricio autóctono que sobreviven todavía
En este asunto, como en el de los hornos de vidrio, de no haber sido por la llegada de la revolución industrial y lavado más barato con otras energías en las ciudades industriales, es bastante probable que hubiesen desaparecido también las grandes manchas de pino laricio autóctono que sobreviven todavía. Especialmente las de difícil acceso por encima de la cota 1.500 metros.
Factorías de brea para barcos
Ya he mencionado que a la Córdoba califal llegaban maderas, pez y alquitrán procedentes de los pinares de la cora de Jaén. Es bastante probable que incluso antes del siglo X se utilizaran los cursos fluviales del Guadalquivir, Guadiana Menor y Guadalimar para el transporte de estas mercancías extraídas de los inmensos pinares. En el siglo XVII se incorporó también el curso del río Segura como vía de transporte de madera para el astillero de Cartagena. Las sierras de Segura, Alcaraz, Las Villas y Cazorla se convirtieron en suministradoras preferentes de maderas para embarcaciones, sobre todo las más cercanas a los cursos de ríos y caminos para acercar los troncos a los embarcaderos. Los grandes edificios cordobeses y sevillanos están construidos con vigas hechas de pinos galapanes (espigados y jóvenes) de Cazorla. (En 1733, toda la madera de la Real Fábrica de Sevilla fue cortada en en la Sierra de Segura). La primera zona que estaba resultando arrasada por una política de tala y no reforestación fueron los Campos de Hernán Perea.
Pero no fue hasta los reinados de Felipe V y Fernando VI –primera mitad del siglo XVIII– cuando se consideró agotada la madera de los bosques cercanos a las costas y se miró hacia el interior. Ya no era suficiente armar una potente flota sólo con el astillero de La Habana. Se potenciaría la construcción de buques de guerra en Cartagena y la Carraca de Cádiz. Y para ello, la madera y derivados más cercanos se encontraban concentrados en las sierras de Segura, Cazorla y próximas. Así fue como nació la Provincia Marítima de Segura, en 1733, bajo control de militares de la Armada. Iba a estar funcionando como “cantera” de madera hasta 1836. Mediada la duración de la provincia marítima de Segura, en 1785, el rey Carlos III ordenó hacer un aforo de los pies de árbol que había en la demarcación: el resultado fue 264 millones de árboles en los aproximadamente 13.500 kilómetros cuadrados que ocupaba.
El motivo quizás no fuese solamente la gran tala que se venía registrando desde la instalación de los hornos de vidrio y los lavaderos de lana; también debió pesar el hecho de su lejanía a los cursos fluviales del Guadalquivir y Segura, convertidos en arterias principales de transporte
En principio, las ya de por sí devastadas sierras de Castril, Huéscar y María no fueron incluidas en aquella extensa provincia marítima. El motivo quizás no fuese solamente la gran tala que se venía registrando desde la instalación de los hornos de vidrio y los lavaderos de lana; también debió pesar el hecho de su lejanía a los cursos fluviales del Guadalquivir y Segura, convertidos en arterias principales de transporte. Además, los extensos pinares del Ducado de Alba en Huéscar y del Marquesado de los Vélez resultaban intocables.
A pesar de ello, la Sierra de Castril iba a sumarse a otra gravísima etapa de deforestación precisamente por el nacimiento de la provincia marítima de Segura. Esta vez, la Marina decidió crear en tierras de Castril su Real Fábrica de Betunes y Breas. La resina de los pinos había sido utilizada desde tiempo inmemorial para infinidad de usos: como pez para impermeabilizar odres y botas de piel de transporte de líquidos, para marcar la propiedad de las ovejas, para extraer barnices, pegamentos, perfumes e incluso alimentos y medicinas. Además de brea para calafatear (unir e impermeabilizar) los cascos de las embarcaciones. Los pinares eran sangrados para extraerle el resudado, operación que no dañaba en exceso al ejemplar, siempre que no se abusara.
Por esas fechas se confirmó que la brea o pez extraídos del pino duplicaban la vida de los costosos buques de guerra. La decisión de los técnicos de Marina fue aumentar la fabricación de brea a partir de los pinos
Hasta principios del siglo XVIII, los buques de la Armada solían tener una vida útil de entre 12 y 15 años como consecuencia de la pudrición provocada por el agua marina. Por esas fechas se confirmó que la brea o pez extraídos del pino duplicaban la vida de los costosos buques de guerra. La decisión de los técnicos de Marina fue aumentar la fabricación de brea a partir de los pinos. Durante el siglo XVIII se fueron creando fábricas de brea para barcos por la Península; primero en Tortosa, la segunda en Castril de la Peña y la tercera en los pinares de Burgos (Quintanar de la Sierra).
La Real Fábrica de Betunes de Castril fue la que más rápido y en mayor cantidad consumió madera de pino salgareño de los montes cercanos. Fue creada por real orden de Fernando VI en el año 1759 y estuvo funcionando hasta 1825. Su primer “ministro” o regidor fue el contramaestre Diego de los Ríos, que permaneció en el cargo durante catorce años. A la actividad le aplicó un reglamento de tipo militar muy similar al que regía en la provincia marítima de Segura, es decir, bajo el mando de un ministro, una administración militar en régimen de monopolio y ordenanzas militares. La Marina adelantaba dinero a los productores independientes, pero les perseguía penalmente si la vendían fuera del canal oficial.
Una peguera consistía en una construcción de piedra o adobe, en forma de chozo de hortelano, de poco más de dos metros de altura y tres metros de diámetro
La Real Fábrica de Brea de Castril en realidad era una red de hornos llamados pegueras y un almacén central a las afueras del pueblo. En el momento de mayor apogeo (campaña de 1778) se contabilizaron tres docenas de pegueras repartidas por su término municipal y aledaños. Una peguera consistía en una construcción de piedra o adobe, en forma de chozo de hortelano, de poco más de dos metros de altura y tres metros de diámetro. Se construía en medio de una mancha de pinos, de manera que cuando se consumían, la peguera se trasladaba de lugar buscando materia prima.
La peguera se levantaba en pendiente, para comunicarla con uno o dos depósitos de decantación de la brea situados un poco más abajo. Los hornos se alimentaban de pino verde, preferentemente toconas, que se dejaban requemándose en el interior durante dos o tres días. El suelo de la peguera era una parrilla que filtraba la resina caliente hasta los pozos decantadores. El consumo de una peguera era de tres o cuatro toneladas de madera de pino por cocción; el resultado, unos 50-70 kilos de brea o pez.
En cada una de las pegueras repartidas por los montes de Castril solían trabajar una docena de leñadores derribando pinos y astillando sus troncos y tocones. Las pegueras estaban permanentemente en funcionamiento para evitar su rotura
En cada una de las pegueras repartidas por los montes de Castril solían trabajar una docena de leñadores derribando pinos y astillando sus troncos y tocones. Las pegueras estaban permanentemente en funcionamiento para evitar su rotura. Solamente se enfriaban cuando se las dejaba morir por falta de madera en los alrededores.
El trabajo resultaba muy duro; los operarios eran preferentemente mozos. Los salarios parece que eran aceptables por venir de la Corona, aunque el negocio como tal resultaba deficitario para el erario público. Aquellos jóvenes castrileños que trabajaron para la Real Fábrica de Betunes gozaron del privilegio de estar exentos de prestar servicio militar (según real cédula de Carlos IV de 1796). La Corona también les hacía un seguro de accidentes debido a la peligrosidad del empleo, consistente en dar una pensión a la viuda o padres del obrero fallecido, de la mitad del último sueldo percibido por el accidentado.
Con la brea en bruto y solidificada extraída en las tres docenas de pegueras de la sierra de Castril se procedía a llevarla a la fábrica propiamente dicha. Estuvo situada en lo que hoy son restos del almacén (junto a la almazara). En aquel edificio se procedía a calentarla, depurarla y meterla en toneles, que también se fabricaron en Castril. El paso siguiente era transportarla hacia los astilleros de la Carraca de Cádiz y de Cartagena. Con la brea de Castril se calafatearon la mayoría de barcos de la Armada construidos o reparados en estos dos muelles durante casi un siglo.
Para 1825 ya se habían descubierto nuevos sistemas de impermeabilización de cascos de barcos y la brea de Castril resultaba cara de producir
La actividad de la Real Fábrica de Betunes de Castril permaneció hasta 1825 en que la Armada decidió cerrarla, prácticamente al mismo tiempo en que desapareció la vecina Provincia Marítima de Segura. Para 1825 ya se habían descubierto nuevos sistemas de impermeabilización de cascos de barcos y la brea de Castril resultaba cara de producir. También se empezaba a proteger los barcos con capas de cobre de la fábrica de Riópar (Alcaraz).
De todas formas, la actividad betunera de Castril continuó a un ritmo menor todavía durante unas cuantas décadas, aunque ya promovida por iniciativas privadas que la suministraban a la navegación comercial, a la impermeabilización de tejados, a los boteros, a la medicina para animales, etc. En la sierra de Castril quedan vestigios muy pobres de las pegueras que funcionaron para la Armada durante casi ochenta años. La Real Fábrica y almacén fue vendido por la Armada a particulares en 1859.
Ilustración y deforestación
A estas comarcas del noreste del Reino de Granada todavía le quedaban por experimentar los efectos de las políticas de los gobiernos ilustrados de Carlos III. La segunda mitad del XVIII experimentó un notable incremento de población, especialmente rural. El monarca y sus ministros pensaron que había que atender las necesidades alimenticias de la población incrementando la producción agrícola. Promovieron una especie de reforma agraria, recogida en el Expediente General. Floridablanca se empeñó en repoblar el campo y poner en producción grandes dehesas arboladas en manos del clero y la nobleza, ya que sólo servían para cazar y mantener pastos; Jovellanos pretendió restar derechos a los ganaderos de la Mesta y roturar sus ancestrales pastos. El fin último era crear una red de medianos-pequeños propietarios agrícolas que incrementasen el cultivo cerealista y, al mismo tiempo, aumentasen los ingresos de la Corona por la vía fiscal.
También se aprovechó la ocasión para poner en regadío las vegas que disponían de agua en el piedemonte de los macizos montañosos
Aquellos objetivos no se consiguieron del todo, pero sí propiciaron que entrasen en el sistema productivo muchas dehesas del Altiplano que todavía mantenían arbolado disperso. Fue el momento de acometer una nueva tala para dejar las tierras blancas para cultivos de cereales. También se aprovechó la ocasión para poner en regadío las vegas que disponían de agua en el piedemonte de los macizos montañosos.
Desde Madrid debió verse el Altiplano con un gran potencial productivo ya que se desempolvó el viejo proyecto del Canal de Murcia y se empezaron las obras en serio (1776). El motivo principal era abrir una vía navegable, al estilo de los ríos Segura y Guadalquivir, para transportar maderas y productos agrícolas hasta el Mediterráneo; pero, en realidad, el fin último era trasvasar aguas de las cabeceras de los ríos Castril y Guardal a las secas llanuras murcianas. Los ministros de Carlos III debieron pensar que en estas montañas y penillanuras granadinas quedaba aún madera suficiente como para continuar talando con destino al arsenal de Cartagena.
Pero la realidad era muy otra. Ya me he referido a que los hornos de María estaban empezando a cerrar por falta de combustible desde la segunda mitad del XVIII. Casi al mismo tiempo de que lo hicieran los de la comarca de Huesa y Quesada. La deforestación era un hecho más que real.
Y por si todo aquello fuese poco, a finales del siglo XIX volvió a aparecer una nueva amenaza para los pinares de estas sierras. En esta ocasión fue la aparición del ferrocarril
Y por si todo aquello fuese poco, a finales del siglo XIX volvió a aparecer una nueva amenaza para los pinares de estas sierras. En esta ocasión fue la aparición del ferrocarril. Los aserraderos volvieron a ponerse en marcha a todo tren para suministrar traviesas a los caminos de hierro que avanzaban sin parar. Se trató de infinidad de compañías extranjeras que compraban los troncos de pino más rectos con que sujetar los raíles paralelos.
El ferrocarril causó mucho daño a los maltrechos bosques. La suerte fue que la red férrea de la zona no se hizo muy tupida y demandó relativamente poca madera. Y las talas para líneas de otras regiones no se cebaron en demasía.
Nuevamente, a partir de 1940, el Estado volvió a fijarse en el macizo bético oriental y su abundancia de pinares. Tras la guerra civil y con la creación de Renfe fue instalado un aserradero en el nacimiento del Guadalquivir (Vadillo-Castril) que estuvo funcionando casi dos décadas; de allí salieron millones de traviesas para reconstruir y ampliar la red española de ferrocarriles durante las tres primeras décadas del franquismo. No obstante, la lejanía y dificultad en las comunicaciones de las sierras de Huéscar, La Puebla y Castril con aquel aserradero hicieron que sus montes no fuesen muy afectados. A lo sumo, se instalaron algunos aserraderos ambulantes para efectuar cortas de tablones.
Buena parte de los pinares que hoy contemplamos proceden de los años cincuenta hacia acá. Hay panes amplísimos que no tienen más de ochenta años y dan la falsa sensación de que proceden de origen autóctono
La contrapartida de aquella política del franquismo fue que, por vez primera en la historia, se acometió una tarea intensiva de repoblación forestal. Buena parte de los pinares que hoy contemplamos proceden de los años cincuenta hacia acá. Hay panes amplísimos que no tienen más de ochenta años y dan la falsa sensación de que proceden de origen autóctono. También hubo mucho fracaso por el empeño en repoblar con pinos resineros y silvestres en zonas bajas, de pobres resultados.
El plan forestal andaluz es inexistente en la actualidad. No se está acometiendo una repoblación sistemática y en serio en ninguna de las zonas que estuvieron densamente arboladas en siglos pasados. En buena parte porque han sido sustituidas por olivares, tierras blancas o grandes extensiones de almendros. Y dónde se puede, de plantas forrajeras y grandes campos de lechugas que están agotando los acuíferos.
Peor aún ha resultado la reciente instalación de grandes granjas de porcino en las viejas dehesas de pinos y encinares. Quizás el caso más sobresaliente ha sido el excesivo clareo de la Dehesa del Rey de Castilléjar para dejar paso a una decena de naves con más de un cuarto de millón de cerdos. Y sus correspondientes cultivos de forrajeras para alimentarlos.
Para ampliar información:
- Para conocer más a fondo la historia del vidrio tipo Castril, recomiendo la Revista Velezana número 36 (año 2018), que dedica más de un centenar de páginas de distintos autores, muy bien ilustrada.
- He documentado los lavaderos de lana en el Archivo Histórico Municipal de Huéscar y con los textos de Rafael María Girón Pascual (Los lavaderos de lana de Huéscar y el comercio genovés en la edad moderna).
- He encontrado datos sueltos sobre la Real Fábrica de Betunes de Castril en el Archivo de la Marina de El Viso del Marqués y el legajo 331, sección Marina, del Archivo General de Simancas (21 hojas del informe elaborado por el marino Gervaut Arriaga en 1761).
Reportajes relacionados:
-
Huéscar, puerto de mar, por Gabriel Pozo Felguera
-
Castril, el nombre ausente, por Ángeles García-Fresneda
-
El vidrio de Castril-María en el Museo 'Miguel Guirao' de Vélez Rubio, por José D. Lentisco y Encarnación N. Navarro López