La gripe que mató a miles de pobres en pueblos y no llegó a la Gran Vía
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Las comarcas más afectadas fueron Baza-Huéscar, la Alpujarra y Valle de Lecrín, donde fallecieron más personas que en la epidemia de cólera de 1885
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Se cree que la epidemia vino de Francia y entró a Granada por el Levante, transportada por temporeros y veraneantes
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Se apunta que la Alpujarra fue contagiada por la madre de un soldado enfermo en el Hospital Militar de la capital
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Fallecieron buena parte de médicos y practicantes de los pueblos; desde la capital fueron enviados doctores para socorrer a infectados
La provincia de Granada fue una de las más afectadas por la mal llamada gripe española. Hoy no sabríamos prácticamente nada de su existencia de no haber sido por la gran competencia y calidad que había en la prensa provincial del momento
La provincia de Granada fue una de las más afectadas por la mal llamada gripe española. Hoy no sabríamos prácticamente nada de su existencia de no haber sido por la gran competencia y calidad que había en la prensa provincial del momento. Y la ausencia total de censura previa; muy al contrario, el gobernador civil del momento –Sixto Pérez Calvo- atendía a diario a los periodistas y les facilitaba hasta los últimos detalles. Los tres principales periódicos que se publicaban en 1918 –El Defensor, el Noticiero Granadino y La Gaceta del Sur- contaron con secciones fijas en primera página, de aparición casi diaria, en las que dieron a conocer con todo detalle los telegramas de los alcaldes que llegaban al Gobierno Civil.
La gran libertad de prensa que gozaba España por aquellos años fue precisamente la causa de que a nivel mundial se denominara a aquella pandemia como la gripe española. La epidemia en realidad había surgido muchos meses antes en China, arraigó en EE UU y los soldados americanos la trajeron a las trincheras de la I Guerra Mundial
La gran libertad de prensa que gozaba España por aquellos años fue precisamente la causa de que a nivel mundial se denominara a aquella pandemia como la gripe española. La epidemia en realidad había surgido muchos meses antes en China, arraigó en EE UU y los soldados americanos la trajeron a las trincheras de la I Guerra Mundial. Desde Francia se propagó a todo el mundo. Pero los países contendientes censuraban su prensa por motivos estratégicos y para no desmoralizar a sus poblaciones.
En Granada abundaban dos aspectos: condiciones misérrimas en la mayoría de pueblos y muchos medios de comunicación para airearlas. El Defensor agrupaba las noticias de la gripe bajo el título de “La epidemia grippal”; el Noticiero Granadino hacía algo similar con “La epidemia reinante. El estado sanitario”. La Gaceta del Sur era más irregular, pero solía llamarla “La cuestión sanitaria”.
¿Por dónde llegó? ¿Quién la trajo a Granada?
La gripe de 1918 tuvo al menos tres fases temporales. La primera ocurrió entre mayo y mediados de junio, aunque nadie la bautizó como gripe, sino como el resultado de una epidemia catarral que provocó bastantes muertes. La gente solía hablar de ella en tono de broma, de la abundancia de trancazos que había al final de aquella primavera. Los medios de comunicación incluso publicaban chistes. No obstante, la realidad es que se dispararon las muertes más de lo normal entre la población que estaba peor alimentada y rodeada de pésimas condiciones sanitarias. Afectó a quienes tenían menos defensas. Ese fue el caso de Guadix y su comarca, donde la mortandad se disparó en sólo cuarenta días de finales de primavera.
Lo que sí está meridianamente claro es que la gripe de 1918 entró en España a través de la frontera con Francia. En los días finales del invierno regresaron miles de españoles a través de la frontera de Port Bou, principalmente, que habían estado supliendo a los franceses en guerra; el gobierno francés sólo permitió que se quedaran en su país los españoles que trabajaban en la agricultura. El éxodo bajó por Cataluña y Levante hasta llegar a Almería; por el camino también traían el virus A, la más mortífera de las tres cepas de la antigua influenza.
Se da por bueno que el primer granadino fallecido en la segunda fase, la del otoño, fue un jornalero de Cúllar que había llegado del Levante. Se llamaba Pedro Navarro Berrueco, de 35 años
Se da por bueno que el primer granadino fallecido en la segunda fase, la del otoño, fue un jornalero de Cúllar que había llegado del Levante. Se llamaba Pedro Navarro Berrueco, de 35 años, con casa en el anejo de Las Vertientes. Al día siguiente falleció un vecino de Caniles y en la semana posterior enfermaron más de 300 canileros. Lo achacaron a que varios de ellos habían ido a la costa murciana a pasar unos días.
El virus de la gripe debía llevar ya varios días en la comarca noreste de Granada. Se sucedían las ferias de ganado de las poblaciones, la fiesta del Cascamorras… con lo cual el trasiego de personas fue abundante por aquellos días de septiembre. Para empeorar las cosas, entre finales de agosto y primeros de septiembre se cernió una ola de frío y aguaceros, seguida de unas semanas muy secas y frescas. Esta bajada de las temperaturas debió contribuir a la expansión.
El primero en dar la voz de alarma fue el alcalde de Cúllar –además de ser uno de los dos médicos del pueblo-, llamado Pablo Feliú Torné. Telegrafió al gobernador civil comunicándole que la epidemia se había adueñado de su término municipal, con varios anejos. Sólo eran dos médicos, uno de ellos de 70 años –José Velázquez de Castro y Fosati-, que se veían obligados a cabalgar decenas de kilómetros cada día para atender a tanto enfermo. Las muertes eran continuas. Pedía ayuda de más médicos y medicinas.
El primero en dar la voz de alarma fue el alcalde de Cúllar –además de ser uno de los dos médicos del pueblo-, llamado Pablo Feliú Torné.
Este asunto comenzó a preocupar a la Diputación cuando también se recibieron telegramas desde pueblos vecinos: Baza, Caniles, Zújar, Orce, Galera, Freila… incluso de La Calahorra, pues ya estaba llegando a comarca de Guadix.
Y esos telegramas eran facilitados por el gobernador a los periódicos de tirada provincial. Empezó a cundir la alarma por la infección, que se extendía rápidamente de Este a Oeste y de Norte a Sur. Era, sin duda, la peor cepa de la gripe, la A. El médico de Cúllar dio las pistas en sus telegramas: infección aguda, con fiebre alta, escalofríos, con manifestación catarral, mialgia, náuseas y vómitos. Y lo peor de todo, se comentaba que también estaban muriendo algunos animales.
Alarma en la capital: a atrincherarse tocan
Al brote epidémico de primavera no le había prestado importancia ninguna autoridad política ni sanitaria. El periódico Gaceta del Sur ya lo había advertido en un durísimo editorial del 12 de junio de 1918 titulado “Censuras justificadas. La cuestión sanitaria”. En él se denunciaba que la Junta de Sanidad no había hecho nada por combatirla, ni siquiera reconocer que la epidemia existía; y lo peor de todo había sido que la Diputación restringiera la admisión de enfermos en el Hospital de San Juan de Dios, con el pretexto de que no había presupuesto para medicamentos.
El Hospital Militar silenció que ya había tenido algunas muertes de soldados en la última semana de septiembre. Pero la alarma saltó el día 30, cuando fallecieron cinco soldados venidos de la provincia. Lo peor de todo, es que sus familiares habían estado con ellos y debían haberse llevado el virus a sus pueblos; o haberlo traído
El Hospital Militar silenció que ya había tenido algunas muertes de soldados en la última semana de septiembre. Pero la alarma saltó el día 30, cuando fallecieron cinco soldados venidos de la provincia. Lo peor de todo, es que sus familiares habían estado con ellos y debían haberse llevado el virus a sus pueblos; o haberlo traído. Ese fue el caso de una madre de Albuñol, que vino a visitar al hijo y se fue contagiada a su pueblo: ella llevó el virus a la Alpujarra.
El gobernador y el alcalde de la capital convocaron a la Junta de Sanidad a toda prisa, que se reunió en el edificio de la calle Duquesa aquel mismo día 30 de septiembre. Los periódicos informaban que “continúa siendo satisfactorio el estado de salud pública en la ciudad. Los casos de gripe continuaban siendo bastante reducidos y de carácter benigno. En cambio, entre el elemento militar la epidemia sigue haciendo estragos”.
El presidente de la Diputación, Fernando Aravaca, acudió a la Junta de Sanidad del 30 se septiembre con un informe del inspector general de Sanidad y con todos los telegramas recibidos de los alcaldes. Había uno que sobresalía entre todos, el del médico-alcalde de Cúllar: “Las bajas diarias son de 15 a 20”. Los diputados de la comarca Baza-Huéscar consiguieron que fuese enviada una brigada sanitaria para colaborar, además de medicamentos y desinfectantes. El Ministerio de Gobernación respondió a las peticiones de ayuda diciendo que se apañaran solos, no tenía presupuesto, que recurriesen a la colaboración social. Antes de que acabase la noche del 30 de septiembre comenzaban a llegar telegramas desde Padul, Almuñécar, Huéneja, Dehesas de Guadix, etc. La epidemia también había llegado a sus términos.
El gobernador, completamente asustado y desbordado, convocó a todas las instituciones provinciales. Pero especialmente a los subdelegados de Medicina, Farmacia y Veterinaria; al director del Hospital Militar, catedráticos de la Universidad relacionados con las ramas sanitarias. Se adoptaron importantes decisiones para evitar que la epidemia alcanzara la capital, que entonces tenía un censo algo superior a 85.000 personas.
La primera medida afectaba al movimiento de personas, había que evitar los intercambios y las aglomeraciones. El rector propuso posponer el inicio del curso en la Universidad; se enviaron cartas a los pueblos y provincias de donde solían venir los estudiantes. La Universidad fue clausurada, hasta nueva orden. El delegado de Enseñanza también propuso que no comenzara el curso en el Instituto Provincial ni en los colegios; no se aceptó su propuesta, pero se decidió dividir a los alumnos por secciones y días, para que coincidieran en los edificios el menor número posible. Así evitaban el hacinamiento.
La primera medida afectaba al movimiento de personas, había que evitar los intercambios y las aglomeraciones. El rector propuso posponer el inicio del curso en la Universidad; se enviaron cartas a los pueblos y provincias de donde solían venir los estudiantes. La Universidad fue clausurada, hasta nueva orden
Las escuelas serían barridas a diario e impregnadas de una disolución antibiótica.
No fue autorizada una manifestación de labradores de toda la provincia que llegarían a la capital.
La Junta de Sanidad empezó a destacar la dedicación casi heroica de alcaldes y médicos en varios pueblos, especialmente en Caniles, Freila y Cúllar. Comenzaban a morir médicos de pueblos; el primero de ellos fue el de Freila.
Los espectáculos públicos en la capital serían permitidos; no obstante, cada media hora se suspenderían para abrir puertas y ventanas y airear los locales.
Los baratillos y mercados tendrían que restringirse al mínimo y desinfectar las piezas en la cámara municipal de desinfección o con formol.
El Seminario Diocesano también cerró sus puertas y acompasó su apertura a cuando lo decidiera la Universidad.
La familia García Lorca, las juntas parroquiales y la desinfección de casas
La Junta de Sanidad fue convocada de nuevo el día 4 de octubre. Las noticias que llegaban de los pueblos seguían siendo alarmantes. La gente caía como chinches, especialmente en la zona Noreste y Alpujarra. Ni el Gobierno Civil ni Diputación tenían medios para socorrer a los pueblos: hacían falta médicos, medicinas, leche, huevos y desinfectantes.
Por eso, a esta reunión de la Junta habían sido convocadas las familias pudientes de Granada (los llamados primeros contribuyentes) y representantes de los bancos. El gobernador les pidió que aportasen dinero para enviar medicinas y alimentos a quienes estaban muriendo por decenas en las poblaciones. Se creó una comisión recaudadora presidida por el banquero Manuel Rodríguez-Acosta; éste fue el primero en aportar 10.000 pesetas de su Banca. Resulta curioso comprobar que en la comisión benéfica figura como vocal el padre de Federico García Lorca –Federico García Rodríguez-. En el listado de aportaciones, la familia García Lorca fue de las que mayor aportación personal hizo, con una donación de 2.000 pesetas.
Las juntas parroquiales de la capital (en número de 14) comenzaron a tomar precauciones para evitar que la epidemia se extendiera por la capital. Ordenaron la desinfección de las parroquias y edificios anejos (la primera fue Santa Escolástica); se aislaron establos y animales; se procuró dar mejores alimentos a los pobres; montaron brigadas de desinfección e higiene para ayudar a las casas más necesitadas y donar ropas que no estuvieran empiojadas.
El gobernador empezó a enviar dinero de las colectas cívicas a los pueblos de la provincia: la primera fue de 2.500 pesetas a los enfermos de Caniles, Orce, Galera, Cúllar y Zújar. Después se sucederían más, hasta que Hacienda pudo liberar dinero.
En la primera semana de octubre, el colectivo médico-practicante de la capital se había mostrado reticente a desplazarse a pueblos; pero a partir del 7 de octubre, Diputación convenció a algunos de su plantilla y aceptaron marchar a poblaciones (varios de ellos nunca regresaron). A Freila fue el practicante Antonio Ortega, quien él solo atendió a 600 enfermos. El joven médico Fidel Fernández Martínez se dirigió a Albuñol; convenció a otros tres colegas y a un estudiante de Medicina para que le acompañasen.
Cueva del Sacromonte, en 1918, (arriba) y Casa de la Lona que fueron desinfectadas al aparecer los primeros focos en la capital. Eran zonas con hacinamiento y malas condiciones sanitarias.
Pero el virus de la temible gripe ya fue detectado en la capital el 6 de octubre de 1918. Ocurrió en la calle Rejas de la Virgen. En la zona más pobre del barrio de las Angustias se había contagiado toda una familia
Notable incremento de muertes en San Lázaro y Hospital Real. Los libros de registro de fallecimientos en hospitales de Granada demuestran que hubo un notable incremento de enfermos tratados y defunciones en la recta final de 1918. En el caso del Hospital de San Lázaro, que actuaba también como hospital provincial en las mismas condiciones que el de San Juan de Dios, la media mensual de defunciones los tres años anteriores a la pandemia era de 13,5 en hombres y 10,41 en mujeres. Esa media se mantuvo entre enero y agosto de 1918; pero se incrementó notablemente durante los meses de septiembre a diciembre: fue del 21,5% para los hombres y del 26,5 para las mujeres ingresadas. El problema surge al tratar de conocer la causa de las muertes, ya que los diagnósticos médicos son muy vagos; la palabra gripe es mencionada en muy pocas ocasiones; abundan enfriamientos, catarros, diarreas, dolor general, etc.
En cuanto al Hospital Real, donde estaba el Hospicio y el Asilo, la media de fallecimientos en los años previos a la pandemia de 1918 estaba situada entre 26 y 30 por año. Concretamente, en 1917 se dieron 28 defunciones, que el año de la epidemia subieron a 38. En el libro de defunciones no se hizo constar la causa de las muertes.
Los libros de registro no especifican el lugar de origen de los pacientes, solamente se consignaba el pueblo de nacimiento.
Al principio de 1919 se mantuvieron medias elevadas en cuanto a defunciones, pero a partir de 1920 bajaron a niveles de 1915.
La ilustración de arriba muestra la primera página del libro de hombres asistidos en el Hospital de San Lázaro correspondiente a 1918 (existe otro para las mujeres). La de abajo, es el comienzo del libro de fallecimientos en el Hospital Real, también del mismo año.
En los pueblos del Noreste fueron suspendidas las ferias a partir de octubre; en la Alpujarra continuaron celebrándose. Daba igual, el contagio ya se había producido en el trasiego de ferias de septiembre. Aunque la epidemia duró desde mediados de septiembre hasta mediados de diciembre, el mes de octubre fue el más mortífero. Una de las muestras más desgarradoras de lo que ocurría en pequeñas poblaciones nos lo ofrece un telegrama del alcalde Turón, del 22 de octubre: “La enfermedad de la gripe hace estragos en este pueblo, registrándose muchas defunciones a diario. Pedimos socorro”.
El ejemplo/testimonio del doctor Fidel Fernández
La Diputación consiguió ofrecer dietas y sobresueldos para los médicos que decidieran desplazarse a los pueblos. Varios de ellos predicaron con el ejemplo, aunque ya he dicho que a unos cuantos les costó la vida.
Aparte de lo contado por los periódicos, muy poco sabemos de lo que ocurrió verdaderamente en Granada durante la epidemia de 1918. Existe poca investigación médica al respecto; ni las autoridades sanitarias lo hicieron en su día ni la Facultad de Medicina ni la Real Academia de Medicina. Lo poco que sabemos se ha hecho a toro pasado.
Al menos, el doctor Fidel Fernández (1890-1942) nos dejó una carta en la que cuenta su vivencia de los días que estuvo voluntariamente en Albuñol, el punto cero de contagio en la comarca de la Alpujarra (Esta carta fue publicada el 22 de octubre de 1918 en el Noticiero). Destaco algunas de sus impresiones: Fue allí respondiendo al llamamiento desesperado del secretario del Ayuntamiento, Ramón Rivas (quien también acabaría muriendo). Aceptó porque la “medicina –decía- también tiene algo de sacerdocio”. Albuñol era un pueblo de unos 8.000 habitantes, distribuidos en la villa (3.400), anejo de la Rábita y 52 cortijadas. La mortalidad media de este pueblo era de unas 200 personas/año, poco más de uno al día. Pero en octubre de 1918 se estaban registrando entre 8-10 muertes diarias. La epidemia fue llevaba a Albuñol por la madre de un soldado al que fue a ver a Granada. El 21 de octubre había 1.500 encamados en estado grave. Existían casas con todos sus miembros afectados, matrimonios que han perdido a todos sus hijos o hijos que han perdido a sus padres.
La sintomatología eran infecciones pulmonares o bronconeumonías, hasta interesar el corazón y provocar la muerte. También se daban casos cerebrales y meníngeos, raros los abdominales. Los médicos del pueblo también estaban afectados
La sintomatología eran infecciones pulmonares o bronconeumonías, hasta interesar el corazón y provocar la muerte. También se daban casos cerebrales y meníngeos, raros los abdominales. Los médicos del pueblo también estaban afectados. La parte farmacéutica estuvo relativamente servida. La higiene era poca. Las calles estaban obstruidas de escombros e inmundicias; los excrementos corrían por doquier. Cuenta el caso de una casucha, donde sólo había una cama para el matrimonio, una hija adolescente (que falleció) y un bebé de seis meses. “La gravedad de la epidemia va unida a la pobreza. Yo estoy seguro de que la mayor parte de aquellos enfermos, transportados por arte de magia a Granada, aposentados en una casa de la Gran Vía, cuidados con la higiene de rigor, alimentados y medicinados adecuadamente, no morirían, ni llegarían a estos estados de gravedad, ni difundirían tan rápidamente la epidemia”. El lavado de ropa era desastroso. La alimentación, defectuosa en extremo. La leche y los huevos escasean. Aparece el acaparamiento de estos productos, que especulan con ellos en Granada y Almería. “Las autoridades de Granada no hacen caso a esta gente alpujarreña”.
Consecuencias de la mortífera pandemia
Número de muertos: Imposible de conocerse; a nivel oficial, el INE apuntó 147.060 muertes por gripe en España en el año 1918; y 21.094 en el año 1919. No obstante, la oleada de primera de 1918 no se contabilizó como tal. Otros investigadores apuntan que se superaron ampliamente los 300.000 fallecidos. A nivel mundial, se calcula que la población disminuyó entre el 13,6 y 21,7%. En Granada, los cálculos menos pesimistas elevan las muertes por encima del 3% (el padrón provincial de 1910 fue de 522.605 personas; España tenía 19.995.146 habitantes). En Guadix y su comarca, alguna fuente habla de 1.500 muertos en primavera (cuando todavía no se hablaba de gripe) y unos 3.800 en el otoño. En el Valle de Lecrín y Alpujarra, se calcula una cifra aproximada a 6.500 fallecidos. El incremento de enterramientos en el cementerio de la capital no permite pensar que hubiese más de 500 fallecidos en la ciudad. En la Vega baja y zona de los Montes Occidentales se registraron muy pocos fallecimientos. Cúllar, uno de los pueblos más afectados, vio retroceder su población a niveles de una década: en 1910 tenía 7.875 habitantes y en 1920 casi los mismos: 7.908. Albuñol tenía 7.749 en 1910 y retrocedió a 7.685 en 1920 (En este caso también hay que sumarle la tremenda emigración a América).
Récord de fallecidos: En Guadix fallecieron 41 personas en un día; en Cúllar, 20 varios días; en Albuñol murieron 15 enfermos de gripe el 21 de octubre.
Presupuestos 1919. El Gobierno obligó a que cada ayuntamiento destinase entre el 10-15% de su presupuesto a prevenir y tratar la epidemia de gripe del año 1919.
Viajeros del tren: El inspector de Sanidad controló la llegada de viajeros en la estación del tren de Andaluces, de manera que se procuró que no entrara a la capital nadie contagiado de gripe. A algunos se les desinfectaron las ropas.
Mendigos: Fueron retirados de las calles de Granada y controlados en el Hospital de San Lázaro hasta que acabó la epidemia.
Rogativas: En Molvízar hubo 800 afectados; cada día fallecían 2-3. El juez municipal ordenó sacar a Santa Ana en procesión el día de los Santos; unos días después falleció el hombre.
Altas tasas de mortalidad: Granada tenía al comenzar 1918 una de las mayores tasas de mortalidad de Andalucía: 2,82; Jaén (2,62); Almería (2,51); Málaga (1,92).
Edades afectadas: Principalmente, afectó a personas comprendidas entre 15 y 40 años, la generación que estaba en edad de trabajar y procrear. También a algunos niños, pero a muy pocos ancianos.
Titulares de prensa: Crearon secciones diarias bajo epígrafes “Epidemia Reinante”, “Epidemia de moda”, “Enfermedad relámpago”, “Grippe de circunstancias”, "Dª Gripe Mata Gentes”, etc.
Nombre en otros países: Spanish Flu (gripe española), Spanish Lady (Dama española), Fiebre de los tres días, Muerte Púrpura, Blitz Katarrh (en Alemania), Fiebre de las moscas de arena (en Italia), Flanders grippe (británicos), Grippe Bresilienne (costa Africana occidental).
Frecuencia de gripe A: Suelen darse brotes de gripe A con una frecuencia de 3-4 pandemias por siglo. El primero bien documentado data de 1170. El virus A también afecta a animales; el brote de 2009 se llamó gripe aviar y surgió en México, murieron unas cien personas. Se vacunó a medio mundo contra ella; todo el mundo que viajaba iba con mascarilla, de las que fueron vendidas más de dos mil millones en el mundo.
Anuncios que proliferaron en la prensa granadina durante la gripe de 1918 (en la Gaceta Médica del Sur y en El Defensor).