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EL LADO DULCE DE LA HISTORIA

Granada, pionera y potencia histórica en el arte del chocolate

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 29 de Abril de 2018
¿Sabías que Granada fue una potencia y pionera en la fabricación del chocolate? En este exquisito y delicioso reportaje, que firma el investigador de la historia de Granada Gabriel Pozo Felguera, te lo contamos con todo lujo de detalles para que disfrutes de una dulce lectura de domingo que te recomendamos.
Fábrica de Chocolates Alhambra, a principios del siglo XX, situada entre Pescadería y Capuchinas.
ARCHIVO M. G. Y.
Fábrica de Chocolates Alhambra, a principios del siglo XX, situada entre Pescadería y Capuchinas.
  • El matrimonio Diego Luis de Moctezuma-Francisca de la Cueva fueron los primeros en traer cacao de México a este Reino, a finales del XVI

  • La primera fábrica de triturado y tostado industrial fue montada en Granada por un emigrante madrileño, en el año 1814

  • Esta provincia ha tenido una larga y fructífera tradición en el labrado del chocolate, con decenas de marcas que no sobrevivieron al siglo XX

  • Chocolates Peña-Toro, en la calle Águila de la capital, fue la última fábrica que cerró en el año 2004

El Reino de Granada fue uno de los primeros lugares de Europa donde se bebió chocolate. Ocurrió allá por el último tercio del siglo XVI. El primer cacao lo trajo la familia del nieto del emperador Moctezuma, casado con una vecina de Guadix; sus sirvientes asentados en la comarca accitana lo traían entre sus costumbres culinarias. Desde principios del siglo XVIII ya hay constancia de la existencia de ingenios para labrar chocolate a la piedra. No obstante, la primera máquina industrial para moler cacao en la capital fue montada en 1814. Desde mediados del XIX y hasta mediado el XX, en Granada se sucedieron infinidad de fábricas de chocolates. Esta provincia fue una potencia chocolatera. La competencia de las grandes marcas nacionales e internacionales acabó con este negocio en el que Granada fue pionera.

Los paladares granadinos fueron de los primeros de Europa en degustar el chocolate. Más concretamente Guadix y La Peza. El motivo no es otro que su asentamiento en estas tierras de una numerosa colonia de indios mexicas, familiares y sirvientes del nieto del emperador Moctezuma II, depuesto por Hernán Cortés. Aquellos mexicas trajeron entre sus costumbres culinarias la toma del chocolate líquido en jícaras. ¿Por qué vinieron aquellos indios a Granada?

Los paladares granadinos fueron de los primeros de Europa en degustar el chocolate. Más concretamente Guadix y La Peza. El motivo no es otro que su asentamiento en estas tierras de una numerosa colonia de indios mexicas, familiares y sirvientes del nieto del emperador Moctezuma II, depuesto por Hernán Cortés

Remontémonos a Guadix, incluso antes de convertirse en mudéjar, 1485. Allí vivía el matrimonio formado por Rodrigo de Ávalos y Leonor de la Cueva; ella descendía de Ambrosio Bocanegra, almirante de la Armada de Castilla en el siglo XIV. Ambos fueron padres del cardenal Gaspar de Ávalos de la Cueva y Bocanegra, nacido en Guadix en 1485. Gaspar fue obispo de Guadix en 1524, arzobispo de Granada (1525-42), arzobispo de Santiago (1542-45) y cardenal a partir de 1544, cuando se trasladó a Roma.

El cardenal Gaspar de Ávalos de la Cueva apadrinó a una sobrina suya llamada Francisca de la Cueva y Bocanegra (o Valenzuela). No sabemos la fecha exacta de su nacimiento, pero debió estar muy próxima a mediados del siglo XVI. Era hija de Juan de la Cueva, probablemente hermano o sobrino del cardenal.

Esta familia De la Cueva pasó a ocupar cargos en Nueva España (México) a partir de 1560. Incluso comprobamos que allí se desplazó incluso el poeta Juan de la Cueva de Garoza, perteneciente a otra rama familiar, entre los años 1574-77. Otro primo, llamado Luis de la Cueva, vecino de Granada e hijo de Beatriz de la Cueva y Jerónimo Góngora, se fue a México llamado por la familia. Ocurrió en 1576.

Ilustraciones de códices mayas (siglo XIV-XV) que muestran escenas de recolección, preparación del chocolate y a dos caciques mexicas degustando chocolate espumoso.

La accitana Francisca de la Cueva casó con el nieto del emperador Moctezuma II, llamado Diego Luis Moctezuma Ilhuitltemoctzin. No sabemos si ese matrimonio ocurrió en México antes de 1576 o ya de regreso en España. Lo cierto es que a partir de aquel año, Felipe II convenció al nieto de Moctezuma para que se trasladase a España; a su esposa Francisca de la Cueva la situaron como dama de la corte de la emperatriz Ana de Austria. Diego Luis Moctezuma concentraba en su persona los derechos de sucesión al trono mexicano; Felipe II le fue haciendo promesas de prebendas, títulos y oro para retenerlo en España y evitar que protagonizara alguna revuelta contra los españoles. Felipe II y su hijo Felipe III le estuvieron mareando en España, sin dejarlo regresar a México, entre Guadix, Sevilla, Madrid y Valladolid, hasta que falleció en 1606 sin ver cumplidas las promesas reales.

Francisca de la Cueva y su hijo Diego Moctezuma de la Cueva vivieron algún tiempo en Guadix y La Peza, localidad que acabaron comprando al rey. Siempre rodeados de su cohorte de antiguos sirvientes mexicas. Incluso esta familia Moctezuma-De la Cueva mantuvo sus propiedades y títulos en México; en 1588 enviaron a un accitano de su confianza (llamado Hernando de Isla) para que se ocupara de administrar sus bienes en México. Este Hernando era el encargado de remitirles cargamentos de cacao.

Francisca de la Cueva murió en 1627. Además de extender el consumo de chocolate por el Reino de Granada, dejó repartidos por estas tierras a sus cinco hijos, quienes también tuvieron amplias descendencias por toda España.

Permiso real para que el administrador de la familia Moctezuma pudiese permanecer en México, desde donde les remitía cacao a Granada (1588).

Negocio con licencia real en Loja

El cacao, el azúcar y las especias fueron productos apreciadísimos en Europa a partir de su llegada en el siglo XVI. Incluso las semillas de cacao llegaron a ser utilizadas como monedas en Centroamérica, de ahí que muchos truhanes españoles se llevaran habas para pintarlas y hacerlas pasar como monedas. La carestía del cacao propició contrabando y guerras comerciales. Su importación, uso y venta fue regulado por la hacienda real, de manera que era muy controlado en los portazgos de las ciudades. La fabricación del chocolate estaba controlado por estrictas autorizaciones de la monarquía, de tal manera que sólo las clases pudientes tenían acceso a su labranza o cultivo (equivalencia a fabricación).

En 1717, el Ayuntamiento de Granada publicó una disposición (consecuencia de una orden de Madrid) por la que se prohibía la entrada en su reino de azúcares, dulces y cacao procedentes de Portugal. Debía ser más barato por burlar los controles fiscales españoles, además de provenir de las colonias portuguesas en vez de americanas, como era el caso del cacao que se trabajaba en España.

La primera fábrica de chocolates en tierras granadinas de que tenemos referencia escrita es la ubicada en Loja, en tierras del III Marqués de Algarinejo (Juan Andrés Fernández de Córdoba y Morales). Corría el año 1736 y se menciona que tenía “siembra de chocolate

La primera fábrica de chocolates en tierras granadinas de que tenemos referencia escrita es la ubicada en Loja, en tierras del III Marqués de Algarinejo (Juan Andrés Fernández de Córdoba y Morales). Corría el año 1736 y se menciona que tenía “siembra de chocolate”.

En un documento posterior de esta misma familia, correspondiente a 1794, comprobamos las cifras de la producción de chocolate de los dos años anteriores. Las cuentas se las rendía el administrador del marquesado, de nombre Juan Ortiz de Rosillo. El V marqués en ese momento era Francisco de Paula Fernández de Córdoba y Egas Venegas. Una de las mayores fortunas de finales del siglo XVIII.

La labranza del chocolate en su fábrica de Loja debía ser importante, al menos si nos guiamos por las grandes cantidades de azúcar y cacao que figuran en las cuentas rendidas por el encargado.

Extracto de la contabilidad de la factoría de chocolate del Marqués de Algarinejo (1794).

El salón del chocolate del Obispado y el Marqués de la Ensenada

La siguiente referencia en el tiempo que tenemos de la afición por el chocolate en Granada nos la da el Marqués de la Ensenada (Zenón de Somovilla y Bengoechea, 1702-81). Imaginamos que hacia mediados del siglo XVIII, el consumo de chocolate a la taza era un lujo sólo al alcance de los estamentos privilegiados de aquella sociedad del antiguo régimen: la aristocracia y el clero.

El Marqués de la Ensenada, tras haber sido el hombre más poderoso de España después del rey, cayó en desgracia en 1754

El Marqués de la Ensenada, tras haber sido el hombre más poderoso de España después del rey, cayó en desgracia en 1754. Sus adversarios lo sacaron de la cama en su palacio madrileño, lo introdujeron en una carroza y no pararon de cabalgar hasta llegar a su destino de destierro. Ese lugar no era otro que la ciudad de Granada. Aquí llegó el 25 de julio de 1754. Su extrañamiento en esta ciudad, vigilado por varios guardias reales, se prolongó hasta finales de diciembre de 1757 en que fue trasladado al Puerto de Santa María, debido a que no le sentaba bien el clima tan extremo de Granada.



Retrato del Marqués de la Ensenada, gran degustador de chocolate a la taza en el Palacio Arzobispal de Granada.

Durante los más de tres años de destierro en Granada, el ministro ilustrado se dedicó a dos cosas: colaborar con el Padre Flores en sus excavaciones en el foro romano del Albayzín y tomar chocolate con el arzobispo Onésimo de Salamanca (1752-57). El Marqués se desplazaba casi a diario al Palacio Arzobispal, concretamente a una estancia que llamaban salón del chocolate. Allí, las altas jerarquías  religiosas degustaban chocolate caliente y espumoso tras la misa de laudes en la Catedral; por entonces el chocolate era considerado una bebida con propiedades medicinales, no un alimento. Esta condición les permitía soslayar la normativa católica en cuanto a ayunos.

El Marqués se desplazaba casi a diario al Palacio Arzobispal, concretamente a una estancia que llamaban salón del chocolate. Allí, las altas jerarquías  religiosas degustaban chocolate caliente y espumoso tras la misa de laudes en la Catedral; por entonces el chocolate era considerado una bebida con propiedades medicinales, no un alimento. Esta condición les permitía soslayar la normativa católica en cuanto a ayunos

El Marqués tuvo ocasión de conocer de cerca a la comunidad gitana granadina, que por entonces era una de las ciudades que más población tenía de esta etnia. Y quizás entonar el mea culpa por haberlos considerado unos indeseables. En 1849 había intentado exterminarlos.

Unos años después de la marcha del Marqués de la Ensenada, en 1776, encontramos la primera referencia de una tienda de chocolate y pasteles entre los papeles del Archivo Histórico Municipal. No conocemos en detalle si era fabricante o sólo vendedor de chocolate en polvo para después servirlo a la taza. Se trataba de la pastelería de San Gil, situada al principio de la calle Elvira y paredaña con la desaparecida parroquia de San Gil. El Ayuntamiento le exigía una contribución anual para colaborar en la limpieza del darro de aguas sucias; se abastecía de agua de un ramal de la acequia de San Juan, que bajaba por la calle San Juan de los Reyes, atravesaba Plaza Nueva y suministraba a toda la zona: Placeta de Sillería, Imprenta, Abenhamar, Bañuelo, Mesa Redonda, Tinte, Cantos, Gallinería y Platería Vieja (la mayoría de estas calles desaparecieron al abrir la Gran Vía).

La chocolatería-pastelería San Gil debió perdurar muchísimos años, pues en marzo de 1891 apareció un artículo que hablaba de ella en la revista Annales de L’Academie Universelle, dedicada a las ciencias y artes industriales, con sede en Bruselas. Para entonces el maestro chocolatero/propietario se llamaba Antonio Sánchez Jiménez. El artículo ponía por las nubes los productos que fabricaba, hasta el punto de ser proveedor de la Casa Real. También había participado en las exposiciones provinciales de 1876 y 1883, además de en la Marítima de Cádiz. Sus recetas eran muy apreciadas.

En 1776, encontramos la primera referencia de una tienda de chocolate y pasteles entre los papeles del Archivo Histórico Municipal

Así mismo, en esta zona de Plaza Nueva existió otra chocolatería en 1792, propiedad de Joaquín Yesares. Sólo sabemos que estaba situada muy cercana al puente del río Darro, pero no conocemos el lugar con exactitud. Este chocolatero tenía concedidos dos reales de agua de la acequia de San Juan para abastecer su negocio.

Primera fábrica de chocolate documentada en Granada

Hasta finales del siglo XVIII, la elaboración del chocolate se hacía totalmente a mano, a base tostar el cacao y luego raspar su pulpa en una piedra rugosa cóncava llamada metate. Es decir, el proceso no evolucionó desde que muchos siglos o milenos atrás había sido descubierto por los indígenas mesoamericanos. No obstante, la revolución industrial también parece que llegó a la artesanía chocolatera para convertirla en industria. En Madrid, en 1792, ya había una lonja de chocolate en la Plazuela de Santiago, propiedad de Joaquín López Lombardero, donde había entrado una rudimentaria mecanización.

Piedra rugosa llamada metate, en la que se trituraba el cacao de manera manual (chocolate a la piedra).

Pocos años después, en 1807, otro madrileño llamado Domingo Moreno inventó y patentó unas máquinas para mejorar el proceso de fabricación del chocolate. Obtuvo la correspondiente patente de su majestad el rey Carlos IV. Pero su alegría debió durarle poco, pues en 1809 salió huyendo de Madrid por la ocupación de los ejércitos napoleónicos.

Domingo Moreno en 1814 solicitó autorización al Ayuntamiento de Granada para establecer una fábrica de labrar chocolate. Lo haría con la patente exclusiva concedida por el rey siete años atrás. El principal avance de su proceso de fabricación consistía en una máquina para moler el cacao, que eliminaba el duro trabajo manual de hacerlo a la piedra

¿Y dónde fue a refugiarse el inventor Domingo Moreno? Exactamente, a Granada. En esta ciudad estuvo trapicheando en negocios de telas mientras duró la ocupación francesa. Pero en 1814 no regresó a su Madrid natal, sino que se quedó en Granada. El 25 de noviembre de 1814 solicitó autorización al Ayuntamiento de Granada para establecer una fábrica de labrar chocolate. Lo haría con la patente exclusiva concedida por el rey siete años atrás. El principal avance de su proceso de fabricación consistía en una máquina para moler el cacao, que eliminaba el duro trabajo manual de hacerlo a la piedra.

En su memoria explicativa decía que el molino disponía de doce piedras de moler cacao y que no le era preciso tostar previamente el fruto para separar las partes oleosas, mantecosas y glusinosas. El proceso industrial le permitía ofrecer chocolates a mejores precios y extender su consumo entre las clases menos pudientes.

La patente inventada por Domingo Moreno tenía una exclusiva para los siguientes ocho años. Sabemos que en 1825 continuaba fabricando chocolate en polvo para consumir a la taza, pues el Ayuntamiento le renovó el permiso en esa fecha. El único fallo de toda la documentación conservada en el Ayuntamiento de aquella primera fábrica de chocolate industrial es que no se menciona el lugar donde estuvo situada. Me pregunto si no se trataría de una fabriquilla que se menciona ubicada en la calle San Matías, esquina a calle Virgen del Rosario, en julio de 1855, propiedad de José Fuentes Vida. Pero nada se puede asegurar al respecto.

Boom chocolatero en el siglo XIX

Las primeras referencias de elaboración del chocolate en Europa datan de 1534 y están ligadas a los monjes benedictinos y dominicos, que enviaban cacao a España a través del puerto de Sevilla. Aquel año, lo cocinaron en el Monasterio de Piedra (Zaragoza) a partir del cacao y su receta enviados por fray Jerónimo de Aguilar. En 1544, una representación maya visitó al príncipe Felipe en Madrid y le hicieron chocolate. Es el primer caso bien documentado de la presencia del chocolate en España. A mediados del siglo XVI empezó a extenderse su bebida entre los centros religiosos de nuestro país; si bien, ya se le añadía azúcar de caña, canela, anís y trocitos de frutas para endulzarlo.

Grabado (cuya matriz original es de cobre) de mediados del siglo XIX en el que se explica en qué consistía el proceso de preparación del chocolate a la piedra. A. H. M. G.

Entre mediados del siglo XVI y mediados del XIX, la toma del chocolate equivalía en España a lo que el té para los ingleses. Tuvo que pasar más de un siglo para que el chocolate pasara a Italia, después a Francia y desde aquí de manera imparable al resto de países de Europa.

En Granada ocurrió el boom chocolatero en el último tercio del siglo XIX. Las primeras fábricas de tipo industrial surgieron en lo que por entonces fue el polígono empresarial por excelencia: el Realejo. Buena parte de las factorías, molinos e ingenios, de todo tipo, se ubicaron al lado de la Acequia Gorda o sus derivaciones para aprovechar la fuerza motriz de los 49 saltos que tenía este importantísimo canal

El siglo XIX supuso el boom o eclosión de la fabricación y consumo de chocolate en una Europa que hasta entonces le había dado la espalda. Las grandes marcas de chocolates de hoy llevan los apellidos de las primeras familias que afrontaron su producción con carácter industrial (Suchard, Toblerone, Nestlé, etc.)

También en Granada ocurrió el boom chocolatero en el último tercio del siglo XIX. Las primeras fábricas de tipo industrial surgieron en lo que por entonces fue el polígono empresarial por excelencia: el Realejo. Buena parte de las factorías, molinos e ingenios, de todo tipo, se ubicaron al lado de la Acequia Gorda o sus derivaciones para aprovechar la fuerza motriz de los 49 saltos que tenía este importantísimo canal. Inmediatamente después, empezaron a surgir por otros lugares de la ciudad a partir de la aparición de los motores de vapor o eléctricos alimentados por la central de Pinos Genil. Vamos a recordar algunos casos puntuales.

Enrique Sánchez García. Desde antes de 1895 existía una fábrica de velas, helados y chocolate en la calle Escudo del Carmen, número 15. Se publicitaba en periódicos y revistas de la época, frente a donde estuvo el parque de bomberos y después casa de socorro. La fábrica estuvo bastantes años en funcionamiento, pues en 1936 todavía aparecían anuncios, en este caso ya a nombre de los herederos de Enrique Sánchez. Para entonces lo vendían con la marca Doria. En una noticia de prensa (de 1910) este empresario aseguraba que hacía 54 años que fue el primero en instalar en Granada una máquina de vapor para mover los aparatos en su chocolatería; es decir, en 1856 ya debía existir esta factoría chocolatera en la calle Escudo del Carmen.

La chocolatería de Enrique Sánchez ya debía existir en 1856, movida por una máquina de vapor, según esta noticia de prensa de 1910.
Anuncios en el anuario de El Defensor de Granada (1895) y Granada Gráfica (1920 y 1936), respectivamente.

Chocolates la Granadina. Me pregunto si la anterior casa sería la sucesora de la fábrica La Granadina, pues estuvo situada en la misma calle Escudo del Carmen, pero en el número 23. El anuncio que sigue está fechado el 8 de marzo de 1870 en un periódico local. Por su explicación, da a entender que existía desde años atrás, pues resalta que se habían hecho obras de modernización. Fabricaba al menos seis tipos de chocolates, a tenor de los precios que daba por libra. También es destacable que lo fabricaban por el sistema antiguo de la piedra y mecanizado. Este anuncio es la única referencia que he hallado de Chocolates la Granadina.

Verdad. En 1896 comprobamos anuncios de lo que debió ser una fábrica de pocas dimensiones llamada Chocolate Verdad. Lo elaboraban en la Cuesta del Pescado y el despacho lo tenían en la calle Méndez Núñez (actual Reyes Católicos, por debajo de la farmacia Zambrano recién clausurada). Especifican que movían la maquinaria con un motor hidráulico, seguramente también conectado a una turbina del ramal de acequia que descendía por la calle Solares.

Chocolates Alhambra. En el Anuario Industrial de Andalucía de 1878 figuraban dos fábricas de chocolate en Granada. La primera era la de Talero Hermanos (en la calle Caldereros), que pronto cerró. La otra era de la familia de José González Aurioles (que después también serían banqueros); estaba situada entre las calles Capuchinas y Pescadería (por la zona del restaurante Cunini). A principios de siglo XX la vemos convertida en una de las más importantes, ya con el nombre de Chocolates Alhambra. El nuevo propietario era un hombre de Pulianas llamado Francisco Rodríguez Serrano, que poco tiempo después se la pasó a su hijo  Rodríguez Ortega, recién llegado de la guerra de Cuba. Una rama de esta familia amplió el negocio al número 20 de Capuchinas e incluso abrió otra pequeña fábrica en La Romanilla que vendió chocolate con la marca Chocolates Generalife.

El nuevo propietario era un hombre de Pulianas llamado Francisco Rodríguez Serrano, que poco tiempo después se la pasó a su hijo  Rodríguez Ortega, recién llegado de la guerra de Cuba. Una rama de esta familia amplió el negocio al número 20 de Capuchinas e incluso abrió otra pequeña fábrica en La Romanilla que vendió chocolate con la marca Chocolates Generalife

Tenemos la suerte de que en el Archivo de Miguel Giménez Yanguas se conserven cuatro fotografías de aquellas instalaciones. Es la primera vez que vemos motores eléctricos moviendo la maquinaria de una fábrica de chocolate. Sabemos que estaba situada en un edificio construido con columnas de mármol y también de hierro fundido, con un patio interior cubierto que hacía las veces de almacén; algunos de esos elementos todavía están incrustados en los edificios.

Chocolates San Antonio. En el año 1924, la familia Rodríguez Serrano también tenía otra marca de chocolate con el nombre de San Antonio y en el mismo lugar de la calle Capuchinas. Su existencia ha dejado bastantes rastros publicitarios. En el Almanaque de Granada correspondiente a 1924 se especificaba que su fabricación se hacía a la vista del cliente, para que se pudiera comprobar la limpieza con que se trabajaba.

En esta fábrica aparecen por vez primera dos novedades: se ofrece chocolate con vainilla y sin canela destinado a enfermos, y también por el sistema suizo; la segunda consistía en la fabricación de bombones. Han llegado a nuestros días varios modelos de cajas, primorosamente labradas, donde se vendían los bombones para regalos, e incluso se les insertaba una fotografía de la persona a la que iban dedicados. Aquellas cajas después servían como joyeros, costureros o para guardar cartas.

En el año 1928, otro Antonio Rodríguez (Gómez de segundo apellido) presentó una solicitud al Ayuntamiento de Granada para modernizar la fábrica, ampliada también al bajo de la casa número 20. Aportó un planillo y una pequeña memoria; las mejoras consistieron en instalar una autodesmoldeadora automática y cámara enfriadora del chocolate. Se trataba de una rudimentaria cadena que transportaba los moldes llenos, los vaciaba y volvían para ser llenados y enfriados mediante ventiladores de aire frío. Toda la cadena era movida por cinco motores de entre 11 y 2 hp. El compresor lo colocaron en el patio contiguo en prevención de que se produjera un escape de gas.

En estas tres fotografías (más la inicial de este artículo) de Chocolates Alhambra vemos que un motor eléctrico movía toda su maquinaria a través de un embarrado de poleas. Se aprecian perfectamente la tostadora del cacao, el molino triturador, una laminadora, un almacén lleno de sacos y cajas, quizás con tabletas de chocolate dispuestas para la venta. En aquellos años ya había aparecido el chocolate en tabletas, incluso en variedades que contenían distintos porcentajes de cacao. Faltaba muy poco tiempo para que se le añadiesen almendras, leche y otros frutos secos. ARCHIVO M. G. Y.
Anuncios y caja de bombones de Chocolates San Antonio de 1924 y 1931. El croquis es de la ampliación de la planta es de 1928, A. H. M. G.

Traslado a San Juan de Letrán y Chocolate Alcázar. El negocio chocolatero no debía irles mal a la familia de Antonio Rodríguez, pues en 1941 presentaron un proyecto para emplazamiento de maquinaria de una fábrica de chocolate y galletas en los bajos de un nuevo edificio situado en la esquina de Calvo Sotelo con San Juan de Letrán, números 2 y 4. La familia trasladó hasta aquí el negocio desde la calle Capuchinas por tratarse de un lugar más espacioso. En las plantas superiores vivirían los miembros de la familia, más algunos alquilados (Actualmente es la esquina de Mariscal Delicatesen, más otras tiendas).

Estos chocolateros sacaron al mercado una nueva marca, al hilo de los nuevos tiempos: chocolate Alcázar. Aquellos bajos servían además como fábrica de galletas María, también de la marca Alcázar, tostadero de café y distribuidora de otras marcas. Durante mucho tiempo hubo un enorme cartelón anunciador de su chocolate y galletas. Todavía queda dibujada una galleta en la parte alta del edificio, esquina a calle Diego de Arjona; este hecho hacía que los transeúntes la llamaran casa de la galleta.









Envoltorio del chocolate Alcázar (de los años cincuenta);  publicidad del chocolate almendrado y galletas de fabricación local; y galleta pintada en la fachada de la antigua fábrica, en la Avenida de la Constitución, 34-Esquina a Diego de Arjona. La galleta María fue inventada en Londres en 1874 con motivo de la boda del hijo de la reina Victoria y se popularizó rápidamente por Europa.

Varias fábricas dispersas. Hasta los años cuarenta del siglo pasado llegaron en plena producción varias fábricas más de chocolates, con diferentes dimensiones y producciones. En la Placeta de San Isidro existió un obrador llamado Chocolates Capuchinos. Las naves donde después surgió el Colegio de los Maristas fue primeramente una fábrica y almacén de chocolates. También hubo unos cuantos años en que los chocolateros de Bibarrambla vendían tabletas con la marca Atlas; éste lo anunciaban con una cancioncilla muy pegadiza en Radio Granada en los intermedios de las radionovelas.

En Maracena también existió una fábrica de chocolate que llevó el nombre de esta localidad, pero le perdemos pronto la pista.

En Motril y zona de la costa fueron muy famosas las tabletas de chocolate de la marca San Luis. La empresa la fundó José Viñas Gayola en la primera década del siglo XX. En 1921, su hijo Luis Viñas Parera diseñó y patentó un envoltorio muy moderno en tonos azules. Incluso dispuso de una camioneta que publicitaba sus productos y repartía por los pueblos.

Chocolates y galletas Alerta.  Al poco de acabar la guerra civil de 1936, tomó fuerza una pequeña fábrica de chocolate surgida al lado de la acequia que movía los ingenios del Realejo, en la calle Solares, 13. La sociedad se llamaba GBC S. A. (González, Brieva (al que se sumó Leyva) y Contreras); este último empresario era tostador de café y tenía una tienda en la Acera del Darro. A principios de los años cincuenta ya daba empleo a diez hombres y a ocho mujeres; incluso trajeron a un experto maestro chocolatero.

La empresa fabricaba chocolate en polvo y en tabletas, de una manera semiautomática. No obstante, el envoltorio de los paquetes se hacía de forma manual. Todavía vive una de las trabajadoras que empezó su vida laboral en aquella empresa, que con el tiempo amplió el negocio a la fabricación de galletas. Se llama Encarnación Pedraza Muñoz y tiene 86 años. En su memoria todavía está presente la enorme fábrica y el patio donde se hacía el chocolate; en la planta superior de la nave se encontraba la administración.

Casas construidas en la calle Solares, 13, donde estuvo situada la factoría de Chocolates Alerta.
Plantilla de Chocolates Alerta en junio de 1950. El joven agachado de la derecha fue quien recibió el disparo un mes más tarde de tomarse esta foto.

Hacían tabletas con las marcas Alerta y Familiar, el último era el más corriente. Cada semana salía un camión con producto para repartir por Granada y provincias limítrofes. Los envoltorios y las cajas las imprimía Gráficas Anel. Eran años de autarquía en que escaseaba hasta la electricidad; por eso las fábricas de la zona se veían obligadas a trabajar en varios turnos debido a que no había suficiente potencia para todos los motores; incluso los operarios hacían horas extraordinarias para cumplir con los numerosos pedidos. Aquella fábrica de GBC S. A. estaba bastante mecanizada; el cacao lo recibían principalmente verde procedente de Guinea. El proceso de fabricación comenzaba con el tostado del cacao; después lo pasaban por el molino para separar sus componentes, manteca y polvo de cacao. También contaban con un almacén de azúcar y otro de harina. Posteriormente, añadieron al proceso un tostador de almendras para fabricar la primera modalidad de chocolate almendrado.

Noticia del 6 de julio de 1950, donde se recoge la muerte del joven de 16 años.

Desgraciadamente, aquella fábrica fue famosa porque el vigilante nocturno mató de un disparo a un joven aprendiz del turno de noche.

En el año 1966, los tres socios construyeron un edificio en el Camino de Ronda, 72.

Peña Toro. He dejado para el final la marca de chocolates que quizás más se recuerde entre los  granadinos que superan los cuarenta años. El origen de su fundación se encuentra en el año 1925: los hermanos Joaquín y Salvador Peña Toro construyeron una casa en el número 16 de la calle Águilas, con salida trasera a Cruz; en medio había un patio y en las plantas superiores establecieron sus viviendas. Todo el bajo, de unos 400 metros, lo destinaron a su fábrica semiartesanal de chocolate. El momento era muy propicio, pues había nada menos que otras dieciséis fábricas de chocolate en la capital. Y todas tenían negocio.

Salvador Peña-Toro Torres tiene hoy 84 años; mantuvo activa la fábrica familiar de su padre y su tío hasta el año 2004, en que cerró definitivamente. Sobre la persiana de la antigua fábrica luce todavía el cartel de vidrio pintado con el nombre de la empresa; detrás de la puerta duermen desde hace catorce años parte de las herrumbrosas máquinas de la factoría chocolatera

Salvador Peña-Toro Torres tiene hoy 84 años; mantuvo activa la fábrica familiar de su padre y su tío hasta el año 2004, en que cerró definitivamente. Sobre la persiana de la antigua fábrica luce todavía el cartel de vidrio pintado con el nombre de la empresa; detrás de la puerta duermen desde hace catorce años parte de las herrumbrosas máquinas de la factoría chocolatera; la mayoría proceden de la reforma hecha en los años 50-60 del siglo pasado. También a su lado se encuentra la Vespa con la que Salvador y su esposa Julia iban a veranear a Cádiz en los años sesenta. Salvador guarda con primor los moldes de hacer las onzas de chocolate. Incluso un sello de correos que imprimió su vecino Manuel Anel durante la II República; en el raro sello figura la fachada de la fábrica de chocolate de los Peña Toro.

El cacao lo importaban a través del puerto de Valencia. En ocasiones ya venía incluso molido. En la fábrica de calle Águila tenían el secreto de la receta, a base de un buen porcentaje de cacao, azúcar de Motril y harina de un trigo especial que le molían sólo para ellos. Sus onzas resultaban exquisitas a la chiquillería. Más aún los cigarrillos de chocolate con que algunos padres y padrinos obsequiaban a los niños. El proceso de envasado era manual, lo cual obligó a tener hasta 17 mujeres empaquetadoras en temporada alta. En sus buenos tiempos, Peña Toro también sacó al mercado tabletas con la marca Kika.

Recuerda Salvador Peña-Toro el enorme aljibe que tenían lleno de agua para el compresor que enfriaba el chocolate y el almacén del patio repleto de cajas, listas para repartirlas por Granada. Hasta que en los años ochenta la competencia nacional e internacional de las grandes marcas se hizo insostenible; Chocolates Peña Toro empezó a replegarse, limitándose a envasar chocolate en polvo y cola-cao. Ya no era negocio y no hubo una tercera generación familiar que continuara con la empresa. Poco a poco se fueron jubilando los trabajadores, el primo Joaquín y, finalmente, a Salvador le tocó echar el cierre definitivo. Moría la última fábrica de la tradición chocolatera granadina.

El epílogo a la boyante fabricación de chocolates en Granada es bastante triste. Ninguna de aquellas empresas logró mantenerse, hacerse grande e incluso internacionalizarse. Hoy sólo son objeto del recuerdo y la nostalgia.

Actualmente sólo quedan pequeñas fábricas artesanales de chocolates, de reciente apertura,  especialmente en la Alpujarra, que fabrican multitud de variedades.

Salvador Peña-Toro Torres y su esposa Julia posan en la puerta de la última fábrica de chocolate de las que tuvo Granada en el siglo XX. Dentro duerme parte de la maquinaria de los años 50-60.