La Desbandá, 80 años después
Han pasado 80 años de la desbandá y el movimiento de solidaridad con las víctimas de aquel crimen de guerra sigue creciendo. Este año, la Federación Andaluza de Montañismo se ha unido a las asociaciones memorialistas con una marcha senderista que recorre los 260 kilómetros que hay desde Málaga a Almería. Con esta marcha, se suma al homenaje que, desde hace años, venimos haciendo a las más de 5.000 personas asesinadas en la conocida como carretera de la muerte, uno de los episodios más espeluznantes de la guerra civil.
Todo empezó con la campaña de terror radiofónico que Gonzalo Queipo de Llano transmitió por Radio Sevilla en febrero de 1937. El general golpista provocó la huida de Málaga de más de 150.000 personas, aterrorizadas por sus amenazas. Y cuando Queipo de Llano supo que esta avalancha humana desordenada intentaba escapar por la carretera de la costa, se permitió bromear: “Grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación, que los bombardeó”.
La campaña de terror psicológico del general desató tal pánico colectivo en Málaga, a punto de ser tomada por los franquistas, que miles de personas, familias enteras con niños y ancianos, se lanzaron con lo puesto a la carretera por temor a las represalias que anunciaba por radio. Las amenazas de Queipo se confirmaron cuando las personas que huían de Archidona, Antequera y Ronda, ya en poder de los sublevados, llegaban a la capital malagueña con noticias aterradoras sobre saqueos, asesinatos y violaciones. La desbandá fue un crimen de guerra contra población civil indefensa, cañoneada sin piedad por la marina franquista, bombardeada por la aviación nazi e italiana y perseguida por legionarios y regulares, que dejaron de ser soldados para comportarse como sicarios a las órdenes de Queipo de Llano.
El corresponsal del diario británico The Manchester Guardian fue testigo de la masacre: “Pronto se convirtió en una sangrienta realidad. El camino se tornó en un infierno bombardeado por los barcos fascistas españoles y los aviones alemanes e italianos. Pronto el camino quedó cubierto de muerte. Se fueron abandonando enseres y bultos, y cuando la comida empezó a faltar, la marea de refugiados arrasó los campos de caña de azúcar. Los pueblos por los que pasaban se negaban a ayudarlos temerosos de futuras represalias. Muchos de ellos murieron en las cunetas…”. También nos dejó un testimonio estremecedor el periodista Arthur Koestler del Daily Worker: “El río de refugiados se dirige a una trampa mortal. La carretera está todavía abierta, pero bajo el fuego de los barcos de guerra y de los aviones que ametrallan a los refugiados”.
En la desembocadura del río Guadalfeo, por la costa de Salobreña, tuvo lugar uno de los episodios más dramáticos. El puente estaba destruido por los bombardeos y el río venía crecido, por lo que muchos fugitivos no se atrevían a cruzarlo. El río les impedía llegar hasta Motril. Perseguidos por tierra, mar y aire, se sintieron atrapados en su huida desesperada y los que finalmente se arriesgaron a cruzarlo, fueron arrastrados hacia el mar, donde murieron ahogados y ametrallados. El general golpista se convertía así en un criminal de guerra, que, a pesar de esta violación masiva de los derechos humanos, sigue enterrado con todos los honores en la Basílica de la Macarena en Sevilla, frente al Parlamento de Andalucía.
Cuando conoció la desbandá, el médico canadiense Norman Bethune, acompañado de sus ayudantes Hazen Sise y Thomas Worsley, viajaron con su ambulancia desde Almería a Málaga para socorrer a las víctimas y salvaron muchas vidas. Bethune anotó en su diario: “Yacían hambrientos en los campos, atenazados, moviéndose solamente para mordisquear alguna hierba. Sedientos, descansando sobre las rocas o vagando temblorosos sin rumbo. Los muertos estaban esparcidos entre los enfermos con los ojos abiertos al Sol”.
Con motivo del 80 aniversario de la desbandá, las asociaciones memorialistas colocarán un busto de Norman Bethune en Motril y una avenida de la ciudad costera llevará el nombre del médico canadiense. Rendimos así homenaje al héroe de este episodio de terror que nos dejó el siguiente mensaje solidario: “Yo no he venido a España para derramar sangre, sino para darla”.