El resurgir de la política reaccionaria

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 21 de Octubre de 2018
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'Cada nación tiene el gobierno que se merece'.

Joseph de Maistre, escritor y político reaccionario (1753-1821)

La historia tiende a repetirse con más asiduidad que una comida copiosa, y no necesariamente lo mejor de ella, producto del ajetreado, y reconozcámoslo, generalmente estúpido camino de la especie humana en su afán por autodestruirse. Ese cíclico caer en lo peor de sus instintos termina por convertir sus sueños, deseos de esperanza, y de una buena vida, en pesadillas y miseria. Lo más llamativo de este bucle que convierte el ciclo de esperanza, sueños, progreso; en odio, desdicha, dolor, reacción, es que cuando nos encontramos en lo más alto del ciclo, soñando con un verdadero despertar a una era de ilustración y progreso, creemos que no hay marcha atrás, que la línea del tiempo histórico humano es una línea recta, con algunas curvas en el camino, pero que inexorablemente nos acerca a la meta final llena de bienestar y felicidad para nuestra especie, que no hay vuelta atrás en los logros que hemos conseguido.

Lo más llamativo de este bucle que convierte el ciclo de esperanza, sueños, progreso; en odio, desdicha, dolor, reacción, es que cuando nos encontramos en lo más alto del ciclo, soñando con un verdadero despertar a una era de ilustración y progreso, creemos que no hay marcha atrás, que la línea del tiempo histórico humano es una línea recta, con algunas curvas en el camino, pero que inexorablemente nos acerca a la meta final llena de bienestar y felicidad para nuestra especie, que no hay vuelta atrás en los logros que hemos conseguido

Craso error, todo progreso  puede desvanecerse con la misma facilidad que un castillo de arena construido en ciclo de marea alta. Y deberíamos tener presente, que de esos logros, pocos hay más frágiles que la democracia, y que sus valores de libertad, igualdad, solidaridad y justicia, son los primeros en ser arrasados cuando el miedo se apodera de nuestras sociedades, porque el miedo, la emoción más básica y arraigada en nuestros genes, tiene la desagradable costumbre de transformarse en odio, y todos sabemos a dónde nos lleva dejarnos arrastrar por ese camino; el fascismo y sus derivados. No nos damos cuenta de ello, porque no siempre sucede de manera brutal o traumática, como con la guerra civil española o el ascenso de Hitler al poder, en otras ocasiones empezamos por hacer pequeñas concesiones, al dejarnos llevar por las semillas del malestar, del miedo, que se pronuncian con el nombre de xenofobia, de nacionalismos exaltados, de vuelta a los valores tradicionales y al orden. Permitimos que estas renuncias, en principio pequeñas, o que creemos que no nos afectan directamente,  vayan calando poco a poco en los sistemas democráticos, corrompiéndolos por dentro, actuando, presuntamente, más como una corrección del sistema, que como una destrucción, hasta que es demasiado tarde, y el sistema se viene abajo, las pequeñas renuncias en libertades que afectaban a unos pocos, los pocos derechos que aceptábamos que se recortasen a unos muchos, se van convirtiendo en irreversibles, la seguridad vence a la libertad, el miedo al atrevimiento, la reacción al progreso, y el fascismo, posfascismo, extrema derecha, o como se nos ocurra llamarlo, termina triunfando, aun en aquellos casos en los que lo hace, no directamente en las urnas, sino contagiando a los partidos políticos que previamente preferían mantener sus principios democráticos, antes que mantenerse en el poder, y que luego decidieron que el poder era más importante que los principios.  

Tras el final de siglo XX, la caída del muro de Berlín y del bloque soviético, en el mundo occidental, pensadores, políticos y los embriones de los tertulianos que hoy dominan el mundo comunicativo, se las prometían muy felices. El ciclo infernal de progreso y reacción finalmente había sido destruido, el liberalismo político había vencido a sus adversarios, el progreso de la humanidad parecía imparable. El futuro parecía resplandeciente, la tecnología que estaba cambiando el mundo nos dotaría de las herramientas para reconstruir lo que estábamos destruyendo gracias a su uso y abuso, la democracia liberal y sus instituciones se expandían por el mundo, no en todas partes por igual, evidentemente, no para aquellos países, valiosos por sus recursos económicos o situación estratégica geopolítica, que eran más fáciles de controlar bajo el peso de dictaduras o sistemas autoritarios. Todo fuera para servir al creciente bienestar del primer mundo. Cierto que seguía existiendo la miseria y la desigualdad en el paraíso civilizado, pero el creciente surgir de las macro corporaciones y su derivado, el capitalismo financiero, terminarían por repartir suficientes migajas para que nos llegara algo a todos, y si no era así ¿por qué habríamos de preocuparnos mientras no nos tocara a la mayoría vivir en esas condiciones indignas de pobreza? Y ¿Por qué preocuparnos por los países que sufrían una miseria masiva, mientras se pudieran obtener sus materias primas? ¿No teníamos las fronteras lo suficientemente fortificadas y sus gobiernos pendientes de las migajas que les diéramos para controlar a su hambrienta y desesperada población?

Craso error, todo progreso  puede desvanecerse con la misma facilidad que un castillo de arena construido en ciclo de marea alta. Y deberíamos tener presente, que de esos logros, pocos hay más frágiles que la democracia, y que sus valores de libertad, igualdad, solidaridad y justicia, son los primeros en ser arrasados cuando el miedo se apodera de nuestras sociedades, porque el miedo, la emoción más básica y arraigada en nuestros genes, tiene la desagradable costumbre de transformarse en odio, y todos sabemos a dónde nos lleva dejarnos arrastrar por ese camino; el fascismo y sus derivados

Qué nos queda hoy día; EEUU en manos del peor y más peligroso dirigente para los valores democráticos y el equilibrio político del mundo en siglos, salvo Canadá, el resto del continente americano sumido en endémicas crisis económicas que lo lleva a estar dirigido por populismos de un extremo u otro del espectro político, igualmente devastadores para la democracia y los derechos humanos. El islamismo radical poniendo en jaque medio planeta y atemorizando otro medio, África sumida en el caos, y la miseria de las guerras endémicas, la inmisericorde pobreza, y el fanatismo, y las otras dos grandes potencias, Rusia, soñando con reestablecer el imperio soviético, pero con valores reaccionarios, y China, creciendo desmesuradamente basándose en su potencial económico, quién sabe a qué precio. Ambas potencias siguen tan felices en sus derivas autoritarias, aplastando cualquier atisbo de libertad real de sus ciudadanos, sin que nadie les tosa por miedo a su poder militar. Y ¿Europa? Paraíso de esos valores democráticos liberales, y orgullosa del estado de bienestar como principal referente solidario de sus sociedades, antaño. Hoy día, el estado de bienestar desmantelado en la mayor parte de sus miembros, o en estado de quiebra, El Reino Unido saliendo por la puerta de atrás de la peor manera posible gracias a ese reaccionarismo que creíamos desaparecido por siempre, los antiguos países de la órbita soviética, incorporados a la Unión Europea para ayudarles a recuperar los valores democráticos, convertidos en punta de lanza y vanguardia del renacer reaccionario en Europa, arrastrando al resto de la Unión, y poniendo en solfa, un día sí y otro también, los derechos humanos y los valores democráticos que nos habían sustentado las últimas décadas. Con un problema añadido, que nuestra indolencia política y explotación económica ha ayudado a crear, los migrantes que huyen desesperados del hambre, de la guerra, de la persecución política, o de las tres cosas a la vez, tratados como delincuentes y gasolina para alimentar extremismos políticos. Así nos encontramos, sin liderazgo político europeo, sin proyecto común que piense más en lo social y menos en lo nacional, y con unas instituciones alejadas del sentir de su ciudadanía, caminando hacía la catástrofe sin ser capaces de enfrentarnos al abismo al final del camino, los fascismos y sus derivados.

Un nuevo reaccionarismo, con las mismas ropas, pero con diferentes colores, más sutiles, ha retomado la bandera de aquellos que en el siglo XIX reaccionaron con furia ante los avances ilustrados, en nombre de la tradición, la bandera y la religión, que causalmente suena a lo mismo que hoy enarbolan estos extremismos de derecha, añadiendo la igualdad entre hombres y mujeres como un enemigo más a batir, arrastrando incluso a la otra derecha, la supuestamente democrática y liberal, y contaminando a la izquierda, que desorientada se apresta a oír sus cantos de sirena.  Su objetivo sigue siendo el mismo que el de los movimientos reaccionarios del XVIII y del XIX, barrer debajo de la alfombra los logros ilustrados, como si nunca hubieran ocurrido. Es un error no darnos cuenta que el mismo nacionalismo, el mismo tradicionalismo, el mismo reaccionarismo, que abocó a los conflictos del siglo XIX y que terminarían por desembocar en el fascismo y el nazismo en el XX, tienen la misma semilla que hoy día encontramos en la extrema derecha que alza, disfrazada de democrática, su voz en el viejo continente, y en el nuevo.

Un nuevo reaccionarismo, con las mismas ropas, pero con diferentes colores, más sutiles, ha retomado la bandera de aquellos que en el siglo XIX reaccionaron con furia ante los avances ilustrados, en nombre de la tradición, la bandera y la religión, que causalmente suena a lo mismo que hoy enarbolan estos extremismos de derecha, añadiendo la igualdad entre hombres y mujeres como un enemigo más a batir, arrastrando incluso a la otra derecha, la supuestamente democrática y liberal, y contaminando a la izquierda

El resurgir del viejo reaccionarismo pretende amalgamar una sociedad diversa, plural, en una masa acrítica, creando un inexistente enemigo exterior, culpable de todos los males imaginables; nos quitan el trabajo, falso, nos quitan las ayudas, falso, nos imponen sus costumbres, falso, nos quitan seguridad, falso, y cualquier cosa que se les ocurra, independientemente de que los hechos, que nunca les importaron, les desmientan. Apelan a las emociones más primitivas a través de los mensajes más simples. No se olvidan de crear también un enemigo interior, y convierten las políticas de equidad y justicia para las minorías desfavorecidas en derechos, oportunidades económicas y sociales, en culpables de los problemas de nuestra sociedad. Ambos enemigos, interiores y exteriores son la base de sus discursos simplistas, emocionales, apelando a la nación, a la tradición, a la religión, y poco más, haciendo olvidar a la gente lo que debería unir, la democracia y los valores de justicia, libertad y equidad que la sustentan.

Si somos hombres, porqué preocuparnos cuando se critican las políticas de igualdad, como mucho reaccionamos ofendidos porque, atentan contra nuestros patriarcales derechos de uso y abuso de la mujer. Si no somos homosexuales, o lesbianas o sentimos la sexualidad o el género de otra manera a la que la tradición ha considerado correcta, por qué preocuparnos por su derecho a vivir con libertad, mientras la nuestra sigua intacta. Si no somos migrantes y no somos discriminados por nuestro color de piel, religión o lengua, qué más nos da, a nosotros no nos afectan sus guerras, miserias y persecuciones, que se las apañen en sus lugares de origen y nos dejen tranquilos. Y si vienen aquí, que sean los ricos, porque trabajar explotados numerosas horas para pagar nuestras pensiones, no les da derecho a que tengan derechos, no son de aquí. Si no eres pobre, porqué vas a tener que pagar impuestos para que estos vivan con un mínimo de dignidad, es su problema si no han sabido esforzarse lo suficiente.

Ambos enemigos, interiores y exteriores son la base de sus discursos simplistas, emocionales, apelando a la nación, a la tradición, a la religión, y poco más, haciendo olvidar a la gente lo que debería unir, la democracia y los valores de justicia, libertad y equidad que la sustentan

Joseph de Maistre, reaccionario convencido de finales del XVIII y principios del XIX consideraba la revolución ilustrada un instrumento del diablo, enarbolaba la religión y el nacionalismo para defender los auténticos valores que la ilustración había destruido. Sus ideas envueltas en simples, pero atractivos mensajes, basados en la nostalgia de un pasado inventando y la recuperación de una tradición supuestamente perdida, eran conceptos absurdos, pero tuvieron su público, como muchas de las barbaridades que hoy día oímos en este nuevo alzamiento reaccionario. Entre sus frases más populares se encuentra una que decía: El gran fallo de las mujeres es desear ser como los hombres. Frase que si la oyéramos hoy día en algunos políticos españoles de la nueva o vieja derecha no nos extrañaría nada. Decía que cada nación tiene el gobierno que se merece. Me cuesta mucho pensar que los italianos merezcan a un xenófobo y neofascista como Salvini, o los brasileños a otro fascista, practicante orgulloso de la homofobia y defensor del asesinato y tortura de opositores a la dictadura, como Bolsonaro, o los estadounidenses a Trump. La pregunta que más debería preocuparnos,  y ¿en España?, ¿nos merecemos a alguien así?

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”