FORO DE LA MEMORIA

'Barranco de Víznar y las investigaciones lorquianas (y III)'

Política - Rafael Gil Bracero - Lunes, 14 de Agosto de 2023
Rafael Gil Bracero culmina la primera parte de su extraordinaria serie con este artículo en el que rinde homenaje a los investigadores que han estudiado la represión durante la guerra civil en Granada por su contribución para revelar una realidad que se ha querido ocultar durante decenios. No te lo pierdas.
Monumento en el Barranco de Víznar.
M.R.
Monumento en el Barranco de Víznar.

Una serie del profesor de Historia Contemporánea de la UGR, presidente de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica y referencia del memorialismo, Rafel Gil Bracero:

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El lugar de memoria del Barranco de Víznar, los parajes que circundan la carretera local que comunica Víznar y Alfacar, han quedado indefectiblemente relacionadas con la detención, fusilamiento y la suerte que corrieron varios centenares de granadinos, siendo uno de ellos el afamado poeta universal Federico García Lorca. En consecuencia, todo estudio sobre lo que allí aconteció tiene que conectarse con la amplia producción intelectual en torno al asesinato y localización de los restos del poeta de Fuente Vaqueros. Hagamos un breve recorrido con lo esencial de lo ya publicado.

El famoso hispanista Gerald Brenan dedica 1949 a visitar varias ciudades y provincias de España. Entre ellas, Granada. Su objetivo principal era la localización de los restos de poeta universal Federico García Lorca

El famoso hispanista Gerald Brenan dedica 1949[2] a visitar varias ciudades y provincias de España. Entre ellas, Granada. Su objetivo principal era la localización de los restos del poeta universal Federico García Lorca. Se acercó al cementerio municipal de San José, donde se interesa por los lugares de enterramientos de la guerra civil y por los libros registros de fallecidos, creyendo que aquí se encontraba el poeta. Escribe las primeras páginas sobre el terror desencadenado en Granada en guerra cuando visita el Cementerio:           

Se me ha dicho –y no únicamente por izquierdistas- que, durante los primeros meses de la guerra civil, fueron muertos en esta ciudad a sangre fría de veinte mil a treinta mil personas. No sé qué fe puede prestarse a estas cifras, pero parece ser una opinión general que el número de ejecuciones que hubo en Granada fue mayor en proporción a la población que en cualquier otro sitio.

…Tomamos el camino que pasa por la avenida de cipreses del Generalife. Por este camino, mañana tras mañana, subían los camiones cargados de prisioneros. Los visitantes extranjeros del Washington Irving Hotel oían los cambios de velocidad y se tapaban la cabeza con las mantas cuando sonaban las fatídicas descargas. Después, los ruiseñores, ruidosos como ranas, reanudaban sus cantos.

En la cumbre frente a nosotros, se alzaban los blancos muros del cementerio, donde, desde hace generaciones, han sido enterrados “los hijos de Granada”. Cuando llegamos a él, vimos que le había sido agregado un vasto recinto. Entramos y comenzamos a pasear entre las sepulturas. Pronto, en la zona más nueva y más pobre donde el sol apretaba y el viento levantaba la suelta tierra en remolinos…

…Al visitar a una familia que se hallaba muy al tanto de cuanto sucedía comprobé que todos los horrores que se habían producido con ocasión del levantamiento militar de hacía trece años estaban presentes en su recuerdo como si hubieran ocurrido ayer. Describieron el bramar nocturno de los camiones que subían por la cuesta del cementerio y después la descargas… Todas las mañanas las esposas y las madres de los detenidos subían también a la altura para buscar entre los cadáveres a sus hombres. Allí estaban los cadáveres, amontonados, hasta que, más avanzado el día, llegaban los falangistas para sepultarlos. Como el trabajo de enterrar tanto cadáver era considerable, las fosas eran muy poco profundas y asomaban con frecuencia a la superficie pies y manos. Un inglés amigo mío, que, corriendo cierto riesgo, visitó el lugar algunas veces, me dijo que habían visto los cadáveres de muchachos y muchachas que no habían de llegar a los veinte años. “Pero ¿eran políticos?” ¿Quién podía decir? En el histérico ambiente de aquellos días, cualquier persona remotamente relacionada con la izquierda quedaba detenida y, si alguien con influencia no intervenía en su favor, era fusilada automáticamente, porque había que hacer sitio en las cárceles para los nuevos arribos. El amor nato de los españoles por la destrucción, su obsesión de la muerte y su tendencia al fanatismo hallaban satisfacción plena en estas orgiásticas escenas, porque no había autoridad civil o religiosa, fuerza moral o inhibición que pudiera detenerlas ¿No estaban acaso los obispos, los únicos que hubieran podido frenar aquello, tan comprometidos como los demás? El único pronunciamiento que hicieron fue el de que no se debía matar a nadie sin darle la oportunidad de confesarse…
Cuando Gerald Brenan buscó la tumba de García Lorca | Diario Sur.

Brenan entabla conversación con un empleado que le lleva al osario y a las tapias del cementerio:

Haciendo sonar la llave y hablando con desenvoltura de los secretos de su oficio –del tiempo, por ejemplo, que tardan los cadáveres en pudrirse en la tierra local-, el sepulturero nos condujo por la ladera polvorienta, bañada de sol y tachonada de tumbas humildes… Luego, se detuvo ante un pequeño recinto rodeado de altos muros.

-Ya estamos, dijo abriendo la puerta-. Este es el osario. Llegó hasta nosotros al entrar un curioso olor dulzón; nos invadió una desagradable sensación de asilamiento y silencio. Recordé el silencio que se produce en un banquete cuando alguien comete un grave paso en falso. Nos recobramos con un esfuerzo y vimos que estábamos en una especie de patio abierto cuyo suelo estaba lleno desagarrados y ennegrecidos fragmentos de tela. Era como si se hubiera celebrado una feria de ropa vieja hacía doce años o como si estuviéramos en el terreno elegido para acampar por una larga serie de caravanas de gitanos. Pero, muy pronto, nuestros ojos abandonaron estos sórdidos restos y se fijaron en una fosa que había en el centro del recinto. Era una fosa cuadrada, de unos diez metros de lado, al parecer muy honda. Estaba llena, hasta unos dos metros de la superficie, de cráneos y huesos. Entre éstos, yacían unos cuantos cadáveres apergaminados y encogidos, en posturas grotescas, como si hubieran llegado por los aires, y envueltos en consumidas mortajas.

- ¿Y cuántos son los enterrados en esta fosa? - pregunté.

-Bien la lista de los fusilados oficialmente tiene unos ocho mil nombres. Todos, salvo unos cuantos, están aquí. Luego, hay unos mil o más que tuvieron la original idea de morir de muerte natural. Vamos, digamos nueve o diez mil. Y todos buenos amigos, buenos compañeros.

- ¿No puede señalarme donde se efectuaron las ejecuciones? -pregunté.

…. Pasamos por las puertas de hierro y nuestro hombre nos llevó al muro que limita el lado inferior del cementerio. Las señales de las balas estaban todavía allí, así como algunas manchas de sangre reseca. Habían sido bajados de los camiones y ametrallados en grupos, todavía maniatados. Sólo los concejales de la ciudad habían obtenido el privilegio de encender cigarrillo y mostrar así su desprecio y su actitud de reto. Allí habían esperado, mirando al olivar de tierra rojiza que ascendía hacia un cielo que gradualmente se iluminaba. Y después, nada…

Se interesa más tarde Brenan por cotejar el registro de enterramientos, cuando es informado por los empleados del Ayuntamiento que Federico García Lorca  “está enterrado en otro sitio: en Víznar”. A donde se traslada para visitar el cementerio para más tarde indicársele que estaba enterrado en los pozos del Camino de la Fuente Grande:                     

…Unos pocos minutos más y llegamos al puente sobre el barranco. Al acercarnos, la mujer, que no había cesado de parlotear comenzó a farfullar oraciones; las cuentas de su rosario pasaban ahora más de prisa. Un senderillo nos llevó a la orilla del cauce seco y allí, a cincuenta metros, estaba el sitio. Era una ladera suave de arcilla azulada, con juncos y eneas dispersos, depósitos de las avenidas cuando, en épocas de aguaceros, las aguas se precipitaban por el barranco. Toda la zona estaba llena de huecos y montículos y, a la cabeza de cada uno de ellos, se había colocado una piedra. Comencé a contarlos, pero abandoné la empresa cuando ví que se trataba de cientos.

-Los enterraban aquí –dijo la buena mujer-, en pozos muy profundos que después cubrían con tierra ¡Que cosa más horrible! ¿No eran todos hijos de dios y cristianos que se santiguaban como nosotros? –Y comenzó a rezar en voz baja.

¿Era seguro que había visitado el lugar donde descansaban los restos de García Lorca? Mi convicción no era absoluta…

Sin embargo, tenía todavía a mi alcance la última fuente de información me había dado el nombre de una persona muy conocida de la ciudad, quien, según se me aseguró, estaba al tanto de todo lo sucedido. Aquella misma tarde me vi con ella. Y me dijo que yo estaba en lo cierto. García Lorca había sido fusilado en el barranco de Víznar, después de verse obligado a cavar su propia sepultura. No podía haber la menor duda al respecto, pues mi informante había hablado con quien estuvo presente y reconoció a la víctima. Se me proporcionaron otros detalles. La actitud seria y triste me convenció de que se me decía la verdad y, como se trataba de quien no era clerical, no existía la tacha de la pasión política. Abandoné Granada a la mañana siguiente con la impresión de que, si bien la certidumbre absoluta era imposible, mi búsqueda de la sepultura del poeta no había sido inútil.
Gerald Brenan.

Tenemos ya la primera evidencia publicada sobre la violencia y la sangre derramada en Granada durante la guerra civil. También la evidencia del fusilamiento de García Lorca en el Barranco de Víznar, -aunque Gerald Brenan no precisase el lugar concreto- cuya autoría recaería en las autoridades sublevadas y sobre el régimen franquista.

Durante la década de los cincuenta vio la luz algún que otro trabajo que ahondan en las circunstancias de la detención de Federico García Lorca y de su muerte, sin que exista unanimidad sobre las causas y las responsabilidades

Durante la década de los cincuenta vio la luz algún que otro trabajo que ahondan en las circunstancias de la detención de Federico García Lorca y de su muerte, sin que exista unanimidad sobre las causas y las responsabilidades. Tampoco se precisa el lugar de su fusilamiento e hipotético lugar de enterramiento. Para Claude Couffon[3] el asesinato de García Lorca fue uno de tantos miles asesinatos cometidos por las “escuadras negras” al servicio de las autoridades del Gobierno Civil y del orden público a partir de julio de 1936; asesinatos ordenados o consentidos por el comandante José Valdés Guzmán y su  grupo de “asesores”, aquella mezcolanza de jóvenes falangistas y cedistas procedentes de la burguesía adinerada granadina, ávida de poder, que no dudan en utilizar la violencia como instrumento político:

Las operaciones de limpieza practicadas por la “escuadra negra” tienen un nombre evocador: el paseo. Se desarrollan siguiendo un procedimiento tan característico que bien se puede hablar de método. Para el hombre puesto en la mira de los verdugos, todo comienza con la frenada brusca de un vehículo en la puerta de su casa, generalmente a altas horas de la noche. Después gritos, risas, insultos, y paseos en las escaleras, cuando se vive como sucede en los barrios populares, amontonados en todos los pisos. Finalmente, una andanada de puñetazos contra la puerta. Y es la escena atroz: la madre que se pega al hijo e implora a los torturados, quienes la rechazan a culatazos; los hijos y la mujer que lloran sobre el pecho en que apuntan los fusiles. El hombre, vestido a la ligera, es empujado, brutalmente precipitado en la escalera. Un motor ronca, el vehículo parte. Detrás de las persianas cerradas de la casa, vecinos y vecinas espían y piensan que mañana les puede tocar el turno… A veces la salva de fusiles estalla en la misma esquina, o simplemente en la acera. Y la madre o la esposa pueden descender, saben que sólo encontraran el cadáver. Pero que no salgan demasiado pronto, pues en tal caso puede suceder que suenen otros disparos, haciendo rodar su cuerpo sobre el cadáver que venían a recoger.[4]
Osario del Cementerio de Granada. Foto visita de Couffon 1949-1950. Archivo Fundación Federico García Lorca, Fuente Vaqueros, Fondo Couffon

En una carta dirigida al ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, Ridruejo señalaba como responsables de la muerte de Lorca no a unos incontrolados sino a las autoridades sublevadas aquel verano sangriento granadino

Unos años después, Jean Luis Schonberg[5] difundió la extravagante teoría –por cierto, muy difundida en los medios franquistas- según la cual el asesinato de García Lorca se explicaría por una rivalidad homosexual del poeta, Ramón Ruiz Alonso, el pintor Gabriel Morcillo y Luis Rosales, desvinculándolo, por tanto, del fondo político que contienen las versiones conocidas hasta entonces, si bien señala el autor que García Lorca estaría enterrado en las inmediaciones del “barranco de Víznar” además de describir el contexto de represión desencadenada en Granada. Precisamente este aspecto es el que no aparece en la versión castellana del artículo adaptado por los medios de comunicación de la dictadura: interesaba el fondo homosexual –el amor oscuro- pero se acallan los datos sobre la tremenda represión y violencia política.[6] Tamaño disparate encontró la réplica de un prohombre, a la sazón consejero nacional del régimen, el también poeta y ensayista Dionisio Ridruejo. En una carta dirigida al ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, Ridruejo señalaba como responsables de la muerte de Lorca no a unos incontrolados sino a las autoridades sublevadas aquel verano sangriento granadino. Ni que decir tiene que dicha carta no fue publicada en España, pero merece la pena rescatarla de una publicación sobre Lorca en el exilio mejicano:

Querido amigo: No quiero y no puedo dejar de pasar en silencio y sin respuesta la publicación de un artículo aparecido en “La Estafeta Literaria”, donde se transcriben y glosan, con intención demasiado miserable, algunos párrafos del trabajo público por M. Schonberg en “Le Figaro Litteraire” sobre la muerte de Federico García Lorca. El artículo de “La Estafeta” es de los que deshonran a quienes lo escriben y lo publican, y a quienes lo leen sin rebelarse. Te invito a juzgarlo por ti mismo: se trata de exculpar al Movimiento Nacional de la mancha arrojada sobre él por la muerte del poeta; la exculpación no se logra, y el autor del artículo, aun siendo un necio, no podía menos de saberlo. De lo que el mundo ha hablado siempre es precisamente de lo que allí queda en pie: una máquina política de terror ha matado a un hombre, que aun desde el punto de vista más fanático debía ser considerado como inocente. El artículo viene a confirmar esta inocencia, a desvanecer cualquier justificación subjetiva fundada en una necesidad revolucionaria, y no desvirtúa, por otra parte, el hecho de que el poeta haya muerto a manos de los agentes de la represión política de Granda, sin que a nadie se le pidiera cuentas.

¿Para qué, por lo tanto, se ha escrito este artículo? A mi juicio, por una sola razón: porque la publicación de los párrafos de Schonberg permitía arrojar alguna sombra, algunas salpicaduras de infamia sobre la memoria de la víctima. No se trataba tanto de establecer que los móviles reales de esa muerte, conjeturados por el escritor francés, no fueran políticos, sino de proclamar que fueron “oscuros”. Sin duda el director de “La Estafeta”, Juan Aparicio, ha pensado “cristianamente” que, empequeñeciendo el valor de la víctima, el crimen, o el error, son más disculpables.

A mí me parece que esto pasa de la raya, que es una porquería, y que se han atropellado todas las leyes del honor, de la piedad y de la decencia. Me pregunto y te pregunto si la opinión de los españoles puede estar dictada por gentes capaces de cometer semejante villanía. A poca cosa, si es así, hemos venido a parar, cuando tan poco respeto se nos debe. No obstante, y para compensar esto sin duda, y proteger nuestra seguridad espiritual, tu censura nos ha impedido leer en la prensa española un solo recuerdo a don José Ortega y Gasset, en el día del aniversario de su muerte, y hasta la esquela familiar anunciando un sufragio por su alma ha sido eliminada.

Está claro que los españoles debemos menospreciar a uno de nuestros más grandes poetas, debemos ignorar a nuestro mayor filósofo y después debemos callarnos.

Perdóname que no me resigne a cumplir la consigna y que proteste con indignación. Esto es todo Te saluda: Dionisio Ridruejo.[7]

Enzo Cobelli[8] sitúa a Federico en la noche en que asesinado en La Colonia de Víznar y como “víctima” de una encarnizada lucha por el poder entre los sectores duros de los militares (el gobernador civil José Valdés Guzmán, el capitán José María Nestares Cuéllar y la emergente y fascistizada organización de la Falange granadina). El ex diputado de la CEDA y tipógrafo de la CEDA, Ramón Ruiz Alonso, sería el brazo “ejecutor”-“delator” en el Gobierno Civil y ante Nestares para contrarrestar y desprestigiar a la familia Rosales –camisas viejas- que habría proporcionado un “escondite” al propio Federico García Lorca, un elemento odiado y “peligroso” para el triunfo de la sublevación.

No parece muy acertada la versión de Cobelli, siendo mucho más creíble la interpretación de Marcelle Auclair, para quien Ramón Ruiz Alonso, al advertir que los hermanos Rosales, destacados falangistas y enemigos políticos suyos, estaban protegiendo a un “rojo”, les habría denunciado ante Valdés acusándoles de estar traicionando al Movimiento

No parece muy acertada la versión de Cobelli, siendo mucho más creíble la interpretación de Marcelle Auclair, para quien Ramón Ruiz Alonso, al advertir que los hermanos Rosales, destacados falangistas y enemigos políticos suyos, estaban protegiendo a un “rojo”, les habría denunciado ante Valdés acusándoles de estar traicionando al Movimiento. El comandante Valdés, que simpatizaría más con la CEDA que con la Falange -a pesar de ser él mismo falangista-, habría escuchado atentamente a Ruiz Alonso y decidió detener al poeta, escarmentando a los Rosales, con quienes había tenido roces. Para Marcelle Aiclair la “muerte de García Lorca habría sido, más que nada, el trágico resultado de la lucha política entablada entre Ruiz Alonso (CEDA) y los Rosales (Falange Española de Granada)”.

Las manipulaciones franquistas sobre el contexto del asesinato de Federico García Lorca y las burdas tergiversaciones sobre su vida y sus “supuestas inclinaciones oscuras” de la personalidad del poeta que le llevaron a supuestas disputas homosexuales y, finalmente, a la muerte, son superadas conforme avanzan los años setenta

Las manipulaciones franquistas sobre el contexto del asesinato de Federico García Lorca y las burdas tergiversaciones sobre su vida y sus “supuestas inclinaciones oscuras” de la personalidad del poeta que le llevaron a supuestas disputas homosexuales y, finalmente, a la muerte, son superadas conforme avanzan los años setenta. De una forma decidida, tras la desaparición física del dictador Francisco Franco.

José Luis Vila-San Juan centra sus investigaciones en los últimos días del poeta y concluye que los culpables de la muerte de Lorca no fue cosa de “incontrolados” sino que los responsables fueron las autoridades rebeldes granadinas, con un instigador claro: el cedista Ramón Ruiz Alonso y con la participación necesaria de sectores de la Falange Española de Granada porque tanto el comandante y gobernador civil sublevado José Valdés y el capitán José María Nestares Cuéllar eran “camisas viejas” de F.E. Este mismo autor señala las proximidades de Fuente Grande, en el término de Alfacar como lugar probable donde se encontrarían los restos del poeta universal.[9]

El periodista Eduardo Castro Maldonado, concluye taxativamente que García Lorca había sido una víctima entre miles de ciudadanos condenados por el terror de los sublevados; no fue una “sórdida vendetta personal, sino una implacable máquina de terror y exterminio puesta en marcha con la intención de eliminar a todos los enemigos del Movimiento”. También sitúa los lugares del asesinato y enterramiento en la zona del Barranco de Víznar-Alfacar.[10]

Violencia política en Granada durante la guerra que el hispanista irlandés Ian Gibson investiga sobre los propios escenarios del terror granadino en una primera estancia que se prolonga entre 1965-1966

Violencia política en Granada durante la guerra que el hispanista irlandés Ian Gibson investiga sobre los propios escenarios del terror granadino en una primera estancia que se prolonga entre 1965-1966. Unos años más tarde aparece su publicación en castellano, La represión nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca[11] que fue un éxito editorial pese –quizás, por ello- a la censura franquista (todavía se recuerda cómo se pasaba aquel título a modo de panfleto clandestino de alumno en alumno, de aula en aula, en las facultades de Filosofía y Letras de las Universidades españolas, especialmente en la granadina).

El mismo Gibson amplía sus investigaciones en una cuidadosa revisión donde se centra en reconstruir los últimos días vividos por Federico García Lorca

El mismo Gibson amplía sus investigaciones en una cuidadosa revisión[12] donde se centra en reconstruir los últimos días vividos por Federico García Lorca (“Sobre el apoliticismo de García Lorca”; El poeta vuelve a Granada”; “García Lorca en la Huerta de San Vicente”; “García Lorca con los Rosales”; “García Lorca en el Gobierno Civil de Granada”), para luego describir el entramado conspirativo y la dimensión de la represión de los sublevados (“Granada bajo el Frente Popular. La conspiración”; “Granada en manos de los sublevados”; “La represión en Granada”; “El cementerio de Granada”; “Ramón Ruiz Alonso”) y señalar el lugar aproximado donde fue asesinado y enterrado (“Muerte en Fuente Grande”) e incluso reflexionar sobre las causas y repercusión del asesinato (“Por qué mataron a García Lorca: Revisión y análisis de los hechos”; “El fusilamiento de García Lorca: Prensa y propaganda desde 1936 hasta la muerte de Franco”).

Represión que en todo caso proviene de distintas autoridades y organizaciones sublevadas, ya fuesen militares o civiles

Nos centraremos en el contexto de represión en la Granada sublevada. Represión que en todo caso proviene de distintas autoridades y organizaciones sublevadas, ya fuesen militares o civiles: Comandancia Militar (general Antonio González Espinosa, hombre de confianza de Queipo de Llano), Gobierno Civil (Comandante José Valdés Guzmán y asesores militares y paramilitares: el policía Julio Romero Funes, el exdiputado cedista Ramón Ruiz Alonso, los hermanos Manuel y José Jiménez de Parga, el capitán Antonio Fernández; la Comandancia de la Guardia Civil (coronel Fernando Vidal Pagán, teniente Mariano Pelayo Navarro, primer Delegado de Orden Público en 1936); el Cuerpo de Seguridad y Vigilancia o Guardias de Asalto, cuyo jefe había sido antes de julio de 1936 el capitán falangista José María Nestares Cuéllar; la Policía Municipal; la Falange Española y de la JONS y sus milicias paramilitares –las Banderas de La Falange- en las que se contaban el capitán de Artillería Manuel Rojas (famoso por el episodio de Casas Viejas) o los hermanos Rosales Camacho; la milicias de Acción Popular, dirigidas por el diputado y tipógrafo de IDEAL Ramón Ruiz Alonso; las milicias ultramonárquicas  de la Comunión Tradicionalista, los famosos “requetés”; el batallón “Pérez del Pulgar”; la milicia “Españoles Patriotas” que se integrarían en las milicias de Falange; milicia “Defensa Armada de Granada” conocidos vulgarmente por los “mangas verdes” para vigilancia e información de vecinos “sospechosos de actividades izquierdistas” y finalmente los tristemente conocidos como los “escuadras negras”, ya descritos por Claude Couffon.

Refiriéndose concretamente a éstas “escuadras negras” manifiesta Ian Gibson:

…no constituía una organización claramente definida como, por ejemplo, la Falange. La “escuadra negra” estaba integrada por un grupo más o menos amorfo de individuos –quince o veinte de ellos, en su mayoría muy jóvenes- que mataban por gusto y a quienes Valdés, con la finalidad de sembrar el pánico entre la población había otorgado una gran libertad de acción.

Muchos de estos matarifes eran hijos de familias acomodadas. Está atestiguada la presencia de los siguiente personajes en esta escuadra de asesinos: Francisco Jiménez Callejas “El Pajarero” que tenía entonces 20 años y murió en Granada el 24 de mayo de 1977, habiendo sido rico propietario de una fábrica de maderas; José Vico Escamilla, que murió hace poco y tenía una hojalatería en la Calle de San Juan de Dios; Perico Morales, un sereno que había sido miembro de la CNT antes de la sublevación; los hermanos Pedro y Antonio Embiz; los hermanos López Peralta, uno de los cuales, Fernando, se suicidó después de la guerra; Cristóbal Fernández Amigo; Miguel Cañadas; Manuel García Ruiz, Manuel López Barajas; Miguel Hórquez, también muy joven, de unos 20 años; Carlos Jiménez Vílchez (empleado del Ayuntamiento granadino en 1966) y los individuos apodados “El Chato de Plaza Nueva”, “El Cuchillero del Pie de la Torre”, “El Afilador” “Paco el Motrileño” y “El Panadero”. La mayoría de estos hombres han muerto ya, y los pocos supervivientes son objeto del desprecio ostensible del pueblo granadino.

La “escuadra negra” actuaba –ahí en parte lo de “negra”- por la noche, utilizando coches que habían sido requisados y que a veces llevaban un banderín con una calavera y dos tibias cruzadas…

Todas las mañanas había que recoger en camiones los cuerpos de los muertos o moribundos, que a menudo iban a parar al Hospital de San Juan de Dios[13].         

Reproduce Gibson, más adelante, el terror de los cientos de asesinatos cometidos por todas “esas bandas de asesinos” que arrastraban a sus víctimas a las inmediaciones del cementerio donde tienen el mismo destino que los cientos de fusilados provenientes de la Cárcel Provincial de Granada, atestada con miles de prisioneros que esperaban “entrar en capilla” para disponerse a subir –a la fuerza- a las alturas de Granada y contemplar por última vez Sierra Nevada. Un mismo destino como decimos: las fosas comunes de los patios de “ensanche” de San José y Santiago del Cementerio Municipal. Esa visión dantesca se la describe a Gibson el que fuese último gobernador civil republicano de Granada, César Torres Martínez, detenido y preso en Granada desde la tarde del 21 de julio de 1936:

Aquello fue un momento tan tremendo, tan brutal, tan colosal, que no se puede olvidar, y la personalidad nuestra en general quedó anulada. Hubo casos excepcionales de hombres de un temple superior –los hay siempre, claro-, pero en general estábamos todos con el alma metida en un puño, y con un temor incesante, con la preocupación continua. No había manera de que un hombre fuese como es. Aquello estaba todo dislocado, estaba todo distorsionado completamente.

Yo estoy completamente convencido de que el 99 por ciento de la gente estaba aterrada, totalmente aterrada. Porque si no, no me explico que, siendo miles de personas allí, sabiendo que podían matarnos a todos, no hubiéramos hecho algo para salir de allí. Aunque fuera matando, y aunque fuera muriendo la mayor parte -¡si ibas a morir igual!-, pero en realidad había siempre la duda de si ibas a morir o no ibas a morir. Y había el temor. Y la gente estaba aterrorizada, para mí no ofrece la menor duda.[14]

Para continuar su relato con los “camiones de la muerte” que tenían destino final en el Cementerio. GIBSON incorpora varios testimonios de extranjeros que vivían cerca del Cementerio. Uno de ellos será de Maravillas Davenhill, hermana del vicecónsul británico de Granada, William Davenhill. Maravillas comenta en 1966:

Era horrible, en cada camión había 20 o 30 hombres y mujeres amontonados unos sobre otros, atados como cerdos para el mercado. Diez minutos después oímos disparar en el cementerio y supimos que todo había terminado

El periodista norteamericano, Robert Neville, cronista a la sazón del New York Herald Tribune anotaría en su diario de 29 de julio:

Ya hemos desentrañado la significación de la ráfaga de disparos que oímos cada mañana al amanecer y cada tarde al anochecer. También hemos podido relacionarlo con los camiones de soldados que suben por el Hotel Washington Irving unos pocos minutos antes de que oigamos los disparos y que bajan otros pocos minutos después. Hoy cuatro de nosotros jugábamos al bridge en una habitación de la segunda planta del hotel cuando pasaron dos camiones. Desde abajo habría parecido que todos los hombres en aquellos enormes camiones fuesen soldados, pero hoy los vimos desde arriba y observamos que en el centro de cada camión había un grupo de paisanos.

El camino que pasa por el Washington Irving va al cementerio. No va a otro sitio. Hoy los camiones subieron con aquellos paisanos. En cinco minutos oímos los disparos. A los cinco minutos bajaron los camiones, y esta vez no había paisanos. Aquellos soldados eran el pelotón y aquellos paisanos iban a ser fusilados.

La escritora Helen Nicholson, emparentada con un granadino –Alfonso Gámir Sandoval, profesor e historiador- dejó constancia por escrito de lo vivido en los primeros meses de contienda, cuando residía en Villa Paulina, cerca de la Alhambra:           

El domingo 2 de agosto tuvimos nuestro primer bombardeo aéreo a las 4’30 y el segundo a las 8. Después bajamos a desayunar a la planta baja, en bata. Recuerdo que estuvimos todos de bastante malhumor, pues cuatro horas y media de sueño es bien poco en tiempos de guerra, cuando uno está bajo un nerviosismo constante. Después de desayunar nos arrastramos penosamente escaleras arriba, y mi hija y su marido dijeron que iban a misa. Como yo no soy católica, me fue a mi habitación con la esperanza de recuperar una hora de sueño, pero parecía que pasaban delante de nuestra casa un mayor número de camiones militares que de costumbre y con el estrépito que hacían, pitando a cada momento, y el ruido que subía del patio de las criadas, era difícil dormitar más de unos pocos minutos seguidos. Además, me atormentaba un inquieto recuerdo de la noche. A eso de la 2 me había despertado el ruido de un camión y de varios coches que subían por la cuesta hacia el cementerio y podo después había oído una descarga de fusilería y luego los mismos vehículos que volvían. Después llegué a familiarizarme ya demasiado con estos ruidos y aprendí a temer hondamente la llegada del alba, no solamente porque era la hora escogida con preferencia por el enemigo para lanzarnos sus bombas, sino a causa de las ejecuciones que tenían lugar entonces.

Desde hacía bastante tiempo las ejecuciones habían ido aumentando a un ritmo que alarmaba y asqueaba a toda la gente ponderada. El guardián del cementerio que tenía una pequeña y modesta familia de 23 hijos, nada menos, le rogó a mi yerno que le encontrara algún sitio donde su esposa, y sus 12 niños más pequeños, que todavía vivían con ellos, pudiesen recogerse. Su casa en la portería –situada en la misma entrada del cementerio- les resultaba ya intolerable. No podían evitar el oír los tiros y a veces otros sonidos –los lamentos y quejidos de los agonizantes- que hacían de su vida una pesadilla, y temía el efecto que pudiesen producir en sus niños más pequeños[15].

Gibson termina por cotejar –en 1966- el listado “oficioso” de las defunciones registradas por causa de fusilamientos –por no ser el único registro que debió existir. Alcanza a cifrar un listado de unos dos mil cien óbitos aproximadamente, informándose de más detalles que le proporciona un empleado del Cementerio –José García Arquelladas- quizás el mismo testimonio que recogió unos diecisiete años antes Gerald Brenan. Así que Gibson conoce que podría haber sido enterrados sobre unas 8.000 personas producto de la represión, pero que solo no existe constancia “oficiosa” de unos 2.102 nombres. Y que desde luego Federico García Lorca nunca habría figurado entre aquellos tristemente finados y enterrados en el Cementerio Municipal de Granada.[16]

Sin embargo, sí que figuraron entre los enterrados un ramillete de hombres y mujeres de gran renombre, entre ellos la inmensa mayoría de los cargos y autoridades del Ayuntamiento, Diputación, partidos y sindicatos afectos a las izquierdas o al Frente Popular.

Citas bibliográficas:

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  • [1] Queremos rendir testimonio y homenaje a cuantos investigadores han estudiado la represión durante la guerra en Granada. Todos han contribuido a conocer facetas de una realidad que se ha querido ocultar durante decenios.
  • [2] La primera versión de la obra a la que nos referimos de Gerald Brenan fue publicada en Londres en 1950 con el título The Face of Spain, The Turnstile Press. Unos años después se reedita en castellano en Buenos Aires, Argentina en 1952 y 1964 por la editorial Losada bajo el título La faz actual de España. El capítulo 6. se dedica a Granada, pp. 106-128.
  • [3] Véase “Ce que fut la mort de Federico García Lorca», Le Figaro Littéraire, Paris, 1951, nº 278. El crimen fue en Granada. Universidad de Quito, (Ecuador), 1953.
  • [4] COUFFON, Claude “Le crimen a eu lieu à Grenade » en A Grenade, sur le pas de García Lorca, Ed. Seghers, Paris, 1962, pp. 59-123.
  • [5] STINGLHAMBER-SCHONBERG, J.L « Enfin. La vérité sur la mort de Lorca! Un assassinat, certes, mais dont la politique n’a pas été le mobile » Le Figaro Littéraire, Paris, 1956, nº 545 ; « Viznar », cap. 6 de Federico García Lorca. L’homme-Lo euvre, Ed. Plon, París, 1956.
  • [6] “Le Figaro Littéraire confiesa: En fin, la verdad sobre la muerte de García Lorca: No fue la política el móvil” en La Estafeta Literaria, Madrid, 1956. Esa teoría recibió una réplica contundente, en su tiempo por sectores alejados del régimen, véase GIBSON, I., Granada en 1936.y el asesinato de Federico García Lorca., Barcelona, 1979. 
  • [7] VÁZQUEZ OCAÑA, F., García Lorca. Vida, cántico y muerte. Ed. Grijalbo, México, 1962 p. 381 y ss.
  • [8] COBELLI, E., García Lorca, Ed. Editrice La Gonzaghiana, Mantua, 1959, pp. 64-81.
  • [9] VILA-SAN-JUAN, J.L., García Lorca, asesinado: toda la verdad, Ed. Planeta, Barcelona, 1975.
  • [10] CASTRO MALDONADO, Ed., Muerte en Granada: la tragedia de Federico García Lorca. Ed. Akal, Madrid, 1975.
  • [11] Ediciones Ruedo Ibérico, París, 1971.
  • [12]  Granada en 1936 y el asesinato de Federico García Lorca, Ed. Crítica, Barcelona, 1979.
  • [13] Víd. Ian GIBSON, Granada en 1936 y el asesinato…op. cit. pp. 107-119.
  • [14] GIBSON, I., op. cit, pp. 109-110.
  • [15] NICHOLSON, H., Death in the Mornig, Ed. Loval Dickson, Londres, 1937. Vid. pp. 33 y ss.
  • [16] Incluso, como relata el propio Gibson en su monografía publicada en 1979, esos libros desaparecieron –o quizás, fueron hecho desaparecer- siendo alcalde de Granada D. Manuel Pérez Serrabona, según se ha comentado.

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Rafael Gil Bracero, referente del memorialismo histórico y democrático, profesor de Historia Contemporánea de la UGR, Rafael Gil Bracero es presidente de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica. 

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Reportajes de la quinta temporada del Foro de la Memoria:

Aquí puedes leer los reportajes de la cuarta temporada del Foro de la Memoria:

Si no tuviste oportunidad o quieres volver a leerlos, puedes leer aquí los reportajes de la tercera temporada del Foro de la Memoria:

Si no tuviste oportunidad o quieres volver a leerlos, estos son los reportajes de la segunda temporada del Foro de la Memoria: 

Puedes consultar también los reportajes de la primera temporada del Foro de la Memoria en los siguientes enlaces:

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