'Shame bordan introducción y desenlace, pero les falla el nudo'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 10 de Febrero de 2021
Shame – 'Drunk Tank Pink'
Portada de 'Drunk Tank Pink', de Shame
IndeGranada
Portada de 'Drunk Tank Pink', de Shame

Algo tienen los discos que empiezan y acaban bien que se te quedan en la memoria de una forma especial. Admiro a quienes tienen esa capacidad de estructurar un álbum de manera que el inicio y el final sean impactantes. Es como si la música se acercara en esos casos al cine: la primera y última canción se asemejan entonces a una escena inicial que engancha y un último plano que deja buen sabor de boca. En una película, esos dos momentos enmarcan una historia, y pareciera que los álbumes con esa cualidad también contaran un relato incluso cuando no son conceptuales, cuando no hay conexión entre las canciones. El año pasado nos dejó un muy buen ejemplo de esto, RTJ4: “yankee & the brave (ep. 4)” nos introduce en el mundo del disco al contarnos la escena de un tiroteo con la policía y la posterior huida, y aunque luego el resto de canciones tiren por otros derroteros “a few words for the firing squad (radiation)” retoma esa idea al situar a El-P y Killer Mike, orgullosos y desafiantes, ante un pelotón de fusilamiento.

Es más frustrante cuando un disco tiene ese momento inicial atrapante y esa última canción épica, pero al observar el resto del contenido te das cuenta de que la cosa se ha quedado a medias

Pero claro, es que el resto de ese álbum es también potentísimo, con canciones como “walking in the snow”, “ooh la la” o “pulling the pin” que mantienen el nivel durante los 39 minutos. No por nada lo nombré uno de los discos del año. Es más frustrante cuando un disco tiene ese momento inicial atrapante y esa última canción épica, pero al observar el resto del contenido te das cuenta de que la cosa se ha quedado a medias. Un poco eso me ha pasado con Drunk Tank Pink, de los londinenses Shame. “Alphabet” introduce el LP a la perfección, con el feedback de las guitarras dando paso a una batería marcial y un bajo constante que se entrelaza con guitarras afiladas, dejando al mismo tiempo mucho espacio en la mezcla. La voz de Charlie Steen entona un estribillo sencillo y convincente: “Are you waiting to feel good?/Are you praying like you should?”. Sin necesidad de grandes alardes, la banda te persuade de que lo que viene va a ser vigoroso y emocionante, una combinación de art-punk ochentero y dance-punk de los 2000.

No es que el álbum caiga en picado, ni mucho menos: “Nigel Hitter” tiene muchas virtudes semejantes a las del primer corte, pero es cierto que empieza a notarse que no hay nada que impresione profundamente. Por ejemplo, el momento en que hay un breakdown instrumental y Charlie Steen repite “pop-pop-pop” está bien, pero lo que pega es algo que te deje con la boca abierta, y no termina de llegar. “Born in Luton”, por su parte, empieza con mucha energía y ritmo, recordando a los Talking Heads de Remain in Light (incluso en la letra: “There's never anyone in this house” suena totalmente a una frase que escribiría David Byrne), pero el estribillo que pretende ser dramático drena toda esa fuerza al detener la instrumentación sin ofrecer a cambio una melodía memorable. Cuando retoman el ritmo en la segunda estrofa, una serie de efectos y arreglos extraños distraen y dificultan el disfrute. El segundo estribillo tampoco funciona, a pesar de los esfuerzos de la banda por sonar intensos, y queda la sensación de una oportunidad perdida.

Compleja a nivel compositivo, impactante en su letra, con interpretaciones versátiles de todo el grupo, es el momento en que Shame consiguen pulsar la tecla que se pasan el resto del disco buscando sin éxito

De aquí en adelante los mismos defectos se repiten una y otra vez: estribillos más aburridos que las estrofas deshinchan las canciones, como en “March Day”; arreglos molestos o mezclas cuestionables invitan a saltarse algunos cortes, como “Water in the Well” o “Harsh Degrees”. “Human for a Minute” busca ser la balada oscura del disco, pero no cuenta con ese gancho melódico que la grabe a fuego en la memoria. Unido a esto, la forma de cantar de Steen, tan apagada, hace que su intensa letra resulte menos creíble. Algo similar le ocurre a “Great Dog”, la canción más ruidosa del álbum: le falta algo que la haga trascender la mera suma de decibelios, algo que te haga querer volver a ella. Mejor funciona la muy bien estructurada “6/1”, entre otras cosas gracias al épico momento en que Steen exclama: “I pray to no God/I am God/I am every thought your mind has ever held/I prevent nothing/And nothing prevented me”. Pero al nivel de ese primer corte que tantas cosas prometía solo está “Snow Day”. Compleja a nivel compositivo, impactante en su letra, con interpretaciones versátiles de todo el grupo, es el momento en que Shame consiguen pulsar la tecla que se pasan el resto del disco buscando sin éxito.

Y después llega el impresionante cierre con “Station Wagon”. Bajo y batería se enlazan en un ritmo trotón, las guitarras suenan alienígenas, casi como si fueran sintes, y todo progresa de forma constante hasta que un piano empieza a abrirse paso y el resto de instrumentos callan. Steen empieza entonces a recitar un enigmático poema con una convicción sobrecogedora, retratándose como Atlas, cargando con el peso del mundo en sus hombros, y la banda le acompaña en lo que parece simultáneamente un ascenso a los cielos y un descenso a los infiernos, hasta que el ruido lo engulle todo. ¿Cómo no sentir al final de sus casi siete minutos que hemos completado un viaje místico, una aventura trascendental que nos ha cambiado? Claro, así es fácil olvidarse de que la mayor parte del disco es más bien un quiero y no puedo, que no hay demasiados momentos sobresalientes, que la banda se dispara en el pie demasiado a menudo. Pero todo eso es también parte de este Drunk Tank Pink, tan frustrante como, en sus mejores pasajes, conmovedor.

Puntuación: 7/10

Si quieres escucharlo, pincha en el siguiente enlace: Shame – Drunk Tank Pink

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com