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Entrevista al fundador del “patolicismo”, un guía espiritual humanista, el más concienzudo de los bufones.

Leo Bassi: “Estoy a favor del libre mercado, pero del de las ideas”

Cultura - Lucía Torres - Martes, 6 de Octubre de 2015
Alejado del maquillaje, los focos y los micrófonos, el cómico italiano es un hombre tranquilo. Las voces que me alertaron sobre una hipotética actitud impredecible eran del todo injustificadas, y solo demuestran la dificultad de algunos para distinguir entre la persona y el personaje.
Actor, cómico, pero con orgullo se autodefine como bufón.
Lucía Torres
Actor, cómico, pero con orgullo se autodefine como bufón.

Lo observo acercarse a mí serenamente, sin pastel de nata ni petardos, ni agitando latas de refresco. Viene de la Cuesta Gomérez, aunque lamenta no haber estado nunca en La Alhambra. Sus viajes relámpago a la capital granadina le han imposibilitado obtener una entrada al monumento. Lo que sí lleva es una chaqueta de pana y un pañuelo en la garganta, lo cual, a pesar de la agradable temperatura, comprendo al instante de que pronuncie sus primeras palabras. Más tarde conozco que el responsable del catarro es su hijo pequeño. No obstante, Bassi reconoce que también el vodka al que le invitaba el grupo de payasos con el que se reunió en Moscú, su último viaje, también puede tener algo que ver en su afonía. En cualquier caso, es del tipo de bufón que se sirve de la palabra, y su deseo de comunicar produce la potencia necesaria para que su voz obre en consecuencia. Me cuenta lo grato que le resultó el trabajo en La Expositiva, y reivindica el encanto y la necesidad de que existan salas pequeñas. 

El espectáculo con el que está actualmente en gira, The best of Leo Bassi, ha sido definido por usted como “un regalo a mí mismo”. Eso suena un poco a despedida, ¿lo es?

Para nada. Ahora estoy volcado en el gran proyecto que supone la iglesia “patólica”, y que también comprende un espectáculo donde reúno momentos de las misas que hemos ido celebrando desde el inicio del proyecto, hace tres años en el barrio de Lavapiés, en Madrid. Mientras aguante el cuerpo, el mundo tendrá la mala suerte de tenerme por muchos más años. The best of Leo Bassi responde al deseo de recuperar cosas que he hecho a lo largo de mi carrera, que me han gustado, y que, por cuestiones de actualidad, te tuviste que despedir de ellos, como si te despidieras de un hijo. Así que ahora he juntado en formato teatral todas esas escenas para regalármelas, y que todo el que lo desee pueda compartirlas en el teatro.
 

Me lo ha puesto a huevo: Usted, que tanta sátira sobre la religión ha vertido en su obra, funda una religión. ¿Qué se venera, y cuáles son los ritos del “patolicismo”?

El objeto de veneración es la inocencia. Tras viajar por todo el mundo, conocer distintos sistemas políticos y representar para todo tipo de culturas, observo que, en todos los lugares, lo que más se necesita es esa visión inocente que pueden tener los niños. No se trata de una inocencia estúpida, sino aquella que se une al espíritu lúdico. El símbolo de nuestra religión, el pato de goma amarillo, no ha sido elegido al azar, sino por ser el símbolo más reconocido universalmente, más que la cruz, y, por supuesto, por estar ligado a la inocencia. Quise escoger un elemento reconocible, no agresivo, frente al cinismo del capitalismo, en el que los más fuertes dominan a los más pobres, o frente a la falsa inocencia de las religiones, que parecen ofrecerte una cara amable, pero están fundamentadas en una organización que machaca a las personas. En mis muchas noches de bufón en contra del abuso y de las injusticias, acerté a pensar en divinizar el poderoso símbolo del pato de goma, y ahora tenemos un templo en un barrio del centro de Madrid, que ha ido adquiriendo increíbles ramificaciones. Además de otros rituales, los domingos celebramos misas en las que hablamos básicamente del humanismo, y celebramos el reírnos. 
 

Reportaje gráfico: Lucía Torres

Cuando está de gira, otros “sacerdotes” le sustituyen, ¿cómo se ordena uno sacerdote en la iglesia "patólica"?

Para sentirse parte de la comunidad, lo primero es aceptar un tartazo en la cara. Por otro lado, no hay ningún estudio teológico para ocupar el cargo. La teología de los tres grandes credos monoteístas es totalmente absurda y contradictoria. Además, hay un hecho curioso que he leído recientemente en un artículo: los ateos, y yo me considero un verdadero ateo, saben mucho más de la Biblia que los creyentes. He leído la Biblia y el Corán, y son libros, además de contradictorios, anticonstitucionales, pues están llenos de homofobia, racismo, machismo, asesinatos… El problema es que la izquierda no ha sabido encontrar una auténtica espiritualidad, no en el sentido religioso, sino humanista. Es por eso que está todo polarizado, porque no se ha conseguido crear una raíz común de valores humanistas claros. Estando inmerso en este proyecto de iglesia, he observado que la gente no solo quiere chistes y divertirse, también quiere reflexionar y ver qué hay detrás de las cosas. En esa investigación vasta y profunda de encontrar la espiritualidad humanista que hay por debajo del humor es en lo que me encuentro en estos momentos.
 

De sus trabajos se deduce que es alguien muy comprometido y crítico con la realidad. ¿Considera que el arte es útil como herramienta de transformación social?

Como definición global, el arte es la expresión de las pasiones de un autor. La manera utópica de ver la política también tiene mucho de exteriorizar pasiones, y ver cómo estas confluyen con las de los demás. Así que es un material muy propicio para las artes. El arte tiene su mayor fuerza en la capacidad para sintetizar ideas. Pero, como un martillo, puede utilizarse para esculpir una escultura o para matar a una persona, y la responsabilidad está en quien la use, no en el propio arte, que no es ni bueno ni malo, en el sentido moral. Igual ocurre con el humor. Reírse es bueno, pero también existen chistes homófobos, machistas… que no ayudan en nada al desarrollo de la humanidad. 
 

Ha trabajado como malabarista, actor, presentador, ofrece conferencias…No obstante, la única imagen que tienen algunos de Leo Bassi es la del showman televisivo, ¿cree que este medio ha podido frivolizar o desvirtuar sus mensajes o, por el contrario, ha contribuido a su impulso? 

Yo creo que la televisión ha servido mucho. Ayer (por el viernes), por ejemplo, la gente que acudió a la sala, era un público formado, que me conocía y ha seguido mi trayectoria, pero también quiero romper esa pared que a veces separa al actor de teatro y poder llegar a un público de masas. Odio el fútbol, nunca he ido a ver un partido, pero los estadios están llenos, y, como demócrata que soy, no quiero vivir aislado con un grupo elitista o marginal; y la televisión permite romper esa frontera. Aunque reconozco que es un formato con ritmos e intereses distintos, y un mundo totalmente controlado y censurado, principalmente por los poderes económicos que pagan la publicidad. Siempre he sido muy consciente de todas estas limitaciones, y por ello ha constituido un gran desafío, pues es muy distinto trabajar para personas que van a captar tus mensajes, que te van a permitir el humor negro y la ironía sobre ciertos temas. En televisión me he dedicado a hacer cosas más primitivas y más directas, adoptando el papel de ese bufón escatológico que provoca risa. El payaso provocador, el infantil, el reflexivo: todos ellos forman parte de un mismo Leo Bassi, y para conocerme tienes que tener en cuenta todas esas facetas.
 

En sus espectáculos ha clamado contra el oscurantismo, la religión, la corrupción política, ¿hay algún tema que no se haya atrevido a tocar o al que le hubiera gustado dedicarse y que por diversos motivos no haya podido?

En televisión sí hay temas que han sido intocables, la religión es uno de ellos. Pero en los teatros no. Cada uno de mis espectáculos lo he creado en total libertad, y sin ninguna autocensura. En 2001, por ejemplo, dos meses después del derribo de las Torres Gemelas, presenté en Madrid un espectáculo titulado 12 de septiembre. Aparecía en el escenario cubierto de polvo como un hombre de negocios americano víctima de terrorismo, y con los edificios derruidos y atravesados por el avión. Desde el minuto uno comencé a hacer chistes de humor negro. Los hombres de la embajada norteamericana que asistieron al espectáculo no me miraban muy bien, y apuntaban cosas en su libreta, así que imagino que estaré en alguna lista negra estadounidense. 

En el debate sobre las limitaciones, la cuestión no está tanto en lo que el cómico puedo o no hacer, sino en lo que el público puede y quiere escuchar. Si tienes un público que se descojona de la risa con tus chistes, cómo pueden otros juzgar y decir que lo que haces es de mal gusto o blasfemo. En ese caso, estás acusando no solo a quien hace las bromas, también a todas las miles de personas que la entendieron. Ahí entramos en un problema democrático: ¿Quién tiene derecho a decirle al otro o a los otros de lo que pueden o no reírse? La iglesia lleva siglos lanzando mensajes engañosos a la gente, pero yo nunca voy a entrar a una iglesia a parar el discurso del cura. Lo que hago es poner mi iglesia al lado, porque estoy a favor del libre mercado, pero el libre mercado de las ideas.
 

En numerosas ocasiones ha topado no solo con la Iglesia, también con el poder político. Recordemos que con La Revelación fue obligado a cambiar el lugar de representación en distintas ciudades por presiones de sus obispados.

No solo he sufrido censura. Tuvimos que desalojar el Teatro Alfil por un aviso de bomba. La policía nunca encontró a los responsables. Parece que había muy poca gente interesada en descubrirlo. En marzo de 2016 se cumplirán diez años de este episodio, y voy a hacer un acto en el Teatro Alfil recordándolo. 
 

¿Tiene alguna sospecha de quién puede tener tanto interés en que se calle?

En el momento en que se produjo este espectáculo había algunos grupos de extrema derecha ultracatólicos que hacían manifestaciones cada día fomentando el odio; no obstante, no puedo poner el dedo sobre uno u otro. Me hubiera gustado verme más apoyado por la policía.
 

A raíz de aquello, ¿le produce miedo acudir a un teatro a actuar?

Ya no. Por entonces sí tuve miedo durante meses. Contraté incluso un escolta, pero es un servicio caro, así que no me lo pude permitir. Es una experiencia por la que nadie debería de pasar. Además, tuve que soportar que la prensa conservadora dijera que me había puesto la bomba yo mismo para hacer publicidad.
 

Su montaje Bassibus también fue objeto de polémica. La coincidencia de fechas con un congreso regional del PP supuso la prohibición de su representación en un festival de teatro en Murcia. En ese “paseo” por la corrupción española tuvo una colaboradora especial: la actual alcaldesa de Barcelona. ¿Qué caso de los que le informara Ada Colau le pareció más burdo, más esperpéntico?

La transformación del final de la avenida Diagonal, la zona nueva después de la ciudad olímpica, poblada antes por fábricas básicamente, se hizo durante el gobierno de los socialistas en Barcelona mediante el cambio de legislación referente a los usos del suelo para favorecer la construcción de hoteles, entre otras cosas. Lo más llamativo es que los empleados públicos del Ayuntamiento crearon sociedades privadas para comprar esos terrenos a muy bajo coste, dado que no eran edificables, y, después de modificar los permisos, pudieron adjudicar a nombre de sus empresas dichos terrenos en la subasta antes que nadie gracias a la información manejada. Ada Colau sabe nombres y apellidos de este caso magistral de corrupción, y también del 3 por ciento entregado a los partidos catalanes. Colau es una persona extraordinariamente honorable e inteligente.  
 

En su Twitter podemos leer comentarios sobre la Guerra en Siria; el impedimento de Marruecos de abrir un Ikea por el apoyo de la multinacional al pueblo saharaui; los resultados de las elecciones catalanes. Al despertar hoy, ¿cuál es su principal preocupación?

La manipulación en las noticias sobre la guerra en Siria y las actuaciones de Rusia. Rusia es ortodoxa, y ha tenido presencia en Siria desde hace décadas por la vinculación que existe entre el país, y el norte de Siria, cuna de la ortodoxia, junto a Turquía. Existe una perversa manipulación e hipocresía por parte de occidente cuando arremete contra Rusia por acometer acciones militares contra los objetivos yihadistas, cuando es principalmente EEUU quien ha armado al Estado Islámico, y cuando lo único que persiguen es dividir el mundo árabe para debilitar a Irán, rompiendo el eje Siria-Irán. 

 
Ayer leo en El País (por el viernes) un titular que dice que los rusos han bombardeado objetivos de los aliados. Sin embargo, no dicen que lo que han bombardeado es una zona en la que el Estado Islámico había cogido a gays para matarlos lanzándolos al vacío desde los tejados, que es como los islamistas matan a los homosexuales. Resulta que ahora los islamistas son nuestros aliados porque están siendo bombardeados por Rusia, a pesar de que la prensa europea hace dos meses condenaba estos ataques a homosexuales en Siria. 
 
Por la climatología y los episodios históricos, el ruso es un pueblo de gente fuerte, pero también son orgullosos y no se dejan pisotear. Los rusos no van a dar un paso atrás, y me da miedo que se vaya a generar una tercera guerra mundial propiciada por las mentiras desde occidente.  
 
Al estado islámico se le combate, en primer lugar, no armándole; por otro lado, no engañando a la gente a pie de calle, y uniendo a todos los países que persigan estados democráticos y laicos.       
 

También hemos podido observar que expresa abiertamente su opinión respecto a los políticos españoles en las redes sociales. No le preguntaré a quién, pero ¿vota? ¿Confía en la utilidad del voto?

Soy una persona que no se considera del todo de ningún lado, me siento por encima de las nacionalidades, pero, como bufón, me parece importante dar mi opinión sobre los acontecimientos políticos. Mi voto claramente es de izquierdas, sin embargo, me han pedido muchas veces que me afilie a algún partido, y no lo voy a hacer. 
 
En cualquier caso, el voto sí es útil a nivel inmediato, para decisiones del día a día. Pero el sistema hay que cambiarlo radicalmente, y esto no se consigue con unas elecciones. Hay que sacar a la sociedad de su interés por el materialismo, y tratar de vivir de acuerdo a valores más profundos, y esto no es de dominio político, sino espiritual. Con el proyecto del “patolicismo”, precisamente, trato de investigar otros sistemas de civilización, lo cual, sin duda, es un proyecto complejo y ambicioso.
 

Cuando habla de su trabajo, se le ilumina la cara, señal de que le apasiona lo que hace. ¿En qué escenario le ha emocionado más o le ha resultado más significativo actuar?

Ufff… Hay muchísimas experiencias... He actuado en las favelas de Brasil para niños que solo habían visto violencia, y que, sin zapatos, bailaban porque les había gustado la actuación. Recuerdo una representación en Nablus (Palestina), en un anfiteatro para 1200 personas, y al que acudieron 6000. Era muy emocionante ver llegar a las madres con sus hijos y sentarse en la montaña a mirar. También he trabajado en un estadio con 60.000 personas rodeado de primeras estrellas como Metallica, Leonard Cohen, Peter Gabriel… O en Canadá, en mitad del bosque, para una tribu india, que permanecieron en silencio y muy serios durante toda la actuación. Yo pensé, “vaya mierda de actuación, que nadie se ha reído”. Sin embargo, el chamán de la tribu vino a felicitarme, y el etnólogo que me acompañaba me decía que había sido un éxito, pero que esa manera de expresarse formaba parte de su cultura. Son tantas las experiencias que no me puedo quedar con una sola.