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Víctor del Árbol, retrato de un caballero de la palabra

Cultura - P. Robles - Domingo, 8 de Octubre de 2017
Cree Víctor del Árbol que "lo maravilloso en la vida aparece cuando abrimos los ojos”. Al barcelonés no le da vértigo enfrentarse a un folio en blanco. Tiene un concepto romántico de la literatura. Escribe cada nueva obra repitiendo un mismo ritual. Porque Víctor del Árbol escribe sus libros a mano. Estrena cada vez un cuaderno y una pluma. Y se emociona al ver todas esas hojas en blanco que lo esperan, testigos y cómplices silenciosas de sus historias. Adora la tinta que se desliza en el papel. Con su último título, “Por encima de la lluvia”, traza y dibuja nuevamente una de sus obsesiones, la memoria.
Víctor del Árbol, retratado por Raquel Marín, que firma el reportaje gráfico.
Víctor del Árbol, retratado por Raquel Marín, que firma el reportaje gráfico.

Para quien suscribe estas líneas, “Por encima de la lluvia” es solo un pretexto para charlar y bucear en la memoria de Víctor del Árbol, premio Nadal 2016, y Caballero de las Letras y las Artes Francesas. Un barcelonés de barrio, que de pequeño solo quería ser mayor, como todos los niños. Afeitarse, como su padre, hablar como él. De su padre, dice, “ha copiado incluso su estilo de letra”. Lo tiene claro desde muy niño. Quiere ser escritor para contar las historias que impulsivamente fluyen en su mente. Es, más allá del reconocimiento de la crítica y del público, un romántico de la palabra y un retratista de una suerte de emoción universal que, a todos y todas, sin excepción, toca.

“La enfermedad destruye. Y la memoria puede ser una enfermedad, pero mucho peor e inmisericorde es la desmemoria"

Como cada vez que Del Árbol, sin vértigo ni miedo, afronta el privilegiado reto de enfrentarse a una primera página en blanco, Miguel y Helena, los setentones que protagonizan “Por encima de la lluvia”, emprenden, quizá, el viaje de su vida. Es si acaso “Por encima de la lluvia”, un cuaderno de bitácora de un viaje extraordinario de quienes creen no haberlo vivido todo. Un viaje de ida y vuelta que se adentra, otra vez, en la memoria de quienes, poco a poco, son arrebatados de sus propios recuerdos. Víctor del Árbol hace irónica poesía de Miguel, un hijo que quiere recuperar la memoria de su padre; mientras que a él mismo el Alzheimer le asesina sus recuerdos. “La enfermedad destruye. Y la memoria puede ser una enfermedad, pero mucho peor e inmisericorde es la desmemoria. Por malas que sean nuestras raíces, nos arraigan a la tierra. Y una persona sin raíces es solo aire, frágil y efímera”, afirma el escritor.

“Por encima de la lluvia” es de partida, una “novela estructuralmente distinta”, que permite a Víctor del Árbol no imitarse a sí mismo. Un relato con menos efectismo. Una novela que fluye a través de dos personajes ‘viejos’ –y enfatiza que le gusta esa palabra, porque entiende la `vejez’ como un poso de vida”. Para Víctor, lo de menos es, sin embargo, lo que pasa en la novela. “Lo verdaderamente importante es lo que sienten Miguel y Helena; porque la vejez no está en la edad. La vejez está en el corazón. Es un viaje que habla del sentido de vivir y saberse vivo, a pesar de la propia edad, y de las derrotas…” No tienen nada de extraordinario Miguel y Helena. Nada más y nada menos que el “valor de vivir. De negarse a morir sin vivir una última vida extraordinaria”. “Sin tener sexo, sin pasión, sin arriesgarse, ni más ni menos que a vivir”.

Artesanía en la palabra

Escribe a mano cada libro en cuadernos que guarda, en espera de que algún día, si así lo dicta el destino, pueda donarlos a la biblioteca de su barrio en Torre Baró, donde cada día lo dejaba su madre mientras iba a trabajar en Barcelona. “Es un barrio de aluvión e inmigrantes, nacido en los años 50”. Un barrio de chabolas del extrarradio de Barcelona, en el que Víctor del Árbol sintió y experimentó la felicidad de unos días, en los que desde lo alto del cerro de Torre Baró, soñaba con salir algún día a “conquistar Barcelona”. Interpreta hoy, aquel gesto, con sus ganas de salir ahí, a conquistar el mundo.

“No se puede reinventar el pasado. El pasado ya no existe. Está muerto. El pasado es un relato que nos contamos a nosotros mismos. Un relato que podemos construir obviando lo que, apenas, nos gusta o podemos recordar”

Se sabe una “persona con los pies en el suelo”, a la que le gusta volver a los orígenes. Desde donde vive actualmente, puede ver el cerro de Torre Baró, del que “solo distan dos kilómetros y medio; y 49 años de camino; y el camino es siempre un camino de ida y vuelta. Y es algo que tengo muy presente”, afirma, cuando dice que “hay que volver siempre a los orígenes en lo personal y en la creación”. Porque volver al origen, le hace recordar el porqué escribe. Por qué empezó a escribir y qué le enamoró de la escritura. “Volver a los orígenes me mantiene vacunado contra los premios y los reconocimientos; y del efímero principio de un éxito que mañana puede desaparecer”. Víctor del Árbol escribe sencillamente porque “le apasiona”. Nunca habla de sus libros. Lo que de verdad le interesa es porqué los ha escrito. Le apasiona lo que hace y se sabe un privilegiado.

Muchos de sus personajes huyen de una realidad tormentosa “porque la derrota deja secuelas, y en esta vida, caemos más que nos levantamos. Tenemos muchas más derrotas que victorias. A veces, “el pasado puede ser un refugio… pero cuántas veces no es una trampa… una piège -trampa, en francés-". “No se puede reinventar el pasado. El pasado ya no existe. Está muerto. El pasado es un relato que nos contamos a nosotros mismos. Un relato que podemos construir obviando lo que, apenas, nos gusta o podemos recordar”. Por eso, Víctor del Árbol devuelve, casi de forma obsesiva, a sus personajes al pasado. “A su pasado”. “Me interesa el misterio de la memoria”, dice. “Buscar el muy remoto origen de lo que somos en la memoria; el lugar en que empieza todo.”



 “Del mismo modo en que, a mí, un día, un libro me cambió la vida, creo que mis libros pueden cambiar también la vida a alguien(es).” La verdadera literatura… un buen libro, es una historia que nos habla de verdad. Y lo es porque nos hace transcender. Nos permite evadirnos de la propia realidad y nos muestra otra cosa. Y, con suerte, nos identificamos”. 

 “Transcender es empatizar con una emoción. Hacerla tuya. Y sentirla. Y experimentarla. Y dejar de leer un libro, a media página, para volver a tu propia historia. A tu propia memoria. Y sentirla y experimentarla y reflexionarla también”

“Transcender es empatizar con una emoción. Hacerla tuya. Y sentirla. Y experimentarla. Y dejar de leer un libro, a media página, para volver a tu propia historia. A tu propia memoria. Y sentirla y experimentarla y reflexionarla también”. Quien suscribe estas líneas es capaz de comprender al fin, lo que le han hecho transcender casi todos los personajes que de la pluma y el folio en blanco de Víctor del Árbol proceden. Quien suscribe estas líneas puede no recordar, en muchos casos, ni sus nombres, ni su historia, pero de todos y todas ellas, recuerda, si acaso, lo que le hicieron sentir. 

 La memoria petrificada

Elige en su última novela –y otra vez como pretexto literario- un momento histórico. La construcción del Valle de los Caídos, metáfora de una memoria petrificada, que uno quiere olvidar. “Podemos perdonarnos los unos a los otros –dice- pero no podemos olvidar. Si olvidamos, todo volverá”.

“Lo que estamos viviendo estos días, me da la razón. Las patrias. Las banderas. Los himnos… son solo una mitología que nada tienen que ver con nuestra memoria individual. Tiene que ver con una construcción de la memoria histórica. Cuando uno recuerda de verdad. Cuando uno se niega a aceptar las mentiras que otros construyen en forma de historia; es mucho más difícil dejarse manipular”. “Hay tanta gente interesada en que olvidemos…” “En dejar, por ejemplo, que el Valle de los Caídos muera (por sí) solo. Por sí mismo. Sin pena ni gloria. Como algo que no pasó. Pero no pagando el muy alto precio del olvido”.

Cree el barcelonés, en el poder de la palabra para transformar la realidad y convertirla en algo plausible. “A veces la literatura tiene que hablar también de lo obvio”. Es muy cervantino el Víctor del Árbol que adora la palabra. Y sabe de su poderosa capacidad para transformar la realidad. Enamorado de la palabra (‘en amor dado’), Del Árbol no se conforma hasta que no dice exactamente lo que quiere decir.

La palabra, su postura y su arma, ante lo que, por ejemplo, se vive estos días en Cataluña. Palabras como pueblo “ese ente abstracto al que todo el mundo se refiere; y todo el mundo abandona…”. El ‘pueblo’… “lo es todo y es nada”. Porque todo es todo para quien lo entiende. La palabra honesta y honrada, “es insobornable. Es incorruptible”. “'Desbarata mentiras, la palabra; y por eso son tan dañinos los escritores para el poder… para los poderes.” Y siempre es la cultura la primera muralla que se derrumba; porque la cultura de verdad es también insobornable; como la palabra usada con decencia, a la que no se puede vencer si no es matándola. Y matando su significado.