PROMESA DE LOS MONARCAS POR LA AYUDA DEL SANTO EN LA TOMA DE GRANADA

Tres siglos de rebelión de los reinos castellanos contra el “Voto de Granada” a Santiago Matamoros

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 10 de Octubre de 2021
Una nueva lección de periodismo de Gabriel Pozo Felguera que nos ofrece la historia documentada del privilegio a la Iglesia de Santiago de Compostela ‘en agradecimiento’ al apóstol Santiago por la Toma de Granada, y que se prolongó durante casi 350 años, ante la protesta generalizada.
Granada hacia 1570, donde se ve una yunta arando al lado del Genil y un hombre sembrando. Media fanega de su grano iba a parar a Compostela.
CIVITATIS URBIS TERRARUM
Granada hacia 1570, donde se ve una yunta arando al lado del Genil y un hombre sembrando. Media fanega de su grano iba a parar a Compostela.
  • Los Reyes Católicos dieron un privilegio a la Iglesia de Compostela para que todas las yuntas le pagasen media fanega de trigo anual

  • El Hospital Real de Santiago y las obras anejas a su catedral fueron financiados durante tres siglos por el grano que aportaban los agricultores

  • Los arzobispos de Santiago llevaron a juicio –y ganaron la mayoría­– a casi todas las ciudades y agricultores que se negaban a pagar

  • El granadino Martínez de la Rosa, como presidente del Gobierno, obligó a la reina Isabel II a firmar la derogación final del privilegio de Isabel I

Los Reyes Católicos gobernaron sus reinos desde la Alhambra durante todo el año 1492. Aquí empezaron a legislar el nuevo estado centralizado con medidas nefastas e impopulares: el 31 de marzo decretaron la expulsión de los judíos… y el 15 de mayo emitieron el Voto de Granada. Se trató de un impuesto en favor de la iglesia de Santiago de Compostela en agradecimiento a la “ayuda prestada por el apóstol Santiago Matamoros en la toma” del último reino musulmán. El voto cargaba a todos agricultores de sus reinos con el pago de media fanega (unos 24 kilos) de grano para construir el Hospital de peregrinos, rematar la construcción de la catedral compostelana y mantener a la numerosa jerarquía eclesiástica. Las protestas no tardaron en generalizarse contra el Voto de Granada por toda España durante los tres siglos largos que se mantuvo en vigor aquella carga. La rebeldía de pueblos y ciudades llenó de pleitos las reales chancillerías de Valladolid y Granada. Hasta que las Cortes de Cádiz lo anularon en 1812. No obstante, el absolutista Fernando VII lo resucitó en dos ocasiones, hasta que el granadino Martínez de la Rosa obligó a Isabel II a que lo aboliese.

A finales del siglo XV, la ciudad de Granada se cargó de mala fama y rechazo de la sociedad española por llevar el nombre de un nuevo impuesto a favor de la Iglesia, en este caso compostelana. ¡Como si la plebe no soportara ya suficientes cargas en diezmos y alcabalas! El pueblo se deslomaba trabajando los campos, hambriento, mal vestido, mientras veía que la abundante tropa eclesiástica y religiosa era cada vez más oronda y se entretenía en levantar templos, conventos y oratorios, además de acopiar fincas y atesorar arte.

A finales del siglo XV, la ciudad de Granada se cargó de mala fama y rechazo de la sociedad española por llevar el nombre de un nuevo impuesto a favor de la Iglesia, en este caso compostelana

Los dos reyes anteriores a Isabel I de Castilla, Juan II y Enrique IV, es decir, el padre y el hermanastro de la Católica, tenían hecha la promesa de agradecer la intercesión y ayuda de Santiago Matamoros en los campos de batalla contra el Reino nazarita de Granada. Enrique IV (1454-1474) no consiguió entrar en Granada durante sus veinte años de reinado; pero estuvo muy cerca en su cruzada de 1564 contra el emir Abú Nsar Saad, año de Jubileo Compostelano. Aprovechando las guerras civiles de los clanes nazaritas, recortó una porción importante a las tierras granadinas. Y corrió ante el Apóstol de Compostela a llevarle parte de los fabulosos tesoros apresados en aquella razzia guerrera. Todavía se conserva en su joyero una preciosa corona de oro y diamantes.

Retrato de Enrique IV, con la corona y el hábito de Santiago que utilizó en la cruzada contra Granada en 1464. La corona es copia de la que depositó en la catedral de Santiago. Obra de Francisco Sáinz Pinto (1848). MUSEO DEL PRADO

Isabel I, ya desde el inicio del arreón conquistador final de 1482, renovó el voto por la ayuda que prestaba, y suponía le prestaría en adelante, el Apóstol en toda la guerra. Tardó sólo diez años en cumplirlo, nada más asentar sus reales en el palacio de Comares de la Alhambra. Aquel 15 de mayo de 1492, la pareja de monarcas ordenó una carta de privilegio para pagar el favor con el santo gallego. Dictaron una real cédula bastante extensa por la que los nuevos súbditos granadinos deberían contribuir a las construcciones religiosas y piadosas de Santiago de Compostela, además del sostenimiento de su clero. Y lo harían eternamente.

Traslado a imprenta (en 1771) del real privilegio dado en la Alhambra el 15 de mayo de 1492, ordenando el nuevo impuesto del Voto de Granada en favor del Apóstol Santiago. El original está hoy perdido. El documento consta de ocho páginas. AGS.

La real cédula, bautizada como el Voto de Granada, ordenaba que cada yunta de bueyes, vacas, mulas o asnos debían contribuir anualmente con un nuevo impuesto especial. Consistía en aportar media fanega de trigo, cebada, avena, centeno, mijo, panizo, linaza o cualquier otro grano que se produjese. Era un impuesto lineal, sin tener en cuenta si la cosecha era mala o buena, si la tierra era más o menos productiva. Para evitar la picaresca de la aparcería, arrendamientos y quinteros (yuntas compartidas temporalmente por varias personas), la carga debía repartirse en un cuarto de fanega por cada animal. Los Reyes Católicos sólo exceptuaron del pago de la media fanega a los yunteros del alfoz (término municipal) de Granada capital; esa media fanega se la descontarían ellos de su diezmo real. Cada agricultor debía entregar su media fanega al edificio o pósito que marcase cada municipio, de donde lo recogería el agente recaudador.

Fragmento del cuadro Expulsión de los judíos, con los Reyes Católicos sentados en su trono de la Alhambra en marzo de 1492. Obra de Emilio Sala Francés, 1889. MUSEO DEL PRADO.

Aquella media fanega de grano por yunta, una vez llegada a Compostela, se debía distribuir en tres partes: la primera se destinaría al proyectado Hospital Real de Pobres peregrinos o de Santiago; el segundo tercio, a continuar las obras de la catedral o edificios anejos; y el tercero al deán y cabildo para que vivieran los religiosos. De pronto, a partir de la cosecha de 1492, el Arzobispado de Santiago empezó a nadar en la abundancia cuando comenzaron a recaudar el Voto de Granada. Hay que advertir que el arzobispo y sus administradores debieron fajarse para conseguir los mayores porcentajes de recaudación. Lo primero que hicieron fue establecer una compleja red de agentes recaudadores y administradores del Voto de Granada; lo más fácil fue imitar a la hacienda real, vendiendo o alquilando la recaudación a particulares, órdenes religiosas, casas nobiliarias, órdenes militares, banqueros, etc. Eran los encargados de ir recorriendo pueblos y aldeas, censo fiscal en mano, y sacando por las buenas o por las malas su media fanega de grano.

Los iniciales abusos propiciaron que los mismos Reyes Católicos tuviesen que emitir cédulas ya en 1494, 1497 y 1500 recordando a los eclesiásticos gallegos que el Voto era de media fanega, ni más ni menos

Y los recaudadores comenzaron con los abusos. Muchos no se limitaron a tomar su media fanega, sino que pretendieron sacar mayor tajada. Los iniciales abusos propiciaron que los mismos Reyes Católicos tuviesen que emitir cédulas ya en 1494, 1497 y 1500 recordando a los eclesiásticos gallegos que el Voto era de media fanega, ni más ni menos. La cédula de 13 de diciembre de 1497 era la repetición del privilegio dictado en la Alhambra, si bien venía a corregir una errata de cantidades cometida en la copia de pergamino y la de papel de 1492 que se elaboraron para los escribanos.

Hospital Real de Santiago, de Enrique Egas (1500-1), pagado en su mayor parte con el Voto de Granada.

El Voto de Granada fue dictado con carácter duradero y eterno. No se limitaba a recaudar impuestos de manera temporal, hasta que acabasen las obras de la catedral y del hospital real. De hecho, la catedral de Santiago llevaba mucho tiempo acabada en lo básico, pero las obras de ampliación de espacios y mejoras se hicieron interminables con la nueva inyección de fondos del Voto. En cuanto al Hospital Real, sus obras empezaron en 1501 y fueron acabadas rápidamente en sus primeras fases, ya que en 1511 empezó a acoger enfermos. La razón de obras tan rápidas se debió a la abundancia de dinero llegado desde el Reino de Granada, fundamentalmente, y otras tierras castellanas a las que se extendió progresivamente el Voto.

Los barcos de transporte y sus aventuras

El Arzobispado de Santiago sólo se encontró con un inconveniente a la hora de recolectar los frutos de su pingüe negocio: tenía que encargarse de los portes. Los recaudadores del Voto establecieron en el Reino de Granada un sistema de recogida del grano pueblo por pueblo; lo hacían anualmente, tras las cosechas, y antes del día de San Miguel (29 de septiembre); si hacía mal tiempo para recogerlo, tenían plazo hasta la pascua de Resurrección. Si no habían ido a por el saco, el agricultor podía retirarlo.

El grano era almacenado preferentemente en el puerto de Málaga, adonde iban a cargar los barcos fletados desde Galicia

El grano era almacenado preferentemente en el puerto de Málaga, adonde iban a cargar los barcos fletados desde Galicia. Hubo algún intento de llevarse el trigo en carretas (como se hacía en la mitad norte de España), pero la distancia era de unas 220 leguas y no resultaba rentable.

Puerto de Málaga en el siglo XVIII. Por esa época ya partían pocos navíos con grano del Voto hacia Galicia. PUERTO DE MÁLAGA

A finales del siglo XV empezaron las primeras expediciones con aquellos barcos de carga, preferentemente naos, carabelas y algún galeón desartillado. El archivo catedralicio de Santiago está repleto de referencias a aquellos fletes y sus vicisitudes. Para empezar, el grano debía esperar almacenado en los puertos del litoral malagueño hasta la primavera, pues los temporales de invierno desaconsejaban la navegación de cabotaje, sobre todo por la peligrosa costa atlántica. La riqueza recaudada en el Reino de Granada con destino a Santiago era considerable; el cálculo de uno de los años de mediados del siglo XVI indica que recaudaron grano por valor de 700.000 maravedíes. (El precio de una casa de pastelería en Plaza Nueva fue de 10.000 maravedíes; el salario de un maestro cantero era de 25 ms/día).

Los barcos aprovechaban para traer productos gallegos a la costa andaluza y también se llevaban higos, pasas, almendras, aceite y vino

Esta rica documentación guardada en los libros de cabildos de Santiago hace referencia incluso a los nombres de las embarcaciones y sus capitanes. Desde el puerto de Málaga iban a descargar a los muelles gallegos más próximos a Santiago: Puentecesures, Noya y Puebla del Deán. Los barcos aprovechaban para traer productos gallegos a la costa andaluza y también se llevaban higos, pasas, almendras, aceite y vino. Por ejemplo, el porte de mayo de 1512 lo hizo el buque Santa María del Campo, capitaneado por Juan Domínguez Giance; en octubre de 1514 llegaron al puerto de Cesoures 90 cahíces (un cahíz=12 fanegas=unos 690 kilos) de trigo en los barcos del armador Pedro de Chanteiro. Hubo que contratar otras noventa carretadas para transportar tanto trigo a Santiago, en viajes que se prolongaron doce días. 

A mediados del siglo XVI, el Arzobispado de Santiago nadaba en la abundancia. Comenzó a adquirir fincas y casas por toda la ciudad y por Galicia. Santiago no admitía más grano del mucho que llegaba desde el Reino de Granada

Este armador contó las dificultades y oposiciones que había encontrado en Málaga para poder cargar, pues las autoridades y el pueblo se lo protestaron. Aquellas quejas de los agricultores hicieron que el arzobispo de Santiago recurriese repetidamente a los reyes pidiendo su auxilio. Tanto Fernando el Católico como Carlos V y Felipe II acudieron en auxilio de la Iglesia. Ya el 12 de agosto de 1513, Fernando emitió una real cédula desde Valladolid, dirigida a todos los pueblos y ciudades, en la que recordaba la obligatoriedad de pagar el Voto de Granada. En abril de 1516 fue contratado el navío San Antonio, del armador Alonso de Bandín, que descargó en el puerto de Noya.

A mediados del siglo XVI, el Arzobispado de Santiago nadaba en la abundancia. Comenzó a adquirir fincas y casas por toda la ciudad y por Galicia. Santiago no admitía más grano del mucho que llegaba desde el Reino de Granada. Por eso, la mayoría de las veces los barcos de trigo granadino iban a venderlo a Lisboa, Oporto, Asturias, Cantabria e incluso a puertos del norte de África. Siempre según la demanda, las hambrunas y buscando los mejores precios.

Del ancestral Voto de Santiago al Voto de Granada

En realidad, el Voto de Granada consistió en una actualización y generalización para toda Castilla del ancestral Voto de Santiago o Privilegio de Millas. El Voto de Santiago fue una invención del obispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada (1170-1247). Aquel hombre fue un eclesiástico, historiador y guerrero que se movió en tiempos de las encarnizadas luchas de castellanos contra almohades. Estuvo en la Batalla de las Navas (1212), ayudó a Alfonso VIII a conquistar las zonas entre los valles del Guadiana y del Guadalquivir, hasta hacerse con el Adelantamiento de Cazorla. Extendió los dominios del Obispado de Toledo incluso hasta los límites de la comarca de Huéscar. No obstante, don Rodrigo dejó escrito claramente que se trataba de un voto piadoso y voluntario.

Sepulcro de Jiménez de Rada en el monasterio de Santa María de la Huerta (Soria).
Milagro de Batalla de Clavijo, del pintor Corrado Giaquinto (1756-7). MUSEO DEL PRADO

Aquel hombre, como historiador, recogió por primera vez la tradición oral del Voto de Santiago. Supuestamente, el rey asturiano Ramiro I, en el año 844, habría guerreado contra los musulmanes en tierras de la Rioja, en el Campo de las Matanzas. Y allí se habría producido una de las primeras grandes victorias de cristianos contra musulmanes, la batalla de Clavijo. Y habría sido la milagrosa aparición de Santiago Matamoros, cabalgando sobre un corcel blanco, el que le habría brindado la victoria rotunda. A partir de entonces, Ramiro I de Asturias habría decretado el Voto de Santiago, consistente en que los agricultores de Galicia, Asturias y el naciente reino de León donasen una parte de sus productos para la construcción de la catedral de Santiago y sostenimiento de media docena de clérigos. Supuestamente, Ramiro I extendió un privilegio en latín sobre una piel de cabrito, en la que estamparon sus firmas los principales magnates y obispos de la franja cristiana del norte.

El Voto de Santiago o de Ramiro I llegó a existir en Galicia y Reino de León (hasta el río Pisuerga) desde tiempos de Ordoño II (760-842); pero era el llamado Privilegio de Millas: una especie de voto voluntario que ofrecía la gente al santo en agradecimiento por redención de cautivos, salud, buenas cosechas, perdón de los pecados

El Voto de Santiago o de Ramiro I llegó a existir en Galicia y Reino de León (hasta el río Pisuerga) desde tiempos de Ordoño II (760-842); pero era el llamado Privilegio de Millas: una especie de voto voluntario que ofrecía la gente al santo en agradecimiento por redención de cautivos, salud, buenas cosechas, perdón de los pecados, etc. No era un impuesto obligatorio, sino una promesa. Que sólo ligaba a quien lo prometía, no se transmitía a sus descendientes. Se solía materializar en aportación de grano, cera, ropa, alimentos. En suma, una tradición gallego-leonesa más que una ley. Cada uno de los sucesivos reyes asturleoneses fue ampliando el Privilegio de Millas (que empezó por los ubicados en un radio de tres millas en torno a Santiago), y afectando a los territorios que se iban conquistando a los musulmanes.

El objetivo del Privilegio de Millas era el sostenimiento de religiosos y la construcción de la primitiva catedral románica en torno a la supuesta tumba del apóstol Santiago.

Transcripción en latín del Voto de Santiago del rey Ramiro I de Asturias, supuestamente fechado en Calahorra en el año 844 (era 872 del calendario Juliano). AGS.

La realidad es que la batalla legendaria de Clavijo nunca existió y Ramiro I no estuvo por allí. La tradición parece limitarse a una especie de limosna ideada por los religiosos compostelanos, que poco a poco se fue extendiendo por el Camino de Santiago y adquirió tintes de veracidad. El espaldarazo a aquella invención se la dio el rey Alfonso XI en el año 1331 al emitir una real cédula en la que confirmaba el inventado privilegio en piel de Ramiro I de Asturias. La bola continuó rodando, de manera que el Voto de Santiago fue confirmado y renovado sucesivamente, como si se tratase de una ley escrita, por Pedro I el Cruel (1351), Enrique II (1378), Enrique III (1401), Juan II (1421)… Carlos V (1627), Fernando VI (1749), etc. Incluso los respectivos arzobispos de Santiago llevaban recurrentemente su queja a las Cortes de Castilla cada vez que se celebraban, pues las grandes ciudades no hacían aportaciones al Voto.

Pero la realidad era que no se trató hasta entonces de un impuesto obligatorio y penado si no se pagaba. Ese aspecto no llegaría hasta el 15 de mayo de 1492, cuando los Reyes Católicos lo actualizaron y lo hicieron obligatorio per 'secula seculorum'

El Voto de Santiago era una especie de tradición de cada rey, que cuando acudía a tomar posesión en Galicia, era obligación renovar sus compromisos con el arrinconado pueblo gallego, con el Apóstol y con Galicia en general, para que se sintieran parte del reino de León y Castilla. El Voto de Santiago no supuso un pago obligatorio entre los siglos IX y XV, sino más bien una tradición limosnera y colaboradora de todo buen cristiano. Conllevaba un compromiso espiritual de encomienda al santo apóstol, al que ya se consideraba patrón y protector de todos los reinos cristianos peninsulares. Por eso, cada vez que unas tierras musulmanas pasaban a ser conquistadas por Castilla, los nuevos territorios eran considerados comprometidos con el Voto de Santiago. Pero la realidad era que no se trató hasta entonces de un impuesto obligatorio y penado si no se pagaba. Ese aspecto no llegaría hasta el 15 de mayo de 1492, cuando los Reyes Católicos lo actualizaron y lo hicieron obligatorio per secula seculorum.

Castilla se revuelve contra el Voto

Las protestas, la rebeldía, las trampas y ocultaciones fueron constantes en el Reino de Granada, principalmente, y en el resto de reinos castellanos desde que fue instaurado el Voto de Granada en 1492. (Nunca se materializó plenamente en las tierras de Aragón, Cataluña, Levante y Navarra; aunque sí se hizo en Portugal durante el periodo que se unió a Castilla). Agricultores y concejos protestaron durante todo el siglo XVI, oponiéndose a la injusticia de un impuesto más, destinado exclusivamente a la iglesia compostelana. Incluso lo recurrieron ante los tribunales supremos del momento (reales chancillerías de Valladolid y Granada). Se sucedieron más de 3.000 pleitos de otras tantas ciudades y pueblos.  Algunos consiguieron excepciones o moratorias. Pero las férreas manos de Carlos I y Felipe II jamás aflojaron los dedos; se mantuvieron firmes en sostener vivo el Voto de Granada ordenado por sus antepasados unificadores de los cinco reinos de la Península.

Proceso de trilla con bueyes en las eras de Valladolid, en un grabado de Civitatis Urbis Terrarum, de 1572.

A lo sumo, permitieron el debate intelectual y jurídico acerca del Voto de Granada. Cada vez fueron más los juristas, escritores y pensadores que se sumaban al bando opositor al impuesto de la media fanega. Sobre todo, porque los agricultores españoles vivían en la miseria y se veían obligados a pagar infinidad de gravámenes a la hacienda real, el diezmo eclesiástico a los curas y, encima, media fanega para pagar a unos religiosos que vivían en un alejado cornero de España. Observaban la opulencia de la Iglesia, a un clero que vivía de su sudor y ellos tenían que malvivir pidiendo comida precisamente a curas y monjes que les quitaban su grano.

Durante las hambrunas y quiebras de la hacienda real que flagelaron el reinado de Felipe II se registró una revuelta generalizada de la mayoría de pueblos y ciudades. No querían seguir dando su trigo. En la zona de Granada y Andalucía se recurrió a la picaresca

Durante las hambrunas y quiebras de la hacienda real que flagelaron el reinado de Felipe II se registró una revuelta generalizada de la mayoría de pueblos y ciudades. No querían seguir dando su trigo. En la zona de Granada y Andalucía se recurrió a la picaresca, falseando censos, oponiéndose al tránsito de recaudadores, asaltándolos en los caminos y, sobre todo, poniendo todas las trabas posibles para los embarques. Cada año regresaban los barcos gallegos con menores cargamentos hasta los puertos de la ría de Muros. Ese hecho hizo que en ocasiones no les fuese rentable el porte, porque costaba más el flete que el resultado de la carga.

En cambio, en las zonas de Castilla la Vieja los portes se hacían con carretas. Y las recaudaciones las llevaban directamente agentes al servicio del arzobispado de Santiago. El ahínco y la efectividad eran mucho mayores. A la par que la producción cerealista también era más alta en las zonas húmedas. El clero gallego no estaba dispuesto a soltar aquella presa tan fácilmente.

Retrato del arzobispo Gaspar de Zúñiga y Avellaneda. WIKIPEDIA.

En vista de que la recaudación se había relajado y mermado los ingresos hacia mediados del siglo XVI, el nuevo arzobispo llegado a Santiago decidió apretar la soga a los agricultores castellanos que se negaban a pagar. El arzobispo se llamaba Gaspar de Zúñiga y Avellaneda; rigió la sede obispal compostelana entre 1558 y 1571. Era un hombre poderoso, había participado activamente en el Concilio de Trento, incluso casó a Felipe II en su cuarto   matrimonio con su sobrina Ana de Austria. Durante los primeros años que estuvo de arzobispo en Santiago persiguió a todo agricultor o concejo que se negara a pagar; llevó a las Chancillerías de Valladolid y Granada a los 3.000 concejos y yunteros morosos o remolones del Voto de Granada. Y consiguió ganar la inmensa mayoría de sus demandas y hacer volver a pagar la media fanega. Los archivos están repletos de sentencias ejecutorias a su favor.

Pero la rebeldía por el Voto de Granada continuaba viva y extendiéndose por los reinos de Castilla y Portugal. Sobre todo, a partir de las crisis económicas y aumento de impuestos de Felipe II para sus guerras y construir El Escorial

Pero la rebeldía por el Voto de Granada continuaba viva y extendiéndose por los reinos de Castilla y Portugal. Sobre todo, a partir de las crisis económicas y aumento de impuestos de Felipe II para sus guerras y construir El Escorial. El arzobispo de Santiago también demandó a prácticamente infinidad de concejos del Tajo hacia abajo. La Real Chancillería de Granada dictó duras sentencias ejecutorias, colectivas y encadenadas, en 1568, 1571 y 1583, por las cuales se obligaba a pagar el voto a todos los agricultores. Aquel proceso a favor del Voto de Granada lo inició el presidente Pedro de Deza (el provocador de la Rebelión de las Alpujarras) y lo concluyó Pedro de Castro (que después sería arzobispo de Granada y Sevilla, y construiría la Abadía del Sacromonte). No obstante, en estas nuevas ejecutorias se estipuló que la tasa a pagar no sería de media fanega de grano, sino de una cuartilla (tres celemines, alrededor de 12 kilos); si un labrador tenía varias yuntas, sólo pagaba por la primera. Eso redujo considerablemente los ingresos de Santiago.

Con el reinado de Felipe III se incorporó un hecho perturbador a la protesta: incluso la baja y media nobleza y la incipiente burguesía consideraban demencial el impuesto inventado sobre una falsa batalla de Clavijo, apoyado en el inventado decreto de Ramiro I en Calahorra y, sobre todo, una gran injusticia. A pesar de ello, Felipe III confirmó la legalidad del voto en 1615.

En Andalucía, Castilla la Nueva y parte sur de Extremadura los recaudadores se quedaron sin argumentos. Sus requisas fueron mermando hasta que casi desaparecieron los fletes de barcos a recoger mercancías al puerto de Málaga

El primer revés judicial al Voto de Granada se lo llevó precisamente de la Real Chancillería de Granada. Era ya el reinado de Felipe IV. Sus magistrados empezaron a pensar diferente que en el siglo anterior, y a fallar a favor de exenciones particulares y, en general, a cuestionar la existencia del Voto de Clavijo en que se basaron los Reyes Católicos, y la legalidad que argumentaron los monarcas en 1492. Corría el año 1628. Fue el momento que aprovecharon los agricultores y ayuntamientos de su demarcación (del Tajo hacia abajo) para empezar a quitarse de en medio la entrega de su cuarto de fanega. En Andalucía, Castilla la Nueva y parte sur de Extremadura los recaudadores se quedaron sin argumentos. Sus requisas fueron mermando hasta que casi desaparecieron los fletes de barcos a recoger mercancías al puerto de Málaga. El Arzobispado de Santiago fijó sus ojos solamente en la demarcación judicial de la Real Chancillería de Valladolid, que a partir de mediados del XVII y casi todo el XVIII siguió dando la razón a las pretensiones de los religiosos compostelanos.

El montante de ingresos que supuso el Voto de Granada para el Arzobispado de Santiago entre 1492 y 1814 ha sido estudiado por varios investigadores. La época dorada fue el siglo XVI, cuando estaba protegido por Carlos V y Felipe II, y todavía no se habían generalizado las protestas sociales y los recursos judiciales. Los cálculos arrojan los siguientes resultados: en 1510, la aportación del Voto de Granada al presupuesto de gastos del Arzobispado fue del 49.1%; en 1570, en plena ofensiva del arzobispo Sandoval, se elevó al 76.0%; en 1618 se contrajo enormemente hasta suponer el 30.8%, debido a la rebaja de media fanega a tres celemines; en 1647, tras las sentencias de la Chancillería de Granada, se quedó en el 12%; en 1757 era ya del 9.7%; y en 1814 quedó en el 0.2%.

Los cálculos arrojan los siguientes resultados: en 1510, la aportación del Voto de Granada al presupuesto de gastos del Arzobispado fue del 49.1%; en 1570, en plena ofensiva del arzobispo Sandoval, se elevó al 76.0%

No obstante, estas cifras son engañosas, ya que se refieren a la participación del Voto en el presupuesto general del Arzobispado compostelano, que fue incrementando cada vez sus rentas por censos inmobiliarios y agrícolas en los que invertía el producto del trigo recibido, en tanto que mermaba la aportación del grano. En dinero, la situación era totalmente diferente, pues dependía mucho del precio de los cereales: en el periodo 1492-1570, el valor de venta del trigo recolectado osciló entre 30.000 y 40.000 reales/año; a mediados del XVII ya se superaban los 400.000 reales; entre 1700 y 1750, las ventas rondaron el millón de reales; y a finales del siglo XVIII variaron entre los 4 millones y los 6 millones.

No obstante, hay que señalar que a las obras de fábrica de la catedral y del hospital de Santiago apenas se dedicaba el 20% de lo recaudado por el Voto de Granada; el 80% restante se repartía en el funcionamiento del arzobispado, inversiones, salarios, atención de peregrinos e infinidad de prebendas clericales.

La puntilla de las Cortes de Cádiz

En 1771 culminó una campaña puesta en marcha por el jurista Antonio Ponce de León y Spínola, XI Duque de Arcos. Varias veces había opinado y escrito al rey Carlos III pidiéndole que anulase la vigencia del Voto de Granada. Las razones eran las mismas que venían manejando desde casi tres siglos atrás algunos juristas, intelectuales, incluso algunos religiosos, pueblos y agricultores. Aquel impuesto era inventado, empobrecedor, injusto y lastraba el desarrollo que la España de la Ilustración entendía de otra manera. El Duque de Arcos imprimió a su costa un libro, titulado Representación contra el pretendido Voto de Santiago que hace al Rey Nuestro Señor el Duque de Arcos. El texto, de más trescientas páginas, hacía un recorrido histórico del Voto de Santiago/Voto de Granada. Argumentaba sólidamente el embuste de un milagro en Clavijo, los consiguientes privilegios altomedievales y los padecimientos de los agricultores. Todo sólo para favorecer a la opulenta clase clerical santiagueña. Se anunciaba el periodo anticlerical que estallaría en el siglo XIX con las desamortizaciones. Ya lo habían empezado a sufrir los jesuitas.

Mientras, el número de pobres seguía aumentando en todas las regiones y los barcos salían repletos de emigrantes hacia tierras americanas

Sólo el Arzobispado agraciado conocía el montante del impuesto. El Duque incluso manejó números de lo que suponía potencialmente aquella recaudación anual: calculaba que en 1770 había en España unos dos millones de pares de yuntas labrando en sus campos, con una cosecha media por yunta de 50 fanegas de grano. La recaudación del Voto de Granada de aquel año rondaba las 166.666 fanegas de trigo y 336.333 de cebada; los precios eran entonces de 18 reales la fanega de trigo y 9 la de cebada. En suma, el Arzobispado de Santiago había recaudado nada menos que 6 millones de reales para sus arcas. Mientras, el número de pobres seguía aumentando en todas las regiones y los barcos salían repletos de emigrantes hacia tierras americanas. En tanto que los seis canónigos iniciales de la catedral románica de Santiago se habían multiplicado varias veces, a la par que engordado sus posesiones; la mitra compostelana era la segunda más anhelada por entonces, tras la de Toledo, debido a sus enormes riquezas.

Por eso, el Duque de Arcos pedía la supresión del Voto… y porque su contrincante el Duque de Abrantes y Marqués de Puerto Seguro, Ángel María de Carvajal y Gonzaga, había conseguido la concesión de administrador general del Voto de Santiago. Lo que le reportaba grandes beneficios por las comisiones y sisas.

Carlos III y su hijo Carlos IV miraron para otro lado y prefirieron dejar las cosas como estaban, si bien se cuidaron en no derogar ni confirmar el Voto. Había un Concordato recién firmado con el Vaticano

Carlos III y su hijo Carlos IV miraron para otro lado y prefirieron dejar las cosas como estaban, si bien se cuidaron en no derogar ni confirmar el Voto. Había un Concordato recién firmado con el Vaticano. El asunto del Voto estaba siendo mal visto incluso por la alta administración de ilustrados al servicio de la Corona. Entre bambalinas se movía un funcionario de origen granadino, Antonio Porcel Román, que iba lanzando la idea de reformar el sistema tributario; lo del Voto de Granada era un anacronismo que, a lo sumo, debía ser administrado por el Estado moderno. Y Antonio Porcel dejó constancia de ello en su cargo de comisario del Banco de San Carlos (antecedente del Banco de España), y más tarde en la secretaría de Estado de Gracia y Justicia, encargada de desarmar la maquinaria recaudadora del Voto de Granada, ya en el siglo XIX.

Juramento de diputados en las Cortes de Cádiz, por José Casado del Alisal (1872). CONGRESO DE LOS DIPUTADOS.

El Voto de Granada continuó vigente, aunque ya prácticamente inoperativo, durante la ocupación francesa. Tuvieron que ser las Cortes reunidas en Cádiz las que procediesen a su derogación, en sesión de 14 de octubre de 1812, con la Constitución liberal recién aprobada. Se pronunciaron a favor de su eliminación 85 diputados presentes; fueron 26 los que se opusieron a la supresión definitiva de ese impuesto eclesiástico especial. Hubo al respecto un profundo debate de diputados, ya que muchos de ellos representaban a estamentos eclesiásticos o ultraconservadores. (Antonio Porcel fue diputado en las Cortes de Cádiz, pero no pudo votar el 14 de octubre porque los franceses le retuvieron en Granada.  Luego, desde su ministerio se dedicó a desmontar la estructura recaudatoria del Voto).

Por fin, tras 320 años de mantener viva su recaudación, el Voto de Granada dejó de ser legal. No obstante, el Arzobispado de Santiago todavía continuó cobrándolo a los “despistados” o voluntarios

Por fin, tras 320 años de mantener viva su recaudación, el Voto de Granada dejó de ser legal. No obstante, el Arzobispado de Santiago todavía continuó cobrándolo a los “despistados” o voluntarios. Al regreso de Fernando VII, con la anulación de la Constitución de 1812, también volvió a estar vigente el Voto de Granada. En 1816 el Consejo de Castilla emitió una orden para que no se cobrara el Voto, pero el Rey volvió a insistir en su vigencia.

España estaba dividida y empobrecida tras el saqueo de los franceses. Casi nadie podía pagarlo. Entre 1820 y 1823, durante el trienio liberal, volvió a ser suspendido de nuevo. Y, una vez más, con la llegada de los Cien mil hijos de San Luis en 1823 volvió a estar vigente el Voto. Hasta que murió Fernando VII y el Voto de Granada/Voto de Santiago pasó a ser un mal recuerdo. Todavía en el año 1833 hubo algunas ejecutorias de la moribunda Chancillería de Valladolid obligando a agricultores a pagar el Voto. La cédula de la Alhambra, redactada per sécula por los Reyes Católicos, desapareció para siempre por decreto de la reina regente María Cristina de Borbón, obligada por el gobierno liberal que presidía el granadino Francisco Martínez de la Rosa

Francisco Martínez de la Rosa, presidente del Gobierno que acabó con el Voto de Granada/Voto de Santiago.
Diario de sesiones de las Cortes de 7 de noviembre de 1834, por la que Isabel II derogaba el privilegio de Isabel I.

No obstante, todavía en 1864 se quejaba el cardenal arzobispo de Santiago, Miguel Payá i Rico (el “redescubridor” de los restos del Apóstol) a la reina Isabel II de las continuas injusticias que había recibido su diócesis en tiempos recientes al quitarles los sustanciosos ingresos del Voto de Granada 

No obstante, la Ley de Abolición del Voto de Santiago de 6 de noviembre tuvo ciertas consideraciones hacia el clero beneficiario de este impuesto: el trigo acumulado podrían seguir invirtiéndolo en lo que necesitaran; quedaban suprimidos los juzgados y juicios pendientes relativos al Voto de Santiago; “los actuales individuos del venerable cabildo de la Santa Iglesia de Santiago, poseedores de prebendas, canonjías y beneficios, dotados en parte con el producto del Voto, tendrán opción a canonjías y prebendas de igual clase vacantes o que vacaren en las demás iglesias del Reino, sujetándose al pago de media anata, anualidad y derechos que causen…”; el gobierno tendría en cuenta a los canónigos prebendados que vivían del Voto en la vicarías de Oviedo, Mondoñedo, Orense y Lugo, que quedaron sin ingresos a partir de la ley; para corregir la falta de ingresos en que quedaban las obras de fábrica de la catedral de Santiago, el gobierno crearía un fondo para atenderlas; algo parecido se haría con el Hospital Peregrinos, que sería atendido con un fondo del ministerio correspondiente; el último artículo de la ley dejaba sin efecto todas las pensiones que gravitan sobre el Voto de Santiago, y si quedaba algún fleco, sería pagado con cargo a otras rentas eclesiásticas.

El Voto de Santiago quedó reducido a un homenaje anual de España a su santo patrón Santiago Apóstol, con una visita de autoridades a la tumba de Compostela (que se continúa realizando cada 25 de julio por parte de la Casa Real y representantes gubernativos). No obstante, todavía en 1864 se quejaba el cardenal arzobispo de Santiago, Miguel Payá i Rico (el “redescubridor” de los restos del Apóstol) a la reina Isabel II de las continuas injusticias que había recibido su diócesis en tiempos recientes al quitarles los sustanciosos ingresos del Voto de Granada y la gestión del Hospital Real de los Reyes Católicos.

Añadamos finalmente que, en 1936, el golpista Francisco Franco restableció la parte espiritual del Voto de Santiago, agradeciendo la intercesión del apóstol en el éxito que vislumbraba para su cruzada. También barajó la posibilidad de resucitar el inventado privilegio de Ramiro I e instaurar la donación obligatoria de parte de las nóminas de los obreros. Pero ahí quedó el asunto.