‘El alma dormida’: coplas para un tiempo adverso
Cuando en julio de 1966 un miope Bob Dylan estampó su Triumph en las polvorientas carreteras de Woodstock, acababa de lograr la mayoría de edad del rock con sus últimos tres discos. Su larga convalecencia le sirvió para hormigonar esa coraza que ha levantado hasta nuestros días, regresando meses después con discos sencillos y vitales donde daba rienda suelta a su pasión por el folk campestre y el country. Todavía faltaría una década para que sonara en las iglesias.
El regreso de José Ignacio Lapido tiene algo de ello. La Maniobra de Resurrección de 091 permitió que el año 2016 fuera el del triunfo que se le había negado años antes al grupo en el que compuso sus primeros grandes clásicos: conciertos multitudinarios, reediciones lujosas de los discos, críticas hiperbólicas y premios hicieron, por fin, justicia. Y tras la tempestad, la calma, en estas once taciturnas canciones marcadas por el fallecimiento de su madre.
Poseedor de una carrera en solitario ejemplar, en la que ha sabido distanciarse claramente del legado de los cero, Lapido, que también fue joven y navegó en su submarino amarillo, goza de una espléndida madurez. Su honestidad y coherencia no tienen paragón en la escena nacional
Poseedor de una carrera en solitario ejemplar, en la que ha sabido distanciarse claramente del legado de los cero, Lapido, que también fue joven y navegó en su submarino amarillo, goza de una espléndida madurez. Su honestidad y coherencia no tienen paragón en la escena nacional, situándose más cerca de Robyn Hitchcock, Ron Sexsmith o el mismísimo Ray Davies que de Quique González o Josele Santiago.
El título del disco apela a Jorge Manrique –la madre del maestro falleció el año pasado- Los Smiths cantaban en Handsome Devil: “Hay vida más allá de los libros, pero no mucha más”. Los guitarrazos salvajes de Cuidado anuncian un nuevo gran clásico (y van…) con una inspirada letra social de plena actualidad: “¿Nos vamos a quedar cruzados de brazos sabiendo que un pirado escribió el guión?”.
Como si fuera verdad comienza suave, mientras se van acumulando instrumentos y sensaciones y recordándonos en un estribillo apabullante que “Los recuerdos que la noche convierte en sueños, que la luz del alba nos obliga a olvidar, pronto regresarán transformados en versos”. Nietzche tenía razón: el hombre, a las dos de la mañana, acostumbrado a los sueños, permite que le mientan.
Lo que llega y se nos va es una de las cumbres del disco. Versos como: “Se nos va, como agua entre los dedos de las manos, el tiempo, lo soñado y lo real, se desvanecerán sin dejar huella, lo que llega y se nos va” cabalgan sobre una muy compacta base de guitarras turbadoras
En la engañosa tranquilidad de La versión oficial, Lapido nos describe los trucos que, como Juan Tamariz, capturan la realidad, la guardan en un cajón y luego la hacen aparecer en otro: el de la locura y el sinsentido.
Tras la cortante melancolía de Mañana quién sabe llegamos a Nuestro trabajo. Roquera de principios a fin, no es difícil pensar que se compuso en plena vorágine de conciertos de los Cero –probablemente- y entraría bien en el repertorio del grupo. La letra parece justificar la vuelta a la carretera: “Nadie podrá negar que no hicimos bien nuestro trabajo. Que no nos ganamos el sueldo haciendo lo que había que hacer”.
No hay prisa por llegar sorprende por el tañido country, cercano a la atmósfera del Nashville Skyline de Dylan, que aparece en la letra de Dinosaurios, quizá la más floja del lote.
Lo que llega y se nos va es una de las cumbres del disco. Versos como: “Se nos va, como agua entre los dedos de las manos, el tiempo, lo soñado y lo real, se desvanecerán sin dejar huella, lo que llega y se nos va” cabalgan sobre una muy compacta base de guitarras turbadoras.
Vuelven los aires country en Estrellas del purgatorio, esta vez más cercano a los Byrds. El tono amable de la melodía camufla amargas reflexiones: “Al final será complicado que alguno de nosotros saque una conclusión”.
Enésimo dolor de muelas es una breve y amarga reflexión en la que destacan unos brillantes coros. Para recordar el tiempo que hemos malgastado, por ejemplo, escarbando las madrigueras que han construido las mujeres que han acompañado nuestras vidas.
Para terminar el disco, otra cumbre: Escalera de incendios. Chispazos blues para un brillante epílogo: “Nos volveremos a ver en la escalera de incendios, por donde nos fuimos tras quemar nuestros sueños, nos volveremos a ver en la escalera de incendios si llega la hora otra vez de quitarnos de en medio”. Para esas noches que te apetece quemar las hojas de tu jardín y ver cómo arden. Y si no tienes jardín, te prendes tú mismo.
Como Rudyard Kipling, Lapido logra mantener cabeza tranquila donde todo es cabeza perdida. Y consigue el, aún, más difícil todavía: que sus medios tiempos suenen a rock, mientras que las canciones más roqueras suenen melodiosas, como la puerta de Duchamp que siempre estaba abierta y siempre estaba cerrada.
En tiempos tan dados al apocalipsis, letras duras para momentos difíciles. Los antiguos cartógrafos tenían razón: el mundo es plano y cualquier giro a izquierda o a derecha nos abocará al abismo.