Violencias machistas, algo que más que cifras. Indefensión
Me pregunto si están hechas de otra pasta las mujeres que sobreviven a los estragos de las violencias machistas. Si acaso lo son –de otra pasta- también sus hijos e hijas. Esos y esas que han visto cómo día a día sus progenitores han maltratado a sus madres. Si han sido ellos y ellas, víctimas en primera persona de la sinrazón de golpes que, en muchos casos, primero asesta el maltratador; para luego rematar las instituciones… la sociedad… el sistema judicial… las leyes.
Indefensión.
Avergüenzan las cifras. Se ve, sin embargo, que no lo suficiente. Algo falla en el sistema. Algo falla en la aplicación de la Ley integral contra la violencia de género. Algo falla cuando mujeres como María Martín Romero, presidenta de la Asociación La Volaera, afirma que “la violencia institucional es una constante a día de hoy”. “Estamos permitiendo que se revictimice a las víctimas y que nos sigamos encontrando en situaciones de indefensión absoluta”. Algo está fallando si “mujeres y menores descendientes de madres maltratadas (reconocidos desde hace dos años como víctimas de primera), se encuentren indefensos a día de hoy”.
“Indefensos los menores, en los puntos de encuentro, donde tratan con profesionales que, en muchos casos, no tienen experiencia ni formación en violencia machista, ni de género, y que no saben, por tanto, de lo que estamos hablando”. No es raro toparse con puntos de encuentro, convertidos, en ocasiones, en “puntos de maltrato y tortura para el menor”, enfatiza María Martín Romero, quien insiste en que la realidad de estos menores tiene que ser contada; tiene que ser conocida. Y tiene que ser corregida “de inmediato”. Y algo parecido, dice, ocurre con los equipos psicosociales de los juzgados, que están tardando del orden de nueve meses en dar citas. Y en nueve meses, que son muchos –los mismos meses que una gestación- “pasa lo que pasa. Niños que no quieren ver a sus progenitores, a los que identifican con el maltrato reiterado. Progenitores que incumplen el régimen de visitas…” Y esto es “un no parar” de sinrazones y despropósitos, concluye sin temor a equivocarse, quien suscribe estas líneas.
Indefensión.
Todo lo que enumera María Martín Romero, lo hace refiriéndose a padres maltratadores. “A delincuentes que lo son por maltrato y vejación física, sexual, psicológica y moral”. “Un maltratador nunca puede ser un buen padre”, afirma rotundamente. Ocho son los menores asesinados solo en lo que va de año, decíamos al comienzo de estas palabras. Ocho. Sin perder de vista, cuántos menores no son usados como moneda de cambio y extorsión para las madres. Cuántos maltratadores no se encargan de hacer llegar a sus víctimas el mensaje del terror, a través de los hijos e hijas.
“Me dijo papá que tenía que venir a acabar algo pendiente. Matarte”, relata una de las mujeres de La Volaera, y que por protección a su identidad e integridad, mantendremos en el anonimato. “A matarte”. Y estas dos palabras son pronunciadas por quien apenas tiene unos años de vida. Pavor. Sonrojo. Estupor. Y, otra vez, el sistema que duda sobre la veracidad del testimonio de un menor. Y de su capacidad emocional y psicológica para narrar su propio terror. Su propio miedo. Como si no tuvieran los menores algo que decir en todo esto… Como si por aislarlos en los puntos de encuentro, se replantearan la (a)versión.
Indefensión.
En muchas ocasiones, “los maltratadores hacen uso del derecho que los ampara y las mujeres, víctimas de la violencia machista, son reiteradamente denunciadas por sus propios agresores”. Mujeres que presentan partes de lesiones, informes forenses y que requieren la activación de protocolos de máxima seguridad (riesgo extremo) por parte de la Guardia Civil. Protocolo que implica, como mínimo, un coche patrulla en la puerta del domicilio o alojamiento de la víctima. Y orden de búsqueda y captura para el maltratador… Y un juzgado de lo penal que reclama pruebas, porque, las presentadas no son suficientes para demostrar de dónde y de quién provienen los golpes.
Indefensión.
Recoveco al amparo de la ley y reiteradas denuncias a las víctimas, que intentan colarse en un constructo de lo puramente anecdótico y que representa solo el 0,01% de las denuncias que son falsas, según la última memoria (2016) sobre violencia de género, presentada recientemente por la Fiscalía. Y ante la muy común falta de recursos económicos por parte de las mujeres víctimas de la violencia. Y haciendo uso de la violencia económica que también ejercen contra la mujer, turnos de oficio –quizá demasiado mal remunerados- que no tienen formación en violencia de género. Y fallos judiciales que condenan a la víctima a sentencia de muerte.
Indefensión.