REPASO A LAS TERRIBLES EPIDEMIAS QUE HAN ASOLADO GRANADA

La invasión Mauri de Iliberri durante la primera pandemia de la Historia

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 29 de Noviembre de 2020
Un espectacular recorrido histórico por las pandemias que han azotado Granada en toda su historia, con la firma de Gabriel Pozo Felguera.
Estatua ecuestre de Marco Aurelio, el emperador que afrontó la primera gran pandemia de peste de la Historia y murió por su causa.
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Estatua ecuestre de Marco Aurelio, el emperador que afrontó la primera gran pandemia de peste de la Historia y murió por su causa.
  • En 171, las tribus Mauri de África invadieron la Bética aprovechando la mortandad causada por la Peste Antonina en las ciudades

  • La gran pandemia de peste negra de 1348-9 mató al visir de la Alhambra y afectó al Reino de Granada y a los cristianos de la baja Andalucía

  • La peste bubónica surgida en 1637 y 1679 obligó a confinar a los granadinos dentro de sus murallas e impedir que viajaran

  • En el siglo XIX, la peste fue sustituida por el cólera: Granada fue de las más afectadas por los brotes de 1834 y 1885

Las tierras granadinas (Iliberri-Florentia, Garnatha, Granada) no se han librado de las terribles pandemias de los últimos dos milenios, desde la Peste Antonina (165-190), pasando por la peste negra de 1348-9 y decenas de pestilencias durante la Toma del Reino por los Reyes Católicos hasta bien entrado el siglo XVIII. Especialmente dañinas fueron las oleadas de peste bubónica de 1637 y 1679, que obligó a confinar la ciudad, y la aparición del cólera en 1834 y 1885. En esta última fallecieron más de 12.000 granadinos. A pesar del avance de la Medicina, el siglo XX no comenzó mucho mejor: la pandemia de Gripe A de 1918-19 asoló a las clases más pobres de Granada. Ya desde el siglo XIV, los médicos granadinos recomendaron el aislamiento social y el uso de tapabocas para evitar el contagio. La ciudad fue clausurada varias veces durante las grandes pandemias. La primera gran pandemia conocida, la Peste Antonina, mermó la población de la Bética hasta el punto de facilitar la invasión del Sur de Hispania por las tribus Mauri del Norte de África.

Año 171 d. C. El Municipium Florentinum Iliberritanum (Iliberri, posterior Granada) lleva más de dos siglos como ciudad de derecho del imperio romano. La comarca está situada en el borde Este de la provincia Bética (desde la Sierra de Huétor ya era la Tarraconense). Es una urbe de mediano tamaño, unos 20.000 habitantes sumando el núcleo principal (zona del Albayzín) y la multitud de villaes que la circundan. La ciudadela está amurallada con una mezcla de cerca ibérica y romana. Aunque no hacía falta, pues desde casi dos siglos atrás Hispania gozaba de la tranquilidad que daba la Pax Romana.

Roma, adonde llevaban todos los caminos, no tardó en quedar infestada; desde allí, los barcos y las caravanas de personas empezaron a extender la enfermedad hacia todos los confines del imperio. Se trató de la primera pandemia de la Historia, ya que afectó prácticamente a los 50 millones de habitantes que tenía el imperio

Pocos años atrás, entre 162-166, el coemperador Lucio Vero se encontraba guerreando contra el reino Parto (Armenia-Irak). Hacia el 165, el otro emperador, Marco Aurelio, tenía concentradas la mayoría de sus legiones en la zona del Rhin; allí habían comenzado a presionar los pueblos bárbaros, Roma iniciaba sus largas guerras contra los marcomanos. Fueron años de intensísimo movimiento de tropas y mercancías para abastecerlas. En medio de aquel trasiego apareció en Oriente una extraña enfermedad que pronto comenzó a afectar a los soldados y marineros que comerciaban por el Mediterráneo. Roma, adonde llevaban todos los caminos, no tardó en quedar infestada; desde allí, los barcos y las caravanas de personas empezaron a extender la enfermedad hacia todos los confines del imperio. Se trató de la primera pandemia de la Historia, ya que afectó prácticamente a los 50 millones de habitantes que tenía el imperio.

El tráfico de mercancías desde la provincia Bética con Roma era intensísimo, sobre todo para llevar aceite, vino, cereal y salazones. Los puertos del Guadalquivir y de la costa bética enviaban y recibían barcos prácticamente todos los días. Por aquellos puertos debió llegar la peste de Roma al sur de Hispania; se la llamó la peste Antonina, también peste de Galeno. Este médico griego servía al emperador Marco Aurelio y tuvo la oportunidad de vivir en primera persona los efectos devastadores de aquella peste negra, con características de viruela.

Conocemos la descripción de aquel brote de peste gracias a la narración que nos dejó uno de los padres de la Medicina. Galeno de Pérgamo (129-216) escribió la siguiente sintomatología:  "exantemas de color negro o violáceo oscuro que después de un par de días se secan y desprenden del cuerpo, pústulas ulcerosas en todo el cuerpo, diarrea, fiebre y sentimiento de calentamiento interno por parte de los afectados, en algunos casos se presenta sangre en las deposiciones del infectado, pérdida de la voz y tos con sangre debido a llagas que aparecen en la cara y sectores cercanos, entre el noveno día de la aparición de los exantemas y el décimo segundo, la enfermedad se manifiesta con mayor violencia y es donde se produce la mayor tasa de mortalidad".

La peste Antonina, 165-180, conocida también como la plaga de Galeno,​ porque fue este famoso médico quien la describió, fue una pandemia de viruela​ o sarampión que afectó al Imperio romano. Fue llevada por las tropas que regresaban de la guerra pártica de Lucio Vero en Mesopotamia. En la imagen. El ángel de la muerte golpeando una puerta durante la plaga de Roma. Grabado de Levasseur después de J. Delaunay. 

Aquella pandemia se prolongó en el imperio romano durante un cuarto de siglo. Se calcula que se llevó por delante la vida de un 7% de la población rural y aproximadamente el doble en las ciudades y en las legiones imperiales, donde la población estaba más concentrada. La enfermedad apunta que también acabó con la vida del coemperador Julio Vero, en 169.

Debilidad romana e invasión Mauri

La población de las ciudades de la Bética debió quedar igual de afectada que la del resto del imperio. Tuvo que darse un parón económico y de actividad como consecuencia de tanta pérdida de población. Fue la primera gran crisis social, demográfica y económica que padeció la provincia Bética en dos siglos.

En el año 171, también el Norte de África se hallaba bajo la administración del imperio romano. Pero las tribus de las provincias Mauritania Tingitana y Mauritania Cesaeriense, los Mauri, nunca estuvieron completamente romanizadas; protagonizaron continuos levantamientos y problemas desde su anexión en el año 40 por las tropas de Calígula

En el año 171, también el Norte de África se hallaba bajo la administración del imperio romano. Pero las tribus de las provincias Mauritania Tingitana y Mauritania Cesaeriense, los Mauri, nunca estuvieron completamente romanizadas; protagonizaron continuos levantamientos y problemas desde su anexión en el año 40 por las tropas de Calígula. Estas tribus Mauri poblaban la estrecha franja costera, de no más de doscientos kilómetros hacia el interior; mientras las tribus saharianas no dejaban de presionarles hacia el Norte.

Los Mauri debieron percatarse de la debilidad que atravesaba la provincia Bética hispana: sus ciudades acuciadas por la peste, confinada su población, con tierras y ganados muy ricos. Y lo peor de todo era que no contaba con ejército que la defendiera. Desde hacía más de un siglo, en toda Hispania sólo había una guarnición militar, la Legio VII, estacionada en el cuadrante Noroeste con el fin principal de controlar la producción de oro de las montañas cantábricas (especialmente las Médulas).

Oleadas de tribus Mauri, sin obedecer a un plan organizado por una autoridad común, se embarcaron en miles de naves de comerciantes y piratas norteafricanos. Y se dirigieron a la mayoría de puertos de la costa bética, desde Almería hasta Huelva, pero especialmente a la zona más cercana al Estrecho

Oleadas de tribus Mauri, sin obedecer a un plan organizado por una autoridad común, se embarcaron en miles de naves de comerciantes y piratas norteafricanos. Y se dirigieron a la mayoría de puertos de la costa bética, desde Almería hasta Huelva, pero especialmente a la zona más cercana al Estrecho. Apenas se cuenta con datos para poder calcular cuántos de aquellos belicosos hombres el Rif (especialmente de los Baquates) arribaron a las desguarnecidas costas ni cuáles fueron sus verdaderas intenciones. Lo más probable es que se lanzaran a las tierras de la Bética en busca de pillaje y botín, más que con la intención de establecerse en sus feraces tierras.

Durante aquel primer año 171 se extendieron por el territorio bético tomando lo que quisieron. No se tienen datos de las columnas que formaron y los lugares que saquearon; solamente ha quedado evidencia epigráfica del acoso que recibieron las ciudades de Itálica (Santiponce, Sevilla) y Singila Barba (cerca de Antequera). Eran ciudades que no estaban amuralladas por entonces, fáciles de tomar al asalto. En el caso de Iliberri es bastante probable que sufriera poco el asalto de los Mauri debido a que contaba con muralla ibero-romana; quizás sí resultara afectada la población dispersa de las villaes de la Vega del Genil.

En cuanto el emperador Marco Aurelio fue consciente del problema creado por los Mauri, nombró gobernador de la provincia Tarraconense a un amigo íntimo (Cayo Aufidio Victorino), que también tomaría bajo su mando el gobierno de la provincia Bética (ya que era administrada por el Senado) y pusiera solución a la invasión. Y para el cargo de general-legado de la Legio VII, el único ejército en toda Hispania, designó al iliberritano Publio Cornelio Anulino. Este hombre joven estaba prácticamente empezando su cursus honorum, su carrera militar, como procónsul en la provincia de Raetia (zona norte de Suiza); tenía poco más de treinta años, había nacido en Iliberri (Granada), en el seno de una rica familia de clase senatorial, y se trasladó a Roma a partir de los 12 años para hacer carrera en la administración.

(Ver: El granadino más poderoso del Imperio Romano)  

Publio Cornelio Anulino se hizo cargo de la Legio VII, formada por unos 6.000 hombres, y tomó la decisión de desplazar la mayoría de la tropa hasta Híspalis (Sevilla). En menos de un mes acampó su legión y tropas auxiliares al lado del Guadalquivir; repartió vexilationes (destacamentos) hacia los principales núcleos de la Bética que estaban siendo acosados por columnas de Mauri. La campaña de represión del iliberritano Publio Cornelio Anulino se prolongó durante el año 172, en que consiguió reembarcar a todos los invasores hasta las provincias norteñas de África.

Dibujo del pedestal dedicado a Publico Cornelio en el foro de Granada, hallado por el padre Flores en el siglo XVIII.
Una vez pasado el peligro, la Bética pasó de nuevo a ser una provincia senatorial; el núcleo de la Legio VII regresó a León, su sede, mientras que en Híspalis quedó alguna vexilatio y tropas auxiliares. Publio Cornelio Anulino fue premiado con el nombramiento de procónsul de las provincias de la Bética y Mauritania Tingitana, en 173. En esa fecha comenzó a licenciar a legionarios. No obstante, no permaneció mucho tiempo en su tierra natal como primera autoridad de la Bética, pues en 176 ya se encontraba en Roma en calidad de cónsul sufectus (joven sustituto), en compañía de Pértinax, futuro emperador. Posteriormente pasaría unos años más como legado de legiones en la frontera de Germania.

En cuanto a cómo fue afectada la Bética (actual Andalucía) por aquella primera pandemia de peste negra, no han quedado registros escritos; solamente contamos con las referencias de historiadores y médicos romanos, que contaban los muertos por carros en las calles de la capital

En cuanto a cómo fue afectada la Bética (actual Andalucía) por aquella primera pandemia de peste negra, no han quedado registros escritos; solamente contamos con las referencias de historiadores y médicos romanos, que contaban los muertos por carros en las calles de la capital. Roma protagonizó un éxodo de sus clases patricias y el confinamiento de quienes se quedaron en la abarrotada ciudad. (Los arqueólogos han hallado tumbas colectivas en varias necrópolis de la Bética, de finales del siglo II, pero no tengo constancia que se hayan hecho estudios para conocer si murieron a causa de alguna epidemia).

Los emperadores antoninos Marco Aurelio y Cómodo legislaron entre los años 166 y 180 para intentar frenar aquella infección: se dictaron normas muy estrictas en cuanto a forma de transporte de cadáveres, inhumaciones, embalsamamientos, etc. No se permitía transportar enfermos por las calles, ni tocarlos. Los más ricos procuraron aislarse aquellos años retirándose a sus fincas en el campo, se produjo una ruralización de la sociedad. Pero ninguna clase social se libró, ya que también finalmente el emperador Marco Aurelio acabó muriendo de viruela en 180. El imperio romano tuvo que pactar con las tribus que acosaban sus fronteras, permitir la entrada de bárbaros en su ejército y colonos en sus tierras; el precio de los esclavos subió desorbitadamente, la mano de obras de disparó, así como el precio del oro. La peste Antonina fue secundada de una severa crisis económica que, a la larga, abocó al fin de la alta época imperial. La peste Antonina supuso el principio de la cuesta abajo del imperio romano.

La peste negra llega a la Alhambra

La peste bubónica o negra debió acompañar al hombre desde la noche de los tiempos, especialmente cuando comenzó a vivir en grandes grupos. El aislamiento de las culturas garantizaba que los brotes fuesen locales. En el espacio mediterráneo hay referencias a brotes de peste en el Egipto de los faraones y en la Biblia (durante la batalla de Eben-ezer en la que los filisteos robaron el Arca de la Alianza, siglo XII antes de Cristo).

Brotes pandémicos que hayan dejado rastro en las crónicas volvieron a sucederse a finales del imperio romano, a partir de 531, con la llamada peste de Justiniano. Ya no vuelve a haber referencia a grandes focos de peste negra hasta la época de las Cruzadas.

La plaga de Justiniano afectó al Imperio romano de Oriente o Imperio bizantino, incluyendo a la ciudad de Constantinopla y otras partes de Europa, Asia y África entre los años 541 y 549. Se estima que la población mundial perdió entre 25 y 50 millones de personas, es decir, entre el 13 y el 26 % de la población estimada en el siglo VI. Se ha llegado a considerar como una de las más grandes plagas de la historia. Se supone que la causa fue la peste bubónica.Se le ha dado el nombre en referencia al emperador romano Justiniano I, que regía entonces el Imperio bizantino.En la imagen el El Díptico Barberini, data de la Antigüedad tardía y actualmente está conservado en el Louvre. Se le identifica con Justiniano

Lo más probable es que la infección siempre se quedara agazapada el lado de los hombres, para aprovechar la falta de higiene, la pobreza, el hacinamiento y la abundancia de ratas para dar la cara de nuevo. A principios del siglo VIII, el profeta Mahoma dio testimonio de su persistencia en Arabia al prescribir una serie de medidas higiénicas para evitar esta infección: lavarse las manos nada más levantarse pues nunca se sabía dónde habían hurgado durante la noche; las personas con enfermedades contagiosas debían mantenerse alejadas de las sanas; el aseo personal forma parte de la fe; se debe santificar la comida lavándose las manos antes y después de comer; no entres en una tierra donde haya brote de peste y huye si brota cerca de ti.

No tengo ninguna referencia sobre pandemias en la Garnatha islámica hasta que no se inició el gran contagio medieval de 1346. Tanto el Islam como el Cristianismo achacaban su aparición a un castigo divino, incluso a alguna conjunción planetaria. La realidad ya la habían intuido los griegos clásicos: era una enfermedad provocada por las miasmas que poblaban el aire, procedentes de materia en descomposición; no estaban acertados del todo, pero sospechaban que la enfermedad se pasaba de persona a persona a través de aerosoles de sus bocas.

Hoy ya conocemos que se trató de una zoonosis que las pulgas y las ratas se encargaban de trasmitir al hombre. Se apunta que surgió en el Asia central y su primer foco estuvo en Crimea, a orillas del Mar Negro. En sólo un año se extendió por todos los puertos del Mediterráneo. Al reino nazarita llegó en 1348, bajo el reinado de Yusuf I

Hoy ya conocemos que se trató de una zoonosis que las pulgas y las ratas se encargaban de trasmitir al hombre. Se apunta que surgió en el Asia central y su primer foco estuvo en Crimea, a orillas del Mar Negro. En sólo un año se extendió por todos los puertos del Mediterráneo. Al reino nazarita llegó en 1348, bajo el reinado de Yusuf I. Conocemos este dato con exactitud debido a que su visir Abul Hasan b. Al-Yayyab fue una de las primeras víctimas mortales, a mediados de enero de 1349.

Le sucedió en el cargo el famoso Ibn Al-Jatib, médico, poeta, escritor y político durante aquella época. Al-Jatib hizo referencia a esta epidemia en su Historia de los Reyes de Granada y en su tratado de medicina Tratado sobre la Peste (trasladado por Cisneros a la universidad de Alcalá en 1503 y por Felipe II a El Escorial a finales del siglo XVI). En el Tratado sobre la Peste (un librito de sólo diez páginas, hoy editado en varios idiomas) demostró ser un excelente médico al advertir que había de mantenerse el aislamiento social y evitar tocar utensilios contaminados por otros contagiados, ya que la peste se contagiaba por contacto. Al-Jatib ya recomendó, en la Granada de 1348, el confinamiento social; de hecho, algunos potentados combatieron la peste encerrándose en sus palacios con las puertas y ventanas tapiadas al exterior. Fue un precursor del confinamiento actual frente al covip-19.

Al-Jatib no llegó a dar cifras del grado de afectación que sufrió el reino nazarí por aquella pandemia de peste, que se prolongó al menos hasta 1353 en las tierras del sur de la Península. Sin embargo, conocemos datos más concretos de la parte cristiana de la antigua Al-Andalus; en Castilla y Andalucía gobernaba Pedro I, rey que estuvo a punto de morir en Sevilla por este brote. Quien sí murió por aquel brote de peste, en marzo de 1350, fue Alfonso XI, rey de Castilla, que estaba conquistando Gibraltar y Algeciras aprovechando el confinamiento granadino. Pero no fue hasta después (años 1349-50) cuando la peste negra se adueñó de Córdoba, Huelva y Sevilla; la capital sevillana quedó prácticamente despoblada en el año 1351 y falleció aproximadamente un tercio de su población.

De Granada no hay documentación que explique lo ocurrido en el último siglo y medio del reinado nazarita, pero de Sevilla sí han quedado algunas crónicas cristianas. Es de suponer que son extrapolables a los territorios limítrofes

La peste negra se hizo prácticamente endémica en Andalucía y Reino de Granada hasta finales del siglo XVIII. De Granada no hay documentación que explique lo ocurrido en el último siglo y medio del reinado nazarita, pero de Sevilla sí han quedado algunas crónicas cristianas. Es de suponer que son extrapolables a los territorios limítrofes. Los brotes de peste negra volvieron a recrudecerse en los años 1363, 1374, 1383. La gente comprendió que había que evitar el hacinamiento y los malos aires (miasmas, gotitas de saliva); por eso se cubrían boca y nariz con pañuelos, además de encender hogueras con azufre para sanear el aire.

De todas formas, la peste negra continuó muy presente en el Sur de España. En el trienio 1399-1401 se recrudeció el brote. Nuevamente, en 1413-14 volvió a aparecer en las grandes poblaciones.

Toma de Granada y época cristiana

Los brotes de peste debieron ser muy habituales, especialmente cuando se registraban aglomeraciones humanas. Ese fue el caso de los ejércitos cristianos durante la guerra de los reyes Isabel y Fernando contra Granada. En las crónicas de la toma del último reducto musulmán de la Península abundan las menciones de la peste como compañera en los campamentos militares, especialmente referidas a las campañas de los años 1481, 1485 y 1488.

En 1485 fueron enviadas tropas a Zaragoza que estaban previstas para el cerco de Granada. Había surgido en Aragón un conflicto de los nobles contra su rey. Los capitanes de las compañías hallaron la ciudad del Ebro sumida en la peste y parte de su tropa se contagió

En 1485 fueron enviadas tropas a Zaragoza que estaban previstas para el cerco de Granada. Había surgido en Aragón un conflicto de los nobles contra su rey. Los capitanes de las compañías hallaron la ciudad del Ebro sumida en la peste y parte de su tropa se contagió. La campaña de 1488-9 se centró en la conquista de la zona Este del reino de Granada (Almería, Baza y Guadix); también en aquellos meses se menciona que la “pestilencia había consumido a mucha gente”.

Ya en la Granada cristiana, a partir de 1492, la peste fue apareciendo y desapareciendo periódicamente, unas veces como foco local y otras enmarcada en pandemias de ámbito nacional. El Archivo Histórico Municipal de la ciudad está salpicado de documentos que hacen mención a esta temible enfermedad; el cronista Henríquez de Jorquera también menciona epidemias pestilentes en varias ocasiones en su crónica Anales de Granada (acabada de escribir en 1642).

Fragmento del Triunfo de la muerte, de Peter Brueghel, hacia mediados del siglo XVI. MUSEO DEL PRADO.

En 1568, el año que estalló la guerra de los moriscos, también vino acompañado de un brote de peste bubónica. El cabildo municipal emitió una provisión (14 de junio) para que Granada adoptara las medidas necesarias para protegerse de la peste que rondaba por la ciudad. Se dieron normas de alejamiento social, sanitarias y de confinamiento, aunque todavía había buena parte de la población que seguía achacando el mal a un castigo divino.

Estampa de San Sebastián, venerado en el Hospital Real como santo protector contra la peste. Grabado de Manuel Jurado, 1800.

En 1588, el arzobispo Méndez Salvatierra instauró el día de San Sebastián (20 de enero) como festivo en agradecimiento al santo protector de la peste; se iría en procesión a su ermita a pedirle que siguiera protegiendo a la ciudad de las epidemias de peste. En junio 1601 volvió a reactivarse la epidemia y el corregidor emitió varios bandos advirtiendo que había surgido la peste en el Hospital Real; unos días más tarde, al comienzo del verano, comunicó al Rey lo que estaba ocurriendo y dictó medidas más duras para evitar el contagio de toda la ciudad. Nuevamente se recurrió a huir al campo o a confinarse en las casas.

Los granadinos temblaron en 1618 al aparecer en el cielo tres cometas durante los meses de noviembre y diciembre. Organizaron rogativas por creerse que anunciaban una nueva era de pestilencia y calamidades. No llegaron a concretarse, aunque Europa se vio inmersa en la guerra de los treinta años

Los granadinos temblaron en 1618 al aparecer en el cielo tres cometas durante los meses de noviembre y diciembre. Organizaron rogativas por creerse que anunciaban una nueva era de pestilencia y calamidades. No llegaron a concretarse, aunque Europa se vio inmersa en la guerra de los treinta años.

Hubo que esperar hasta 1635-37 para sufrir una nueva epidemia de peste bubónica en las calles de Granada. Dice Henríquez de Jorquera, que lo vivió personalmente, que “adoleció mucha gente de cámaras (bubas) de sangre en esta ciudad, de lo cual falleció mucha gente de pestilencia de todos los estados y en particular personas de más edad, las cuales morían a los dos o tres días”. Tras breve relajamiento en 1636, en la primavera de 1637 se tuvo conocimiento en Granada de que la vecina Málaga estaba gravemente apestada. El Ayuntamiento envió una comisión a investigar compuesta por el concejal Juan de Contreras y Loaysa y dos médicos. Regresaron alarmados el 1 de junio y narrando cómo en Málaga y alrededores moría la gente como chinches. El resultado fue que se “mandó cercar la ciudad (de Granada) y poner guardas en las puertas, día y noche, y se mandó que compañías de la milicia salieran a rondar la ciudad para que no se acercara nadie… no recibiendo a ninguna gente forastera, sino con fidedigno testimonio de no estar enfermo”. Similares medidas de cierre de fronteras adoptaron otras ciudades andaluzas y castellanas.

El brote de 1637 debió ser terrible para Málaga, pues el 18 de junio contamos con un nuevo bando del corregidor de Granada en el que se prohíbe viajar en dirección a territorios malagueños, se cambiaron los horarios de misas y coros a las madrugadas, se prohibieron los estudios y escuelas pensando que el calor que se avecinaba contribuía a propagar la enfermedad.

Finalmente, en septiembre del mismo año se declaró ­ ­­-mediante bando colocado en las esquinas- que se levantaba el confinamiento por haber cesado la peste en Málaga. Henríquez de Jorquera cifra en 23.000 el número de muertos que pagó Málaga, una de las mayores catástrofes de esta ciudad. No dio cifras de cómo fue afectada Granada.

Ya desde 1588, por decisión del arzobispo, se colocó un cuadro en el Hospital Real para honrar a San Sebastián como santo protector de la peste. Pero a partir de 1680 se iba a incorporar un nuevo santo milagrero protector de la peste; se trató del Cristo de San Agustín

Ya desde 1588, por decisión del arzobispo, se colocó un cuadro en el Hospital Real para honrar a San Sebastián como santo protector de la peste. Pero a partir de 1680 se iba a incorporar un nuevo santo milagrero protector de la peste; se trató del Cristo de San Agustín. El 5 de agosto de 1679, el Cabildo hizo el voto de rezar a esta imagen si remitía la epidemia de peste de aquel verano; las crónicas cuentan que la peste desapareció de Granada. Desde entonces, cada 14 de septiembre, la corporación municipal de Granada acude a la capilla de San Agustín (actualmente en la calle San Antón) a cumplir con su promesa. La Iglesia decidió sacar en procesión a la Virgen de la Antigua y San Roque; los hermanos de San Juan de Dios procesionaron por las calles con los restos de su patrón (que se encontraba ya beatificado y en proceso de canonización).

La corporación municipal cumple con el voto a San Agustín, 14 de septiembre de 2019. Una tradición que se mantiene desde la peste de 1679.

En aquel año 1679, con motivo de su epidemia, la ciudad de Granada imprimió una especie de pasaporte sanitario que se daba a aquellas personas que necesitaban moverse dentro del reino de Granada. Era la garantía de que no estaba apestado.  Conocemos que la ciudad estuvo confinada y aterrorizada a través de un detallado poema escrito por Felipe Santiago Zamorano, así como el número de víctimas: 3.138 muertos. En las puertas de los templos amanecían cadáveres apilados, los jornaleros morían de hambre por falta de trabajo, confeccionaron mascarillas empapadas de vinagre y rosas; incluso fallecieron seis cirujanos y un médico de la capital. Así describió el poeta la actitud en la ciudad en el verano de 1679: “… Y no hay quien salga a la Fuente de la Teja/ni el Darro goza de ninfas/porque en su carrera la muerte corre la posta/La dama se está en su casa/el galán no va de ronda/el noble no anda a caballo/ni el marqués en su carroza/El oficial no trabaja/ni el mercader vende cosas/Oh Granada, qué afligida te miro/Dios te socorra/pues toda España te cierra las puertas siendo una rosa”/

Poema compuesto por Felipe Santiago Zamorano en el que narra detalladamente cómo padeció Granada la peste de 1679. UGR

En el siglo XVIII comenzaron a remitir las epidemias de peste en Granada, al igual que en toda España. Ya había bastante con la lepra, el sarampión y la disentería, que también se cobraban sus víctimas. No obstante, en el Archivo Histórico Municipal todavía entre 1720 y 1723 hallamos cédulas reales y bandos en los que se dan disposiciones para evitar que la peste detectada en puertos franceses recalase en Granada. Durante aquellos años estuvo cerrado el comercio local a los productos que venían de Francia.

En el primer tercio del siglo XIX se dio por prácticamente erradicada la peste de las tierras granadinas. De todas formas, esporádicamente solía aparecer alguna noticia en la incipiente prensa que daba cuenta de brotes puntuales.

El cólera, la epidemia del XIX

Justo cuando el Sur de la Península se había olvidado de las pandemias de peste negra, le tocó el turno a las epidemias de cólera. Esta enfermedad era endémica en las zonas pantanosas de la India; en 1817 se produjo el salto de su bacilo a tierras de África y América. No iba a tardar mucho tiempo en dar el salto al Sur de Europa en navíos y mercancías. Arraigaría especialmente entre la población española que se movía en zonas insalubres, con aguas estancadas y materia en descomposición. Ese era el paisaje de una Granada mugrienta.

Ya en la primavera de 1834 avanzaba por Córdoba y valle del Genil arriba. Su expansión, como mancha de aceite, iba coincidiendo con el tránsito de personas y mercancías: desde Jerez hacia Granada, desde Sevilla hacia Madrid

La primera pandemia colérica que padeció Andalucía tuvo lugar entre los años 1833 y 1835. En agosto del primer año fue detectada en el puerto de Huelva; desde aquí, en sólo año y medio, se fue extendiendo por el resto de Andalucía hasta alcanzar toda España. Ya en la primavera de 1834 avanzaba por Córdoba y valle del Genil arriba. Su expansión, como mancha de aceite, iba coincidiendo con el tránsito de personas y mercancías: desde Jerez hacia Granada, desde Sevilla hacia Madrid. En el verano de 1834, coincidiendo con las migraciones estacionales de jornaleros, el cólera llegó plenamente a Granada. El calor de los meses estivales y las zonas húmedas facilitaban su propagación.

Una vez más, los pudientes corrieron a refugiarse en cortijos, zonas frescas y aisladas. Mientras que los pobres empezaron a enfermar y a morir en sus míseras viviendas, rodeados de basuras, aguas fecales y ausencia de agua potable. Por eso fue llamada la enfermedad de los pobres. Los médicos no sabían tratarla y los pocos consejos que daban eran automáticamente despreciados por quienes los recibían.

Aunque el cólera no era tan letal como la peste de siglos anteriores. Aquella primera epidemia de cólera granadino afectó especialmente a las clases pobres, las que tenían menos acceso a alimentos frescos, agua potabilizada y medicinas. Curiosamente, también la sufrieron más las mujeres, sobre todo las de edades comprendidas entre 30 y 60 años. Los censos de las juntas parroquiales de sanidad cifran en 164 las personas muertas en Granada por cólera en el verano de 1834, con porcentajes muy similares a Málaga, Córdoba y Sevilla, respecto a su población global.

El cólera llegado a Granada en 1834 decidió quedarse aquí durante las siguientes décadas. En parte, su continua flagelación a los habitantes de barrios pobres fue lo que llevó al Ayuntamiento a comenzar a pensar en instalar un sistema de reparto de agua potable y otro de canalizaciones para recogida de aguas residuales

El cólera llegado a Granada en 1834 decidió quedarse aquí durante las siguientes décadas. En parte, su continua flagelación a los habitantes de barrios pobres fue lo que llevó al Ayuntamiento a comenzar a pensar en instalar un sistema de reparto de agua potable y otro de canalizaciones para recogida de aguas residuales. Los barrios periféricos y la zona de la Medina (entorno de calle Elvira), con un vericueto de callejuelas en los que convivían los pozos y las letrinas, fueron los más castigados. (Este fue uno de los argumentos esgrimidos para abrir finalmente la Gran Vía: sanear el barrio).

A partir de 1834 floreció el sistema de venta de agua por los famosos aguadores. Los médicos supieron pronto que el consumo directo de aguas de las acequias Aynadamar, San Juan, Romaila y Gorda estaba en el origen del cólera. Se puso entonces de moda traer el agua en cántaras desde los manantiales y fuentes que garantizasen su pureza, siempre situados por encima de la ciudad.

De todas formas, el bacilo del cólera se había quedado escondido por los resquicios de Granada. Periódicamente, coincidiendo con el calor, volvía a hacer su aparición. Entre 1860 y 1866 todos sus veranos surgían focos en los barrios pobres de Granada. El Archivo Histórico Municipal está lleno de minutas de médicos dando cuenta de los servicios que prestaban para atender enfermos/muertos por cólera. No había viajero romántico que llegara a Granada sin la advertencia de que ni se le ocurriera beber agua de fuente alguna de la ciudad; de hecho, uno de los primeros arquitectos extranjeros que sacó calcos de la Alhambra (Jules Goury) falleció en Granada por el cólera de 1834.

Hasta que llegó el temible año de 1885 en que se registró la gran epidemia del cólera en Granada. El consistorio nombró concejal de sanidad al catedrático del Instituto de Secundaria Rafael García Álvarez para que se hiciera cargo de un plan de choque contra el cólera. El profesor de ciencias procedió a controlar la ingesta de agua y desinfectar los rincones más insalubres de la ciudad y pueblos aledaños. La epidemia de cólera fue frenada aquel mismo año, pero el coste ascendió  a algo más de 12.000 muertes en la provincia de Granada (1.949 en la comarca de Guadix-Baza), un porcentaje demasiado elevado de su población (casi el 6%).

La Real Academia de Medicina recibió el encargo de estudiar la calidad de las aguas de Granada y su influencia en el cólera. Las conclusiones fueron demoledoras: la convivencia de agua de beber y los desagües, llenos de abundante materia orgánica, eran los causantes de trastornos digestivos, gastroenteritis, disentería y el temido cólera

La Real Academia de Medicina recibió el encargo de estudiar la calidad de las aguas de Granada y su influencia en el cólera. Las conclusiones fueron demoledoras: la convivencia de agua de beber y los desagües, llenos de abundante materia orgánica, eran los causantes de trastornos digestivos, gastroenteritis, disentería y el temido cólera. Había que poner freno a la diarrea granadina que prolifera en la literatura de humor y los chistes populares. 

En 1886 fue elaborado uno de los primeros proyectos de traída y canalización del agua potable: era el de Manuel García de Villaescusa, consistente en entubar el agua desde Fuente Grande y eliminar la Acequia Aynadamar. Al año siguiente, 1887, incluso el director de El Defensor de Granada, Luis Seco de Lucena, presentó su propio proyecto de agua potable: planteó hacer dos conducciones paralelas desde el Darro medio y desde Alfacar; uno abierto para las aguas de riego y otro entubado para las aguas potables. También en 1887 apareció la propuesta del catedrático de Higiene de la Universidad de Granada, Rafael Branchat y Prada, por encargo del gobernador civil. En este caso, profundizó hasta el tratamiento de la depuración y construcción de alcantarillado, inexistente hasta el momento en la ciudad.

Todo aquel debate abierto en 1886-87 a raíz de la terrible epidemia de cólera concluyó en que la Junta de Sanidad y la Real Academia de Medicina tenían que promover un sistema de captación y distribución de aguas potables, y canalización de las residuales, ya que muchas calles de la ciudad eran verdaderas cloacas. Inmediatamente comenzaron a surgir proyectos y más proyectos, casi a decenas, que no avanzaban prácticamente nada. Ya íbamos por 1908 y ahora se pensaba en traer las aguas de las laderas de Sierra Nevada (estudio de Ramón Maurell); le siguió el estudio de Juan José Santa Cruz (1916); hasta que finalmente en 1928 comenzaron las primeras obras de canalización desde Pinos Genil hasta Granada. Todavía quedaban más de diez años para que el agua potable llegara plenamente a los hogares granadinos.

Por fortuna, la aparición de desinfectantes, medicinas y vacunas, además de la mejora de la alimentación y la sanidad, hicieron que el cólera pasase a ser otro mal recuerdo de epidemias mortíferas para la población granadina.

No obstante, quedaba todavía por venir la penúltima pandemia por zoonosis surgida en Asia: la gripe A. Granada la sufrió entre los que más durante los años 1918 y 1919. Se puede conocer a fondo su repercusión en el siguiente enlace: