SEVERÍSIMAS PENAS POR PECADOS/DELITOS DE BRUJERÍA Y SEXUALES

Cuando se quemaban vivos a sodomitas, hechiceras, adúlteros y fornicadores de burras

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 6 de Febrero de 2022
Un excepcional reportaje de Gabriel Pozo Felguera que te volverá a sorprender sobre una época oscura de la historia de Granada. No te lo pierdas.
Quema de una bruja tras un auto de fe, de Herman Anton Stilke (1834).
Quema de una bruja tras un auto de fe, de Herman Anton Stilke (1834).
  • Las piras humanas de Bibarrambla y Quemadero de San Lázaro estuvieron activas durante los siglos XVI y XVII

  • En el verano de 1528 fueron quemados varios jóvenes que “hodían” entre ellos e intentaron violar a otros muchachos en los soportales de la plaza Mayor

  • A los hombres consentidores o cabrones se les paseaba por las calles adornados con una cornamenta y con ristras de ajos

El Parlament de Cataluña busca brujas quemadas en la hoguera para pedirles perdón, dignificar sus nombres y dedicarles una calle. Propongo hacer algo similar por aquí. En el Reino de Granada hubo casi dos centenares de mujeres perseguidas y castigadas bajo la acusación de hechicería o superstición (no se las llamaba brujas por entonces). Incluso algunos hombres brujos. Aunque fueron relativamente pocas las brujas y brujos que acabaron en la hoguera de Bibarrambla; la mayoría sufrieron destierro y otros castigos. La caza de brujas en Granada se puede considerar una caza menor durante los siglos XVI a XVIII. Lo que sí era una caza mayor, mucho más sanguinaria, fue la persecución del pecado nefando, elevado a la categoría de uno de los delitos más graves de aquella sociedad. Practicar sexo entre hombres o con un animal conducía irremisiblemente a la hoguera. Fueron innumerables los granadinos quemados vivos en la plaza mayor de Granada o en el Quemadero de San Lázaro por amarse entre ellos. Incluso niños en varias ocasiones. También se castigó severamente el adulterio o el consentimiento a la esposa. Aquellos sí que serían acreedores a que se les recordase con el nombre de una calle.

Las brujas de Granada eran simples mujeres que procuraban ganarse la vida a través de decenas de tretas, engaños y oficios de lo más imaginativos. En sus procesamientos aparecen las palabras hechiceras, supersticiosas, embaucadoras, santiguadoras, embusteras, sanadoras, prodictas, etc

El debate abierto por los catalanes ha avivado en mí el interés por repasar bibliografía y apuntes sobre la persecución de la brujería en Granada, especialmente a partir de la plena instauración de la Inquisición (1539) y sus primeros autos de fe. Hubo en los siglos XVI y XVII aproximadamente ciento cincuenta autos de fe en Granada en los que encausaron a casi doscientas mujeres bajo la acusación de lo que hoy llamamos brujería; pero la realidad es que ese término no aparecía en los procesos por entonces; normalmente esa acusación iba asociada a delitos de herejía, que era lo que realmente interesaba perseguir a la Inquisición. Hubo otros procesos judiciales estrictamente de la justicia civil contra mujeres consideradas molestas para la sociedad establecida. No se trató de brujas en el sentido dibujado en la Europa central y en las regiones norteñas de España: aquella que copulaba con el diablo, la que tenía poderes sobrenaturales para hacer daño… Las brujas de Granada eran simples mujeres que procuraban ganarse la vida a través de decenas de tretas, engaños y oficios de lo más imaginativos. En sus procesamientos aparecen las palabras hechiceras, supersticiosas, embaucadoras, santiguadoras, embusteras, sanadoras, prodictas, etc.

Reunión de brujas con el diablo encarnado un carnero, obra de Goya (1798).

Se conocen los nombres de la mayoría de las procesadas y castigadas, los hechos de que se les acusaban y algunas penas que recibieron al final de los juicios. Buena parte de los juicios a que las sometieron los inquisidores se conservan en el Archivo Histórico Nacional, especialmente los del siglo XVII. Han sido estudiados por varios investigadores granadinos. Sólo en el siglo XVII fueron más de 110 las hechiceras granadinas condenadas por la Inquisición, la mayoría a destierro de la ciudad o de los pueblos donde habían sufrido las denuncias. Hay realmente pocos casos de brujas quemadas en la plaza de Bibarrambla; las que fueron ejecutadas tenían asociados otros delitos.

Nombres conocidos, mujeres de clase humilde

¿Quiénes eran y por qué las condenaron? Todas tienen nombres y apellido: María Hernández (condenada en el año 1606), Mariana de Bustos (1609), Francisca de Zéspedes (1619), Bártula de Bertondo (1635), María Alonso (1645), María Francisca Ramírez (1662), Juana de Palos y Valderrábanos (1662), María de Escabias (1664), etc. etc.

Su estatus social era humilde, de etnia gitana, emigrantes, gente sin medios de vida, mancebas envejecidas cuyo cuerpo ya había cumplido su misión, moriscas con tradición familiar, pero todas ellas con mucha vida corrida y mucha labia

Su estatus social era humilde, de etnia gitana, emigrantes, gente sin medios de vida, mancebas envejecidas cuyo cuerpo ya había cumplido su misión, moriscas con tradición familiar, pero todas ellas con mucha vida corrida y mucha labia. Las había de todas las edades, aunque extraña que un buen porcentaje no superase los veinticinco años. Sólo buscaban unas monedas tratando de dar soluciones a los muchos problemas de tipo amoroso, social, de fortuna, enfermedades que amargaban la existencia a las clases pudientes. A ellas recurrían quienes buscaban curación para el misterioso mal de un hijo; el que buscaba conseguir el amor de una joven; la que deseaba que muriese el marido para amancebarse con otro más joven; el que buscaba un tesoro para abandonar su pobreza para siempre, etc.

La buenaventura, por Enrique Simonet (1899), práctica en que se reconvirtió la quiromancia prohibida en siglos anteriores.

La pilla embaucadora recurría a todo tipo de oraciones, incluso en algarabía, hebreo, latín o caló para hacer creíble su trabajo. Por supuesto, el ceremonial estaba revestido de parafernalias inimaginables. Algunas de ellas incluso simulaban tener actos carnales con machos cabríos y cochinos, supuestas encarnaciones del Demonio, al que de esa forma mantendrían contento para que les diese poderes sobrehumanos.

Utilizaban mejunjes a base de semen del hombre amado y sangre menstrual con el fin de no perder al marido; las había que deseaban pócimas para conseguir mayor ardor sexual, quienes deseaban engendrar hijos que no llegaban por una extraña esterilidad

El mayor porcentaje de clientela que recurría a las hechiceras granadinas era también femenino y buscaban soluciones para asuntos amorosos. Utilizaban mejunjes a base de semen del hombre amado y sangre menstrual con el fin de no perder al marido; las había que deseaban pócimas para conseguir mayor ardor sexual, quienes deseaban engendrar hijos que no llegaban por una extraña esterilidad. Había clientas que deseaban retener a sus maridos, empeñados en pacer entre perejiles ajenos, pues estaban cansados del propio. Otras iban buscando influir en la pronta muerte de la amante competidora. La hechicera Violante de Montoya (procesada en 1630) sirvió una curiosa receta a su clienta para conseguir la retención del marido: una extraña oración, más el encargo de recoger semen en la primera copulación, que impregnaría en un trapo y herviría en una olla hasta quemarlo todo, incluso la tela. De esta manera se iría abrasando también su marido en sus amores.

Aquellas hechiceras eran unas verdaderas embaucadoras de incautos y crédulos. Mezclaban artimañas de tipo ancestral, con una palabrería inaudita y conocimientos de apóstoles tenidos por milagrosos. No había ni una sola que no mezclase santos de raros nombres en sus invocaciones para hacer más creíbles sus encantamientos; la primera de ellas la Virgen de las Angustias, por aquellos tiempos muy de moda en la ciudad. También usaban velas, rosarios, incienso, piedras de supuestos altares de santos varones.

La consecuencia lógica era la diferencia de ardor y potencia sexual en la pareja; al no ser fácil el recurso del amante, las jóvenes casadas acudían a hechiceras en busca de remedio para la falta de intensidad o remediar la impotencia fálica del marido

Solían ser muy habituales los matrimonios de conveniencia de mujeres jóvenes con hombres maduros. La consecuencia lógica era la diferencia de ardor y potencia sexual en la pareja; al no ser fácil el recurso del amante, las jóvenes casadas acudían a hechiceras en busca de remedio para la falta de intensidad o remediar la impotencia fálica del marido. En esos casos, las hechiceras se las sabían todas y se prevenían ante al fracaso; solían pedir la inclusión en la pócima de algún elemento o hierba imposible de conseguir o inexistente. Obviamente, los brebajes placebo no alcanzaban el objetivo deseado y la queja de la clientela era inmediata.

Denunciadas por estafa

Los problemas de las hechiceras empezaban cuando los clientes no quedaban satisfechos, que solía ser en la mayoría de casos. La denuncia por estafa ante la Inquisición o justicia ordinaria era el recurso habitual. Siempre partía de algún o alguna defraudado por los servicios debido a “incumplimiento de contrato”. Siempre que el contrato fuese confesable: promesa de hallazgo de un tesoro, localización o vuelta de un hijo perdido, sanación de un enfermo… Quienes no solían denunciar, en principio, aunque sí se sumaban como testigos defraudados, eran aquellos o aquellas que habían acudido buscando sanación de males de amores o de sexualidad. O habían encargado una cicuta.

Bárbula de Bertondo fue la más peligrosa en la especialidad de la muerte; en 1628 elaboró una mezcla de azogue y vinagre, aderezada con agua bendita de seis iglesias, y polvo del Sacro Monte. Preparó el brebaje para un hombre que quería deshacerse de su esposa

Como se ve, buena parte de las hechiceras causan hoy hilaridad en cuanto a sus métodos; también el exceso de confianza que depositaban en ellas sus pardillos clientes. Hubo un porcentaje de ellas que sí fueron realmente peligrosas; eran las especializadas en provocar la muerte de alguien. Tenían conocimientos de química suficientes como para elaborar brebajes o venenos que, vertidos convenientemente en comidas o licores, se llevaban al otro mundo a una persona en cuestión de días. Estas hechiceras, junto a algunas/os de sus clientes, fueron quienes realmente obtuvieron condena en la hoguera en Bibarrambla. Bárbula de Bertondo fue la más peligrosa en la especialidad de la muerte; en 1628 elaboró una mezcla de azogue y vinagre, aderezada con agua bendita de seis iglesias, y polvo del Sacro Monte. Preparó el brebaje para un hombre que quería deshacerse de su esposa. El cliente la fue matando poco a poco con el mercurio que le daba como medicina para sus males. Bártula fue condenada a morir en la hoguera tras estar en la cárcel unos años, pero falleció antes de arder.

Otro curioso caso de hechicería lo protagonizó Catalina de la Cruz (en 1606), a la que acudió una persona deseando saber si sus padres estaban vivos, pues hacía años que emigraron a las Indias y nunca recibió noticias de ellos

La especialidad de las adivinadoras también fue muy abundante, unas sacacuartos de poca efectividad. Precursoras de las muchas que hoy día continúan con “despacho” abierto o en emisoras de televisión. A ellas se recurría para saber el destino de alguna persona perdida o para conocer si alguien estaba vivo o muerto. También causan risa hoy los recursos que utilizaban: Antonia Fernández empleaba un orinal con agua, en el que vertía tres gotas de cera; una mujer preñada debía estar presente con una vela encendida, que era la única que podía ver el resultado, tras rezar tres credos: si el agua se volvía negra, el buscado estaba muerto, si permanecía clara el agua es que continuaba vivo. Otro curioso caso de hechicería lo protagonizó Catalina de la Cruz (en 1606), a la que acudió una persona deseando saber si sus padres estaban vivos, pues hacía años que emigraron a las Indias y nunca recibió noticias de ellos. La respuesta de Catalina fue contactar con las almas del purgatorio, que lo sabían todo; hizo su paripé y respondió a la clienta: “Tus padres están ricos en Indias”.

Es de imaginar el mal cuerpo que le quedó a la mujer al creer que sus padres vivían estupendamente en América y no se habían acordado de las miserias que pasaba la hija en Granada. Y es que la credulidad de las gentes de aquellos siglos fue precisamente la que alimentó el negocio de las hechiceras y embaucadoras.

Varias de ellas utilizaban las técnicas de ver cosas en los posos del lebrillo, la suerte de habas blancas y negras (la mitad macho y la otra, hembra), las tijeras cruzadas, el canto o no del gallo en la madrugada… y por supuesto, también existieron las echadoras de cartas

Varias de ellas utilizaban las técnicas de ver cosas en los posos del lebrillo, la suerte de habas blancas y negras (la mitad macho y la otra, hembra), las tijeras cruzadas, el canto o no del gallo en la madrugada… y por supuesto, también existieron las echadoras de cartas. En este segundo caso entraban más los hombres que las mujeres; a ellos sí se les llamaba brujos, pero con un sentido más próximo al de astrólogos o nigromantes. Solían ser de edades más maduras y con una cultura superior, incluso sabían leer y tenían conocimientos de estrellas y hierbas medicinales. De ahí que la Inquisición tuviese muy controlados los accesos a libros de astrología. A los granadinos “brujos” se les castigó menos, casi se les llegó a considerar prestadores de un servicio público, al que recurrieron asiduamente la nobleza y el clero.

Se dieron varios casos de frailes que, en sus bibliotecas secretas y sus laboratorios, buscaban la piedra filosofal y se atrevieron a comerciar con algún que otro remedio. Fue el de Fray Gonzalo de Jesús; un monje limosnero para los presos de la cárcel de la Chancillería. Dos días por semana pasaba consulta para adivinar con los poderes que le había dado Dios por gracia. Pero cometió el desliz de decir que también veía las carnes desnudas de las mujeres debajo de sus vestidos; la Inquisición le montó un auto de fe individual en la iglesia de Santiago, lo paseó con su sambenito por las calles de la ciudad y lo desterraron durante diez años. Para que se fuese a otro sitio ver a las mujeres desnudas.

Esto dio pie a que también apareciesen dos casos de hechiceras que tenían el poder de hacer invisibles a quienes pagaran por ello

Esto dio pie a que también apareciesen dos casos de hechiceras que tenían el poder de hacer invisibles a quienes pagaran por ello. A una tal Ana María (año 1621) acudieron delincuentes que deseaban pasar desapercibidos ante el alcaide del crimen. Su fórmula era infalible: se le llevó un gato negro, al que mató y trituró la cabeza; le metió un haba negra en cada ojo y lo mandó enterrar en la casa del beneficiario. Cada semana debía regarlo con vino tinto al menos tres veces. Obviamente, fue castigada para que dejara de convertir en invisibles a tantas personas por las calles de Granada.

Brujos buscadores de tesoros

Hubo también hechiceros y brujos granadinos con cierto nivel intelectual y de formación. Varios clérigos, médicos, abogados y algún genovés. Su especialidad consistía en adivinar, y vender folletos, con fórmulas mágicas para hallar tesoros de los muchos que dejaron escondidos los moros y los judíos tras su expulsión de Granada. Un hombre fue tan caradura que llegó a engañar a casi treinta incautos buscando el mismo tesoro (Antonio de la Fuente y Sandoval, procesado en 1637). Aquel fulano ha pasado por ser uno de los más grandes embaucadores de Granada, con un ceremonial de lo más ingenioso: primero conjuraba a los demonios que ocultaban el tesoro; utilizaba velas, perfumes y espejos para atraer el apoyo de arcángeles; ponía círculos y planchas de cobre en el suelo, alineados con planetas; si había tesoro, el metal se movía hacia él y en el espejo aparecía reflejado el cofre. Con esta argucia recorrió media provincia engañando a incautos.

El único brujo que intuyó algo científico fue Juan de la Rossa

El único brujo que intuyó algo científico fue Juan de la Rossa. Este hombre buscaba tesoros con cuatro varillas de olivo que se inclinaban hacia el suelo donde había metal. La realidad es que nunca halló metales, pero sí veneros de agua. Fue un precedente de los zahoríes. Y su colega Mundi Bucareli se dedicaba a matar gallinas negras y extender su sangre por el suelo; de esta manera afloraban los tesoros enterrados por los moros.

El origen de los hallazgos de los Libros Plúmbeos del Sacromonte estuvo en un soldado embaucado por un charlatán que le había vendido un libro con recetas mágicas para hallar tesoros escondidos en el Monte Valparaíso

El origen de los hallazgos de los Libros Plúmbeos del Sacromonte estuvo en un soldado embaucado por un charlatán que le había vendido un libro con recetas mágicas para hallar tesoros escondidos en el Monte Valparaíso.

Y para poner punto y final a este apartado hay que mencionar a las quiromantes, las lectoras del futuro en las manos. Podían ver en las palmas si encontrarían pareja, si les pondrían los cuernos, si tendrían suerte en el trabajo, si morirían pronto. Esta tradición continúa muy viva actualmente en Granada, con resultado más o menos satisfactorio en función de la propina que se dé a la que nos obsequia con la ramita de romero.

“Hodedores” a la hoguera, en 1528

Los términos homosexual, marica, maricón, invertido o gay no existían a principios del siglo XVI en Granada. El sexo entre hombres era un pecado contra la moral y la Iglesia, y uno de los más terribles delitos para la justicia ordinaria. Prácticamente ningún sodomita o “hodedor” se libraba de ser quemado en la hoguera. Estos términos, junto al de pecado nefando, fueron los más utilizados para referirse a esta conducta sexual entre hombres. A finales del siglo XVI aparecería también el término “mariposa”, empleado por el jesuita Pedro de León al comparar el flirteo de algunas mariposas con las llamas de una vela; primero se quemaban las puntas de las alas, pero continuaban acercándose a ella una y otra vez, como si gozaran con el peligro. Hasta que caían quemadas por completo. Pues ese mismo símil utilizaba el religioso para referirse a los homosexuales del siglo XVI; se acercaban una y otra vez, aun sabiendo que acabarían quemándose en la hoguera, pero les era imposible prescindir del gozo con su amado, una vez probado les era imposible abandonarlo.

Plaza de Bibarrambla dibujada por el inglés William Gell, en 1811, cuando todavía conservaba buena parte de los soportales del siglo XVI. BRITISH MUSEUM

El primer gran caso de homosexuales quemados en la hoguera de Bibarrambla que se tiene documentado ocurrió en el verano de 1528; todavía no actuaba la inquisición en Granada. Las relaciones sexuales entre muchachos solteros solían ser toleradas en la cultura musulmana y africana. O al menos no era delito. Pero para la cultura católica vencedora sí lo era. Y mucho desde la bula Summis Desiderantes Affectibus (1484), del papa Inocencio VIII, sobre la brujería, que los españoles extendieron a la sexualidad.

Inmediatamente fueron detenidos los tres presuntos sodomitas; en el interrogatorio confesaron que no creían hacer daño ni nada malo por fornicar entre ellos o con otros, como tenían por costumbre

Una noche calurosa de principios de agosto se encontraban durmiendo varios jóvenes bajo los soportales que existían en la plaza de Bibarrambla. Se celebraba una feria en la ciudad a la que había concurrido mucha gente a comprar y vender desde lejanos territorios del Reino. En aquel revoltillo de cuerpos sobre mantas o paja, se les arrimaron un esclavo negro llamado Juan y dos horneros de nombres Luis y Alonso. Estos tres les levantaron los faldones y habrían intentado sodomizarlos en la oscuridad de la noche. Los muchachos parece que no se dejaron y corrieron a denunciar el asunto ante el alcaide del crimen. Inmediatamente fueron detenidos los tres presuntos sodomitas; en el interrogatorio confesaron que no creían hacer daño ni nada malo por fornicar entre ellos o con otros, como tenían por costumbre.

Los detenidos dieron nombres de varios residentes más en Granada que eran aficionados a “hoder” entre ellos: el especiero Hernand Pérez, de la parroquia de San José, a cuya casa acudían a hacérselo, aun sabiendo que su mujer andaba cerca; Juan Barbero, mulato curtidor de Granada; un carbonero negro apellidado León; Jerónimo el Guadixí, siervo del regidor de Purchena; Juan Jusepe, hijo del regidor de Purchena; Luis el Guydi, también de Purchena; Francisco Carnecero, de Tabernas; y un joven de 17 años que vivía con un caballero de Úbeda.

Se mandató al alguacil Cristóbal de Bustamante para ir a prenderlos a sus pueblos. Sólo consiguió localizar al negro Juan en Purchena; el acusado se acogió a sagrado en la iglesia, con la protección del cura y de la comunidad morisca. Aquel hecho provocó un serio enfrentamiento de jurisdicciones entre la Iglesia católica y la Real Chancillería

Aquellas confesiones permitieron a la justicia destapar un grupo de amigos o conocidos que solían practicar el vicio nefando entre ellos. Había varios que residían en Granada, pero también otros esclavos que huyeron raudos en cuanto supieron que les buscaban. Dos de los acusados eran de Purchena, el más conocido de todos el negro Jerónimo el Guadixí, a la sazón criado de su alcaide y tratante de ganado. Inmediatamente se ordenó una batida para detenerlos a todos. Se mandató al alguacil Cristóbal de Bustamante para ir a prenderlos a sus pueblos. Sólo consiguió localizar al negro Juan en Purchena; el acusado se acogió a sagrado en la iglesia, con la protección del cura y de la comunidad morisca. Aquel hecho provocó un serio enfrentamiento de jurisdicciones entre la Iglesia católica y la Real Chancillería. Hubo excomuniones de por medio y entradas por la fuerza a la iglesia a prender al fugitivo.

No quedó constancia de cuántos fueron, aunque seguro que en la pira estuvieron el negro Jerónimo el Guadixí y los que tenían residencia y oficio en Granada

El resultado final fue la condena a arder vivos en la hoguera a los que consiguieron detener los alguaciles de la Chancillería. No quedó constancia de cuántos fueron, aunque seguro que en la pira estuvieron el negro Jerónimo el Guadixí y los que tenían residencia y oficio en Granada.

En las declaraciones que se les tomaron a todos denotan una absoluta falta de sentimiento de culpa, pecado o delito en la costumbre que tenían de “hoderse” entre ellos. Contaban con toda naturalidad las múltiples formas en que practicaban entre ellos el amor que sus vecinos consideraban sumamente pecaminoso.

Las memorias del Jesuita Pedro de León

Es una pena que solamente exista una crónica social muy incompleta de la Granada de finales del siglo XVI y hasta 1646, que nos cuente con ligero detalle asuntos tan escabrosos relacionados con los ajusticiamientos por delitos sexuales. Son los Anales de Henríquez de Jorquera, que pasan muy de puntillas por estos asuntos (el autor era religioso). Pero nos ha llegado casi intacto un libro diario escrito por el jesuita Pedro de León (1545-1632), que viajó de predicador por media Andalucía y actuó como confesor de condenados a muerte en la cárcel de Sevilla. También estuvo dos años y medio por Granada, pero sólo se refiere a uno de los casos de pecadores nefandos vividos en Granada.

De esos tres centenares largos de nombres que incluye en esta especie de memorias (cuya lectura estuvo prohibida por los jesuitas durante siglos), un porcentaje importante se debió a hombres que practicaban sexo entre ellos o con animales

En su libro “Grandeza y miseria en Andalucía” recogió la relación de 309 ajusticiados a los que asistió como confesor en sus últimas horas de vida. Entre los años 1578 y 1615 que estuvo destinado en cárceles. De esos tres centenares largos de nombres que incluye en esta especie de memorias (cuya lectura estuvo prohibida por los jesuitas durante siglos), un porcentaje importante se debió a hombres que practicaban sexo entre ellos o con animales. Casi todos los casos se refieren a personas del entorno sevillano o provincias limítrofes, pero fueron condenados o enjuiciados por tribunales dependientes de la Real Chancillería de Granada. Son válidos para el resto de ciudades andaluzas.

Grabado de Sevilla, de 1593, en cuyo extremo superior izquierdo (marcado con A) se situaba el quemadero de sodomitas. También figura la arboleda de la Huerta del Rey, lugar habitual de citas donde se practicaba el vicio nefando. Marca con la letra S el lugar de ejecución de los “cornudos pacientes”.

El fraile cuenta casos espeluznantes de jóvenes que murieron en la hoguera tan sólo por haberse tocado entre ellos, o por haber sido tocados por otros mayores. Varios ardieron por ser aficionados a pintarse o vestir con alguna ropa considerada de mujer. La sociedad y la justicia de Sevilla, que era extrapolable a la de Granada, eran inmisericordes con los agentes y pacientes (activos o pasivos de hoy). Además, cada vez que se quemaba a un “mariposa” en la hoguera, la ciudad se vestía de fiesta e iba a gozar del espectáculo. Con toda la parafernalia de vendedores de feria y buhoneros alrededor del evento.

La mayoría de encausados y quemados solían ser emigrantes procedentes del ámbito rural que carecían de formación religiosa y moral

Fray Pedro León recorrió los pueblos del Valle de Lecrín, la Costa de Granada, la Alpujarra y Guadix-El Marquesado. Se asombraba del bajo nivel de valores que tenían sus habitantes, en su mayoría repobladores recién llegados tras la expulsión de los moriscos; los calificaba como lo peor y sobrante de los lugares de su procedencia. Apenas conocían la religión, no tenían cultura de ningún tipo, eran ladrones que se robaban entre sí para sobrevivir. En el terreno sexual no entendían que fuese inmoral fornicar padres con hijas, hijos con madres, hermanos con hermanos, etc. En los pueblos grandes y la capital, donde había un clero numeroso, mayor nivel moral y más vigilancia de la justicia, la situación era completamente diferente. Por eso, la mayoría de encausados y quemados solían ser emigrantes procedentes del ámbito rural que carecían de formación religiosa y moral.

El emperador Adriano sodomiza a su amado Antínoo durante su estancia en Egipto, según la pintura de Edouard-Henri Avril.

Los casos de jóvenes que ardieron en plazas sevillanas eran terribles. En 1578 perecieron dos muchachos sorprendidos practicando sexo anal; en 1579, dos soldados de 17 años se hicieron tocamientos deshonestos y su capitán los llevó a la hoguera. Aquel mismo año, el maestro Juan de Quevedo pecó con varios de sus alumnos y ardió en el fuego, junto a un inmigrante napolitano. En un pueblo cercano a Sevilla sorprendieron a un hombre aliviando sus ardores con una borrica; el fornicador fue quemado vivo, la burra fue ahorcada por dejarse hacer.

Menciona el jesuita que había un chantre de la Catedral de Granada que lo tuvo preso un tiempo el obispo Pedro de Castro por su afición a la coyunda masculina; de esta manera evitaba que la justicia le hiciera probar el fuego eterno

Durante la estancia de Fray Pedro en Granada, en 1590-91, ayudó en la cárcel de la Chancillería como confesor de condenados. Escribió en sus memorias que ayudó a morir a dos mozos que habían sido condenados por pecado nefando. También a un alguacil fornicador; éste ya tenía antecedentes de haber estado en Sevilla, donde regentó una casa de juego a la que acudían jóvenes de los “pintados y galancitos”; a uno de los jóvenes pintados lo quemaron en la hoguera junto al alguacil. Menciona el jesuita que había un chantre de la Catedral de Granada que lo tuvo preso un tiempo el obispo Pedro de Castro por su afición a la coyunda masculina; de esta manera evitaba que la justicia le hiciera probar el fuego eterno. Pero, misteriosamente, a aquel chantre se lo tragó la tierra.

Escultura griega que representa a un sátiro practicando sexo con una cabra.

En su segunda etapa en la cárcel de Sevilla, a partir de 1595, narra la dureza con que se empleaba la justicia del momento contra aquellos que cometieran delitos sexuales. Al mulato Benito Ruiz lo ahorcaron y despedazaron por su afición a violentar mujeres en el campo; el monje trinitario Juan González fue quemado tras comentar unos niños que fornicaba con ellos y con una burra. Al mayor de los niños lo quemaron con él. El peor caso que narra fue el de Francisco Bautista, sodomizador de dos niños de 9 años a los que tenía engatusados y asustados; ardieron los tres en la hoguera. Al francés Antón Beltrán lo sorprendieron sodomizando a un joven; los dos fueron al quemadero el 22 de julio de 1596. Igual suerte corrieron el ermitaño Antón Carmona y su amante Lorenzo Méndez, de 18 años. Narra el caso que conoció de un joven de Baeza, de 18 años, llamado Juan Delgado; su delito consistió en sodomizar a una burra.

Fueron sorprendidos cuatro de ellos, dos negros y dos blancos; juzgados y condenados inmediatamente a arder en la hoguera. Corría el año 1610, el del escándalo de las brujas de Zagarramurdi

Dejo para el final el caso más numeroso que se registró en Sevilla: unos hombres solían quedar en una casa para entretenerse. Alguien les denunció por práctica del pecado nefando. Fueron sorprendidos cuatro de ellos, dos negros y dos blancos; juzgados y condenados inmediatamente a arder en la hoguera. Corría el año 1610, el del escándalo de las brujas de Zagarramurdi. Se consumieron en las llamas hasta ser reducidos a polvo los sevillanos llamados Juan Duarte, Manuel López, Juan Pérez de Mansilla y Antón de Morales.

El Ayuntamiento de Sevilla tiene nombres más que de sobra en las memorias Pedro de León para dignificar y poner sus nombres a nuevas calles.

El sexo prohibido en los Anales de Granada

El cronista Henríquez de Jorquera no fue muy explícito en recoger con tanto detalle como Pedro de León lo que conoció en la Granada de finales del XVI y hasta 1646, en lo tocante a prácticas sexuales prohibidas por las leyes de los hombres y de la Iglesia.  No obstante, las pinceladas que da dejan muy a las claras la dureza con que la justicia, tanto civil como de la Inquisición, aplicaban los castigos a quienes se saliesen mínimamente de los márgenes considerados normales. Sólo estaba permitido el sexo dentro del matrimonio entre un hombre y una mujer, más los alivios para ellos en las mancebías.

En ese intervalo fueron encausados 148 habitantes del Reino; el año 1586 fue terrible en cuanto a persecución de practicantes de sexo contra natura, nada menos que 27 fueron juzgados

La persecución de las prácticas sexuales fuera de esos dos círculos se hizo mucho más dura tras el Concilio de Trento. En 1573 y 1574 se publicaron dos Cartas Acordadas que pretendieron apretar las tuercas a prácticas sexuales fuera de los cauces permitidos por la Iglesia. El periodo más duro que sufrió el Reino de Granada fue entre 1578-90, coincidiendo prácticamente con el obispado de Juan Méndez de Salvatierra. En ese intervalo fueron encausados 148 habitantes del Reino; el año 1586 fue terrible en cuanto a persecución de practicantes de sexo contra natura, nada menos que 27 fueron juzgados. La mayoría eran hombres (el 84%) que practicaban sexo entre ellos o con animales; el 35,5% tenían edades comprendidas entre 20-30 años, el 27% superaba esa edad. Solamente se contabiliza un reo de 14 años y otro de 80.

Voy a destacar algunos casos de conductas sexuales no aceptadas que menciona Henríquez de Jorquera ocurridos en Granada durante la primera mitad del siglo XVII:

La casilla situada en la esquina donde partían los caminos de Maracena y Santa Fe, frente al Hospital de San Lázaro, estuvo en el solar llamado del Quemadero, donde ardían las hogueras con los condenados. Este plano es de 1797; en 1760, cuando se dejó de quemar a la gente por delitos sexuales, fue comprada por Pascual Sánchez para levantar un ventorrillo. En 1874 pasó a manos de Ildefonso Martínez, que amplió las instalaciones con un corral de ganado. Estas edificaciones permanecieron en pie hasta mediados del siglo XX, como se ve en la postal siguiente del primer tercio del siglo XX.

En 1604 fue ejecutado a garrote en el campo de San Lázaro (zona de la Caleta actual) un hombre que había sido visto fornicar con una perra; después fue quemado su cuerpo y convertido en polvo. A la perra pecadora le dieron un porrazo en la cabeza y la mataron por complicidad. En el juicio, el encausado confesó que había tenido sexo con otras seis perras.

Le había corrompido el pecado de fornicar con un muchacho; también fue llevado a la torre de los Cuartos, situada en el quemadero de San Lázaro. Su cadáver fue reducido a cenizas

En 1607 tocó el turno al ermitaño del morabito de San Sebastián. Le había corrompido el pecado de fornicar con un muchacho; también fue llevado a la torre de los Cuartos, situada en el quemadero de San Lázaro. Su cadáver fue reducido a cenizas.

En noviembre de 1611 se conoció que una hechicera había suministrado un brebaje mortífero a una joven con el fin de que envenenase a su esposo y poder casarse con otro. Una vez descubierto el crimen, la viuda fue ejecutada a garrote junto a la fuente del Genil. Después metieron su cadáver en una cuba, en compañía de un gato y un perro, y echada a las aguas del río. El cronista no dice nada sobre la hechicera que le preparó la cicuta. (Por aquellas fechas estaba en plena acción Bártula de Bertondo).

En este caso le tocó a una señora de origen pudiente y noble. Por su ascendencia nobiliaria le concedieron el beneficio de ser ahorcada en Plaza Nueva y no estrangulada a garrote vil, pero no se libró del encubamiento y echada a rodar por el río

La práctica de ejecutar y encubar a las mujeres que envenenaban a los maridos para buscarse a otro hombre se volvió a repetir el 19 de agosto del año siguiente. En este caso le tocó a una señora de origen pudiente y noble. Por su ascendencia nobiliaria le concedieron el beneficio de ser ahorcada en Plaza Nueva y no estrangulada a garrote vil, pero no se libró del encubamiento y echada a rodar por el río.

El 26 de mayo de 1615 tuvo lugar en Bibarrambla un aparatoso auto de fe general. Durante dos días fueron juzgadas ochenta y tres personas, por diversos delitos. Entre los condenados a muerte se encontraba Mencía del Carpio, por judaizante; dos hombres recibieron cien azotes por haberse descubierto que eran bígamos (se les asociaba a criptomusulmanes).

El marido dejaba que otros hombres tuviesen relaciones sexuales con su mujer, en su casa y en su presencia. El alcalde mayor de la Chancillería los condenó a ser paseados por la ciudad, él con una cornamenta colocada sobre la cabeza y el escarnio público

El 17 de junio de 1624 tocó el turno a un matrimonio por consentidores. El marido dejaba que otros hombres tuviesen relaciones sexuales con su mujer, en su casa y en su presencia. El alcalde mayor de la Chancillería los condenó a ser paseados por la ciudad, él con una cornamenta colocada sobre la cabeza y el escarnio público. Después fueron desterrados de la ciudad. Un caso similar se dio en el mes de mayo de 1635; “pasearon en esta ciudad de Granada a un hombre por consentidor, con unos cuernos de toro muy galanos, llenos de banderillas de oropel, y campanillas, y juntamente con su mujer detrás en otro jumento con una ristra de ajos en las manos y los desterraron por ello. Salió mucha gente a verlos por las calles…” Continuando el capítulo de consentidores, el 23 de agosto de 1638 pasearon en procesión por toda la ciudad a un pescadero, cuñado del verdugo de la Audiencia, y a su mujer tras saberse que él dejaba que otros hombres lo convirtiesen en cabrón en su propia casa. A ambos los pasearon ataviados con la cornamenta, campanillas y las ristras de ajos que era tradicional, para divertimento y jolgorio de los que se encontraban en situación de tirar piedras y esconder manos.

En 1627 el desterrado del Reino de Granada fue un hombre que fingía pedir para el Convento de Capuchinas, vestido de fraile. En realidad, todo era un pretexto para introducirse en casas de mujeres solas y hacerle tocamientos con la justificación de que era sanador y curaba los males. La Inquisición le montó un juicio en la iglesia de Santiago y lo expulsó de la ciudad. A finales de aquel año, Henríquez de Jorquera presenció en el campo de Tablada de Sevilla la quema de dos hombres, un médico de Lebrija y su criado, que solían sodomizarse. (Este caso no está recogido en las memorias de Pedro de León).

El alcalde del crimen Doctor Rojel debió ser inflexible con los delitos cometidos por esclavos: al iniciarse 1634 llevó a la horca de Bibarrambla a otro esclavo que había matado a su mujer por los celos que le tenía al desear a otros hombres; en este caso no fue quemado, sólo ahorcado

Tampoco se anduvieron por las ramas cuando el 11 de enero de 1631 quemaron vivo en la plaza de Bibarrambla a un esclavo norteafricano por el delito de forzar a una mujer que trabajaba en el campo. Este mismo año fue ahorcada en esta plaza Mayor una esclava, bien por ser hechicera o por haber adquirido a una de ellas un brebaje para matar a sus amos. Murieron envenenados Alonso Rodríguez de Coca y su mujer. El alcalde del crimen Doctor Rojel debió ser inflexible con los delitos cometidos por esclavos: al iniciarse 1634 llevó a la horca de Bibarrambla a otro esclavo que había matado a su mujer por los celos que le tenía al desear a otros hombres; en este caso no fue quemado, sólo ahorcado.

En septiembre de 1635 se dio otro conflicto entre la Iglesia y la Real Chancillería al haberse acogido a sagrado un hombre en la iglesia de Santa Ana. Un tal Matías Gomes y su amante dieron muerte al otro competidor por los favores sexuales de ella. Ambos acabaron ahorcados en Bibarrambla por sentencia de adúlteros y asesinos.

Enjuiciaron a una mujer de buen porte que ejercía de hechicera y alcahueta de sus hijas; la mujer, viuda de un hombre de buena posición, debió dedicarse a componer amoríos y utilizar a sus hijas para comerciar con sus cuerpos

En el año 1638 se dieron varios casos de castigo por conductas sexuales inapropiadas para la época. En junio azotaron a una mujer considerada hechicera de amores. Poco después, el 14 de agosto, enjuiciaron a una mujer de buen porte que ejercía de hechicera y alcahueta de sus hijas; la mujer, viuda de un hombre de buena posición, debió dedicarse a componer amoríos y utilizar a sus hijas para comerciar con sus cuerpos. Su destino fue el destierro del Reino.

La crónica negra de condenas por pecados o delitos sexuales tipificados en aquel siglo de oro concluye en diciembre de 1640… aunque la costumbre duró todavía unos años más. Tocó el turno a otros dos hombres sodomitas, uno maduro y el otro jovencito. Al mayor lo quemaron en el brasero de San Lázaro; al menor, por su persistente negativa de haber participado en la coyunda, la condena “sólo” fue de diez años a penar en galeras. Es segurísimo que jamás regresó a Granada.

 

REFERENCIAS

-El manuscrito original de Pedro de León S. J. se conserva en la Biblioteca del Hospital Real. Fue transcrito y editado en 1981 por Pedro Herrera Puga, con el título “Grandeza y Miseria en Andalucía. Testimonio de una encrucijada histórica (1578-1616)”.

-Para conocer la historia de la brujería en el Reino de Granada durante los siglos XVI y XVII recomiendo la detallada tesis doctoral de María Ángeles Fernández García (1986).  Asimismo, la detallada tesis de José Luis Roldán del Valle (1987). También todo lo publicado por el profesor José María García Fuentes.

-Los Anales de Granada están a la venta en la librería de la Editorial Universidad de Granada.

-El proceso de los sodomitas ejecutados en 1528 se conserva en el Archivo de la Real Chancillería de Granada.

Otros reportajes con la firma de Gabriel Pozo Felguera, para volver a disfrutarlos: