'Tres síntomas de la degradación del debate político'
Una de las maneras más efectivas de conocer si padecemos una enfermedad es estar atentos a los síntomas para poder establecer un diagnóstico, y si fuera posible tratar aquello que ha causado la enfermedad y sanar. Lo mismo que se aplica en la ciencia médica para sanar el cuerpo humano, es aplicable a otro cuerpo igualmente importante para nuestro bienestar; el cuerpo social y aquello que rige la armonía de las diferentes partes de ese cuerpo, la política. Y vivimos desde hace ya unos años tres preocupantes síntomas con los que nos hemos acostumbrado a vivir, pero que están deteriorando gravemente la convivencia y armonía de esas partes: la injuria, la bronca y la hipérbole permanente en el debate político. El respeto entre adversarios que opinaban diferente, que tenían diferentes soluciones para resolver los problemas comunes, se ha diluido. Existía un acuerdo tácito que asumía que era tan importante la labor que desarrollaba la oposición como el gobierno, en cualquier ámbito institucional. Hoy día se trata más de destruir de cualquier manera posible al adversario, convertido en enemigo, que de trabajar conjuntamente, con todas las diferencias ideológicas presumibles, por el bienestar de la comunidad. O comenzamos a tratar los síntomas, mientras diagnosticamos qué causa está enfermedad y sanamos, o la misma terminará por degradar la democracia plural, que tanto sacrificio de varias generaciones nos costó.
La política y la calle se retroalimentan mutuamente, si hay un ambiente crispado y malestar social, esto se ve reflejado en las instituciones políticas, al igual que si ocurre en la dirección contraria, cuando aquellos que nos representan olvidan el sagrado deber de la decencia de la representación política, y se comportan como si estuvieran bebidos a altas horas de la madrugada en la barra de un bar
La injuria: Estamos tan acostumbrados a que el exabrupto se haya apoderado de la vida política, que no le damos más importancia que la que le damos a la virulencia y salvajismo ético que vivimos en las redes sociales en nuestro día a día, cuando tratamos de debatir cualquier tema controvertido o no, sea política, sea fútbol, o sea la enquistada controversia sobre el uso de la cebolla en la tortilla de patatas. Recientemente la Presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Baxet tuvo que hacer una declaración exigiendo respeto ante el incremento exponencial de los insultos como arma de debate político. La política y la calle se retroalimentan mutuamente, si hay un ambiente crispado y malestar social, esto se ve reflejado en las instituciones políticas, al igual que si ocurre en la dirección contraria, cuando aquellos que nos representan olvidan el sagrado deber de la decencia de la representación política, y se comportan como si estuvieran bebidos a altas horas de la madrugada en la barra de un bar y desbarraran insultando a todos los que no piensan como ellos. Si hacerlo a golpe de Tweet o en una rueda de prensa está mal, hacerlo en un recinto que simboliza la democracia y los derechos de toda la ciudadanía, es indigno.
Y esa degradación de la vida pública, en la que el enquistamiento se convierte en arma política, porque así se mantiene exacerbada y alerta a la parroquia propia, tiene consecuencias para la cohesión social
Es ingenuo pensar que este tipo de comportamientos no influyen en la convivencia. Y esa degradación de la vida pública, en la que el enquistamiento se convierte en arma política, porque así se mantiene exacerbada y alerta a la parroquia propia, tiene consecuencias para la cohesión social. Hablamos de la importancia y necesidad de educar convenientemente a nuestros hijos para su integración social, para que se comporten de manera ética. Nos hartamos de hablar de lo importante que es no insultar a los demás niños, les regañamos si lo hacen, y les educamos para que traten de arreglar las disputas civilizadamente, conversando. ¿Qué pensarán cuando vean que sus padres aplauden que un político insulte al otro? o qué pensarán de la política cuando vean que lo más destacado en una sesión del Congreso de los Diputados son siempre ese rifirrafes entre unos y otros llenos de desprecios e injurias, ya sea en la televisión, o en Tik Tok, Instagram, YouTube, o cualquier otra red social. O que los padres insultan delante de la televisión al político que no les gusta. Cómo podemos pretender que ellos no hagan lo mismo en la escuela si eso es lo que aprenden en casa o en cualquier medio de comunicación. Nuestros niños y niñas son esponjas que lo absorben todo, y el devenir de las próximas generaciones depende de las semillas que seamos capaces de plantar entre todos en el presente, hoy día.
Se le ha elegido por una parte de la población, pero una vez elegido, sea en la oposición o en el gobierno, ha de dar cuentas a todo el mundo de su comportamiento, y no comprender este principio es una lacra que enloda la política
La bronca: No sabemos si los insultos son consecuencia de la bronca, del ruido permanente que ensordece el debate político, o sucede al contrario y las injurias como manera de rebatir al contrario es lo que causa la bronca. Probablemente sea una especie de serpiente que se muerde la cola, y las injurias causen la bronca que causa que se injurie, y la bronca termina por convertirse en ver quien injuria más y esto de lugar a más bronca en un bucle infernal. Tanto da lo uno como lo otro, el resultado es que la crispación como manera de entender la labor política está deteriorando nuestra convivencia. Y principalmente se debe a la ambición sin escrúpulos de algunos representantes políticos que vociferan e insultan en lugar de proponer. La bronca oculta dos cosas en la mayoría de los casos; la incapacidad propositiva de quien la emplea, si está en la oposición, o la ineficacia o mera incompetencia si está en el gobierno y la utiliza como única manera de responder a las críticas a su gestión. Y dos, una profunda carencia de un principio ético que debería exigirse a cualquier persona que ostentase un cargo público: educación y respeto. Se le ha elegido por una parte de la población, pero una vez elegido, sea en la oposición o en el gobierno, ha de dar cuentas a todo el mundo de su comportamiento, y no comprender este principio es una lacra que enloda la política.
La política, que con la inestimable ayuda de algunos autodenominados gurús de la comunicación política, se ha ido simplificando
La política, que con la inestimable ayuda de algunos autodenominados gurús de la comunicación política, se ha ido simplificando. No se han centrado en cómo ayudar a comunicar y explicar mejor porqué se toma tal decisión o aquella decisión, llena de dificultades como siempre lo ha sido la política, o cómo transmitir la complejidad de gestionar un bien común. Se va al trazo grueso, porque es lo que incita las emociones, y lo que tiene una respuesta inmediata en la era de la política a golpe de Tweet. Pero la política, y su complejidad, y sus muchos matices, no caben ni en un Tweet ni en mil. La bronca, junto con la injuria es la llamada a la gloria de aparecer en los medios de comunicación llamando la atención. No por sus propuestas, ni por su brillantez u oratoria. Y como parece que los insultos y las injurias, junto a la bronca se han normalizado, y no tiene consecuencia ninguna, por qué no optar por lo fácil, y evitar así lo arduo que es hacer política, de la de verdad, de la que hay que trabajar duramente con propuestas y explicaciones.
La hipérbole es razonable emplearla en el arte, sin abusar de ella, pero en los sentimientos, en la vida cotidiana o en la política, la exageración como norma solo conduce a la tragedia o a la degradación
La hipérbole permanente: El tercer preocupante síntoma del deterioro de la vida política es un uso permanente de la hipérbole en la comunicación política, sea en el ámbito local, regional o nacional. Existe una táctica tradicionalmente empleada por los periódicos que antaño se llamaban amarillos, para los cuales cualquier información es susceptible de ser manipulada o inventada con tal de conseguir público. Se trata de en poner un titular lo más llamativo posible, para que antaño se comprara el periódico, hoy día se pinche en el enlace. Luego una vez que se lee la “letra pequeña”, la noticia o quedaba en nada o eran meramente rumores incontrastables. Esa táctica parece haberse copiado hoy día en la política: es común hacer declaraciones grandilocuentes, mientras más explosivas y llamativas mejor, y en el caso de algunos partidos vociferantes, sin ningún respeto por la veracidad. Da igual que luego todo quede en nada, agua de borrajas. Se emplea en la oposición cuando pareciera que cualquier pequeña llama en la gestión es similar a la devastación de un volcán, pero también hemos visto el ridículo en la gestión, cuando para inaugurar una pequeñísima rotonda se arremolinaban representantes públicos para caber en la foto. La hipérbole es razonable emplearla en el arte, sin abusar de ella, pero en los sentimientos, en la vida cotidiana o en la política, la exageración como norma solo conduce a la tragedia o a la degradación.
Y el común de los ciudadanos lo tenemos muy sencillo; si vemos que un político recurre al insulto o la injuria al adversario, en lugar de argumentar porque él tiene razón y el otro no, no le votemos. Si vemos que un político siempre recurre a la bronca en lugar de proponer alternativas, o explicar su posición o gestión, no le votemos. Si un político exagera siempre, utiliza una hipérbole permanente para exaltar su gestión o criticar la contraria, no le votemos. Quizá no resolvamos todos los problemas que están deteriorando nuestra democracia, pero al menos bajaremos la inflamación y eso nos permita vislumbrar dónde se encuentra el quiste y extirparlo.