Squid refinan su alquimia sonora en 'O Monolith'
Creo que no es demasiado polémico decir que el mejor rock de nuestros días es el que se está produciendo desde la escena de The Windmill. Tanto el año pasado como el anterior, varios de los mejores discos del año corrieron a cargo de grupos surgidos en torno al pub londinense, que están expandiendo las posibilidades de la música de guitarras con una creatividad desprejuiciada y omnívora. Cualquiera que me haya leído sabrá que venero a Black Country, New Road y a black midi, pero no menos devoción me inspira el tercer gran grupo en discordia: Squid. Este quinteto originario de Brighton quizás no haga canciones tan emotivas como las de BCNR, ni tan incendiarias como las de black midi; pero destacan por su versatilidad como músicos, por la riqueza de su sonido y por el enorme carisma de Ollie Judge, su batería y cantante, que transmite una energía contagiosa al desgañitarse como un demente.
'O Monolith', su segundo LP, lanzado el 9 de junio, comparte buena parte de estas características, pero las refina, dando lugar a un conjunto que quizás sea algo menos directo y salvaje, pero que desde luego es mucho más raro, en el mejor de los sentidos
Su debut, Bright Green Field (2021), ya nos había mostrado a una banda plenamente formada, que se mostraba igual de cómoda desatando tormentas de ruido y deambulando en momentos de serena contemplación. Las largas progesiones propias del krautrock resultaban hipnóticas y el vago aire siniestro que recorría todo el álbum se pegaba a la piel, creando una experiencia inmediatamente reconocible. En este sentido, O Monolith, su segundo LP, lanzado el 9 de junio, comparte buena parte de estas características, pero las refina, dando lugar a un conjunto que quizás sea algo menos directo y salvaje, pero que desde luego es mucho más raro, en el mejor de los sentidos. Los toques electrónicos y los instrumentos de viento ganan aquí protagonismo, y en general las canciones se construyen sobre la acumulación de capas y más capas de instrumentos, especialmente de percusión, que conducen a un delicioso estado de trance.
El primer single y primera canción del disco, “Swing (In a Dream)”, es el mejor ejemplo. El diálogo de las guitarras y los sintetizadores con la percusión es el eje sobre el que se construye lo demás, pero en todo momento están pasando otras diez cosas al mismo tiempo
El primer single y primera canción del disco, “Swing (In a Dream)”, es el mejor ejemplo. El diálogo de las guitarras y los sintetizadores con la percusión es el eje sobre el que se construye lo demás, pero en todo momento están pasando otras diez cosas al mismo tiempo. El estribillo es tremendamente pegadizo, y cuando parece que la cosa ya no puede mejorar, entramos en la caótica parte final, donde la banda sube los decibelios y los efectos electrónicos devoran la mezcla. Es una de las canciones más redondas que han compuesto jamás. También “The Blades” hipnotiza con las enormes interpretaciones de todos los músicos y sobre todo con su fantástico groove, construido sobre un extraño sonido rítmico que aún no consigo descifrar y una línea de bajo excepcional. Pero en esta ocasión, la canción termina con dos minutos de sutiles arpegios de guitarra que se quedan como suspendidos en el aire, sobre los cuales Judge nos regala la interpretación vocal más delicada de su carrera.
Los temas de 'O Monolith' son criaturas inestables y complejas, que mutan constantemente
Y es que los temas de O Monolith son criaturas inestables y complejas, que mutan constantemente. El caso más extremo es el de “Devil's Den”, una inquietante canción sobre la caza de brujas. Empieza también con unos arpegios de guitarra sosegados, pero amenazantes; después se suman flautas y otros instrumentos de viento, que consiguen transmitir la sensación de que algo terrible va a pasar. Entonces, justo cuando parece que la amenaza se ha disipado, la banda estalla en breves descargas de ruido ensordecedor, interrumpidas por silencios en los que de pronto suena un sintetizador de tonos escalofriantes que refuerza la atmósfera demoníaca de la canción, antes de un último tramo frenético y brutal. Todo ello ¡en apenas tres minutos! También “Green Light” oscila entre momentos de desenfreno y otros de una apacibilidad que, por el contraste, resulta casi cómica. Estos constantes juegos con la estructura y las dinámicas los acercan al rock progresivo, lo cual, junto a los ecos jazz en algunos momentos (sobre todo en “If You Had Seen The Bull’s Swimming Attempts You Would Have Stayed Away”), emparenta su sonido con el de los últimos black midi. Solo que estos últimos son más teatrales, suenan más calculados y precisos, mientras que Squid resultan más viscerales y espontáneos.
No hay más que escuchar “Undergrowth”, donde gran parte del atractivo está en el despampanante swing con el que tocan estos cinco. Aparte, claro está, del estupendo estribillo (imposible no corear ese “I'd rather melt, melt, melt, melt, melt, melt, melt away”) y el concepto de la letra: ¿y si hubiese vida después de la muerte, pero en esa vida te reencarnaras... en una mesita de noche? Este es otro ejemplo de ese terror cotidiano y raruno que tan interesante hace la música de Squid, el cual también se percibe en la letra de “Swing (In a Dream”: relata un sueño de Judge en el que vivía dentro de su cuadro favorito, El columpio de Fragonard, solo que en su sueño el apacible mundo rococó del cuadro se estaba inundando. Es la misma extrañeza que consiguen transmitir con los efectos robóticos en la voz de Judge en “Siphon Song”, la canción que evoluciona de manera más gradual en el disco, pasando lentamente de apenas un sencillo ritmo de batería y unos sintes ululantes a una vigorosa descarga sonora con guitarras distorsionadas.
Este verano, habrá ocasión de ver tanto a Squid como a black midi en el Canela Party, en Torremolinos, y si prefieres verlos en sala, Squid tocarán en Barcelona, Valencia y Madrid a finales de septiembre
No obstante, debo decir que el outro de esta canción no me termina de convencer: después de la explosión ruidista, la vuelta del mismo ritmo de batería que luego es lentamente tragado por un muro de feedback, sintes y distorsión se me hace un poco cargante. “After the Flash” también se pasa con la repetición de su sencillo y rítmico riff de guitarra y bajo, aunque lo compensa con el preciosismo del resto de instrumentos: entre otras muchas cosas, suenan un arpa, un piano eléctrico Rhodes y una trompeta que casi me arranca una lágrima. Y en general hay menos canciones que posean la inmediatez del anterior álbum: varios temas de este disco se disfrutan más por sus juegos sonoros que por sus grandes ganchos. Más allá de estos detalles, O Monolith es otra maravilla de disco de parte de una banda con una creatividad desbordante. La increíble fecundidad de la escena de The Windmill sigue deslumbrando. Este verano, habrá ocasión de ver tanto a Squid como a black midi en el Canela Party, en Torremolinos, y si prefieres verlos en sala, Squid tocarán en Barcelona, Valencia y Madrid a finales de septiembre. Si te gusta la música de guitarras más experimental, no deberías desaprovechar la oportunidad.
Puntuación: 8.3/10