'Squid redefinen el post punk en su enérgico debut'
El post punk ya vivió una segunda edad de oro a comienzos de este siglo, cuando grupos de EE.UU. como The Strokes, Interpol o The White Stripes, británicos como The Libertines, Franz Ferdinand o Bloc Party e incluso los suecos The Hives se inspiraron en el sonido del rock de finales de los setenta e inicios de los ochenta para darle al género un último momento de gloria. La música de la década pasada no destacó precisamente por basarse en la guitarra eléctrica como instrumento o en la formación clásica de banda de rock. Con el hip hop tomando el cetro como género hegemónico y el R&B alternativo convertido en el nuevo indie, el lugar del rock en la cultura es cada vez más marginal. Evidentemente, esto no significa que nadie esté haciendo rock, sino más bien que la atención está mayoritariamente en otra parte. Cuando un género llega a ese punto de saturación creativa – cuando la última ola de artistas exitosos están haciendo básicamente un refrito nostálgico de lo anterior – hay dos posibilidades: quedar reducido a una pose o reinventarse.
De lo que se trata, por tanto, no es de hacer un nuevo revival de géneros ya trillados, sino de intentar crear algo propio y excitante a partir del vasto legado que han dejado cientos de grupos en los setenta años de historia del rock
Por supuesto, ambas cosas pueden pasar a la vez. Buena prueba de que la primera opción es comercialmente viable son grupos como Greta Van Fleet o (ay) Derby Motoreta's Burrito Kachimba. En el caso del post punk, sin llegar a ese extremo autoparódico, grupos bastante aplaudidos como IDLES o Shame no destacan precisamente por alterar las fórmulas de sus predecesores. Pero está claro que hay quienes están intentando aprovechar la menor atención popular al género para arriesgarse y experimentar. La forma que está tomando esa innovación, tan difícil a estas alturas, es más bien la de la combinación creativa de influencias. Esta ha sido al fin y al cabo la manera en que ha avanzado el arte desde tiempo inmemorial; con más razón en un momento en que todas esas influencias son más accesibles que nunca a través de internet. Esto además está permitiendo que la atención se dirija hacia los grupos más heterodoxos e idiosincráticos, cuyo espíritu coincide con las necesidades actuales, como Slint, reivindicados por Black Country, New Road o los granadinos Ramper. De lo que se trata, por tanto, no es de hacer un nuevo revival de géneros ya trillados, sino de intentar crear algo propio y excitante a partir del vasto legado que han dejado cientos de grupos en los setenta años de historia del rock.
Eso es exactamente lo que hacen los británicos Squid, parte de una nueva hornada de grupos a los que se está clasificando como post punk, pero que claramente se salen de guiones preestablecidos. Su debut, Bright Green Field, contiene bajos prominentes como en el mejor post punk, ritmos de batería constantes como en el mejor Krautrock, guitarras con tonos de rock alternativo; pero también vientos metal y efectos electrónicos y un instrumento medieval llamado racket y sintetizadores extraños; momentos casi ambient y otros casi metaleros. No en vano, lo edita Warp Records, el legendario sello de electrónica que lanzó los trabajos más importantes de Aphex Twin. Estamos ante un cóctel explosivo de una intensidad por momentos prodigiosa, bien aderezada con unas letras sencillas pero efectivas, que crean en conjunto un mundo en el que es fácil perderse. El aire distópico que envuelve el proyecto, confirmado por la propia banda cuando explican sus fuentes de inspiración, conecta con el ambiente social en que vivimos. Pero no se trata de un disco pesimista o plomizo: contiene demasiada energía como para caer en esos registros. Las amenazas que pueblan el disco son más bien difusas, difíciles de localizar a simple vista, pero ineludibles, como el aire contaminado que respiramos.
Sin duda ayuda a la potencia de estas líneas, y en general de los textos del disco, la exaltada voz del vocalista principal de la banda, el batería Ollie Judge
En un momento como el actual, en medio de la lucha por acabar con las patentes de las vacunas en plena pandemia, no se me ocurre una imagen más inquietante que la que dibujan las primeras líneas de la canción inicial, “G.S.K.” (así llamada por la farmacéutica británica Glaxo-Smith-Klein): “el sol se pone en el edificio de Glaxo-Klein: es la única manera en que puedo medir el paso del tiempo”. Sin duda ayuda a la potencia de estas líneas, y en general de los textos del disco, la exaltada voz del vocalista principal de la banda, el batería Ollie Judge. Ya sea lamentando la insensibilización que genera la exposición constante a malas noticias en “Global Groove”, explorando la alienación de quienes nos incorporamos al mundo del trabajo en “Paddling”, o invocando al fantasma de la novelista de ciencia ficción Anna Kavan en “Peel St.”, los ladridos de Judge hacen mucho por situarnos en el tono emocional del disco. De hecho diría que no por causalidad la canción que menos funciona es “2010”, que prescinde por completo de su voz y opta en cambio por un dueto de voces cruzadas entre Louis Borlase y Anton Pearson que resulta algo desacompasado.
Cuando mejor suena el disco, en cambio, es cuando las canciones se construyen a fuego lento a partir de un ritmo constante. Squid, como buenos estudiosos del Krautrock (y de Steve Reich), entienden muy bien lo poderosa que es la repetición, tanto en lo musical como en lo lírico. Como ejemplo de lo primero tendríamos “Pamphlets”, un cierre perfecto para el álbum, cuya energía incontenible destaca incluso en el contexto de este álbum tan dinámico. Las múltiples fases por las que pasa le permiten ir sumando elementos a la base rítmica, conduciendo todo ello a dos minutos finales arrolladores. La letra sobre alguien que solo se informa a partir de propaganda fascista también redondea temáticamente el disco. En cuanto al efecto de la repetición lírica, no hay mejor ejemplo que “Documentary Filmmaker”, la canción más tranquila del disco. La letra habla de un director de documentales que graba en un hospital para pacientes con anorexia. Con muy pocas frases, Judge nos transmite la perspectiva de una paciente de este hospital que, mientras el director se marcha y obtiene prestigio por su película, debe quedarse a ver pasar el tiempo. Por eso resulta tan escalofriante la repetición obsesiva de dos simples frases, “hacía calor en verano, pero nevaba en febrero”: se convierten en la triste constatación de que la paciente sigue atascada en el mismo sitio.
Cuando la canción se convierte en un caos de disonancia y guitarrazos, la monótona voz de Murphy ya resulta inquietante; pero por si acaso esto no era suficiente, al final Murphy empieza a chillar que “interpretará su papel” mientras la banda aumenta los decibelios y un sintetizador la acompaña en su locura
Mención aparte merece “Narrator”, el primer single y sin duda la obra maestra del grupo. Es la canción más larga y compleja del álbum, con las guitarras más libres y creativas y los momentos más extremos pugnando a lo largo de sus ocho minutos y medio. Pero además contiene la historia más sugerente: inspirado por la película china Long Day's Journey into Night (2018), Judge quiso escribir una letra desde el punto de vista de un narrador poco fiable. Entonces habló con Martha Skye Murphy, quien le dijo que ese tropo habitualmente se ha usado con personajes masculinos controladores, y le propuso encarnar ella misma al personaje femenino que intenta escapar del control del narrador. Cuando la canción se convierte en un caos de disonancia y guitarrazos, la monótona voz de Murphy ya resulta inquietante; pero por si acaso esto no era suficiente, al final Murphy empieza a chillar que “interpretará su papel” mientras la banda aumenta los decibelios y un sintetizador la acompaña en su locura. El efecto no podía ser más poderoso.
En cualquier caso, la fortaleza del álbum no está en ninguna canción individualmente, sino en el conjunto. La excelente producción a cargo de Dan Carey (Fontaines D.C., Kae Tempest) ayuda a que las texturas sean ricas y al mismo tiempo el sonido sea robusto. Además, el grupo derrocha creatividad; la sensación que transmiten es la de que cualquier instrumento puede jugar cualquier papel, dependiendo del momento: ahí está el bajo de “Paddling”, que al principio se limita a dar unas notas de color, para después empezar a llevar el peso rítmico; o la combinación de vientos metal y guitarra con la que crean la base de “Documentary Filmmaker”, sobre la cual un órgano improvisa dulcemente. Todo depende de lo que necesite cada canción. Así, podemos decir que Bright Green Field es un disco excelente, pero además es la demostración de que Squid no se conforman con revivir el post punk: quieren redefinirlo. Por ahora van por muy buen camino.
Puntuación: 9/10
- Si quieres escucharlo, pincha en el siguiente enlace: Squid – Bright Green Field