El poder de la imaginación

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 22 de Marzo de 2020
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'Sacas las ideas de soñar despierto. Y sacas ideas de estar aburrido.

Las ideas te vienen todo el tiempo.

La única diferencia entre los escritores

y el resto de la gente es que nosotros lo advertimos cuando lo estamos haciendo'. Neil Gaiman

En estos tiempos de naufragio hemos de agarrarnos a lo importante, y dejar de lado aquello que no lo es. La imaginación bien conducida es una de las herramientas más poderosas que poseemos, aprendamos a emplearla, ahora más que nunca.

El poder de la imaginación es tal que en un niño o una niña es capaz de convertir cualquier objeto cotidiano en el origen de una aventura mágica, y cuya renuncia, marca el angustioso paso de la infancia a eso que hemos denominado madurez

El ser humano es lo que es debido a su capacidad para imaginar, para crear ideas, para trascender el gris allí donde los sentidos se detienen, y convertirlo en un arcoíris de colores. Filósofos, poetas y científicos han debatido durante interminables siglos el origen de la imaginación humana, su bondad o maldad, sus límites y aporías, o la sensación de libertad y de trascendencia que es capaz de otorgarnos. Si por algo las fuerzas represivas de la historia han tratado incansablemente de limitarla, no es  solo por la imposibilidad de controlarla, sino por la esperanza que es capaz de otorgarnos, incluso en los terrenos más yermos del ser humano. El poder de la imaginación es tal que en un niño o una niña es capaz de convertir cualquier objeto cotidiano en el origen de una aventura mágica, y cuya renuncia, marca el angustioso paso de la infancia a eso que hemos denominado madurez.

Criticamos el exceso de imaginación, como si pudiera existir exceso de ese poder maravilloso que trasciende lo cotidiano y lo convierte en extraordinario. Observamos con perplejidad o desprecio a aquellas personas que aún conservan esa chispa que nuestra sociedad está tan empeñada en constreñir y delimitar, como si estuvieran locos y hubieran perdido el juicio. Nosotros los responsables, aquellos que hemos corregido ese defecto que impregnaba nuestra infancia, y hemos limitado adecuadamente nuestra imaginación, actuamos como juez y jurado y calificamos de locos a los que viven con ardor en ese esotérico mundo de la imaginación. Quién sabe si esas personas que son capaces de brillar tanto que nos deslumbran, al no haber perdido el poder de la imaginación, sean los únicos cuerdos en un mundo enloquecido.

El mejor ejemplo para comprender la riqueza de la imaginación, tan peculiarmente anclada a nuestro cerebro, es la sinestesia, ese aparente desorden que mezcla los sentidos por un problema del sistema límbico, al que la neurobiología atribuye el control de las emociones, la memoria y la atención

Prisioneros de este miedo a dejar volar la imaginación, ni siquiera somos conscientes que nuestro cerebro crea continuamente la realidad imaginando cosas que no están ahí. Los colores solo existen en nuestro cerebro, no en el universo. Así de maravilloso y peculiar resulta ese filtro perceptivo por el que pasa todo aquello que creemos existe en la realidad, pero la realidad solo existe porque la creamos, porque nuestro cerebro ordena el caos, rellena los huecos de la percepción a través de la imaginación, y dota de coherencia y sentido aquello que de por sí no lo tiene. El mejor ejemplo para comprender la riqueza de la imaginación, tan peculiarmente anclada a nuestro cerebro, es la sinestesia, ese aparente desorden que mezcla los sentidos por un problema del sistema límbico, al que la neurobiología atribuye el control de las emociones, la memoria y la atención. Una persona que padece esta anomalía al ver un número lo asocia inmediatamente con un color, para un sinestésico, el 4 puede ser verde, mientras que para otra persona que también padezca esta disfunción, podría ser azul. Igualmente se han dado casos de músicos como Oliver Messiaen que ve colores al leer una partitura, y al ver colores, su imaginación le sugiere música.

Todos nacemos sinestésicos, es a partir del primer y segundo año cuando se produce una especie de poda de los enlaces entre neuronas. En el sinestésico ese proceso falla, y por tanto permanecen tal y como nacen, o al menos más cercanos a la configuración original. En cierto sentido los normales somos la anomalía, mientras que ellos deberían ser lo normal, si la evolución, hubiera tenido algo de sentido del humor y sensibilidad estética. Richard Gregory, profesor de neuropsicología, destaca las ventajas que tienen los que padecen esta anomalía, pues la mezcla de sentidos les facilita y mejora todos los procesos memorísticos. Imagina lo difícil que es recordar nombres, y lo fácil qué te resultaría si pudieras asociar un nombre a un color. Más allá de la anécdota es cierto que su exposición sensorial es más compleja, pero con un poco de imaginación, cómo no, esta puede ser una gran ventaja frente a los normales.

Adaptarnos a esa encrucijada es esencial para comprender el poder de la imaginación, lo importante que es aceptarla como parte esencial de nuestro ser, y convertirla en una herramienta que nos ayude no solo a sobrevivir, como pretende lo biológico que hay en nosotros, sino a encontrar sentidos allí donde se pueda, y donde no, a crearlos, como pretende aquello que trasciende lo meramente biológico

Somos, biológicamente, seres hechos para imaginar. Nuestro cerebro está diseñado para ello, pues es una de las herramientas más poderosas para la supervivencia, y toda fuerza vital en última instancia aspira a sobrevivir, minimizar aquello que nos perjudica, maximizar aquello que nos refuerza.  Uno de los efectos de este proceso es precisamente lo falible que puede resultar la memoria, pues todo pasa por el filtro de la interpretación, y con el paso de los años los huecos en lo vivido tienden a rellenarse más y más con lo que nuestra mente, según crea adecuado para protegernos, añade. Nada fue realmente como lo recordamos, nada es realmente tal y como lo experimentamos, nada será realmente tal y como imaginamos. Adaptarnos a esa encrucijada es esencial para comprender el poder de la imaginación, lo importante que es aceptarla como parte esencial de nuestro ser, y convertirla en una herramienta que nos ayude no solo a sobrevivir, como pretende lo biológico que hay en nosotros, sino a encontrar sentidos allí donde se pueda, y donde no, a crearlos, como pretende aquello que trasciende lo meramente biológico.

La principal dificultad procede de que todo el mundo imaginamos, todos poseemos en principio ese superpoder, todos tenemos ideas, pero como rara vez nos han enseñado a educar la imaginación, a incentivar la creatividad, y lo más importante ordenarla, todo ese potencial queda desperdiciado. Cuántas veces hemos oído a algún arrogante jefecillo que desprecia el componente creativo de un trabajo decir que ellos te dan la idea, que es lo esencial, y tú ya has de pulirla y hacer que funcione. No, tan importante como tener una idea, es imaginar cómo puede funcionar, y el arduo esfuerzo que conlleva lograrlo. El problema es de origen, en nuestro sistema educativo, y posteriormente en el laboral, al igual que no se educan las emociones, tampoco se educa la creatividad.

Vale tanto para que el amor y la convivencia funcionen, como para aceptar cuando ya no funcionan

Despertar la imaginación, y lo más importante, aprender a gestionarla implica primero mantener la curiosidad que continuamente nos arrebatan. No hagas preguntas tontas, te decían de niño cuando no querían responderte, o no sabían, más probablemente. No digas estupideces, te dicen de adulto cuando planteas algo que se sale del cauce establecido, sin tener ni siquiera la posibilidad de explorar la idea. Proceso esencial es el explorar el desarrollo de cualquier idea creativa, sin importar que al final la idea quede descartada, pues el aprendizaje que se produce es tan valioso, o casi, como si la idea imaginada hubiera funcionado. No hemos de poner cortapisas a la curiosidad,  y hemos de alentar nuestra innata capacidad para cuestionar, sea algo esencial o meramente anecdótico. No hay otra forma de crear o imaginar, sino es poniendo en cuestión lo que se da por hecho. Y vale tanto para la ciencia, como para el arte, tanto para disfrutar de la vida y encontrar sentido, como para encontrar soluciones ante lo que parece no tenerlo en otros ámbitos de la vida.  Vale tanto para que el amor y la convivencia funcionen, como para aceptar cuando ya no funcionan.

Neil Gaiman, escritor, nos anima a no dejar de hacernos dos preguntas; tan válidas para lo que él hace, como para cualquier otra actividad que necesite del impulso de la imaginación y la creatividad; la primera pregunta es ¿y sí…? Con esta pregunta podremos dejar de lado aquello por la inercia de la costumbre hacemos, hábitos que se han convertido en vicios y que nos impiden ver más allá de lo que tenemos delante, un aderezo de un poco de atrevimiento puede impulsarnos a encontrar respuestas no habituales a preguntas que casi hemos olvidado a qué se debían, al dejar de hacerlas. La otra gran pregunta que el autor nos recomienda es ¿y si al menos?, que es el segundo paso tras abrir nuestra mente a oportunidades y escenarios que antes se antojaban cerrados, y nos da la oportunidad de explorar esas posibles respuestas y tener alternativas, algo a lo que estamos tan desacostumbrados, que cuando alguien nos sorprende con y si al menos hoy hacemos algo diferente, tendemos a mirarle con la desconfianza propia de alguien estrafalario. Algo mejor nos iría si esas dos preguntas las incorporáramos al acervo de hábitos que han de convertirse en virtudes, no en vicios.

A través de la imaginación siempre podemos vislumbrar escenarios donde las cosas ordinarias se conviertan en extraordinarias, sin caer, todo hay que decirlo, en la estupidez, que desgraciadamente es un virus contemporáneo que confunde diversión con hacer el idiota

Dudar y temer al poder de la imaginación es parte de nuestro acervo biológico, el  miedo ante lo desconocido, durante cientos de miles de años, esa precaución ha sido salvaguarda de nuestra supervivencia, pero hoy día hemos de permitir que no nos paralice en exceso, y evite nuevos mundos por descubrir, nuevos amigos que hacer, nuevos juegos que experimentar. A través de la imaginación siempre podemos vislumbrar escenarios donde las cosas ordinarias se conviertan en extraordinarias, sin caer, todo hay que decirlo, en la estupidez, que desgraciadamente es un virus contemporáneo que confunde diversión con hacer el idiota. Un poco de sentido común, como añadido, que no cortapisas a la imaginación, puede resultarnos útil para no convertirnos en ese  idiota patológico. A lo que habría que añadir otro esfuerzo, perder esa sensación de ridículo a la que nos obliga la manera en la que hemos crecido, que nos obliga a  repudiar todo aquello que se sale de lo normal.

Se dice, con toda la razón, que el peor miedo de un escritor es una hoja en blanco, como de un escultor una masa amorfa, de un pintor un lienzo impoluto. El fracaso se encuentra en no coger los pinceles, las herramientas, el teclado o la pluma y comenzar a manchar ese impoluto color; llenarlo de todo aquello que se nos venga en mente, porque el poder de la imaginación hará el resto, luego llegará la ardua tarea de dotar nuestra creación de orden y sentido, que es algo que también necesita práctica, pero quién dijo que pasar de ser un tipo aburrido a alguien con la magia de la imaginación iba a resultar fácil.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”