'Mdou Moctar vuelven con más furia que nunca'
La irrupción del nigerino Mdou Moctar en el panorama internacional en los últimos cinco años ha sido fulgurante. Primero consiguió captar la atención del público occidental con Ilana (The Creator) (2019), para después fichar por Matador Records y terminar de conquistar a todo el mundo con el magnífico Afrique Victime (2021), en mi opinión uno de los mejores discos de rock de lo que va de década. Su particular interpretación del assouf o tishoumaren, también conocido como “blues del desierto”, pone el énfasis en los elementos psicodélicos tanto del rock como de los géneros musicales del África Occidental de los que bebe, además de mostrarlo como un auténtico guitar hero con un estilo enfebrecido y radical como instrumentista. A todo ello se le suma la calidad de sus composiciones, su poderosa voz, y el músculo de Matador tanto en el aspecto de la producción como en el promocional. El resultado es que Mdou Moctar se ha convertido en el artista más potente y con mayor proyección de este estilo musical surgido entre los tuareg del Sahara desde los legendarios Tinariwen.
En coherencia con esta dirección lírica, el sonido de la banda es más ruidoso, más duro, aún más incendiario que en los momentos más rockeros de 'Afrique Victime', acercándose por momentos incluso al heavy metal
Después de una larga gira mundial, Moctar y su grupo grabaron su nuevo LP, Funeral for Justice, el año pasado. Lanzado finalmente el 3 de mayo, se trata de un disco más directo y furioso, tanto en el aspecto musical como en el político. Las letras del nigerino siempre han tenido un componente de denuncia, como es habitual en el assouf, pero en esta ocasión ese aspecto está en primer plano con mayor agudeza. No es de extrañar, dada la gravedad de la situación en el país africano, con el golpe de Estado del año pasado y la crisis diplomática desatada a raíz de él. En coherencia con esta dirección lírica, el sonido de la banda es más ruidoso, más duro, aún más incendiario que en los momentos más rockeros de Afrique Victime, acercándose por momentos incluso al heavy metal. Esto se ve de manera evidente desde los primeros compases de la primera canción, que da nombre al disco: la guitarra de Moctar ruge y arrambla con todo, mientras la batería golpea con una potencia inusitada; la canción va dirigida a los líderes políticos africanos, señalando su corrupción y su servilismo ante Occidente. En apenas tres minutos, la banda deja claro por dónde va a ir el álbum.
Esta fuerza arrolladora reaparece en la mayoría de cortes
Esta fuerza arrolladora reaparece en la mayoría de cortes: “Sousoume Tamacheq” contiene algunos de los solos más rabiosos de la carrera de Moctar, mientras la letra señala la necesidad de unidad entre los tuareg; “Oh France” critica las políticas neocoloniales de la antigua metrópoli, mientras el grupo toca con toda su energía en las diversas fases de la canción. “Imouhar”, cuya letra exhorta a los tuareg a preservar su lengua, el tamashek, frente al uso exclusivo del francés, parece que va a ir por otros derroteros con ese inicio donde el sonido está amortiguado, pero al cabo de un minuto la guitarra de Moctar vuelve a atronar con su estilo ácido y frenético, que tanto recuerda a Jimi Hendrix. Todas estas canciones comparten el mismo patrón rítmico en las estrofas, con el bajo acompañando el toque de la caja, lo que le da una cadencia muy particular. Y todas son buenas canciones; pero es cierto que el mayor énfasis en la guitarra y el ruido aplana un poco las mezclas, y esa uniformidad me lleva a sentir que al disco le falta algo de la variedad y la profundidad de Afrique Victime.
Moctar canta mejor que nunca, y al terminar el estribillo hay un momento en que la batería retumba con un vigor brutal, antes de enfilar una recta final salvaje, en la que se escuchan varias veces los alaridos de la banda
Precisamente “Tchinta” es un buen ejemplo de ese mayor dinamismo ausente en el resto del tracklist, sin renunciar tampoco al estilo afilado de todo el álbum. La intro crea tensión, después hay una transición serpenteante antes de que entre el ritmo trotón de siempre, sobre el cual la guitarra trenza melodías más luminosas; Moctar canta mejor que nunca, y al terminar el estribillo hay un momento en que la batería retumba con un vigor brutal, antes de enfilar una recta final salvaje, en la que se escuchan varias veces los alaridos de la banda. Es muy similar a las canciones antes mencionadas, pero la sensación es que respira mejor, que evoluciona con más paciencia. Por otra parte, no es que no haya canciones acústicas, más lentas, pero no llegan a alcanzar ese sublime punto psicodélico, de llevarte al trance, que tenían los temas en esa línea del álbum anterior. En “Takoba”, Moctar canta con un tono susurrante que no me termina de convencer, mientras que “Modern Slaves”, paradójicamente, es una despedida algo lánguida para un disco tan potente.
Diría que “Imajighen” es la mejor canción de ese registro calmado
Diría que “Imajighen” es la mejor canción de ese registro calmado. La guitarra acústica, en lugar de la eléctrica, y el djembe, en lugar de la batería, dejan más espacio para que apreciemos el diálogo de las voces de Moctar y el resto del grupo, lo que nos permite conectar con el elemento espiritual que también está presente en el assouf. Así pues, en mi opinión, Funeral for Justice es un muy buen disco cuyo único defecto es no alcanzar las altísimas cotas de su predecesor. Mdou Moctar y su banda demuestran aquí que son capaces de canalizar la rabia por la situación política de su país tocando a todo volumen. Desde luego, a los amantes del rock más clásico les entusiasmará escuchar un disco tan orgullosamente heredero de los grandes intérpretes de la guitarra eléctrica. Y estoy seguro de que verlos en directo en su ambiciosa gira de este verano será una experiencia trascendental. Tenemos guitar hero para rato.