'black midi desafían a su público con mucha clase'
Ya está aquí, por fin ha llegado: el álbum que completa la Santísima Trinidad del post punk más vanguardista en este 2021. Después de manifestarse el Hijo y el Espíritu Santo, faltaba que hablase el Padre, el grupo más veterano, quienes ya habían publicado un LP anteriormente. black midi nos pillaron a todos por sorpresa con Schlagenheim (2019) y prometían seguir retorciendo su particular cruce de post punk, math rock y experimentación desenfrenada. Pero no creo que ni el más aventurado se esperase la locura que desatan los londinenses en este Cavalcade, uno de los discos más exigentes, idiosincráticos y francamente raros que he escuchado en los últimos tiempos.
Y no es porque no contenga momentos dulces y agradables. “Marlene Dietrich” es con diferencia la canción más bonita que jamás han compuesto. En coherencia con su título, se trata de una canción de factura clásica, una balada con arreglos de cuerda, una suave pero palpitante guitarra acústica, y un bajo que le da cierto swing. Unido todo esto a capas y capas de instrumentación de sonido cristalino, black midi crean una especie de versión en HD del Berlín de los 20 y 30 al que nos transporta la letra, referencia al Mackie Navaja de Brecht incluida. El grupo vuelve a este tono en varios momentos de la titánica “Ascending Forth”, y tanto “Diamond Stuff” como “Chondromalacia Patella” contienen pasajes o elementos de un registro igualmente pausado, tranquilo, contemplativo incluso. Precisamente por eso los momentos de atronadora distorsión y los cambios de ritmo demenciales que caracterizan el resto del álbum resultan aún más desconcertantes.
Estas pausas y vueltas a arrancar están por toda la canción, pero mutan ellas mismas, se entrecortan, se desparraman. Violines y saxofones contribuyen al caos, que encaja a la perfección, de nuevo, con esa letra sobre un gobernante populista y nacionalista al que la masa acaba por despedazar
No hay más que escuchar la canción anterior a “Marlene Dietrich”, la pantagruélica y apocalíptica “John L”. Ese inicio tan marcial que golpea como un martillo da paso a unos tambores llenos de eco que dan profundidad al sonido mientras unas guitarras disonantes se entrecruzan, y después ese bajo que retumba y acompaña la voz de Geordie Greep conduce a un corte abrupto y violento, unos segundos de silencio, y de nuevo vuelta a la carga. Estas pausas y vueltas a arrancar están por toda la canción, pero mutan ellas mismas, se entrecortan, se desparraman. Violines y saxofones contribuyen al caos, que encaja a la perfección, de nuevo, con esa letra sobre un gobernante populista y nacionalista al que la masa acaba por despedazar. Probablemente sea la canción más extraña del álbum, pero también la más lograda.
El resto de cortes discurren cada uno por su propio camino. Mientras que “Hogwash and Balderdash” parece concentrar estos intensos requiebros en apenas dos minutos y medio, tirando de percusión salvaje y una letra absurda
El resto de cortes discurren cada uno por su propio camino. Mientras que “Hogwash and Balderdash” parece concentrar estos intensos requiebros en apenas dos minutos y medio, tirando de percusión salvaje y una letra absurda, “Slow” opta por una vía más siniestra, hablando del lento deterioro de la vida en la única dirección posible, la muerte, con momentos de una oscuridad solemne y otros más dinámicos en los que los saxofones suenan con energía. “Dethroned” despliega el sonido más directo y rockero, siendo la canción que más puede recordar a Schlagenheim, y funciona estupendamente salvo por ciertos problemas con la mezcla de la voz de Greep en el clímax final. “Diamond Stuff” crea un ambiente tenso y oscuro con unas simples notas de guitarra, dejando mucho espacio en la mezcla, el cual van ocupando alternativamente múltiples instrumentos con unas pocas notas. En mi opinión, este es el corte menos redondo, pese a su interesante final, porque no logra mantener mi atención durante los cuatro minutos de quietud inicial. Admito que esto puede ser problema mío, por aquello del multitasking y los periodos de atención cada vez más cortos, pero tampoco me convence mucho la voz de Cameron Picton en este caso (mientras que en “Slow” funciona a la perfección).
En cualquier caso, dentro de esta enorme variedad, lo que unifica realmente el disco es el buen gusto de los arreglos, las excelentes composiciones y el virtuosismo instrumental de los londinenses (ojo al trabajo de Morgan Simpson en la batería, tanto cuando toma un papel protagonista como cuando se limita a sostener el conjunto en segundo plano). Hay que destacar además que el jazz se ha convertido en una parte importante del cóctel de estilos del grupo, tanto a nivel compositivo como instrumental. No hay más que escuchar las estrofas de la maravillosa “Chondromalacia Patella”, con ese piano, ese órgano, esos saxofones. Dicho sea de paso, esta es la canción con el significado más curioso: su título es el nombre médico del dolor crónico de rodilla, y la letra habla de esta dolencia a través de metáforas de una belleza paradójica. Es innegable que este cuarteto (reducido ahora a trío mientras el guitarrista, Matt Kwasniewski-Kelvin, se toma un descanso para cuidar su salud mental) crea desde un punto de vista único, sui generis, sin miedo a que el público lo encuentre extraño o difícil de seguir.
Una guitarra acústica de luminosos tonos folk es el único instrumento durante dos minutos, e incluso cuando se van sumando multitud de otros sonidos, el tono general de la canción y sobre todo del estribillo es tan optimista como esas cuartas ascendentes que la letra ensalza una y otra vez
Precisamente sobre esto trata, no sin ironía, la última canción, “Ascending Forth”. La letra cuenta la historia de Mark, un escritor que atraviesa un bloqueo creativo e intenta escapar del mismo creando algo diferente y rompedor pero que, cuando recibe críticas unánimes a su trabajo, vuelve a escribir las mismas fórmulas seguras que siempre le han funcionado. Esta historia sobre la derrota del espíritu creativo ante la presión por hacer arte accesible resulta especialmente graciosa dado que se trata precisamente de una de las canciones más accesibles del disco. Una guitarra acústica de luminosos tonos folk es el único instrumento durante dos minutos, e incluso cuando se van sumando multitud de otros sonidos, el tono general de la canción y sobre todo del estribillo es tan optimista como esas cuartas ascendentes que la letra ensalza una y otra vez.
Esta pequeña broma muestra que black midi, pese a sus pretensiones, tienen sentido del humor: ¿a quién no le va a gustar una cuarta ascendente, una melodía vocal agradable, un estribillo pegadizo? A nosotros también, parecen decir. Aunque tengáis que escuchar cuarenta minutos de caos sonoro para llegar ahí. Diría que se trata del menos adictivo de los tres discos de rock de este año mencionados al principio, pero hay que reconocerlo: se trata de una obra de una ambición asombrosa. No era en absoluto obvio qué podían hacer después de un álbum tan peculiar como Schlagenheim, pero no han dejado lugar a dudas: black midi es uno de los grupos de rock más creativos de este siglo, y su trayectoria seguramente marque nuevos rumbos posibles para un género que parece estar preparado para un renacimiento creativo. Ojalá pronto podamos escuchar a estos grupos en vivo y vivir con todo el cuerpo ese renacer.
Puntuación: 8.4/10
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Si quieres escucharlo, pincha en el siguiente enlace: black midi – Cavalcade