“Los mejores sindicalistas de CCOO son los que mató Franco en Madrid”

Hace una semana pude leer en El Independiente de Granada (18/3/2025) la denuncia que había realizado las CCOO de Granada, a través de su Secretario General, Daniel Mesa, sobre un joven que atacó verbalmente a dos sindicalistas de esta central cuando hacían campaña electoral en la Facultad de Relaciones Laborales de la UGR . Según los sindicalistas éste joven, al parecer con rostro desencajado y tono amenazante, les espetó, a modo de reproche, lo que viene en el título. Y también, al parecer, añadió que los de CCOO eran unos “sinvergüenzas” y unos “comegambas”.
Mi estupor no residía en la crítica –ésa es legítima y por la libertad de expresión lucharon desde sus inicios en la dictadura los militantes de CCOO-, sino en la ignorancia sobre la historia reciente del movimiento obrero español de un supuesto alumno de esta Facultad, tan relacionada con el mundo del trabajo
Me quedé algo aturdido, de entrada, aunque no era una sorpresa pues, desde su nacimiento, no ha sido la primera ni será la última vez que se ataca a los sindicatos de clase y, especialmente, a las CCOO. Mi estupor no residía en la crítica –ésa es legítima y por la libertad de expresión lucharon desde sus inicios en la dictadura los militantes de CCOO-, sino en la ignorancia sobre la historia reciente del movimiento obrero español de un supuesto alumno de esta Facultad, tan relacionada con el mundo del trabajo. O de su maledicencia, o las dos cosas al mismo tiempo. No sé. En primer lugar, porque ¿cómo se puede decir que los mejores sindicalistas de CCOO son los que murieron en la dictadura? No quiero pensar que esa frase, un tanto equívoca, se refiera a que el mejor sindicalista, es el sindicalista muerto. No. Más bien quiero pensar que se refería a que los sindicalistas de “entonces” fueron unos verdaderos héroes, frente a los “paniaguados” de ahora. Y si es así, mi estupor inicial se tornó en pesadumbre porque, a mi juicio, demuestra una ignorancia supina de lo que ha sido y es el movimiento obrero.
Sí, la dictadura, represalió a muchos sindicalistas de CCOO porque se había convertido en la espina dorsal de la lucha antifranquista, porque cualquier huelga –y hubo muchas- no era sólo un conflicto laboral, sino de orden público
Porque, ciertamente, muchos militantes de CCOO murieron en Madrid, como Pedro Patiño en 1971 en Leganés o los más conocidos abogados laboralistas de Atocha en enero de 1977; pero también en la huelga de El Ferrol de marzo de 1972 o en San Adriá del Besós en 1973 o en Vitoria en 1975, entre otros muchos lugares, pero para no ir más lejos y no enumerar más puntos negros que salpicaron toda la geografía española, no tendría que irse tan largo porque en la memoria colectiva del movimiento obrero granadino sigue presente la trágica huelga de la construcción de julio de 1970 que se saldó con cientos de heridos de bala y la muerte de tres albañiles: Cristóbal Ibáñez Encinas, Manuel Sánchez Mesa y Antonio Huertas Remigio. Sí, la dictadura, represalió a muchos sindicalistas de CCOO porque se había convertido en la espina dorsal de la lucha antifranquista, porque cualquier huelga –y hubo muchas- no era sólo un conflicto laboral, sino de orden público y, de ahí, que muchas balas fueran al aire… de los pulmones. Y llenó comisarías y cárceles como puede apreciarse en las miles de sentencias condenatorias del Tribunal de Orden Público (TOP), siendo las de CCOO, por cierto, las más numerosas, junto a los militantes del PCE y otras organizaciones de izquierda. Pero no sólo el régimen franquista, porque pocos saben que ETA , por ejemplo, se cobró la vida de doce sindicalistas de CCOO entre 1978 y 2001.
Portada del libro de Alfonso Martínez Foronda, 'La lucha del movimiento obrero en Granada. Por las libertades y la democracia. Pepe Cid y Paco Portillo, dos líderes, dos puente', prologado por Luis García Montero.
Esto es un déficit peligroso, no tanto para que no se repita la historia –que también- sino para inocular el virus de la intolerancia contra cualquier totalitarismo (fascismo o estalinismo) y, de paso, crear y alimentar un espíritu crítico que erradique la violencia como fórmula para solucionar los múltiples y complejos problemas a los que asistimos en las sociedades modernas
Y ese es el problema. La ignorancia, el desconocimiento de nuestra propia historia. Algunos llevamos clamando en el desierto porque en los centros educativos (desde Secundaria a Universidad) se explique qué fue realmente la dictadura de Franco y quiénes y cómo fueron creando una escuela de ciudadanía que coadyuvó la conquista de las libertades democráticas. Esto es un déficit peligroso, no tanto para que no se repita la historia –que también- sino para inocular el virus de la intolerancia contra cualquier totalitarismo (fascismo o estalinismo) y, de paso, crear y alimentar un espíritu crítico que erradique la violencia como fórmula para solucionar los múltiples y complejos problemas a los que asistimos en las sociedades modernas. El conocimiento de la historia ayuda a respetar y a comprender las posiciones del otro y, sobre todo, a no precipitarse en conclusiones facilonas dictadas por el desconocimiento o el desprecio.
No. Ninguno de ellos quiso ser un héroe, aunque sabían que su acción sindical en un régimen dictatorial conllevaba detenciones, años de cárcel, listas negras, despidos, torturas o, simplemente, la muerte. No quisieron ser héroes, no, pero sí tuvieron comportamientos heroicos porque desde el compromiso efímero de unos, hasta la firme voluntad militante con más largo recorrido de otros, todos contribuyeron, de alguna forma, a la necesaria resistencia contra la dictadura para la conquista de las libertades democráticas. Era, simplemente, una cuestión de dignidad de clase.
Quienes nunca han experimentado en su médula espinal el dolor punzante de la represión y, desde el gatillo fácil de la palabra, retrepados en un cómodo sillón o quienes hacen la revolución a la sombra de una copa y se permiten juzgar conductas ajenas sin aproximarse a la epidermis de quienes la padecieron, no sólo cometen una injusticia, sino que, simplemente, los insultan
Quienes nunca han experimentado en su médula espinal el dolor punzante de la represión y, desde el gatillo fácil de la palabra, retrepados en un cómodo sillón o quienes hacen la revolución a la sombra de una copa y se permiten juzgar conductas ajenas sin aproximarse a la epidermis de quienes la padecieron, no sólo cometen una injusticia, sino que, simplemente, los insultan. El franquismo era el miedo, sin más. Y el miedo, siempre ha sido libre. Y es que recordar la épica del pasado sirve a veces para desacreditar el presente. Son estrategias reaccionarias que utilizan el elogio como arma arrojadiza. Como afirma Luis García Montero, “se trata de la operación de admirar a los héroes de ayer para inmediatamente desacreditar a los luchadores de hoy”. Porque, ciertamente, detrás de ese elogio está la descalificación sin más, desde el desconocimiento de los procesos históricos que conllevan también formas, actitudes, contenidos y estrategias de lucha distintas. En fin, que los ejemplos de heroicidad merecen admiración, pero la falta de heroísmo nunca puede ser motivo de escarnio público.
Porque ellos y ellas siguen siendo, con su voluntad militante, los sustentadores de los derechos sociales y del trabajo digno, incluido el de los que los insultan verbalmente. Porque, sencillamente, nada nos ha sido regalado
Supongo que de nada vale decirle a ese alumno que nunca el pasado fue mejor, que detrás ese exabrupto reina la ignorancia porque, de seguir de cerca el movimiento sindical desde el inicio de la democracia, hasta hoy, sabría que desde el final de la dictadura han sido miles los sindicalistas que han sido despedidos del trabajo por su adscripción sindical, multados o procesados en las numerosas huelgas –sobre todo en las huelgas generales- que, todavía, muchas personas trabajadoras padecen persecución por ir simplemente en una lista electoral de CCOO o son coaccionados si reciben a representantes de CCOO en sus centros de trabajo, entre otras muchísimas dificultades. Y aún así, la España de hoy, medio siglo después, no se parece en nada a la de esa época oscura, que el marco de relaciones laborales nada tiene que ver con aquél -supongo que se lo enseñarán en su Facultad-, que el trabajo arduo y silencioso de miles de sindicalistas en las empresas, piedra angular de la democracia, en las instituciones o con el diálogo social nos permite disfrutar –con todas las adversidades y deficiencias que queramos- de derechos que “antes” no existían, que los delegados y delegadas de CCOO –y por extensión de los sindicatos de clase- se merecen un respeto absoluto porque sin ellos, sin ellas, esta democracia sería de calderilla. Porque ellos y ellas siguen siendo, con su voluntad militante, los sustentadores de los derechos sociales y del trabajo digno, incluido el de los que los insultan verbalmente. Porque, sencillamente, nada nos ha sido regalado.
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Desde hace años es colaborador habitual de El Independiente de Granada, donde ha publicado numerosos artículos y reportajes sobre Memoria Democrática, muy seguidas por lectoras y lectores de este diario digital.