Sierra Nevada, Ahora y siempre.
JAVIER DE BURGOS, ELECCIONES DE 1844

El libelo que acabó con la carrera de un político “afrancesado y chaquetero”

Política - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 21 de Mayo de 2023
Ahora que es tiempo de elecciones, Gabriel Pozo Felguera nos ofrece un episodio de la historia de Granada protagonizada por Javier de Burgos, el político motrileño, recordado por impulsar la organización de España en provincias o su reforma fiscal, parecida a la actual, pero también por ser el paradigma del 'chaquetero', al que un anónimo que le retrataba como traidor de España acabó con su carrera. Un extraordinario trabajo del mejor cronista de Granada.
Javier de Burgos (sentado, primero por la izquierda) en el cuadro “Los poetas contemporáneos”, de A. M. Esquivel (1846). A su izquierda está Martínez de la Rosa.
MUSEO DEL PRADO
Javier de Burgos (sentado, primero por la izquierda) en el cuadro “Los poetas contemporáneos”, de A. M. Esquivel (1846). A su izquierda está Martínez de la Rosa.
  • Al ilustrado motrileño le sacaron a relucir trapos sucios como traidor a la patria en un anónimo en las últimas elecciones en que participó

  • Se le recuerda por ser el que ordenó España en las actuales provincias y eliminó el sistema fiscal del Antiguo Régimen por uno parecido al actual

Las elecciones políticas suelen ir acompañadas de libelos, anónimos, dosieres, puñaladas por la espalda, etc. De los de enfrente o de los del propio partido. Su fin no es otro que debilitar al contrincante y ensalzar las virtudes propias. Se podría pensar que es una herramienta espuria de la democracia moderna, llegada con el sufragio universal en la II República. Pero no, apareció en los albores de la política parlamentaria española, a comienzos del reinado de Isabel II. Y el primer político profesional en sufrirla fue un granadino: el motrileño Javier de Burgos. Unos días antes de ser reelegido diputado por Granada, en las elecciones de 1844, fue repartida por las calles de Granada –y publicada después la prensa liberal– una hoja que recordaba sus orígenes como político chaquetero y traidor, vendido a los franceses durante la guerra de la Independencia. De Burgos ya era mayor cuando le dieron aquel navajazo; salió diputado, pero enfermó y fue arrinconado por su propio grupo político.

A las redacciones de los medios de comunicación suelen acercarse “gargantas profundas” de políticos, o aspirantes, con informaciones interesadas. Sobre todo, en tiempos de elecciones

A las redacciones de los medios de comunicación suelen acercarse “gargantas profundas” de políticos, o aspirantes, con informaciones interesadas. Sobre todo, en tiempos de elecciones. Se resumen en dos: los que desean influir para que les apoyen o pongan bien; y los que desean hundir al adversario, sea del partido propio o del de enfrente. Además, llegan anónimos y dosieres tratando de retratar las corruptelas de las trayectorias de quien es objeto de derribo. Obviamente, se destaca todo lo malo y la basura que se sabe o se supone que tiene bajo la alfombra o que adorna su currículum; siempre es contra alguien que ya ha gobernado o tocado poder. Que si robó y tiene el dinero en países del Golfo (el Pérsico); que si el apartamento de la playa se lo regaló la empresa tal por adjudicarle el contrato cuál; que si el hijo se lo colocó fulano, etc., etc.

Más recientemente se ha puesto de moda publicar libros de memorias por parte de políticos que todavía no tienen edad para ello. Se trata simplemente de libros con los que ajustan cuentas con sus frustraciones o para hundir aún más a quienes fueron sus propios compañeros de trinchera política (Ya lo dijo alguien: “a las trincheras, que vienen los nuestros”). Por esos libros conocemos los manejos y enjuagues internos de políticos y politiquillos que dieron poco de sí. Hablan de traiciones y chaqueteros.

Gente, en suma, que quizás la Historia publicada les tenga guardada alguna sorpresa. No han sabido envejecer con dignidad

La reciente lectura de uno de esos libros (que no menciono para no hacerle publicidad) me ha llevado a plantearme qué políticos granadinos han sido los más chaqueteros y, por tanto, más expuestos a que se lo echen en cara. Los hay a decenas, sobre todo en el último medio siglo de parlamentarismo. En todas las esferas de la política: nacional, autonómica, provincial y local. Conozco gente que fue muy poderosa en el PSOE de Granada y hoy coquetea con VOX; uno que fue diputado por el PCE y hoy es militante del PP; diputados/senadores que comieron por varios partidos y hoy, ya jubilados, niegan y reniegan de las ideas que defendieron y votaron; hay algunos que empezaron en el PSOE hace medio siglo, se exiliaron como PASOC, fueron andalucistas de todos los colores y hoy siguen en activo en un partido unipersonal; otros que fueron del PSOE, emigraron a Ciudadanos, fueron alcaldes y hoy no se sabe qué hilos manejar para tocar poder; varios que tocaron mucho poder con el PSOE hasta conseguir pasarse al mundo de las finanzas/empresa con un patrimonio más que cuestionable en su origen… Gente, en suma, que quizás la Historia publicada les tenga guardada alguna sorpresa. No han sabido envejecer con dignidad.

En los anaqueles de la política granadina se guardan biografías de nombres que fueron muy importantes en su tiempo. Se les puede calificar como políticos chaqueteros o que practicaron el chaqueteo, es decir, “cambios interesados, y a veces repetidos, de ideas y de partido” (RAE)

En los anaqueles de la política granadina se guardan biografías de nombres que fueron muy importantes en su tiempo. Se les puede calificar como políticos chaqueteros o que practicaron el chaqueteo, es decir, “cambios interesados, y a veces repetidos, de ideas y de partido” (RAE). De muy dilatada trayectoria en la vida pública. Pero en la balanza de la historia ha pesado más el platillo de sus méritos, sus aportaciones y sus iniciativas por el bien de Granada, que el acopio de mercedes, favores y prebendas personales o para su entorno familiar. Estos serían los casos de Martínez de la Rosa (1787-1862, Rosita la Pastelera), Natalio Rivas (1865-58) y Antonio Gallego Burín (1895-1961). Los tres flirtearon con varias ideas y partidos políticos a lo largo de sus vidas; más que de chaqueteo, sus actitudes se podrían calificar como evolución de sus pensamientos juveniles: de posiciones más progresistas hacia conservadoras. Al listado, cada lector puede añadir unos cuantos más de su gusto.

El “chaquetero” Javier de Burgos

Tras esta filípica introductoria, quiero centrar este recordatorio en la figura de Javier de Burgos y del Olmo (Motril, 1778-Madrid, 1848), por ser el primer político granadino al que se calificó abiertamente como paradigma del chaqueteo político en su tiempo. Y se le emporcó desde sus opositores su trayectoria profesional. La suerte, no obstante, jugó a su favor después de su muerte, ya que sus biógrafos contemporáneos destacaron más su papel como reformador de la administración fiscal y administrativa de España. Obviaron su sorprendente enriquecimiento y los golpes bajos que ahora desempolvo a título de anécdota.

La consecuencia inmediata fue un proceso abierto por la Inquisición, del que consiguió salir ileso gracias a la mediación de gentes pudientes motrileñas. Pero quedó señalado en su Motril natal como un burgués muy afrancesado

Javier de Burgos nació en el seno de una familia motrileña bastante acomodada. Sus padres decidieron encaminarlo a la carrera eclesiástica. Estuvo estudiando en el seminario San Cecilio de Granada hasta los veinte años. Hasta que decidió no profesar y dedicarse a la literatura, el periodismo y a trabajar en la administración pública. Estuvo un tiempo en Madrid como paseante en Corte, pero lo más que consiguió fue relacionarse con el mundillo literario de la capital, especialmente con Meléndez Valdés. A su regreso a Motril, en 1802, expresó su modernidad y nuevas ideas ilustradas con lecturas de Voltaire y Rousseau, que por entonces estaban prohibidas en España. También algunas opiniones influenciadas por las ideas de la Revolución francesa; la consecuencia inmediata fue un proceso abierto por la Inquisición, del que consiguió salir ileso gracias a la mediación de gentes pudientes motrileñas. Pero quedó señalado en su Motril natal como un burgués muy afrancesado.

No tuvo inconveniente alguno en ponerse a disposición de José Bonaparte y sus ejércitos para prestarle sus servicios

El inicio de la invasión francesa acarreó repercusiones negativas a su familia y sus propiedades en Motril, de manera que tuvo que huir de la Costa y deambular por España en busca de la protección del invasor francés. No tuvo inconveniente alguno en ponerse a disposición de José Bonaparte y sus ejércitos para prestarle sus servicios. Recibió a los franceses con la oda “A la entrada del ejército francés y abolición de la Inquisición en Granada”. Vio la invasión francesa como una liberación que devolvía toda la dignidad al hombre[1].  Recompensado, entre 1810 y 1812, como subprefecto y prefecto (una especie de jefe político) en Almería y Granada.

En pocos años apareció rico, con inversiones en el Canal de Castilla, la adquisición de propiedades en la Costa de Granada y palacete en la capital, más la enorme finca de El Molinillo (montes de Toledo), donde se construyó un palacio que los carlistas incendiaron al poco de su inauguración

Tras la retirada francesa en 1812, tuvo que exiliarse a Francia un par de años. En 1814, para congraciarse con Fernando VII, volvió a cambiarse de chaqueta y le dedicó otra de sus obras: “Triunfo del rey don Fernando VII sobre los anarquistas de España”. Después, a partir de 1817, pasó por un proceso de depuración política para ganarse el favor del rey felón. Por fin, con el pronunciamiento liberal de Riego, empezó su verdadera carrera política, ya con más de cuarenta años, que le iba a llevar a ocupar cargos; aunque, una vez más, evolucionó del apoyo a la Constitución liberal de 1812 a criticarla e intentar cambiarla. Viajó a París al servicio de la monarquía y del banquero Alejandro Aguado (Marqués de las Marismas) para negociar el famoso empréstito Guebhard. De aquellas negociaciones debió sacar importante tajada económica, como lo hicieron el propio monarca y el Marqués; en pocos años apareció rico, con inversiones en el Canal de Castilla, la adquisición de propiedades en la Costa de Granada y palacete en la capital, más la enorme finca de El Molinillo (montes de Toledo), donde se construyó un palacio que los carlistas incendiaron al poco de su inauguración.

No fue hasta el inicio del reinado de Isabel II (1833) cuando se contó con él para ocupar cartera de ministro

No fue hasta el inicio del reinado de Isabel II (1833) cuando se contó con él para ocupar cartera de ministro.  Fue el responsable de la comisión de Hacienda que reformó profundamente el sistema fiscal español del antiguo régimen e instauró uno nuevo (Que es la base del actual sistema fiscal español): de la enrevesada recaudación por diezmos, portazgos, encabezamientos, etc., se pasó a gravar a las personas y actividades. Aquello supuso una tremenda revolución y queja entre los propietarios, ya que en realidad también se aprovechó para incrementar la subida de los impuestos.

Mapa publicado en Francia, en 1847, con la división provincial que trazó De Burgos en 1833.

También se recuerda a Javier de Burgos por haber reformado la división administrativa territorial de España arrastrada desde el siglo XVI: de los reinos históricos se pasó a las provincias. Lo único que había hecho era plasmar, con algunos cambios, la filosofía de departamentos o provincias que empezaron a ensayar los franceses durante su ocupación (1808-12). Su división por provincias es la que –con cambios mínimos– permanece vigente en estos momentos.

En aquellos años como parlamentario tuvo que someterse a una comisión de investigación, promovida por sus oponentes políticos, que cuestionaron la limpieza del empréstito Guebhard

La vida como representante político de Javier de Burgos comenzó en la legislatura 1834-35, la primera del reinado de Isabel II. Fue nombrado ministro de Fomento y senador por el presidente del Gobierno; repitió en el cargo de prócer en la siguiente legislatura, la de 1835-36. En aquellos años como parlamentario tuvo que someterse a una comisión de investigación, promovida por sus oponentes políticos, que cuestionaron la limpieza del empréstito Guebhard. Eso le valió su expulsión temporal como diputado, y su consiguiente nuevo exilio a Francia.

Grabado de 1841, en su biografía de Nicomedes Pastor Díaz (“Galería de españoles célebres contemporáneos”).

Con Isabel II se puede decir que comenzó la democracia electiva parlamentaria en España. No se trató de una democracia plena en el sentido actual, ya que sólo tenían derecho a voto los varones propietarios a partir de determinada cantidad de dinero. Por tanto, el número de electores era bastante bajo (en Granada eran poco más de un millar).

Javier de Burgos fue un político que no caía bien en general debido a que se le asociaba con el látigo de Hacienda. Era mucho más valorado por su vertiente como traductor de Homero, periodista, editor y dramaturgo

Javier de Burgos fue un político que no caía bien en general debido a que se le asociaba con el látigo de Hacienda. Era mucho más valorado por su vertiente como traductor de Homero, periodista, editor y dramaturgo. Su trayectoria errática en política le había retratado como miembro del partido josefino afrancesado; después como liberal admirador de Riego; para acabar formando parte de los moderados de Narváez. En Granada fue calificado abiertamente como un chaquetero de primer orden. Se refugió en su casa de Granada entre 1840 y octubre de 1843, apartado de la política y cuestionado; fueron años en que se dedicó a escribir biografías, comedias y artículos sobre administración pública en el periódico La Alhambra. También se ganó durante esos tres años de vida granadina algún que otro encontronazo con políticos del partido liberal, especialmente con su líder Enrique Crooke. Quizás en aquella tirantez se encontrara el origen de lo que iba a pasarle al año siguiente.

Libelo en casa de los electores

En las elecciones a diputados en Cortes de septiembre de 1843, Javier de Burgos se presentó por la provincia de Granada y obtuvo su acta. El problema le sobrevino en las elecciones del 3 de septiembre de 1844; acababa de entrar en vigor el nuevo sistema impositivo de Hacienda, con infinidad de quejas, protestas, encarcelamientos, etc. Y de todo se culpaba al motrileño.

El 18 de agosto fue conformada la candidatura del partido conservador por Granada. La encabezaba el presidente del Gobierno, Ramón María Narváez; le seguía Javier de Burgos

El 18 de agosto fue conformada la candidatura del partido conservador por Granada. La encabezaba el presidente del Gobierno, Ramón María Narváez; le seguía Javier de Burgos; el expresidente Francisco Martínez de la Rosa iba el tercero; el resto de puestos los ocupaban los siguientes granadinos: Francisco de Paula Lillo, José Pareja Martos, José Velutti, Antonio Benavides, Francisco de Paula Castro y Orozco, Javier Arroyo y Pedro Victoria y Ahumada. En la lista al Senado iban Diego Martín de Villodres, Francisco de Paula Sierra y José Toledo Muñoz.

Entre el 19 de agosto que se conoció la lista y el 3 de septiembre en que fueron las votaciones, durante lo que hoy es campaña electoral, empezó a ser distribuido un panfleto o libelo que recordaba los comienzos de Javier de Burgos al servicio del invasor francés

Entre el 19 de agosto que se conoció la lista y el 3 de septiembre en que fueron las votaciones, durante lo que hoy es campaña electoral, empezó a ser distribuido un panfleto o libelo que recordaba los comienzos de Javier de Burgos al servicio del invasor francés. Su autor debió ser alguien que estuvo muy cerca de él y tuvo la precaución de guardar durante 34 años la carta que dirigió el motrileño a José Bonaparte I poniéndose a su disposición y solicitando un empleo en la administración francesa. El pasquín en cuestión circuló por las manos de las mejores familias de Granada; pocos días más tarde llegó también a los políticos y periódicos de Madrid. Pero poco o nada debió influir aquel pasquín en la decisión de los electores ya que Javier de Burgos salió reelegido diputado para la legislatura 1844-45 (Iba también en las candidaturas de Almería, Granada, Barcelona y Toledo; salió elegido en quinto lugar por Almería y tercero por Granada; en las otras dos se quedó fuera. Eligió Granada en su toma de posesión como diputado).

Ilustración publicada por el Semanario Pintoresco acompañando a su necrológica, en febrero de 1848.

Unos días más tarde, el libelo fue reproducido en varios periódicos de Madrid, para que lo conociera toda España y se incrementara su mala imagen

No obstante, unos días más tarde, el libelo fue reproducido en varios periódicos de Madrid, para que lo conociera toda España y se incrementara su mala imagen. La primera consecuencia fue que a Javier de Burgos se le agravó la enfermedad de gota que arrastraba de tiempo atrás y cayó en depresión por tamaña maniobra. El partido moderado de Ramón María Narváez decidió retirarlo de la candidatura como diputado en la siguiente legislatura, la de 1845-46, para evitarle una nueva exposición ante sus electores granadinos. Tampoco lo colocó en la terna de senadores. No obstante, sus compañeros de partido no le dejaron tirado del todo, ya que Narváez le nombró prócer (senador) real vitalicio, sin tener que someterse al escrutinio de las urnas. Además, fue ministro de Gobernación durante el efímero gobierno moderado de marzo de 1846.

Javier de Burgos acusó todos aquellos golpes, de manera que a partir de entonces se refugió más en tareas literarias y académicas que políticas

Javier de Burgos acusó todos aquellos golpes, de manera que a partir de entonces se refugió más en tareas literarias y académicas que políticas.

Su salud nunca fue buena, tuvo que retirarse a descansar a Granada en más de una ocasión. Sobrevivió solamente tres años más como senador vitalicio. Su muerte ocurrió en Madrid en enero de 1848. Su entierro pasó bastante desapercibido en la sociedad política, en la sociedad madrileña y en los medios de comunicación, que apenas le dedicaron unas líneas. Y eso que todavía ostentaba el cargo de prócer vitalicio cuando se produjo el óbito.

El libelo contra Javier de Burgos que fue repartido en Granada en las elecciones de 1844 es el siguiente (Tomado del periódico El Clamor Público, de corte liberal):

Firma que figuraba bajo la carta (hoy perdida) que Javier de Burgos dirigió a José Bonaparte I.

Cita bibliográfica:

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