La búsqueda del centro
Desde que un, ya tan lejano -por Dios, cómo pasa el tiempo- 6 de Diciembre de 1978 los españolitos y españolitas con derecho a voto pudimos ratificar la Constitución Española y comenzó su andadura nuestra, aún joven, democracia, el juego de partidos y de mayorías han girado, como planetas alrededor de su propio sol, siempre en órbita de lo que se ha dado en llamar el centro político.
Como un Shangri-Lá , aquel mítico y escondido país del Himalaya que prometía juventud y felicidad eternas, todos los partidos, y sobre todo sus bien pagados estrategas, han buscado siempre un destino deseado pero nunca encontrado, como si buscasen el camino pero sin saber por dónde lo tenían que comenzar.
Que si centro izquierda; que si centro derecha; que si centro liberal, todo ello en una aparente antítesis como si no pudiesen abandonar la atracción que esa conceptuación les supone pero al mismo tiempo, tuviesen miedo a quedar atrapados en un espacio vacío entre mundos ideológicos.
Y todo ello simplemente porque el centro ideológico como aquel Shangri-Lá metafórico no existe. Mejor dicho: no puede existir.
Si difícil es que pueda existir un mundo de felicidad, riqueza y juventud perpetua entre montes de más de ocho mil metros de altitud donde el oxígeno falta y cualquier planta perece mucho más lo es una posible ideología que conjugue dogmas que, por definición, son entre sí antagónicos.
Y es que el centro político no es una ideología sino un espacio de encuentro. Es aquel espacio político en que ciudadanos, que participan de diversas ideas sobre cómo debe ser su sociedad y cuáles han de ser las prioridades comunes, las ponen en común y pactan como conjugar al menos aquellas partes de esas ideologías que lo permiten.
Y sobre todo es un espacio de moderación. Ser de centro es ser moderado; es no creer que llevas solo tú la razón; es pensar que los principios pueden modularse; es aceptar que es mejor que se cumpla una parte de lo que quieres para que otros puedan asimismo cumplir alguna parte de la suya, y estar, como no, dispuesto a oír y a dejarse convencer por otro.
Y es esa naturaleza la que obliga a partidos tradicionales a ese baile centrífugo alrededor de un mayoritario espectro de votantes, pero negándose a dejar en el camino unos dogmas que constituyeron los pilares de su fundación y la argamasa que une a sus militantes en una lucha política cansina, muchas veces decepcionante.
Y es esa situación la que, a mi juicio, ha supuesto el gran hándicap de nuestro sistema democrático y puede ser un grave riesgo a futuro. La mayoría de la población y votantes españoles somos de centro (aunque por estética nos gusta denominarnos de centro izquierda) porque los principios de lucha de clases, que generaron las teorías y dogmas marxistas y sus correspondientes y antagónicos dogmas nacionalistas y liberales, carecen ya de sentido.
Es cierto que existen aún muchas situaciones personales de exclusión social, demasiadas, pero nadie puede negar que en España, hoy en día, hay una mayoría de personas, sean parados, fontaneros, funcionarios, dependientas, médicos, estudiantes o incluso altos directivos que, a pesar de tener diferencias sustanciales de ingresos y rentas participan de un modo de vida común .
Y lo que les preocupa es perder precisamente ese modo de vida.
Por eso exigen a los partidos que se preocupen del desempleo, de los delitos, de la salud y que se guarden sus dogmas, banderitas e himnos.
Por eso nació UPyD. Porque la corrupción generalizada de los dos únicos partidos que se repartían el poder, escondida tras frases rimbombantes,eslóganes y banderitas de rosas y gaviotas amenazaban ya no solo lo conseguido, sino poder dejarles a nuestros hijos ese modo de vida común donde todos, cada uno con su historia y sus problemas, nos sentimos protegidos y cómodos.
Y por eso UPyD es hoy más necesario que nunca.
Aunque les pese a los mismos de siempre.