Bebe: Siempre libre

Hace 20 Años la irrupción de la extremeña Bebe constituyó un fenómeno social y musical imparable. Varias canciones de aquel ‘Pafuera telarañas’ se convirtieron en himnos y su nombre estuvo en el techo de cotizaciones, también económicas: se intentó llevarla al Zaidín, lo que hubiera sido su consagración aquí, como ocurrió con Amaral, pero su caché era inalcanzable. Ganó a la par Grammy y Goya… Hasta que la presión incontrolable rompió a la persona que habitaba dentro del personaje, y desapareció de los focos.
Persona libérrima y poco acomodaticia con las exigencias y servidumbres del ‘éxito’, dejó tras de sí conciertos imposibles, y no pocos equívocos y salidas de plato de cuerpo entero. Dos décadas después, e insospechadamente: "iba a ser un solo concierto de aniversario del disco", como dijo, pero se ha animado a hacer una gira entera de cumpleaños que arrancó precisamente en Granada, en el mismo Falla donde hace años estuvo con división radical de opiniones. A Bebe se la ama intensamente o se la repudia con igual fuerza, es su sino.
Detrás un sillón orejudo de mimbre tipo ‘Enmanuel’, que más que decoración fue un recurso de refugio, a donde acudió a cada rato, para resituarse en las piezas más interioristas y golosas
Y arrancó, sí, pero empujando, a rachas. Que hasta tres veces se fue la amplificación nada más empezar, dejándola muda. Y nerviosa, mucho, como confesó, porque llevaba mucho tiempo sin actuar, para tener además un comienzo de concierto tan fallido. En un principio el público la ayudó cantando lo que no se oía, pero a la tercera tuvieron que retirarse en una larga pausa hasta que los elementos eléctricos estuvieran en orden.
A su lado figuró un grupo de primeros espadas, quinteto trajeado con doble guitarra al frente como soporte muy completo y eficaz, dándole un lustre nuevo a aquellas canciones clavadas en la memoria sentimental de mucha gente; y visto el trascurso de la noche, también una red de seguridad. Detrás un sillón orejudo de mimbre tipo ‘Enmanuel’, que más que decoración fue un recurso de refugio, a donde acudió a cada rato, para resituarse en las piezas más interioristas y golosas. Y por delante más de dos horas de concierto para un reencuentro con su gente, que con su calor humano suplió todos los inconvenientes.
Ella tenía y tiene un concepto libertario de su exposición en directo, espontáneo e inusual, tan frágil e imperfecto como explosivo y fuera de madre. Es su forma de ser, de actuar en el escenario como en la vida al parecer. Salvando los baches con ese gracejo que le es natural a todos los tímidos desubicados. Y los hubo especialmente en la calidad (¿?) del audio, que si ya en el Falla es complicada por su gigantesca reverberación diseñada para la música sin amplificar, al meter una sección de ritmo excesivamente alta, hizo muy incómoda y hasta imposible la escucha en muchos pasajes de su estancia. También ella (y parte del público) se quejó de la iluminación, los unos porque los focos de cara los cegaban (¡vaya insufrible moda que hay ahora con eso!), y ella porque al ver al respetable sentado enfrente (en un auditorio inclinado ciertamente impone) se sentía aún más insegura.
Bebe te puede ronronear al oído sutil y mimosa, completamente confesional, como embestirte al momento, desabrida y hasta autoritaria
Así las cosas, y con la voz raspada, ese acento cariñoso bañado por el Guadiana, y su sonrisa "que ilumina toda la avenida", como alguna vez se dijo, fue sacando adelante el accidentado estreno de gira para solaz de los oyentes, que como ella, hacía veinte años que tuvieron los veinte; cómplices en los coros y en sus letanías rapsodiadas más que rapeadas, y aún más en las picardías eróticas que cuenta en sus canciones. Casi todas sacadas del mencionado disco como corresponde al origen de estas presentaciones, pero también recordando los números más celebrados de su discografía posterior, detenida hace diez años.
En tiempos en que los que la sobreproducción, la claqueta y la imperativa regiduría encorsetan los conciertos, un poco de caos natural hasta refresca una puesta en escena. Bebe te puede ronronear al oído sutil y mimosa, completamente confesional, como embestirte al momento, desabrida y hasta autoritaria. Se puede agradecer esa imprevisible bipolaridad extrema del personaje, del repertorio y de su representación, sobre todo si se le profesa adoración y se pasa por encima de los charcos. O todo contrario. Es Bebe, y como sucedía con Curro Romero, Camarón, Dylan o Morata, todo es posible, para bien o para menos bien (como dejar plantada a toda la prensa de Granada sin entrevistas), pero ella es distinta. Siempre libre, aunque a veces duela.