Ética, economía y empresa (La brújula moral)

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 18 de Septiembre de 2016
Blue Poles (1952), de Jackson Pollock (1912-1956).
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Blue Poles (1952), de Jackson Pollock (1912-1956).

La economía y el mundo empresarial siempre han ido por su cuenta. Si en las últimas décadas hemos visto el desprecio hacía la política por parte de ese ámbito y la dependencia y sumisión de ésta a aquel, hablar por tanto de la posibilidad de unir en una misma frase palabras como economía y empresa con ética suena a una especie de anatema o cuento de hadas. Pero puede que precisamente sea ese el problema, si todos los ámbitos de actuación humana empezando por la política y terminando por las opciones de vida individual necesitan someterse al análisis de la ética, ¿por qué durante tanto tiempo hemos obviado ese ámbito en la ética aplicada?

Básicamente por dos motivos: el primero es que la economía capitalista y los mercados financieros siempre han proclamado que deben ser independientes de cualquier tipo de control si no se quiere acabar en una especie de apocalipsis social y político, y que de alguna manera una especie de mano invisible repartirá no con justicia, palabra que depende de aceptar el vocabulario de la ética, pero si con cierta prodigalidad, beneficios a los menos favorecidos. Siempre que se garantice que los ricos sigan enriqueciéndose. Y por el otro lado, la ética siempre se ha sentido orgullosa de prescindir de los cálculos económicos a la hora de aconsejar y valorar las mejores opciones morales. De ahí que dos términos esenciales para ambas disciplinas, la eficiencia para la economía y la empresa, y la equidad o justicia para la ética parezcan destinadas a un divorcio por los tiempos de los tiempos.

Se resista o no, la economía y por tanto el mundo empresarial, forman parte del ecosistema social y político de la democracia y han de tener una dependencia de sus fines últimos. No son, ni pueden ser ni ejercer, como ámbitos autónomos, y permitirlo, supone desde el ámbito de la política una dejación de su responsabilidad moral con el conjunto de la sociedad. Valores como equidad, eficiencia, calidad, competitividad y solidaridad tan sólo son contradictorios en determinados discursos egoístas que buscan mantener un estatus quo que está destrozando la cohesión de nuestras sociedades, pero ninguno de esos términos tendría porque ser excluyente. Lo primero es entender que el fin último de la economía que no es otro que la cooperación para producir bienes y servicios y asegurar una distribución adecuada de los mismos. Ese es su fin último, no enriquecer a unos pocos. Y por tanto es una actividad que depende de los valores morales últimos que custodian nuestra democracia y que sustentan nuestras sociedades, valores de libertad, justicia, igualdad, paz y respeto por el medio ambiente. Si el fin último de nuestras sociedades es utilizar la herramienta de la política para avanzar en una cooperación entre todos y todas para mejorar nuestras sociedades, la economía puede, y debe, estar sometida a la racionalidad moral. Tan sólo desde una interpretación sesgada por el egoísmo de unos pocos se puede entender la separación entre eficiencia y equidad social. Más bien la racionalidad moral exige todo lo contrario. Si el fin social de la economía es proporcionar satisfacción a las necesidades de nuestras sociedades, tan sólo desde el principio de equidad y justicia distributiva se puede garantizar una verdadera eficacia.

En las últimas décadas, algunas empresas han entendido que alardear de aquello de “los negocios son los negocios”, como si hubiera de dejar de lado cualquier cuestión de tipo moral o social en el desarrollo de los mismos, no es tan bueno para el negocio, en tanto que la reputación de la empresa puede verse afectada, y por tanto han optado por incorporar un término como el de la confianza entre la empresa y sus clientes. De hecho, incorporar valores propios de la ética en su funcionamiento interno y de cara a su relación con los clientes mejora la competitividad en el mercado, o eso parece por los análisis de los expertos financieros. Parece que no cabía otra manera de introducir valores éticos en este egoísta mundo si no era con el caramelo de que portarse con cierta equidad y trato equilibrado con la sociedad, también puede resultarles beneficioso.

Adela Cortina y Emilio Martínez, pensadores especializados en el campo de la ética presentan algunos de estos valores imprescindibles para la ética empresarial; por un lado, la necesidad de crear un sentido de pertenencia entre los miembros de la empresa, hacer sentir a los empleados que son parte de algo, y que su trabajo y sus opiniones importan. La confianza con los proveedores de la empresa y con sus clientes resulta esencial si se quiere fundar un nicho adecuado de crecimiento de la empresa. El respeto al medio ambiente en la elaboración de sus productos, que dota de legitimidad a la empresa que así funciona es otro valor que debería ser esencial. Es un error no exigirles a las empresas el mismo valor de legitimidad en sus fines y en su funcionamiento que exigimos en otros ámbitos de nuestra sociedad. 

Seis puntos son básicos para crear un ethos empresarial que vaya más allá de una mera operación cosmética:

a) Responsabilidad. Toda empresa que acepte comportarse en torno a unos valores éticos necesita aceptar la responsabilidad de las consecuencias en torno a sus acciones, y no nos referimos a los valores bursátiles. En el trato laboral con sus trabajadores, en el trato con sus clientes cuidando la calidad del producto y produciéndose una retroalimentación valorando sus opiniones, en la elaboración del producto respetando el medio ambiente, etc.

b) Los consumidores son lo primero. No los beneficios de los empresarios. El cuidado en el trato con los consumidores de los productos, tratándoles como los individuos que son, y no como la masa, que no son, ha de ser esencial. Esa es la principal finalidad del comportamiento ético de una empresa.

c) Comunicación horizontal con los consumidores. Si aceptamos que el fin de la empresa es proporcionar un producto que la sociedad necesita, y que ese producto ha de responder a una demanda, las opiniones y el trato con aquellos a los que se dirige el producto ha de ser esencial. Y ello de una manera horizontal, en la que el cliente se encuentre valorado comunicativamente.

d) Comunicación horizontal con los trabajadores. Crear un clima de cooperación, respeto y corresponsabilidad entre los trabajadores es otro punto esencial. Los trabajadores han de encontrar retos acordes con su implicación, y eso depende de crear un clima de trabajado donde sus opiniones sean respetadas, donde su trabajo encuentre la valoración adecuada, y donde la apatía sea desterrada.

e) Creatividad, innovación, calidad. Esos deberían ser los tres pilares de toda la cadena de producción de la empresa; el fomento de la creatividad desde la concepción inicial del producto hasta su venta y postventa. La Innovación constante y la mejora permanente de la calidad del producto deben ser la guía de toda empresa que pretenda convertirse en útil para la sociedad.

f)  Igualdad. Uno de los grandes problemas de nuestra sociedad sigue siendo la discriminación por sexo, ya sea en algunos empleos, ya sea en igual salario por igual trabajo, ya sea en puestos directivos. Legislar para adecuar la responsabilidad social de las empresas en éste ámbito es hoy día tan importante como lo fue esta lucha por la equidad en otros ámbitos sociales y políticos, y sigue siendo una asignatura pendiente.

Lo ideal sería un observatorio ético de las propias empresas que realizara informes objetivos sobre estos temas, pero mientras eso no sea posible la política tiene la exigencia ética de ocupar ese lugar. El capitalismo, especialmente el financiero, siempre se ha proclamado orgulloso de pregonar la libertad de mercado, cuando lo cierto es que hoy día sucede todo lo contrario; la situación de dominio y monopolio de grandes corporaciones y el exhaustivo control que ejercen de las instituciones democráticas en las sociedades occidentales es una perversión ética. Desde los principios éticos que fundamentaron el origen democrático de nuestras sociedades se ha de defender precisamente la intervención de la política para evitar los destrozos sociales que el control económico y financiero de unos pocos está causando en la totalidad de nuestras sociedades. Por no hablar del lamentable comportamiento ético en muchos casos carente de control público en entidades como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, entre otras muchas. Se trata de empoderar éticamente a nuestros estados democráticos para un control eficaz de los nuevos oligopolios. No se trata de promulgar alternativas que vuelvan a pregonar un exhaustivo control por parte del estado de los medios de producción y del control de los mercados, como si aún viviéramos a la luz del siglo XIX, sino de una nueva ética progresista que guíe una política que garantice una igualdad de oportunidad real para todos los actores, poniendo coto al control de unas multinacionales que no responden ante nadie más que ante sus avariciosos propietarios. La transparencia económica y financiera es uno de los valores éticos que ha de fundamentar esta revolución moral en las cuentas de nuestras sociedades. No hay mercado verdaderamente libre al haber contado esas grandes multinacionales con el amparo de poderes institucionales para su implantación ventajosa con la excusa de llevarse a otros lados su producción con mano de obra más barata. O las exigencias de pagar una ínfima parte de lo que deben en impuestos con tal de que las debilitadas y arruinadas instituciones, ya sean de los estados, de las comunidades autónomas y regiones, o de los ayuntamientos, cobraran algo, pero siempre mucho menos en comparación con los impuestos que pagan los más débiles y que hacen imposible una justa y equilibrada competencia que beneficie a los consumidores y a las pequeñas y medianas empresas.

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”