Los cuatro “castigos” al olvidado creador del Oratorio de San Felipe Neri en Granada
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El presbítero nacido en Pataura –un pueblo que se llevó el Guadalfeo– dedicó todos sus esfuerzos y su fortuna a crear un beaterio, que acabó en Oratorio filipista
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Falleció en Madrid, donde fue enterrado; un discípulo suyo abrió su bóveda unos años más tarde y cortó la cabeza y una pierna a la momia
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El templo de San Felipe Neri fue destrozado por franceses y españoles en el siglo XIX, desmocharon las dos torres y arrancaron su portada
Pedro de Torres Ayala y Acevedo nació en la aldea de Pataura, anejo de Motril. En febrero de 1614. Su padre, Pedro de Torres Ayala, había hecho carrera militar en su juventud; su madre, Jerónima de Acevedo, procedía de familia acaudalada. Alternaban su residencia entre Granada, Motril y Pataura, en cuya iglesia tenían capilla. Sus antepasados procedían de Granada y se desplazaron a la vega del Guadalfeo a explotar tierras y un ingenio de azúcar conseguido tras la expulsión de los moriscos. Su padre creó un mayorazgo y obtuvo el Señorío de Lobres.
Se impregnó de los textos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa. Había estado estudiando en el Colegio de San Pablo de Granada con los jesuitas y no había mostrado mayor interés hasta entonces por la religión
El joven Pedro acompañó a su padre a Valladolid a un viaje de negocios. Conoció la figura mística de Marina de Escobar Montaña, introductora de la Orden Brigidiana en España. Ya se hablaba de su santidad por entonces, recién fallecida, cuando los Torres llegaron a Pucela. Aquel descubrimiento del misticismo le llevó a interesarse por esta corriente y supuso su inmediata conversión al cristianismo ascético y de mortificación. Se impregnó de los textos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa. Había estado estudiando en el Colegio de San Pablo de Granada con los jesuitas y no había mostrado mayor interés hasta entonces por la religión. Más bien al contrario, pasó cinco años perdiendo el tiempo en juergas y pendencias.
En muy poco tiempo se ordenó presbítero, dejó a un lado su actividad como propietario azucarero y se quedó a vivir en una casa del bajo Albayzín. Por aquellas fechas habían muerto sus padres y su único cuñado; el cura Pedro de Torres se aposentó en la casa de su hermana, Jerónima, en la calle Zafra. Acumuló en sus manos la administración de la fortuna de sus padres, de su cuñado y encargado de la tutela de su hermana y sus cuatro sobrinos (tres niñas y un niño).
En 1642 había comenzado por vender el Señorío de Lobres al concejo de Salobreña y algunas propiedades más en la Costa para crear un beaterio de mujeres seglares en Granada. Y repartió 20.000 ducados en limosnas
En 1642 había comenzado por vender el Señorío de Lobres al concejo de Salobreña y algunas propiedades más en la Costa para crear un beaterio de mujeres seglares en Granada. Y repartió 20.000 ducados en limosnas. En su primera casa de convivencia y oración de la calle Zafra se convirtió en líder de una pequeña comunidad de siete mujeres, entre las que se encontraban sus tres sobrinas, más algunos hombres que acudían a oír sus sermones y consejos. Entre ellos un militar retirado llamado José de San Cecilio, el sacerdote Dionisio del Barrio y el noble Francisco Hurtado de Mendoza. El padre Pedro de Torres se convirtió durante unos años en guía espiritual de gentes del barrio de San Pedro. Allí solía organizar vía crucis y rezar a una imagen de la Virgen de los Dolores.
No debió serle fácil su residencia en un barrio en el que abundaban las curanderas, echadores de cartas de todo tipo y gentes apartadas de la religión. De ahí que Pedro Torres intentara acabar con ellos y lo único que consiguió fueron críticas, enfrentamientos y algún que otro puñetazo.
Se cansó del ambiente populachero del bajo Albayzín y decidió buscar acomodo en el barrio de la Duquesa. Ahí estaban ya las mejores fundaciones religiosas: los Jesuitas, los Hermanos de San Juan de Dios y los Jerónimos
Se cansó del ambiente populachero del bajo Albayzín y decidió buscar acomodo en el barrio de la Duquesa. Ahí estaban ya las mejores fundaciones religiosas: los Jesuitas, los Hermanos de San Juan de Dios y los Jerónimos. Pedro de Torres vendió buena parte de lo suyo y también de su hermana Jerónima y de sus cuatro sobrinos. Y adquirió toda una manzana de casas y solares en la zona comprendida entre las calles actuales de San Jerónimo, San Juan de Dios y Caballerizas. Casi 4.000 metros cuadrados en total. Esta zona, rodeada de casas nobiliarias y burguesas, iba a ser la ubicación de su beaterio. Se estableció en este solar en los primeros días de 1670.
Pero su hermana y su sobrino Manuel de Lara, cuando fue mayor de edad, no se iban a callar ante el expolio de los bienes familiares que había protagonizado su tío sacerdote. Emprendieron acciones judiciales para recuperar su parte
Pero su hermana y su sobrino Manuel de Lara, cuando fue mayor de edad, no se iban a callar ante el expolio de los bienes familiares que había protagonizado su tío sacerdote. Emprendieron acciones judiciales para recuperar su parte. Tampoco estaban de acuerdo las tres hermanas, monjas seglares ingresadas en el beaterio de su tío desde que eran niñas, quienes también se sumaron a la demanda judicial. En el juicio salió a relucir que las beatas llevaban muchos años prácticamente recluidas a las órdenes de su tío; habían dedicado sus vidas a un fin para el que no estaban llamadas. La Real Chancillería falló en contra de Pedro de Torres, ordenó liberar a sus sobrinas y disolver el beaterio de la calle San Jerónimo. Eso ocurrió en julio de 1670.
El presbítero Pedro de Torres no aceptó la sentencia de la Chancillería y salió corriendo a Madrid, en compañía de su fiel José de San Cecilio, en busca del Tribunal religioso del Nuncio. Se alojaron en la residencia de un poderoso personaje al servicio de la Corona; se trataba de D. García de Medrano y Álvarez de los Ríos, que era miembro del Consejo de Castilla (equivalente a ministro actual). D. García estaba casado con la granadina María Ignacia de Mendizábal y Uribe, ya que vivió de joven en la ciudad de la Alhambra por ser hijo de un alcalde del crimen del mismo nombre. En Granada debieron conocer la obra del "maestro" Pedro de Torres antes de ascender al Consejo de Castilla y ser miembro del tribunal de la Inquisición.
Al lado mismo de la iglesia de San Ginés. En aquel lugar les ocurrió el prodigioso encuentro con el sacerdote Juan Ortiz de Moncada, que había estado años atrás (en 1664) de abogado en la Real Chancillería y capellán real en Granada y ahora ocupaba el cargo de prepósito de la Congregación de San Felipe Neri en Madrid. Aquel encuentro debió arrojarles alguna luz a los desplazados desde Granada para futuros proyectos de la orden que tantos problemas les estaba ocasionando en el proceso de fundación.
Los pocos meses que permaneció Pedro de Torres en Madrid tuvo ocasión de codearse con las más importantes jerarquías eclesiásticas, gracias a las puertas que le abrió Ortiz de Moncada. Mas, a primeros de octubre de 1670, Pedro de Torres se sintió enfermo y ordenó llamar a un escribano para dictar testamento. Falleció el 13 de ese mismo mes y fue enterrado en una cripta de la iglesia de San Ginés, prestada por la Cofradía del Cristo de San Ginés. En su testamento dejó como albaceas a Francisco Hurtado de Mendoza y a Dionisio del Barrio y Montserrat. Su encargo expreso era que dedicaran todos sus bienes a consolidar su beaterio. No hacía mención expresa a reconvertirlo en oratorio de San Felipe Neri; no obstante, en previsión de que siguieran con la oposición arzobispal, adelantó que sus sucesores se dedicaran a enseñar la doctrina de Cristo y a hacer misiones. Es decir, ponerse bajo la tutela de San Felipe Neri. Lo más probable es que esa idea la tuviese en la cabeza tras relacionarse con el padre Ortiz de Moncada y convivir en el Oratorio filipense madrileño.
Hacia la creación del Beaterio de San Felipe Neri
La casualidad quiso que el Tribunal del Nuncio fallase a favor de las pretensiones de Pedro de Torres contra los deseos de su hermana y sus cuatro sobrinos. La sentencia llegó el día de su muerte. Así pues, sus albaceas quedaban como absolutos administradores de todos los bienes de la familia Torres Acevedo. Y los iban a dedicar a erigir uno de los templos más coquetos de traza renacentista con ornamentación barroca.
Su oposición era tan terca como la de su antecesor; consideraban que ya había demasiadas órdenes religiosas de segundo o tercer orden en la ciudad. Demasiadas para disputarse las limosnas, la caridad y las herencias de los granadinos. Les recomendaban profesar en alguno de los muchos conventos establecidos
Francisco Hurtado de Mendoza aparece en años sucesivos como administrador del ingenio de Pataura y las propiedades de la vega del Guadalfeo. También de algunas otras casas y fincas que tenía el cura fallecido en Granada y alrededores. Pero lo más valioso era la extensa manzana de casas y terrenos en la calle San Jerónimo. Los seguidores de Pedro de Torres se empeñaron durante los meses siguientes en solicitar autorización al Arzobispado para crear el Beaterio Pedro de Torres. Pero por tres veces les fue denegado por el prelado Diego Escolano y Ledesma. Su oposición era tan terca como la de su antecesor; consideraban que ya había demasiadas órdenes religiosas de segundo o tercer orden en la ciudad. Demasiadas para disputarse las limosnas, la caridad y las herencias de los granadinos. Les recomendaban profesar en alguno de los muchos conventos establecidos. (Por aquellos meses también se había comenzado la construcción de iglesia del Sancti Spíritu, la actual Magdalena, a base de limosnas).
Hasta que, al cuarto intento, la intención de hacer un beaterio para mujeres seglares la reconvirtieron en el primer Oratorio de San Felipe Neri de Andalucía. Aquella idea cayó mejor en el Arzobispado. En cuestión de semanas les fue concedida autorización religiosa y licencia del concejo para comenzar las obras. Estábamos ya en mayo de 1671.
En los solares había invertido el promotor nada menos que 38.000 ducados, una fortuna para la época. La construcción del templo sufrió varias modificaciones en sus proyectos, pero discurrió relativamente rápida (cuatro décadas)
Inmediatamente comenzaron las obras del Oratorio al final de la calle San Jerónimo (cuyo tramo a partir de entonces se llamó de San Felipe, así como toda la manzana o Isleta). En los solares había invertido el promotor nada menos que 38.000 ducados, una fortuna para la época. La construcción del templo sufrió varias modificaciones en sus proyectos, pero discurrió relativamente rápida (cuatro décadas). El principal arquitecto fue Melchor de Aguirre. Es de estilo renacentista, toda en sillares vistos, muy del estilo de la iglesia de San Juan de los Florentinos de Roma.
Actualmente llama poderosamente la atención el friso recto que remata la fachada por arriba, como si hubiese quedado inconcluso. Pero no fue así, ya que llegó a tener sus dos coquetas torrecillas, incluso un cimborrio más alto que se desmoronó. Pero estas torres duraron muy poco tiempo en su sitio y no han quedado ni grabados ni fotografías para saber cómo fueron.
La iniciativa del Padre Torres tuvo mucho éxito en la Granada del siglo XVIII. A las importantes sumas de dinero y rentas de fincas que dejó para su construcción y mantenimiento se fueron uniendo infinidad de aportaciones y donaciones de sus seguidores
La iniciativa del Padre Torres tuvo mucho éxito en la Granada del siglo XVIII. A las importantes sumas de dinero y rentas de fincas que dejó para su construcción y mantenimiento se fueron uniendo infinidad de aportaciones y donaciones de sus seguidores. Su idea, aunque reconvertida en oratorio filipense, no cayó en saco roto. La congregación del Oratorio de San Felipe Neri era una de las más ricas de Granada. Llegó a acumular las rentas que producían casi medio centenar de casas en Granada y en pueblos de los alrededores; además, bastantes devotos legaron sus bienes o parte cuando fallecieron; esto les permitió acumular grandes fincas de Atarfe (Casería de San Felipe), Haza del Tejar (Granada), Casería de la Cerda (Maracena), Casería de la Campana, una finca de casi mil hectáreas en la localidad de Pedro Martínez. Y un largo etcétera. No olvidemos que en la vega del Guadalfeo continuaron administrando el ingenio de azúcar y 263 marjales de caña hasta que fue desamortizado en 1836.
Primer castigo: familiar y vital
La primera tragedia o castigo que padeció la memoria de Pedro de Torres fue fallecer anticipadamente, en la soledad de Madrid, y sin haber solucionado el problema económico con su hermana y sus sobrinos. El Tribunal del Nuncio dio la razón a las pretensiones de Pedro de Torres para que dedicase prácticamente toda la herencia familiar a su congregación religiosa. Él deseaba dedicar una parte al sostenimiento de su hermana y de sus cuatro sobrinos, y el resto a su beaterio. Pero los albaceas aplicaron casi al pie de la letra la sentencia y se quedaron con todos los bienes. Su hermana y sus sobrinos quedaron al margen de los bienes de la familia.
Lo más que se consiguió fue declararlo siervo de Dios. Prácticamente su figura cayó en el olvido de la Historia eclesiástica a partir de la muerte de sus dos albaceas, ocurridas en 1679
Durante su corta estancia en Madrid, Pedro de Torres asistió como feligrés a la iglesia de San Ginés. Allí fue enterrado en una bóveda prestada, en octubre de 1670. Ya para 1672, cuando las obras del templo empezaban a subir, la memoria del presbítero empezaba a ser extendida por sus seguidores, tanto en narraciones orales como en publicaciones. Incluso se hablaba de su santidad, su sacrificio y sus probables milagros. El paso inmediato fue abrirle un proceso de beatificación; se abrió la causa, pero dio pocos pasos. Lo más que se consiguió fue declararlo siervo de Dios. Prácticamente su figura cayó en el olvido de la Historia eclesiástica a partir de la muerte de sus dos albaceas, ocurridas en 1679.
No obstante, el Oratorio de San Felipe Neri empezaba a crecer en Granada y a extender sus fundaciones por otras ciudades andaluzas. Los seguidores pensaron que los restos mortales del “fundador” en Granada debían recibir su justo homenaje colocándolos en un lugar preferente del presbiterio del templo que se construía en la calle San Jerónimo.
Segundo castigo: robo del cadáver
Una vez transcurridos los cinco años para la exhumación legal de un cadáver, los oratorianos granadinos pidieron varias veces a la iglesia de San Ginés de Madrid que sacase el cadáver de Pedro de Torres para trasladarlo a Granada. Ya habían construido la cripta en sus cimientos. Aquellas gestiones no fructificaron.
En el verano de 1677 ocurrió el lamentable espectáculo protagonizado por un seguidor de Pedro de Torres. El hecho dejó en su momento algunos rastros en la literatura religiosa de la época, además se suponer un escándalo mayúsculo entre el pueblo de Madrid. Un tal Bartolomé Notario, de oficio cocinero de prestigio y destacado admirador de Pedro de Torres, se cansó de las negativas del cardenal de Madrid y decidió solucionar el asunto por su cuenta.
El cocinero se enteró muy pronto del lugar donde estaba enterrado su maestro Pedro de Torres. Recordó los infructuosos intentos del Oratorio granadino de llevárselo a Granada. Entonces decidió actuar por su cuenta. Se ganó la amistad del sacristán de San Ginés, pero no le dejó ni siquiera ver la momia de su maestro. En un segundo intento, la amistad fue con el enterrador
Retrocediendo un poco en el tiempo, hay que hacer una pequeña semblanza del cocinero Bartolomé Notario. Él y su mujer habían recalado en Granada tras trabajar en Roma y Nápoles como cocineros al servicio de príncipes y poderosos. En Granada eran requeridos sus servicios por nobles y arzobispos. Hasta que entró a servir en la casa del inquisidor de Granada y fiscal de la Real Chancillería, Pedro de Herrera y Soto, justo el mismo año de 1670 en que falleció su maestro. En febrero de 1677, Pedro de Herrera fue ascendido a fiscal general de la Inquisición, con lo cual hubo de trasladarse a residir a Madrid. Precisamente a la calle Arenal, al lado de la iglesia de San Ginés. Y con él, como cocinero, se marchó Bartolomé Notario.
El cocinero se enteró muy pronto del lugar donde estaba enterrado su maestro Pedro de Torres. Recordó los infructuosos intentos del Oratorio granadino de llevárselo a Granada. Entonces decidió actuar por su cuenta. Se ganó la amistad del sacristán de San Ginés, pero no le dejó ni siquiera ver la momia de su maestro. En un segundo intento, la amistad fue con el enterrador. En este caso tuvo más éxito; el fossor quedó en avisarle en la primera ocasión en que se abriese la bóveda para incinerar algún difunto. Eso ocurrió en plena canícula de agosto de 1677. Tras el entierro, enterrador y cocinero cerraron la iglesia por dentro con el pretexto de quedarse a sellar la cripta de nuevo. El verdadero motivo era levantar la piedra bajo la cual reposaba el cadáver de Pedro de Torres.
Consiguieron correr un poco la piedra, pero no lo suficiente para acceder al cadáver completo. Estaba momificado y con los ropajes casi nuevos
Consiguieron correr un poco la piedra, pero no lo suficiente para acceder al cadáver completo. Estaba momificado y con los ropajes casi nuevos. Entonces Bartolomé Notario cogió un cuchillo y cortó la cabeza y una pierna a la momia de su maestro. La envolvió malamente en una sábana, ambos cerraron la bóveda y se dispusieron a salir. Era plena siesta de un mes muy caluroso, no habría nadie en la calle. Eso debieron pensar. Notario enfiló calle adelante hacia la residencia del inquisidor general para quien trabajaba. Pero tan sólo unos pasos más abajo se topó con un muchacho, justo en la puerta del palacio del Cardenal Primado de Toledo, Pascual de Aragón y Fernández de Córdoba. Los gritos repetitivos del menor diciendo “este hombre se lleva hurtado un muerto”, resonaron en la quietud de la siesta. En cuestión de segundos, la calle Arenal se llenó de gente persiguiendo a Bartolomé con parte de la momia mal envuelta en la sábana.
Aparecieron las autoridades, que comprobaron la veracidad de las voces del muchacho. Lo detuvieron, le acusaron de rituales satánicos, profanación de cadáveres, brujería, robo en lugar sagrado y mil delitos más. Acabaron llevándolo ante el vicario para que se encargase del asunto
Aparecieron las autoridades, que comprobaron la veracidad de las voces del muchacho. Lo detuvieron, le acusaron de rituales satánicos, profanación de cadáveres, brujería, robo en lugar sagrado y mil delitos más. Acabaron llevándolo ante el vicario para que se encargase del asunto. Todo el recorrido fue seguido por la chiquillería, y los no tan niños, que le insultaban y tiraban todo lo que encontraban a su paso. El asunto podía haber acabado en horca para el cocinero. Empero, medió su amo, el inquisidor general, consiguió explicar que todo se debía a un ataque de amor de un discípulo hacia su maestro espiritual. Y consiguió salvarle la vida.
Bartolomé Notario fue enviado de regreso a Granada, sin que pudiese cumplir su sueño de traerse la momia del fundador al Oratorio de San Felipe Neri en construcción. El inquisidor Herrera, al mes siguiente, fue nombrado presidente de la Real Chancillería de Granada. Tomó posesión de su cargo en enero de 1678 y falleció sólo tres meses después. No sabemos si Bartolomé había vuelto a entrar de nuevo a su servicio.
La cabeza y la pierna fueron devueltas a su bóveda por orden del vicario. El único rastro de su paso por aquel enterramiento es el libro de defunciones de la iglesia de San Ginés, donde figura inscrito
En aquel bochornoso agosto de 1677 perdemos la pista de los restos de Pedro de Torres. La cabeza y la pierna fueron devueltas a su bóveda por orden del vicario. El único rastro de su paso por aquel enterramiento es el libro de defunciones de la iglesia de San Ginés, donde figura inscrito. Fue enterrado en la cripta propiedad de la Cofradía del Cristo de San Ginés. Con posterioridad, los restos que contenía aquel antiguo panteón colectivo fueron trasladados al cementerio de Fuencarral. Menos una parte que permanece en un osario común al que actualmente no se puede acceder. Esta iglesia ha sufrido varios incendios, saqueos e infinidad de obras, que también han desenterrado muchos huesos. Conclusión: el hermano Pedro de Torres desapareció para siempre.
Tercer castigo: desaparece la aldea de Pataura
Pataura era una pequeña población de origen antiquísimo situada al comienzo del delta del río Guadalfeo. Su situación estaba más alejada de la línea costera de lo que está hoy la zona de Mármoles Martín Rubiño, donde se situó, aproximadamente. Enfrente, aunque un poco más abajo, del poblado de Lobres. Cada una de estas dos aldeas se situaba a ambas márgenes del inestable río.
Es una zona feraz para el cultivo, sobre todo de la caña de azúcar, que era el negocio predominante durante la etapa nazarita (Pataura significaba “pie de oro”). Allí había ubicado uno de los siete molinos de caña con que contaba el municipio de Motril, el primero que movía el agua de la acequia alta. Desde finales del siglo XVI era propiedad de la familia Torres y Acevedo; además, disponían de amplias hazas de cultivo. La aldea de Pataura llegó a contar en el siglo XVIII con hasta cuatrocientos habitantes.
Buena parte de las tierras pasaron en herencia a la congregación y en su explotación directa o arriendo permanecieron hasta que fueron expropiadas por la desamortización de 1836
Los Torres y Acevedo debieron ser los más ricos del lugar. Allí nació su hijo Pedro en febrero de 1614. Consiguieron de Felipe II el Señorío de Lobres y Pataura. Con el tiempo, sería una de las principales posesiones que vendió nuestro presbítero protagonista para comenzar la compra de solares para el Oratorio de San Felipe Neri de Granada. No obstante, buena parte de las tierras pasaron en herencia a la congregación y en su explotación directa o arriendo permanecieron hasta que fueron expropiadas por la desamortización de 1836.
Pero el destino de la aldea al que tanto estuvo ligado Pedro de Torres, y al que tanto debió la congregación del Oratorio, tuvo un destino fatal
Pero el destino de la aldea al que tanto estuvo ligado Pedro de Torres, y al que tanto debió la congregación del Oratorio, tuvo un destino fatal. La población tenía una pequeña torre defensiva, una iglesia de una sola nave en estilo mudéjar levantada a partir de 1520 y unas sesenta casas. Estaba situada muy cerca del cauce del río Guadalfeo y, por tanto, sus partes bajas se veían inundadas de vez en cuando. Conocemos algunos datos gracias a un dibujo que hizo el escribano para el Catastro del Marqués de la Ensenada en 1752.
Cuando Pedro de Torres iba por allí de pequeño había viviendo algo más de cuatrocientas personas, entre los cristianos viejos, algunos moriscos no expulsados y nuevos repobladores. Pero poco a poco se fue despoblando en favor de Motril y Salobreña, una vez que desapareció el peligro de incursiones berberiscas.
El siglo XVIII fue muy lluvioso en la cuenca del Guadalfeo, que recoge aguas de casi toda la vertiente Sur de Sierra Nevada y a partir del Suspiro del Moro, la subcuenca del río Béznar. Ya en 1737 se registró una gran avenida que destrozó cientos de marjales de la vega, derrumbó las casas más cercanas al cauce y provocó daños en la iglesia. El Guadalfeo era un cauce caprichoso que iba cambiando su rumbo y abriendo canales por todo su delta, arrastrando grandes cantidades de aportes de la cuenca alta. La situación de Pataura empeoró en la nueva riada de 1778. Los daños en el poblado y en la iglesia fueron de tal calado que la mayor parte de los vecinos se trasladaron a Motril, Lobres y Salobreña. La alquería quedó solamente como una cortijada con una decena de casas habitadas en la parte más alta de las estribaciones del cerro Magdalite. La iglesia quedó sin culto y sus pocos enseres fueron trasladados a la parroquia de Motril.
Las siguientes riadas de principios del siglo XIX fueron llevándose lo poco que quedaba. A mediados de ese mismo siglo lo único que se veían eran cimientos
Otra riada aún mayor, la de 1790, acabó por llevarse casi todo lo que quedaba. Los materiales más valiosos fueron desarmados poco a poco en los años siguientes para nuevas construcciones en lugares más apropiados. Las siguientes riadas de principios del siglo XIX fueron llevándose lo poco que quedaba. A mediados de ese mismo siglo lo único que se veían eran cimientos. El lugar fue aterrazado y convertido en hazas de cultivo. Alguna vez que se han hecho obras en la zona han aparecido cimientos que marcan el lugar donde estuvo Pataura. También algunas tumbas de su cementerio. Las defensas del encauzamiento y las nuevas carreteras han impedido durante el siglo XX que el Guadalfeo modifique su curso cuando le ha venido en gana.
Del ingenio que fue propiedad de Pedro de Torres y después del Oratorio de San Felipe Neri tampoco quedó nada tras las continuas avenidas. Tuvo un solar de unos 3.000 metros cuadrados, con el molino, albercas para el blanqueo, caballerizas, almacenes y casa para su administrador. Su tradición en la zona la siguió después la actual Azucarera Montero.
Cuarto castigo: muerte del Oratorio de San Felipe Neri
Las obras del Oratorio primitivo de la calle San Jerónimo comenzaron en 1671. No obstante, las correspondientes al templo que pervive no lo hicieron hasta 1686. Se prolongaron hasta el año 1732, aunque sólo se tuvo acabado uno de los campanarios (el del reloj). La actividad fue frenética en los primeros años de implantación y obras (1671-79), en que el primer prepósito (Dionisio del Barrio) y Francisco Hurtado de Mendoza materializaron la fundación con la herencia del maestro muerto en Madrid. La peste de 1679 se se llevó al primero de los dos por delante. Pero el camino estaba marcado.
La comunidad del Oratorio granadino desarrolló una actividad sobresaliente durante todo el siglo XVIII en los campos religiosos y asistenciales
Los siguientes prepósitos y la comunidad fueron durante finales del XVII y principios del XVIII el modelo a seguir para las siguientes fundaciones en Andalucía: Cádiz (1671), Carcabuey (1692), Córdoba (1696), Sevilla (1698), Baza (1702), Málaga (1739)… La comunidad del Oratorio granadino desarrolló una actividad sobresaliente durante todo el siglo XVIII en los campos religiosos y asistenciales.
Su primer gran tropiezo llegó antes de que el templo cumpliese un siglo de existencia. Los invasores franceses se cebaron con las órdenes seglares; en 1809 las suprimieron todas y se apropiaron de sus bienes. Cuando llegaron a Granada al año siguiente, dedicaron el templo a uso militar, tanto como almacén de intendencia como oficina del famoso afrancesado Antonio Falces. En el claustro anexo instaló su vivienda el brigadier Sebastiani, con todo su séquito. Una vez huyeron los franceses de Granada, septiembre de 1812, el edificio no corrió mejor suerte, ya que fue saqueado por los granadinos. Lo dedicaron a prisión y almacén. El patrimonio artístico que se salvó fue objeto de rapiña o dispersado en otras iglesias. Se consiguieron salvar las imágenes de San Felipe Neri y la Dolorosa talladas por José de Mora, encargadas por el primer prepósito en 1670, antes incluso de obtener la autorización arzobispal (señal de que ya vino de Madrid con la idea prefijada).
Con la llegada del absolutismo de Fernando VII (1814), la congregación recuperó el edificio y trató de restaurarlo y recuperar las imágenes. En 1817 decidieron levantar la segunda torre como símbolo de que estaban tan vivos como durante el siglo anterior. La segunda torre, la de las campanas, fue construida en menos de un año. Aquellas obras afectaron también al nuevo cimborrio, que fue rebajado.
Lo peor le llegó con la desamortización de 1835. La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri fue disuelta y sus propiedades expropiadas. Todo se puso en almoneda en los años siguientes
Lo peor le llegó con la desamortización de 1835. La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri fue disuelta y sus propiedades expropiadas. Todo se puso en almoneda en los años siguientes. El templo volvió a ser desmantelado y convertido en almacén. Las imágenes se dispersaron; incluso la piedra del altar se utilizó para construir el pedestal del monumento a Mariana Pineda en su plaza (1840). El adjudicatario del edificio, José Pareja Martos (era jefe de bomberos), procedió a desmontar las dos torres en la primera mitad del año 1848; una ley estatal obligaba a retirar emblemas religiosos que identificaran el pasado de los edificios reconvertidos en civiles. Las torres cayeron, pero al menos se salvó el bajorrelieve de la Dolorosa de la puerta lateral. No ocurrió lo mismo con la portada principal, formada por tres puertas adelantadas, más alta la central. Fue utilizada como cantera.
A partir de entonces y hasta 1912, el antiguo templo del Oratorio de San Felipe Neri pasó por infinidad de mutilaciones y reformas. Fue utilizado como casa de vecinos, carpintería de carruajes, establo, carbonería, etc. En 1889, cuando la Comisión de Monumentos buscaba sitio para sus museos Arqueológico y de Bellas Artes, fue ofrecido por su nuevo propietario (Mariano Fernández Sánchez-Puertas, alcalde y presidente de la Diputación) como escuela de bellas artes. Pero la iniciativa no cuajó y continuó siendo almacén de abonos.
El Vaticano aprobó el cambio de la antigua congregación que lo había construido y regentado durante algo más de siglo y medio
En 1912 el edificio tuvo la suerte de que se fijara en él la comunidad de Redentoristas. Consiguieron el dinero a base de donaciones particulares y lo compraron. El almacén de abonos Cros, como se le llamaba, volvió a recuperar uso y nombre religioso. Sería el Santuario del Perpetuo Socorro. El Vaticano aprobó el cambio de la antigua congregación que lo había construido y regentado durante algo más de siglo y medio. El objetivo de los redentoristas fue devolver al templo el aspecto más parecido a lo que fue a partir de 1817. Los arquitectos Ángel Casas y Fernando Wilhelmi se ocuparon de proyectar las obras.
La portada fue reconstruida imitando el estilo renacentista/neoclásica que tanto abundó en la Granada de los siglos XVI y XVII. Pero las torres nunca llegaron a hacerse, a pesar de que el proyecto las incluía y Wilhelmi las dibujó; siguió las explicaciones de ancianos que todavía recordaban cómo eran las torres antes de su derribo ya que no quedaron fotografías ni dibujos. Parece que el problema se debió a débil cimentación. Únicamente se añadieron los pináculos rematando la cornisa. Así está desde hace justo un siglo.
Conclusión: del sueño y la fortuna de Pedro de Torres, de los que partió el Oratorio en 1670, prácticamente no queda nada. A lo sumo, el bajorrelieve de la Dolorosa en la puerta lateral y la imagen de San Felipe Neri en una hornacina interior del templo
Conclusión: del sueño y la fortuna de Pedro de Torres, de los que partió el Oratorio en 1670, prácticamente no queda nada. A lo sumo, el bajorrelieve de la Dolorosa en la puerta lateral y la imagen de San Felipe Neri en una hornacina interior del templo. Ni siquiera la Dolorosa de Mora se ha recuperado (está en la iglesia de Santa Ana). La congregación del Oratorio de San Felipe Neri no ha reabierto casa en la primera ciudad andaluza donde comenzó todo.
Un triste final para la memoria del inquieto Pedro de Torres, que apenas figura en los libros de historia locales.
Referencias bibliográficas:
─Fundación y Chronica de la Sagrada Congregación de San Felipe Neri en la ciudad de Granada, escrita por el discípulo seglar Francisco Hurtado de Mendoza entre 1670 y 1679, y publicada en 1679. Es la primera obra que narra la biografía de Pedro de Torres y los primeros años de la Congregación.
Se puede descargar en el siguiente enlace de la Biblioteca Virtual de Andalucía: http://www.bibliotecavirtualdeandalucia.es/catalogo/es/consulta/registro.cmd?id=1014389
─La tesis doctoral Baza y el Oratorio de San Felipe Neri. En el sueño por la independencia: poderes, sociedad y patrimonio en el Altiplano granadino (2018) se puede considerar el libro más completo para conocer todo lo relacionado con el Oratorio en el antiguo Reino de Granada. De él he tomado bastantes datos. Una parte de esta tesis está contenida en el libro titulado El oratorio de San Felipe Neri de Granada (2021). Su autor es José Antonio Díaz Gómez, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla.