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Ramper forjan una ruta propia dentro del post rock

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 23 de Septiembre de 2020
Ramper – 'Nuestros mejores deseos'
Portada de 'Nuestros mejores deseos', primer álbum de Ramper.
bandcamp.com
Portada de 'Nuestros mejores deseos', primer álbum de Ramper.

Las etiquetas que usamos para referirnos a los géneros musicales suelen tener más que ver con cómo suene el propio nombre que con cómo suene el supuesto género a definir. Quiero decir que muchas veces nos quedamos con una expresión porque suena guay y no porque aquello a lo que se refiere se sintetice bien con esas palabras. A veces ni siquiera está claro que lo que queremos abarcar pueda ser calificado de género: cuando la prensa española descubrió que la palabra “trap” vendía, se apresuró a usarla para hablar de artistas de lo más variopintos, muchos de los cuales ni siquiera usaban una estética sonora cercana al sonido de Atlanta, ni mucho menos se identificaban con el “estilo de vida” asociado a la venta y consumo de drogas en barrios marginales del que surgen el género y su nombre. También está el caso del vaporwave, más meme que género con vida propia, pese a lo cual es fácil rastrear en la música de los últimos diez años el impacto de esa estética retro y lo-fi que popularizó el disco Floral Shoppe.

 Pues bien, un muy buen ejemplo de este mismo espíritu aplicado al post rock lo encontramos aquí mismo, en la ciudad de Granada. Se trata de Ramper, un grupo de cuatro jóvenes granadinos que lanzaron allá por marzo su primer álbum largo, 'Nuestros mejores deseos'

Pues bien, pocas etiquetas son tan imprecisas, difusas y absurdas como “post rock”. Ese nombre nos invita a pensar en algo mucho más aventurado y extraño que buena parte de lo que ha acabado por designar: desde las inocentes y optimistas canciones de Sigur Rós hasta los ya previsibles ejercicios atmosféricos de Explosions in the Sky. Los lugares comunes son fáciles de señalar (y parodiar): composiciones largas, en principio tranquilas y espaciosas, con riffs sencillos y guitarras bañadas en reverb y delays, que progresan hasta llegar a explosiones de sonido. Distintos grupos han explorado las posibilidades de añadir texturas electrónicas, sonidos de drone o arreglos de cuerda y viento, en diversas combinaciones. Se entiende la tentación de dar el género por agotado, ya anquilosado dentro de unos límites definidos, condenado a la repetición de clichés, contradiciendo perpetuamente el prefijo que le da nombre y que tan arriesgados experimentos prometía.

Pero si algo define la música popular en 2020 es esa maleabilidad infinita que corresponde a la forma de consumirla y entenderla de la primera generación que ha podido escuchar todos los estilos musicales de todas las épocas con un simple clic. Como muestran los discos que he ido comentando en el blog a lo largo del año, ni el jazz, ni el post-hardcore (otra etiqueta curiosa), ni el flamenco, ni siquiera el rock andaluz están muertos, porque quienes se acercan a esos géneros lo hacen desprejuiciadamente, explorando las posibilidades que se abren al usarlos como punto de partida y no como una ortodoxia a respetar. Pues bien, un muy buen ejemplo de este mismo espíritu aplicado al post rock lo encontramos aquí mismo, en la ciudad de Granada. Se trata de Ramper, un grupo de cuatro jóvenes granadinos que lanzaron allá por marzo su primer álbum largo, Nuestros mejores deseos.

Ya desde los primeros segundos, Ramper ponen distancia con los clichés del género: como decía antes, las grandes conflagraciones sonoras del post rock suelen llegar al cabo de varios minutos, producto de una lenta progresión; pero “Nuestros mejores deseos” empieza con el pasaje más ruidista y caótico del álbum. Una sucesión de instrumentos de viento y cuerda se desmoronan unos sobre otros, efectos electrónicos punzantes perforan los tímpanos, y este pandemónium dura nada menos que cuatro minutos. Según ellos mismos han declarado, esa idea les vino en parte de la música clásica y en parte del excelente Aviary, la compleja obra de pop barroco de Julia Holter. Pero lo mejor, claro, es que después de esta brutal introducción la canción se convierte en una preciosa nana con un lecho de bajo y órgano sobre el que una batería sutil y la suave voz de Álvaro Romero nos mecen suavemente, recordando por momentos al psicodélico viaje de Los Planetas en “Toxicosmos”. Y sí, el crescendo posterior es de manual, pero lo ejecutan con tanta pasión que convence por completo.

Pese al prometedor inicio, hay canciones que no alcanzan estas cotas de calidad y de imaginación. “Niña en vela” resulta ser un cúmulo de los (escasos) defectos del disco: una interpretación vocal demasiado tímida y quebradiza, una letra demasiado inespecífica, una estructura algo plana con una coda intrascendente… en resumen, una canción de lo más olvidable. Por su parte, “Pánico en las calles” se muestra como un buen punto medio, capaz de construir tensión con muy pocos elementos, aunque quizás los pasajes más tranquilos se alarguen demasiado. Su aire de catástrofe inminente y su letra la emparentan con los sombríos paisajes urbanos postapocalípticos de Godspeed You! Black Emperor, y aunque no deje con la boca abierta sí deja buen sabor de boca.

“Amalola” es otra historia. Empieza como una ola de puro feedback que acaba por tomar forma en un riff sencillo pero apabullante, cercano al sludge metal. Imposible no acordarse del shoegaze más oscuro y heavy. Pero es que la canción no para de mejorar a lo largo de sus siete minutos, con ese toque de caja marcial, ese órgano y esas trompetas que confieren a su segunda mitad un matiz religioso, hasta que ambas facetas se encuentran triunfalmente en los últimos segundos, para acabar repentinamente en el mejor momento del tema. A este puñetazo en lo alto de la mesa le sigue la composición más directa del disco, “Oxígeno”, que presenta al fin una interpretación vocal enérgica y rabiosa e incluso tiene algo parecido a un estribillo en ese “no tengo nada que decir” repetido una y otra vez. Un insistente sonido percusivo sirve de enlace con la última canción, “Murga”, cuyos luminosos acordes mayores dan un toque de euforia al cataclismo que describen (“Se oye nuestro respirar triunfante pese al fracaso/Con el fin a nuestras espaldas ignoramos su llegada”). Después de un último clímax (que suena esta vez demasiado sucio, por desgracia), la banda vuelve a desnudarse para, acompañada de un dulce clarinete, devolvernos al suave balanceo de “Nuestros mejores deseos” y, ahora sí, despedirse.

La sensación de conjunto es que Ramper se ubican cómodamente en un espacio propio, en la intersección de múltiples estilos de rock alternativo (de hecho, ¿soy solo yo o hay incluso una cercanía, tanto en las letras como en el uso de la distorsión y los vientos en “Amalola”, con Neutral Milk Hotel?). Queda, sin duda, margen de mejora: las letras podrían hacerse algo menos genéricas, la voz podría tener más empaque, la producción podría ser más limpia. Pero lo bueno es que tienen una visión, las ideas muy claras, y como indican en una entrevista ya están aplicados en realizar esas mejoras. Sería esencial que tuvieran el apoyo de algún sello independiente para poder dar esos pasos adelante con garantías y poder seguir creciendo. Queridos A&R de Humo Internacional, de Aloud Music, de Miel de Moscas, hasta de Sonido Muchacho, ¿a qué estáis esperando?

Puntuación: 7.5/10

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com