Cuando la libertad está en peligro
El sueño ilustrado, con toda la ingenuidad que queramos reprocharle, tenía un principio ético que guiaba todo pensamiento, toda acción: lograr liberar al ser humano de las cadenas que le aprisionan; la ignorancia, el egoísmo, la superstición, el miedo, y las consecuencias que conllevan: la injusticia, la intolerancia, la explotación de unos por otros y el fanatismo. Todos estos virus pretendían curarse bajo una única vacuna, la de la libertad. Bandera tan difícil de enarbolar en tiempos oscuros, como fácil de tergiversar. El despertar del sueño ilustrado del XVIII fue terriblemente duro; en el XIX la exaltación nacionalista, en el XX el nacimiento del fascismo y la época más sangrienta de la humanidad, y en los albores del XXI, cuando creíamos superadas ambas lacras, las semillas de ambos virus están comenzando a germinar de nuevo, a lo que se une los peligros de una globalización mal encaminada, un planeta que agota sus recursos, cada vez más contaminado y con especies extinguiéndose a diario, una tecnificación sin control, una engañosa era de la comunicación global, y una sociedad de masas cada vez más ignorante y dúctil ante la mentira y la manipulación, como lógica consecuencia de todo esto. Un gazpacho de difícil digestión que pone en peligro la libertad allí donde existe, y la está tornando imposible donde se lucha por conseguirla. Por muy optimista que uno pretenda ser ante la situación del mundo, algo mal estamos haciendo.
Es evidente que uno de los principales problemas de la actual sociedad de masas es que su hiperconexión la hace especialmente vulnerable a los bulos. Y nos hace especialmente vulnerables porque las redes sociales nos dotan de la falsa sensación de ser parte de algo superior a nosotros, de una masa con la que compartimos preocupaciones, intereses, y por tanto, todo lo que aparentemente venga de ella, nunca lo cuestionamos, por eso es tan fácil engañarnos
Ante esta encrucijada, para aquellos con algún sentido de la libertad y de la democracia, tenemos dos opciones básicas; podemos hacer como el político y pensador del XVIII Edmund Burke, padre del liberalismo conservador, y ante el miedo retroceder en las libertades tan duramente ganadas, por temor a que los populismos herederos de las semillas del fascismo arrebaten el espacio político ; antes de felicitarnos por dar libertad a las gentes deberíamos preguntarnos qué harán con ella, decía el escritor y político británico. Apostando claramente por reducir daños, pagando el alto precio de disminuir libertades y derechos. O, por el contrario, enfrentar nuestros miedos y apostar por el atrevimiento y la férrea defensa de la libertad, ante esos intentos de convertirnos en meras notas a pie de página de las fuerzas reactivas, y seguir el ejemplo de pensadores como John Stuart Mill y su singular compromiso con la libertad del individuo, y su resistencia frente a aquellos que desean convertirnos en una masa anónima tan atontada, tan crédula, que es capaz de seguir las falacias que nos convierten en rebaños al albur de populismo. Trump, Bolsonaro, Salvini, Abascal, entre otros enemigos de la libertad, son los ejemplos perfectos. El enemigo del pensamiento ilustrado fue, y hoy día lo es más que nunca, la sociedad de masas, tan fácil de manipular para los enemigos de la libertad, hoy día ayudados por las nuevas herramientas de comunicación social, que han pasado de predicar nuestra liberación, a practicar el bulo como arma de desinformación masiva.
Stuart Mill da con una de las claves esenciales del problema de la sociedad de masas, más aplicable hoy día, que en su tiempo, debido a la estupidez conectada de las redes sociales y su labor de zapa de la capacidad crítica del ser humano. Para el pensador inglés el problema se encuentra en concebir la verdad como certeza, pues si la concebimos únicamente así, su búsqueda no tiene sentido, se alcanza o no se alcanza, si por el contrario la racionalidad critica asume su carácter de probabilidad, la necesidad de ante dos opciones aparénteme contrapuestas utilizar el valor estratégico de la razón para atender a su utilidad, a sus consecuencias sobre el bienestar individual y social, estaremos un paso por delante de aquellos dogmatismos que pretenden imponernos una única verdad, su verdad. Para Stuart Mill estar atentos y críticos, ante la falsedad con la que los populismos que atentan contra la verdad y la libertad pretenden dominarnos, tiene su utilidad; ayudarnos a crear estrategias para despertar nuestro sentido crítico, y vigilar a aquellos que pretenden hacer pasar lo falso por verdadero, por su propio y egoísta interés. Es evidente que uno de los principales problemas de la actual sociedad de masas es que su hiperconexión la hace especialmente vulnerable a los bulos. Y nos hace especialmente vulnerables porque las redes sociales nos dotan de la falsa sensación de ser parte de algo superior a nosotros, de una masa con la que compartimos preocupaciones, intereses, y por tanto, todo lo que aparentemente venga de ella, nunca lo cuestionamos, por eso es tan fácil engañarnos. Ha de ser cierto, sí o sí, pues proviene de gente con la que compartimos me gusta, fotos de familia, y mil cosas más que nos hacen creer que somos íntimos. La verdad nunca es fácil, nunca es agradable, rara vez es única, y siempre ha de estar sometida a un duro estrés de crítica, para nada de eso nos preparan las redes sociales, pues con que una sola persona de la manada caiga en las redes populistas de los bulos, el resto cae como fichas de dominó, pues tratamos de agradar para sentirnos parte de esa masa, antes que preferir la dura libertad de ser nosotros mismos, pensar por nosotros mismos, decidir por nosotros mismos.
El fanatismo suele ir unido a la pretensión de certidumbre, al igual que la duda, cuando no es simplemente metódica, siembra tolerancia. Ser hereje frente a la ortodoxia del pensamiento único sigue siendo la mejor defensa ante la tiranía de discursos de líderes híper hormonados que buscan la comunión social con su vacía noción de patria para todos, cuando lo que pregonan en realidad es la patria tan solo para aquellos que cumplan sus requisitos de limpieza de sangre, real o ideológica
El fanatismo suele ir unido a la pretensión de certidumbre, al igual que la duda, cuando no es simplemente metódica, siembra tolerancia. Ser hereje frente a la ortodoxia del pensamiento único sigue siendo la mejor defensa ante la tiranía de discursos de líderes híper hormonados que buscan la comunión social con su vacía noción de patria para todos, cuando lo que pregonan en realidad es la patria tan solo para aquellos que cumplan sus requisitos de limpieza de sangre, real o ideológica. Una patria de muros, donde importa más quienes queden fuera, que el hecho de que todos quepamos dentro.
La ética unida a la democracia es otro principio esencial para Stuart Mill, para evitar la tiranía escondida bajo esos liderazgos de voxeros y correligionarios. La democracia ética solo es posible si el individuo recupera su libertad frente a la tiranía de la masa. Ardua labor, pero no por ello menos necesaria hoy día que antaño. Al igual que en el XIX, en el siglo XXI es la fragilidad económica de la clase trabajadora, que ingenuamente creíamos superada en la sociedad occidental, la que condiciona la conciencia moral del individuo frente a la masa. En tanto somos seres frágiles en nuestro trabajo, en nuestras condiciones laborales, tan cercanas a la explotación, tan próximas a la incertidumbre, se corroe nuestra capacidad para centrarnos en la libertad del individuo, y por tanto conceder a una ética social de justicia y equidad la jerarquía necesaria. El temor ante la incertidumbre paraliza cualquier búsqueda ética de la libertad, preferimos ceder a los discursos del miedo y odio al otro, miedo a sus religiones, costumbres, etnias, antes que centrar la mirada en el abismo de nuestra propia fragilidad, no por culpa de esos otros, sino porque hemos permitido que nos exploten esos que se llaman los nuestros, que cercenan nuestra libertad en aras a supuestas seguridades, que despiertan nuestro odio con tal de desviar la mirada hacia donde deberíamos haberla dirigido; al capitalismo salvaje que no entiende de etnias, ni religiones, ni culturas, ni derechos, y por tanto de libertades, solo entiende de costes y beneficios. Capitalismo del que ellos forman parte esencial. Tan solo hace falta mirar las conexiones financieras de las elites económicas a partidos como Vox, para darnos cuenta de quienes tiran realmente de sus hilos.
Un punto esencial, para combatir democráticamente este acoso a las libertades, es aceptar que la rebelión ante la sociedad de masas, ante la opresión de la libertad del individuo, en su raíz más importante, el derecho a la dignidad, es una rebelión social o no es ninguna rebelión
Un punto esencial, para combatir democráticamente este acoso a las libertades, es aceptar que la rebelión ante la sociedad de masas, ante la opresión de la libertad del individuo, en su raíz más importante, el derecho a la dignidad, es una rebelión social o no es ninguna rebelión. Aquí, desgraciadamente, es donde el pensador británico se queda corto, pues su defensa de la libertad es solo negativa: defender bajo cualquier precio la injerencia sobre las decisiones de vida de una persona, siempre y cuando no afecten a los demás. Pero como bien entendería el desarrollo del socialismo democrático, no hay igualdad sin libertad, pero tampoco es posible, la libertad sin equidad ni justicia social. Ninguna persona es una isla, más bien un rico archipiélago. Mill, admirador de Tocqueville, nos advirtió de un peligro tan real en sus siglos natales, como hoy día, la tiranía siempre está al acecho, y su mejor caldo de cultivo es la renuncia del individuo a la libertad que da pensar por sí mismo, abandonar el frio abrazo de la razón en pos de la búsqueda del abrigo acrítico de la masa.
La solución de Mill es un canto a la resistencia del individuo, al héroe, que en la erudición cultural encuentra el valor de la herejía del pensamiento rebelde del individuo, frente a la homogénea y ortodoxa cultura de la mediocridad, que impone la tiranía de la masa liderada por líderes populistas. Lo que el pensador británico no vio, es que sin asumir su ser social, su compromiso ético con una justicia social, el individuo jamás podrá ser libre. Las cadenas ajenas no se rompen porque el azar, o la voluntad propia, nos hayan liberado de las nuestras, ni tan siquiera con el mero ejemplo. O somos libres todos, o todos seremos prisioneros al final. Mientras personas cuya única diferencia con nosotros sea haber nacido en lugares diferentes, y tener la mala suerte de ser pobres, maltratados por la guerra, ninguneados y esclavizados como seres humanos por el mero hecho de ser mujeres, no puedan encontrar en nuestra patria un lugar donde sus cadenas no les pesen, las nuestras siempre existirán. Estar cegados ante las desgracias ajenas, con la excusa de desgracias propias, con ese porqué preocuparnos por los demás cuando hemos de preocuparnos primero por los nuestros, es lo peor de lo peor, que conspira contra nuestra libertad, pues ser libres a costa de otros, de sus cadenas, no nos hace libres, nos hace cómplices de aquellos que explotan, matan, esclavizan, por tener más dinero para sus vidas de lujos, mientras nos complacemos con las migajas de sus riquezas que nos hacen creer privilegiados. Cuando la libertad está en peligro nos quedan dos opciones: rebelarnos, o mantener la indiferencia mientras creemos que a nosotros no nos va a afectar, hasta que un día despertemos encadenados, e inútilmente nos preguntemos cómo hemos podido llegar a esto.