El resbalón real
Algo está ocurriendo en los últimos tiempos en este país. La crispación está creciendo, sobrevuela en el ambiente una especie de deseo de buscar un enemigo contra el que soltar nuestra ira, ya sea inmigrante, mujer, homosexual o político. Parecía que habíamos avanzado hacia las libertades, que España se había convertido en pionera en la aceptación de los derechos del colectivo LGTBI o incluso de las mujeres, al establecer leyes de protección que se han convertido en referentes para el resto de Europa. Pero se ve que había un montón de descontentos en el armario, ocultos, hartos de tragarse las ganas de gritar contra el feminismo, las familias diferentes o los inmigrantes. Y ahora que Andalucía ha sido el escenario del nacimiento de una ola desde la derecha más tradicional, parece que empiezan a alzarse voces que permanecían acalladas.
Parecía que habíamos avanzado hacia las libertades, que España se había convertido en pionera en la aceptación de los derechos del colectivo LGTBI o incluso de las mujeres, al establecer leyes de protección que se han convertido en referentes para el resto de Europa. Pero se ve que había un montón de descontentos en el armario, ocultos, hartos de tragarse las ganas de gritar contra el feminismo, las familias diferentes o los inmigrantes. Y ahora que Andalucía ha sido el escenario del nacimiento de una ola desde la derecha más tradicional, parece que empiezan a alzarse voces que permanecían acalladas
Tengo que reconocer que cuando me enteré de que el rey Baltasar había lanzado desde el balcón del Ayuntamiento de Andoain a voz en grito esa afirmación que dinamitó la magia de esa noche para los niños, identificando a los reyes magos con los padres, me sorprendí y me enfadé. Aunque, a decir verdad, quién más me fastidió fue el amigo que me envió por WhatsApp el vídeo que se hizo viral, porque a mi lado estaba mi hijo de 6 años y lo puse sin reparar en el contenido. Afortunadamente, el pequeño no se enteró de lo que decía Baltasar y me lo preguntó, así que pude desviar su atención respondiéndole que estaba saludando a todos los chavales.
Más difícil lo habrá tenido mi amigo Arturo, fiel seguidor de este blog. Él vive en Andoain con su esposa Raquel y sus dos hijos, quienes no han podido evitar escucharlo, sin duda. Ha sido un error garrafal. Y a mí me trajo el recuerdo de aquella Marisa Naranjo que se equivocó al retransmitir las campanadas de 1989 o Canal Sur, en 2014, cuando se fue a publicidad en el momento de empezar a comernos las uvas. Son de esos fallos que nos enfurecen al momento, recordamos el resto de nuestras vidas y, pasados los años, nos hacen reír. Por eso, me parece del todo exagerado la cantidad de insultos racistas que ha tenido que soportar el tal Baltasar, comentarios instándole a marcharse de España, alusiones a su color. Es curioso porque Gaspar también se equivocó en Santa Fe, en este caso era un vecino del pueblo, y desveló el secreto de los Reyes Magos, pero pasado el mal trago y ofrecidas las disculpas, él mismo se congratulaba de la cantidad de apoyos recibidos.
Las críticas son inevitables y más cuando alguien se expone públicamente. En el caso de Andoain, supongo que depurarán responsabilidades y, como en todos lados, acabará pagando el que menos culpa tenga.
Lo más difícil de reparar, a mi parecer, son esos hirientes mensajes dispersos por las redes, contenedoras de tanto insulto y radicalismo. Algunos se escudaban en que «no se trata de que sea negro» y pocas líneas después se delataban: «si no sabe respetar las costumbres de España, que se vaya a su país».
La otra polémica de las Navidades ha sido el famoso vestido de la presentadora de A3 Media Cristina Pedroche para las campanadas. También he escuchado en este caso comentarios que degradaban a todas las mujeres solo para defender una postura en este tema, ya fuera que estuviera a favor o en contra del citado vestuario.
Lo más difícil de reparar, a mi parecer, son esos hirientes mensajes dispersos por las redes, contenedoras de tanto insulto y radicalismo. Algunos se escudaban en que «no se trata de que sea negro» y pocas líneas después se delataban: «si no sabe respetar las costumbres de España, que se vaya a su país»
Coincide con la polémica sobre la ley de violencia de género, que algunos pretenden derogar porque dicen que es discriminatoria hacia los hombres. Y para justificarlo utilizan datos falsos, como que hay más de 20 muertes de hombres al año a manos de sus mujeres (el año pasado fueron 10) o afirmaciones interesadas como la del escritor Fernando Sánchez Dragó, tan excéntrico como poco humilde, que se atrevió a publicar hace unos días la cruel falacia de que «este año ha habido en España menos mujeres etiquetadas como víctimas mortales de violencia de género (47) que niños asesinados por sus mamaítas (67)»; la ONG Save The Children asegura que el número de menores muertos en el país a manos de sus progenitores fue de 22, de los cuales más de la mitad se les atribuye a los padres y no a las madres. El escritor se ha visto obligado a hacer otra columna para justificar un artículo que destilaba soberbia y machismo.
Como decía el nazi Joseph Goebbels, «repite una mentira con suficiente frecuencia y se convierte en verdad». Si no, que se lo digan a los inmigrantes que después de arriesgar sus vidas en un viaje hacia lo desconocido se pasan años tratando de obtener legalmente la documentación en España trabajando de sol a sol, por salarios paupérrimos, supeditados a mafias que se aprovechan de ellos y aguantando que continuamente se les acuse de venir a robar
Como decía el nazi Joseph Goebbels, «repite una mentira con suficiente frecuencia y se convierte en verdad». Si no, que se lo digan a los inmigrantes que después de arriesgar sus vidas en un viaje hacia lo desconocido se pasan años tratando de obtener legalmente la documentación en España trabajando de sol a sol, por salarios paupérrimos, supeditados a mafias que se aprovechan de ellos y aguantando que continuamente se les acuse de venir a robar, de cobrar más subvenciones que las familias necesitadas de este país, de no querer trabajar, de tener hijos para obtener más ayudas. Yo siempre me pregunto si alguno de esos compatriotas que tanto se queja de que los inmigrantes reciben más subvenciones que los españoles cambiaría su situación personal y económica por la de ellos.
Ya no se trata de izquierdas ni derechas, es cuestión de contra quién quieres arremeter, a quién deseas culpar de tu situación, siempre eludiendo hacerlo a los poderosos y a los que ostentan la riqueza, porque son inaccesibles. Y yo imagino que esos que están arriba, seguros y protegidos por su cúpula de poder y dinero, mirarán para abajo y se troncharán al contemplar cómo nos peleamos por quitarnos las migajas los unos a los otros mientras les dejamos el camino libre en su ascenso a lo más alto de su torre de marfil.