'Otro abrazo en defensa del Parque de las Ciencias'
No era este el artículo que tenía pensado escribir, ni por supuesto el que querría escribir. La idea primigenia era redactar un artículo celebratorio de los 30 años de existencia del Parque de las Ciencias de Granada, un proyecto cultural del que la propia ciudad y Andalucía y España en su conjunto deberían ver como una demostración de que cuando se aúnan las buenas ideas, el empeño y la inteligencia para llevarlas a cabo, el apoyo institucional y la adhesión de la ciudadanía la recompensa siempre es espléndida.
En el año 2005, para conmemorar el décimo aniversario del Parque de las Ciencias, escribí el libro Las manos ven, los ojos vuelan. Todas sus páginas radiaban color, pasión y asombro
En el año 2005, para conmemorar el décimo aniversario del Parque de las Ciencias, escribí el libro Las manos ven, los ojos vuelan. Todas sus páginas radiaban color, pasión y asombro. Este artículo quería continuar la estela de aquel libro y hablar del apogeo del Parque, de sus magníficas exposiciones, tanto las gestadas en el propio Parque como las venidas de fuera, de los numerosos actos culturales y encuentros científicos que se han realizado en él, de los nuevos edificios y espacios que se han ido construyendo en estas décadas, del cada vez más extenso reconocimiento internacional, de la felicidad de mis nietos cada vez que cruzamos sus puertas, de los millones de visitantes que lo han disfrutado a lo largo de estos años y que no han dudado en manifestarse cada vez que han percibido una amenaza o una agresión... Es decir, quería haber seguido hablando desde el entusiasmo y la celebración, pero lo hago por el contrario desde el estupor y la indignación.
Porque, inesperadamente, y a diferencia de entonces, el Parque está inmerso en una de las crisis más graves de su historia, que lo está dañando de un modo severo.
Hace unas semanas, la Junta de Andalucía, responsable última de la gestión del Parque, decidió inaugurar las celebraciones del trigésimo aniversario recortando un millón de euros a su ya depauperado presupuesto
Hace unas semanas, la Junta de Andalucía, responsable última de la gestión del Parque, decidió inaugurar las celebraciones del trigésimo aniversario recortando un millón de euros a su ya depauperado presupuesto. Una desconsideración que habla a las claras de lo que a la Junta le importa tan sobresaliente institución cultural y científica. Siguió la fiesta con la súbita e inexplicada dimisión del actual director-gerente del Parque, acogido a las siempre tópicas razones de carácter personal (bien haría la Junta, que tanto presume de transparencia, en aclarar las verdaderas razones de esa repentina decisión). Continuó la verbena con la subrepticia maniobra del director ya dimitido de borrar todo rastro de la historia anterior degradando y relegando a un puesto insignificante al subdirector del Parque, Javier Medina, uno de los promotores y fundadores del Parque, trabajador incansable y uno de los principales responsables de su éxito. A la par, y del mismo modo furtivo, tan furtivo que la mayoría de los miembros del Consejo Rector que lo aprobó ni se enteró lo que escondía la maniobra, se destituía a los asesores científicos y técnicos: Ernesto Páramo, fundador igualmente del Parque de las Ciencias, su director durante 25 años y el artífice de haber hecho del Parque un referente europeo de la divulgación científica, Miguel Guirao y Ana Crespo, ambos profesores de la Universidad de Granada (por cierto, ¿se ha pronunciado esa institución con respecto al cese de sus dos profesores?).
Y cuando parecía que los fuegos artificiales que inauguraban las celebraciones del aniversario llegaban a su fin aparece el delegado de la Junta de Andalucía en Granada y enciende la traca final: acusa de negligencia e ineptitud a los miembros del Consejo Rector, defiende la oportunidad de tantos ceses, presume de la limpieza de las actuaciones de la Junta y, para completar los desperfectos, desvela en la rueda de prensa una información privada que afecta a Ernesto Páramo a fin de desperdigar inmundicia y desconfianza (es, para que se entienda bien, lo mismo de lo que el falaz Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso, acusa descaradamente al Fiscal General del Estado).
Llegué a pensar que todos esos sucesos no obedecían a un plan premeditado para perjudicar al Parque, que había más mezquindad personal que institucional, pero después de la rueda de prensa del delegado de la Junta en Granada tengo claro que la Junta es cómplice del desaguisado, toda vez que el susodicho delegado confirmó que eran conscientes de lo que se tramaba. Lo que creí indiferencia de la Junta era en realidad connivencia. De ese modo, el discurso tan habitual de conmigo comienza la transparencia y la buena gestión y hasta que llegué yo todo era lioso y oscuro, se revela como lo que siempre fue: un encubrimiento de la animosidad del PP hacia una institución que no consideran suya, que fue obra de los otros, esos a los que por fin desalojaron del gobierno de Andalucía.
¿Por qué, si no había mala intención, no se trató a los afectados como se merecían, con reconocimiento público y gratitud?
Es muy grave lo sucedido, y lo es aún más por el modo en que se ha hecho. Las formas cuentan, no como una simple cuestión de cortesía, sino de sentido. Las formas también revelan intenciones, otorgan significado a lo que se hace. Y en este caso, la forma de proceder manifestaba un propósito claro: ocultar, evitar el debate. Porque de no haber malicia no se entiende que se haya actuado, por mucho que se disfrace el agravio con argumentos estatutarios y administrativos, de una forma tan subrepticia que ni los mismos componentes del Consejo Rector se dieron cuenta de lo que estaban aprobando, tal como han reconocido varios de ellos, pertenecientes además a distintos partidos políticos. No se comprende que decisiones tan cruciales se hayan hecho de tapadillo, enmascarando en el orden del día una propuesta tan ominosa bajo la rúbrica de asuntos de trámite. ¿Por qué, si no había mala intención, no se trató a los afectados como se merecían, con reconocimiento público y gratitud? ¿Acaso se temía que de haber hecho la propuesta de degradación y destitución con nombres y apellidos se hubiese organizado un escándalo, que de todos modos se ha producido? ¿Por qué echar mano del intimidante recurso del burofax para ordenar a los destituidos que abandonaran de inmediato una institución a la que han engrandecido durante años? Lo ocurrido, una vez más, es una suma lamentable de mezquindad, desafecto y desidia. Nada nuevo, pero mucho más burdo que otras veces.
Como es fácil comprender, el artículo deseado nada tenía que ver con este que finalmente he escrito. Y bien que lo siento. Estoy deseoso de que haya pronto una oportunidad para escribir otro con el entusiasmo previsto. Ahora lo importante es detener esta nueva agresión al Parque de las Ciencias, tratar de revertir las arbitrarias decisiones tomadas, evitar como en otras ocasiones anteriores que lo degraden y lo conviertan en un centro cultural irrelevante y provinciano.