EXPOLIO DE SU TUMBA EN LA IGLESIA DE SAN JERÓNIMO DE GRANADA

Localizamos las dos espadas más queridas del Gran Capitán, desaparecidas de su panteón en San Jerónimo hace varios siglos

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 23 de Julio de 2017
Un excepcional reportaje que relata la investigación emprendida por el periodista y escritor Gabriel Pozo Felguera para despejar una de las páginas de la historia de Granada que permanecían ocultas. No te lo pierdas.
Un descendiente del Gran Capitán muestra la espada de combate, que conserva restos de sangre del XVI, localizada tras la minuciosa investigación.
Foto: Manuel Villalba
Un descendiente del Gran Capitán muestra la espada de combate, que conserva restos de sangre del XVI, localizada tras la minuciosa investigación.
  • El www.independientedegranada.es saca a la luz, por primera vez, la espada de combate del Gran Capitán que retiraron sus descendientes de San Jerónimo en el siglo XVII
  • Muy probablemente, la espada de gala, regalada por el papa Alejandro VI, es la utilizada para la jura del Príncipe de Asturias

  • El general francés Sebastiani se llevó una réplica y la calavera de Gonzalo Fernández de Córdoba al finalizar la guerra de la Independencia (1812)

¿Dónde están las espadas de ceremonia y de combate del Gran Capitán? ¿Y su cabeza? ¿Es cierto que se las llevaron los franceses en la guerra de la Independencia? En 1552, el ilustre militar fue enterrado en la iglesia de San Jerónimo de Granada, su panteón, con todos los miembros de su familia que habían muerto hasta entonces. Allí depositaron todas sus pertenencias y más de 700 trofeos de guerra. Hoy nada queda de ello. Ni siquiera estamos seguros de que sus huesos sean los que yacen en la cripta. María Manrique, la viuda de Gonzalo Fernández de Córdoba, deseó que este lugar fuera el reposo eterno del guerrero; pero tanto sus pertenencias como sus huesos tuvieron muy pocos siglos de descanso. Una de aquellas supuestas espadas es la que usa la Casa Real española en el nombramiento del Príncipe de Asturias, es una espada de Estado. ¿Cómo llegó desde Granada a Madrid? La de combate la sacamos a la luz por vez primera.

La versión más popular es que la espada de Gonzalo Fernández de Córdoba y Herrera, el Gran Capitán (1453-1515), fue robada por el general Horace Sabastiani, en 1812, en su huida de España. Profanó su tumba en la iglesia de San Jerónimo y también se llevó su cabeza. Pero en realidad hay que hablar de dos espadas, pues la de ceremonia estaba clavada en la pared del lado del Evangelio y la de combate estuvo clavada en la pared opuesta, en el lado de la Epístola.



Espada de Estado. Esta es la espada de gala que se tiene como la original regalada por el papa Alejandro VI en 1503, por defender el Cristianismo. Está conservada en la Real Armería de Madrid desde, al menos, 1621. Es una verdadera obra de arte, con el escudo del gran héroe militar, y escenas de batallas clásicas. Desde el siglo XVIII ha sido utilizada como espada de Estado para armar caballero al Príncipe de Asturias y a los miembros de la Orden del Toisón de Oro. Fue colocada en la iglesia de San Jerónimo de Granada el 4 de octubre de 1552 por el nieto del Gran Capitán, sin que se sepa cómo, sesenta años después, fue a parar a la Real Armería.

La información de la espada del Gran Capitán (en singular) ha llegado a nuestros días a través de los historiadores del siglo XIX, que sólo mencionaban una. ¿Por qué no hacían referencia a la otra? Sencillamente porque para comienzos del siglo XVIII ya sólo quedaba una en la iglesia, porque la otra se la habían llevado descendientes de Gonzalo Fernández de Córdoba con anterioridad.

Veamos lo que nos dicen los historiadores de mediados del XIX sobre este asunto:

Miguel Lafuente Alcántara, en su Historia de Granada, tomo IV, (año 1846): “La tumba del Gran Capitán fue examinada por Sebastiani, cuando ocupó Granada en 1811, y según datos muy fidedignos dicho general se llevó la espada y algunos huesos: después, cuando en 1836 se extinguieron las órdenes religiosas, desaparecieron los restos que había, los cuales han aparecido y serán devueltos a su lugar”.

José Giménez Serrano, Manual del artista y del viajero (1846): En su página 255 escribió: “Desapareció la espada del Gran Capitán, se profanó por vez primera su tumba, rompiéndose las cajas de bronce, fueron robadas las banderas y esparcidos o rotos los demás trofeos” (…) Refiriéndose a la pintura al fresco del lado del Evangelio: “Sobre la mesa se figuró el pintor descansaba sostenida por dos clavos la verdadera espada de Gonzalo Fernández de Córdoba que desapareció en 1811”.

Manuel Gómez Moreno, Guía de Granada (1892): “Cubren las paredes laterales (de la capilla mayor) grandes frescos, uno de los cuales representa a Alejandro VI bendiciendo y entregando al Gran Capitán la espada para defensa de la Iglesia. Sobre la figurada mesa subsisten dos clavos en que estuvo sujeta la verdadera espada regalo del Pontífice; es fama que la robaron cuando la invasión francesa, pero hemos hallado un documento en que se consigna que fue sustraída de aquel mismo sitio hacia 1662, antes de ser hecha la pintura, dejando en su lugar otra de madera, igual en apariencia a la antigua, que tenía empuñadura y vaina de plata sobredorada y esmaltada con adornos y las armas pontificias; pudo suceder que después la restituyeran y que ciertamente se apoderase de ella Sabastiani. También consta que en la pared frontera estuvo la espada que llevaba ordinariamente el héroe, la cual fue cedida a uno de sus descendientes a disgusto de la comunidad (de monjes jerónimos)” (En un artículo suyo en El Defensor de Granada, de 1896, corrigió la fecha del robo y puso que fue robada en 1671).



Retrato del Gran Capitán, de la colección de personajes históricos de la Biblioteca Nacional, que ha servido como modelo a los pintores del siglo XIX. 

La espada de combate, en manos de sus descendientes

Comencemos el seguimiento de las armas por la espada que tenemos más fácil, la de combate. Sabemos a ciencia cierta que fue retirada por alguien del Ducado de Sessa antes del año 1671, ya que en marzo de aquel año los monjes declaran que tiempo atrás ya no estaba; por dejar que se la llevaran fue cesado el prior del Monasterio. Estas declaraciones figuran en el sumario judicial abierto por causa del robo de la otra espada (Este caso se explica más adelante).

Por eso, para el año 1723 en que Juan de Medina pintó los dos frescos, la espada de combate y los clavos que la sujetaron ya no estaban en la iglesia de San Jerónimo. Se la había llevado uno de los descendientes del Gran Capitán, con la opinión en contra de la comunidad jerónima, que era la encargada de hacer que se cumplieran los deseos de la fundadora María Manrique (¿-1527).

La localizamos poco después: en el testamento del Marqués de Algarinejo, descendiente de una de las ramas, otorgado en Granada el 16 de agosto de 1709, ratificado en codicilo el 22-27 de septiembre de 1716 ante el notario Joseph de Palma Lovatón, a favor de Francisca Fernández de Córdoba. En el texto se indica que lega Una Espada ancha con empuñadura de marfil, tiros de cordobán grabados y dorados con diferentes figuras, la cual tenía el dicho ilustre Gran Capitán, que está debajo de dicho dosel a los pies de Nuestra Señora de las Flores, queremos y es nuestra voluntad que para lustre y honra de nuestra casa quede vinculada para siempre jamás y prohibida la enajenación absolutamente y agregada a dicho Mayorazgo de la dicha Sra. Francisca Fernández de Córdoba, con los mismos llamamientos.”

Todo apunta a que es ésta la espada de combate del Gran Capitán que hubo en San Jerónimo desde 1552 hasta, probablemente, el año 1662. Según nos informa hoy otro de los descendientes del Gran Capitán -Francisco Fernández de Córdoba y Rivero-, en la empuñadora de marfil de esta espada de combate antes se podían leer, en letras de sable, ciertas palabras que ya se han borrado con el paso del tiempo. Es de hoja ancha y fina, de poco peso; conserva la funda y los correajes originales, en buen estado. Hace unos años fue analizada por un experto, quien halló restos de sangre en ella.





Espada de combate. Esta es la desconocida espada de combate del Gran Capitán. Estuvo en la iglesia de San Jerónimo hasta el segundo tercio del siglo XVII, en que fue retirada por sus descendientes. Tiene el mango de marfil con letras semiborradas y una hoja ancha y ligera; también se conserva su funda y guarnición (detrás, en el mueble de pared). Es propiedad mancomunada de las diversas ramas de descendientes del Gran Capitán. Conserva restos de sangre del siglo XVI. En la foto la sujeta otro de los descendientes, Francisco Fernández de Córdoba y Rivero. Foto: Manuel Villalba.

En la imagen inferior, una mujer posa ante la espada.

La historia de esta espada de combate se complica con otra posibilidad. Apuntan que fue retirada a comienzos del siglo XVII y regalada a la Catedral de Santiago, con la cual habrían fabricado la lámpara que se encuentra en el camarín del Santo

No obstante, la historia de esta espada de combate se complica con otra posibilidad. Apuntan que fue retirada a comienzos del siglo XVII y regalada a la Catedral de Santiago, con la cual habrían fabricado la lámpara que se encuentra en el camarín del Santo. De ser cierto que una espada del Gran Capitán fue donada a Santiago, es más que probable que se tratara de alguna de las muchas espadas procedentes de la armería personal del Gran Capitán; de hecho, el III Duque de Baena y V de Sessa tuvo 12 hijos y en su testamento donó varias espadas a cada uno de los varones, la mayoría procedentes de nuestro ilustre militar.

La de gala: ¿En el Museo del Ejército, en la Real Armería, en México…?

Vamos a seguir el sistema de hipótesis por descarte, a ver si conseguimos arrojar luz a este enigma sobre el paradero de la auténtica espada de gala del Gran Capitán. Antes de nada, hay que recordar que le fue regalada por el papa Alejandro VI entre abril y agosto de 1503, fechas en que tuvieron lugar las escaramuzas de Ceriñola contra los franceses invasores de los estados italianos y el fallecimiento del Pontífice. La espada, ricamente labrada, se la entregó el Pontífice al Gran Capitán en agradecimiento por su defensa del Cristianismo.

Entre la fecha de la muerte del Gonzalo Fernández de Córdoba (1515) y 1552 en que fue colgada en San Jerónimo, esta espada la custodiaron el administrador Juan Franco, la viuda María Manrique y  su nieto Gonzalo. En la pared de piedra de la iglesia estuvo colgada un tiempo indeterminado, aunque parece fue poco más de medio siglo.

En la actualidad hay cinco espadas de gala atribuidas al Gran Capitán. Dos las tiene el Museo del Ejército en Toledo, ambas son copias de la existente en la Real Armería de Madrid; nos informa su responsable que esas copias las realizó un armero de Toledo a finales del siglo XIX o en los primerísimos años del siglo XX. Descartadas como auténticas.



Réplica del Museo del Ejército de Toledo. El Museo del Ejército en Toledo cuenta con dos réplicas de la espada de gala de Gonzalo Fernández de Córdoba. Fueron hechas en la Fábrica de Artillería  toledana a finales del siglo XIX o comienzos del XX, ya que aparece en el catálogo del año 1909. La leyenda de la hoja de la original en este caso se ha reducido a “Mater Gracia María” y la marca del armero.

Tercera. La que robó el general francés Horace Sebastiani en 1812 ha sido dada por buena por la historiografía del siglo XIX. Esa espada, junto al cráneo que se llevó el militar gabacho como venganza por las derrotas del Gran Capitán a los franceses, está oculta en alguna colección particular, quizás francesa. Tanto el cráneo como la espada estuvieron en manos de Sebastiani durante muchos años, ya que falleció hacia mediados del siglo XIX. Por el momento, la descartamos como auténtica y la damos por perdida. Debió ser mera copia hecha a partir de la robada en 1671.

La cuarta se encuentra en México. Allí reside y la poseería Gonzalo Barón y Gavito, actual XXI Duque de Sessa. (El VIII Duque de Sessa, Francisco Fernández de Córdoba Folch de Cardona y Aragón, tuvo casa solariega en el Palacio de los Córdoba de Granada; estuvo casado con María Andrea de Guzmán, quien quedó viuda en 1688. En 1694 casó con José Sarmiento de Valladares, en Granada, donde ejercía de presidente de la Sala de Hijosdalgo de la Chancillería. Valladares y la antigua condesa de Sessa marcharon a gobernar Nueva España –México- entre 1696 y 1701. ¿Podrían haberse llevado consigo la espada desaparecida en 1671? No lo sabemos porque no he conseguido contactar con Gonzalo Barón).

La quinta es la que más probabilidades tiene de ser la auténtica espada de gala del Gran Capitán. Es la que hoy se guarda en al Real Armería de Madrid. La utilizan en la ceremonia de nombramiento del Príncipe de Asturias como heredero de la Corona española

La quinta es la que más probabilidades tiene de ser la auténtica espada de gala del Gran Capitán. Es la que hoy se guarda en al Real Armería de Madrid. La utilizan en la ceremonia de nombramiento del Príncipe de Asturias como heredero de la Corona española. Hay referencias a que esta espada, casi seguramente la original del Gran Capitán, estaba ya en el antiguo Alcázar de Madrid, en su Armería vieja, en el año 1621. Aparece citada en el inventario de ese año, mandado hacer por Felipe IV al tomar posesión.

En el siguiente catálogo, el de 1793 hecho por Ignacio de Abadía, esta espada de gala aparece relacionada junto con otra más de Gonzalo Fernández de Córdoba (números 41 y 29). En este catálogo se dice, por vez primera, que “la una sirve para el juramento del Príncipe de Asturias, y para cuando el Rey nuestro señor arma caballeros”. La otra es un espadón “muy antiguo hecho en España. Fue del Gran Capitán. Guarnición barnizada, pomo en figura de pera. Largo tres pies y cuatro pulgadas. Pesa tres libras y 11 onzas”.

Salvada por los pelos de la rapiña francesa

Efectivamente, esta espada de gala del Gran Capitán de la Real Armería tuvo más suerte que la imitación que se llevó Sebastiani por aquel año 1812. Desde tiempos de Felipe V había sustituido a la espada de Fernando el Católico para dar espaldarazos en las armaduras de caballeros y príncipes herederos; no sólo conocemos este hecho por el catálogo de la Real Armería, también lo sabemos por las Memorias de Saint-Simón en España, donde fue embajador entre 1721-22. En sus escritos, el duque Louis de Rouvray cuenta cómo estuvo en una ceremonia para armar caballero al Príncipe de Asturias y fue empleada la espada del Gran Capitán, convertida ya en espada de Estado. Si bien, había sufrido algunas reformas (puede ser que también la volviesen a soldar, pues está rota y le falta una letra a la inscripción de la hoja). Así mismo, se empleaba para los espaldarazos a los caballeros del Toisón de Oro.

Decía que tuvo más suerte que la espada de San Jerónimo pues, en 1812, a punto de ser expulsado de España, el rey José Bonaparte I organizó un baile para la aristocracia madrileña. Le pareció que el lugar adecuado era el salón grande de la Real Armería. Ordenó desalojarlo. Con lo cual todas las espadas y armaduras fueron a parar, revueltas y sin orden, a unas buhardillas. A las pocas semanas tuvo que salir huyendo de Madrid y no le dio tiempo nada más que para rapiñar joyas, vajillas y obras de arte. No dio valor a las espadas del Gran Capitán, del Cid, Don Pelayo, Boabdil, Carlos V, Felipe II, Fernando el Católico, etc. Por eso las armas se salvaron de viajar a Francia.

En 1844, con Isabel I en el trono, el armero José María Marchesí fue autorizado a ordenar y catalogar la revuelta buhardilla de la Real Armería. El catálogo fue publicado en 1849. Ahí vuelve a ser descrita de nuevo la espada de gala del Gran Capitán, con el número 1.702. Medio siglo después, en 1898, fue actualizado el catálogo a cargo del Conde de Valencia de Don Juan, que es quien cuenta la anécdota del baile de Bonaparte.



Ilustración del catálogo de 1898. Grabado con la espada de gala del Gran Capitán extraída del catálogo efectuado por el Conde de Valencia de Don Juan en el año 1898.

¿Cómo llegó a la Real Armería?

Para mí, continúa siendo un enigma cómo esta espada de gala del Gran Capitán (la quinta), la que más probabilidades tiene de ser la genuina, viajó desde la iglesia de San Jerónimo de Granada hasta la Real Armería de Madrid. Nadie ha sabido explicármelo ni he hallado documentación alguna. El 4 de octubre de 1552 fue depositada en el panteón jerónimo por el nieto del Gran Capitán, también llamado Gonzalo Fernández de Córdoba, III Duque de Sessa. Él era el cabeza del mayorazgo y depositario de las decenas de títulos nobiliarios acumulados por su abuelo. Este III Duque de Sessa, que se instruyó con el primer catedrático negro Juan Latino, murió sin descendencia y con él se agotó la rama principal masculina de descendientes de sangre del Gran Capitán.



Armadura del Gran Capitán. La Real Armería también tiene algún arma más y armadura del Gran Capitán, como es este caso.  Almete ó celada con gola y visera de dos piezas, la vista y la ventalla: gorjal, brazales completos con manoplas; musleras, rodilleras y grebas. Pesa arroba y media y media libra. Es una imagen del catálogo de 1898.

El III Duque de Sessa –el nieto del Gran Capitán- prestó grandes servicios al rey Felipe II, sobre todo en gobiernos de posesiones italianas. Falleció en 1578 cuando regresaba a Madrid a ocupar el puesto de consejero de Estado ¿Pudo ser éste quien regalara la espada a Felipe II, que por entonces estaba formando la Armería Real y se afanaba por el coleccionismo? O quizás fueran su sobrino Antonio o el hijo de éste, V y VI Duques, que también prestaron servicios en el palacio real a las órdenes del rey, tanto de Felipe II como de Felipe III. Eso nunca lo sabremos, pero lo cierto es que para 1621 la espada ya era nombrada en la colección real. En el crucero de la tumba del Gran Capitán de Granada habrían colocado la copia que después robó un desconocido en 1671.



Investigación por el robo. Esta es la primera página del sumario judicial abierto por el robo de la espada en 1671. La investigación consta de 14 hojas, en las que fueron interrogados los 31 monjes de San Jerónimo. Alguien había dado el “cambiazo” a la espada de gala colgada en la pared del Evangelio por otra de madera. Apuntaron a un monje, ya fallecido, como responsable. Este robo nunca fue esclarecido. COLECCIÓN CARLOS SÁNCHEZ.

Investigación judicial por el robo de 1671

El 24 de marzo de 1671, Fray Juan de San José, vicario y presidente del Monasterio de San Jerónimo, denunció a la justicia el robo de la espada de gala del Gran Capitán, que estuvo situada en el lado del Evangelio. La voz de alarma la dio un carpintero que trabajaba allí y que, curioso, tendió una escalera para ver cómo era la famosa espada. Dijo que era de palo y no de metal. No se sabía cuánto hacía del “cambiazo”.

El fiscal de la Chancillería interrogó, uno por uno, a toda la comunidad de frailes que había entonces (eran 31 en total, desde un novicio de 18 al más anciano, con 72). La mayoría dijo que alguna vez la había visto de cerca, la había tenido en sus manos, pero no sabían nada del robo. Uno de los monjes se atrevió a decir que la espada la había visto una vez en la celda de otro monje, ya fallecido. Describieron la espada, su empuñadura, su hoja, la vaina de terciopelo que tenía. El más explícito de todos fue el segundo más anciano, Fray Jacinto de Rivas que, un día de Semana Santa de hacía ocho años, el fraile Juan Callejón le había dicho que quitaron la espada verdadera y puesto en su lugar otra pintada de palo para que no se dieran cuenta; pero no sabía quién había cometido tal maldad.

El 17 de abril de 1671, el vicario del monasterio declaró que Fray Alonso de Montilla, ya difunto, estaba prendado con aquella espada. También el monje de 70 años aseguró haberla visto en la celda de Fray Alonso de Montilla.

El más anciano de todos, Fray Alonso de Gómez (72 años) aseguró que cuando era novicio tuvo la espada en sus manos y era auténtica: “Hoja de poco más de dos dedos de ancho y se doblaba fácilmente y la vaina era de terciopelo carmesí, y por encima tenía un encenefado de plata. Que había oído decir que la que se hallaba no era la verdadera, sino otra fingida de madera” (…) “y que recordaba haber oído a religiosos antiguos que había otra espada manual de ceñir del mismo Gran Capitán en correspondencia de la otra del lado de la Epístola, y que uno de los señores de la casa de Córdoba que tenía título de Duque la pidió y se la llevó por ser joya de tan Gran Príncipe y grandísimo que la había ceñido, por cuyo hecho fue privado del Priorato el Prior de San Jerónimo …”

El fiscal encargado del caso no llegó a conclusión alguna sobre la autoría del robo ni se halló la espada. Por las descripciones que hicieron los monjes, referidas a que figuraban las armas del Papa donante en la empuñadura, pudiera ser que aquella espada fuese realmente la auténtica. De ser así, la que figura en la Real Armería desde 1621 sería una copia, ya que no menciona nada de Alejandro VI. ¿Es ésta la copia que hay en México, que su propietario tiene como auténtica?

¿Cómo es esa famosa espada de gala?

Hace muy pocos años, en 2010, durante la preparación del centenario del Gran Capitán, a celebrar en 2015, fue revisada y catalogada de nuevo la espada de gala que se guarda en la Real Armería con destino a exposiciones. Reproduzco a continuación un resumen del texto de su ficha:

“Espada llamada del Gran Capitán. Italia o España 1504-1515 (con lo cual, no le habría sido regalada por Alejandro VI, sino por Julio II). Acero, bronce, oro y tejido. Largo total: 96,9 cm.

Lanza de doble filo con recazo acortado y canal axial, hasta un tercio de su longitud, marcado con una P
(inicial del maestro armero) y grabado con inscripciones marianas parcialmente borrosas: AVE MARIA GRACIA… y MATER + GRACIA M. Guarnición de hierro dorado con brazos planos, curvados hasta la hoja y ensanchados por los extremos y patillas acabando en esfera. Los brazos y las patillas están finamente cincelados de follajes, motivo que se vuelve a encontrar adornando el canto del pomo. Este último, circular y de bronce dorado, tiene un diámetro de 5,2 cm y un espesor de 1,9 cm. Cada cara está moldeada con los temas que figuran en ciertas medallas conmemorativas italianas acuñadas en honor de D. Gonzalo Fernández de Córdoba y Aguilar (1453-1515), llamado ya en vida el Gran Capitán.  Sobre el anverso, escena de batalla a la antigua con jinetes e infantes desnudos delante de una ciudad fortificada; debajo DE GALLIS/AD CANNAS, y encima CONSALVI/AGIDARI/VICTORIA (Victoria de Gonzalo de Aguilar sobre los franceses en Cannas).

En el reverso, inscripción laudatoria y escudo de armas del Gran Capitán sostenido por Hércules y Jano. Este último lleva dos llaves que evocan las dos entradas de su templo, las cuales permanecían cerradas en periodo de paz y abiertas en tiempo de guerra. La inscripción que corre por arriba y bajo de la composición hace parcialmente alusión a este aspecto del culto de Jano: CONSALVUA/ AGIDARIVS TVR (CIS) GAL ILIS) DEI R.A.C.D. (REGISQUE CAUSA DEVICTIS)/DICTADOR III/ PARTA ITALI(A)E (AJE/PACE IANVM /CLAVSIT (Gonzalo de Aguilar, vencedor de los turcos y de los franceses por la causa de Dios y de su Rey, dictador (general en jefe) por la tercera vez, después de establecer la paz en Italia, cerró el templo de Jano).

La espada puede datarse de la última época de la vida del Gran Capitán, hacia 1504-1515. La decoración del pomo repite los motivos de las medallas de bronce de 1504-1515 que conmemoran la victoriosa campaña de Apulia (sudeste de Italia) y la célebre batalla de Ceriñola de 1503, donde Don Gonzalo derrotó a los franceses que estaban bajo el mando de Louis D, Armagnac, Duque de Nemours. La batalla tuvo lugar cerca de Cannas, donde el general cartaginés Aníbal derrotó a los romanos en el año 216 antes de J.C. El paralelismo histórico y la transposición alegórica del acontecimiento, propio del espíritu clasicista del Renacimiento, se manifiesta en el combate a la antigua y en la inscripción proclamando la victoria de Don Gonzalo en Cannas.”

Estas alegorías se repiten en la iconografía del crucero de la Iglesia de San Jerónimo, según la tesis doctoral Primus Inter Pares, de Antonio Callejón Peláez.

SAN JERÓNIMO: DIGNO MAUSOLEO PARA UN HÉROE MILITAR



Capilla mayor de San Jerónimo. Precioso retablo y capilla mayor de San Jerónimo de Granada, panteón del Gran Capitán. Arriba, a la izquierda, se ve la copia de la espada y el cuadro de Alejandro VI. Es sin duda una obra del mejor gusto renacentista que tiene Granada, a pesar de haber padecido dos siglos de atentados, incuria y olvidos. Cuadros, joyas, los 700 estandartes, las rejas, órganos, esculturas, etc. de la familia del Gran Capitán han sido destruidos o expoliados. Esta iglesia fue acabada de construir con la fortuna de la familia de Gonzalo Fernández de Córdoba, principalmente en el siglo XVI.Está claro que María Manrique, la viuda del Gran Capitán, ideó un mausoleo para su esposo que compitiera en grandeza con el de los Reyes Católicos. Al fin y al cabo, gracias a él, la Corona española había agrandado y consolidado sus dominios y poder. No iba a ser menos. Por eso, sibilinamente la viuda convenció al joven emperador Carlos V para que le concediera la iglesia del Monasterio de San Jerónimo como panteón familiar. Así lo entiende mi amigo Rafael Villanueva cuando lo explica en sus visitas guiadas al Monasterio.

Carlos V, por cédula de 27 de marzo de 1523, concedió el deseo a María Manrique. La principal condición fue que se hiciera cargo de la terminación de la iglesia; fortuna no le faltaba para la obra. Realmente no se puede hablar de remate del edificio, sino de levantarlo casi por completo, ya que en 1523 todavía se encontraba en el arranque de los muros. La viuda pensó un discurso iconográfico que ensalzara y comparase al Gran Capitán, y también a ella, con los grandes héroes clásicos. Contó con el arquitecto Diego de Siloé, uno de los importadores del Renacimiento en España.





Autorizaciones para panteón. Copia transcrita de los documentos originales, en los que el emperador Carlos V concede, en 1523, autorización a la viuda del Gran Capitán para construir la iglesia de San Jerónimo y convertirla en panteón para el Gran Capitán y su familia. Debajo, acta del depósito de cadáveres efectuado en octubre de 1552, cuanto estuvo acabada la cripta: figuran enterrados el Gran Capitán y María Manrique, pero también su hija Elvira y su yerno Luis, su tío Gabriel de Córdoba, sus tíos Francisco Pacheco y esposa, sus otras dos hijas, etc. Fuente: Archivo Histórico Nacional, sección Baena.

María Manrique sobrevivió a sus hijas, yerno y sobrina. Ordenó que también fuesen enterradas en aquel panteón (aunque provisionalmente estuvieron sepultadas en la iglesia de Íllora). Destinó parte de sus joyeros a construcción de una custodia para la iglesia. La viuda firmó un convenio con la comunidad jerónima por el que destinaba sus bienes y rentas al engrandecimiento y sostenimiento de su panteón e iglesia. Allí fueron a parar sus esculturas, sus cuadros, sus mejores telas, todas las banderas y estandartes ganados por el Gran Capitán en sus batallas (que eran más de 700). Y también las armas utilizadas por Gonzalo Fernández de Córdoba. Todo un panteón acorde con la grandeza de quien fue propuesto como su rey por los napolitanos.

Las dos espadas más sobresalientes del Gran Capitán eran la de ceremonia y la de batalla en los estados italianos, anteriormente comentadas. La primera es la que fue colocada sobre el testero lateral del Evangelio, sobre dos clavos, a unos seis siete u ocho metros de altura; la otra, en el testero de la Epístola.

En 1552, cuando fueron colocadas las dos espadas, las paredes estaban todavía en piedra. La iglesia continuaba en construcción

En 1552, cuando fueron colocadas las dos espadas, las paredes estaban todavía en piedra. La iglesia continuaba en construcción. El 29 de agosto de 1553, el nieto del Gran Capitán, también llamado Gonzalo Fernández de Córdoba, III Duque de Sessa, ratificó el convenio con los monjes jerónimos para que el panteón sirviese de custodio de todas las riquezas y recuerdos de familia, además de panteón familiar. La iglesia no estaba ni mucho menos finalizada, pero se habían trasladado allí los cadáveres del Gran Capitán, de María Manrique, de sus hijas y parientes, repartidos hasta entonces entre el Monasterio San Francisco Casa Grande e Íllora. Las crónicas cuentan que la ceremonia de traslado participó toda Granada, con una misa de más de 400 sacerdotes.

El III Duque de Sessa, su nieto, sirvió a Felipe II como gobernador en diversos destinos en Italia. En 1578 el rey le llamó a Madrid para que le sirviera de consejero; pero Gonzalo Fernández de Córdoba falleció en  Odón, a pocas leguas de la capital. Acabó enterrado también en la cripta con sus abuelos. Con él (y su hermana Francisca) se agotó la rama principal de sangre de descendientes del Gran Capitán.

Por aquellos tiempos, Felipe II ya había comenzado la colección de la Real Armería, a partir de las armas acumuladas por su padre. El III Duque de Sessa y Felipe II tuvieron una estrecha amistad. ¿Le regaló el III Duque de Sessa, antes de morir, la espada de su abuelo a Felipe II para la colección real?

Complejo de San Jerónimo, siglos en obras

En 1723 el patronado que regía el panteón del Gran Capitán, tomó la decisión de pintar con frescos la capilla mayor y el crucero de la iglesia de San Jerónimo. En el lado del Evangelio estaba la espada sujeta por dos clavos, una copia de la regalada por el Papa o quizás copia de la robada en 1671. El pintor Juan de Medina tuvo la idea de dibujar una escena en torno a la espada: se trataba de rememorar el momento en que el papa Alejandro VI hacía entrega de una rica espada al Gran Capitán por la defensa de la cristiandad en sus batallas italianas y frente a los acosos del turco en las costas mediterráneas. La espada simula estar depositada sobre una mesa. Los frescos no son de gran calidad, incluso sus antes vivos colores hoy están deslucidos, pero el brillo de la espada llama la atención sobre la estampa.



Fresco del lado de la Epístola en San Jerónimo. Este es el fresco, de Juan de Medina, pintado en 1723, cuando ya la espada de batalla había sido retirada por los descendientes del Gran Capitán y, por tanto, no fue incluida en la composición. Representa a Gonzalo Fernández de Córdoba, III Duque de Sessa (no II como reza la inscripción), ante el Papa Gregorio XIII, hacia 1576. En pie, detrás del nieto del Gran Capitán, figura el rey Felipe II vestido con media armadura. La espada al cinto de Gonzalo es reproducida al estilo de comienzos del siglo XVIII, cuando fue pintado y no como una espada del siglo XVI. La leyenda dice: «Gregorio XIII Pontífice Máximo salió en oración del II Duque de Sessa, gracias a las incontables subvenciones a este templo».

En el testero de enfrente, el pintor Medina representó otra escena del III Duque de Sessa cumplimentando al papa Gregorio XIII, cuando aquél era gobernador del Milanesado. En este caso, el artista no se encontró con los clavos de la espada, ya que hacía tiempo había sido retirada por descendientes del Gran Capitán. No conocemos su nombre, sólo que era duque.

Las obras siguieron durante todo el siglo XVIII con las aportaciones del Vaticano y las rentas dejadas por la viuda del Gran Capitán a la comunidad jerónima, convertida en garante de que se cumpliera su testamento. Hacia mediados de ese siglo, el patronato debió encargar la traza de los bultos de los patronos en forma de mausoleo.

Apenas existen referencias de cómo era y dónde se esculpió ese túmulo, pero debió imitar el estilo de los Reyes Católicos (Capilla Real) y labrado en algún taller de Italia. Sólo existen dos referencias escritas a su existencia: la primera nos la da el sacerdote Francisco Pérez Bayer, 1782; en Memorias de su viaje por Andalucía dice que vio los túmulos de bultos del Gran Capitán y su esposa hechos en alabastro, en una habitación del claustro bajo para ponerlos sobre la cripta, traídos desde Italia en época incierta. No sabemos cuándo fueron colocados sobre la cripta.



Fresco de lado del Evangelio en San Jerónimo. Pintura al fresco de estilo tapiz en el lado del Evangelio de la Iglesia de San Jerónimo de Granada. Fue pintado en 1723 por Juan de Medina. Representa al Gran Capitán arrodillado ante el papa Alejandro VI, supuestamente al comienzo de su pontificado: “Alejandro VI Pontífice Máximo, bendice la espada que le da al Gran Duque, como el defensor de la Iglesia. El primer año de su pontificado” (en realidad fue en 1503, o quizás en 1497 por la defensa del puerto de Ostia). El cuadro está diseñado en función de la espada, que simula estar sobre una mesa, pero es una copia metálica sujeta a la pared con dos clavos. Un angelote sostiene el casco del militar, ante la atenta mirada de Fernando el Católico. La espada de gala original fue colocada aquí en 1552 y, al menos, estuvo hasta 1621 en que pasó a manos de Felipe III.

La segunda referencia escrita nos hace pensar que el túmulo funerario llegó a estar instalado en el crucero de la iglesia, ya que hacia 1830 lo asegura una publicación. Está escrito en el Diccionario Universal Geográfico, tomo IV, página 190, editado entre los años 1831 y 1834; le dedica las siguientes palabras: “Esta capilla se construyó a expensas de la Duquesa de Terranova, Doña María Manrique, mujer Gonzalo de Córdoba, llamado el  Gran Capitán, en virtud de la merced que le hizo el rey, para entierro de su marido y sus sucesores. El sepulcro, que contiene los restos de aquel ilustre guerrero, es de mármol y de bella forma”.

¿Procede la piedra del altar mayor actual de los restos de aquel mausoleo, seguramente destrozado tras la desamortización de 1835?

El enigma de la cripta de San Jerónimo

Si el enigma de la espada del Gran Capitán está resuelto en buena parte, no ocurre lo mismo con sus restos mortales. ¿Quién asegura que continúan en la caja metálica de la cripta de San Jerónimo, después de los zarandeos del siglo XIX? Los huesos de este héroe nacional quizás hayan sido de los más vapuleados de toda la Historia de España.

Suponemos que entre el 4 de octubre 1552, en que fue enterrado por vez primera en la cripta de la iglesia jerónima, y 1810, la caja mortuoria con el cadáver del Gran Capitán tuvo reposo. Durante todo ese tiempo, el Monasterio de San Jerónimo de Granada estuvo regentado y vigilado por la comunidad de monjes jerónimos. En ese año 1810 recalaron en Granada las tropas francesas, al mando del general Horace Sebastiani. Este militar gabacho se cebó precisamente con ese monasterio por estar allí enterrado el militar español que venció y humilló a las tropas francesas en el Reino de Nápoles. Para más inri, Sebastiani montó en cólera al ver que en el escudo del Gran Capitán se dice “Vencedor de franceses y turcos…”.

La reacción inmediata de los franceses fue convertir el monasterio y su iglesia en cuartel y cuadras. Se apoderaron de todas las obras de arte y joyas de valor (incluida la custodia fabricada con las joyas de las hijas del Gran Capitán); quemaron los más de 700 estandartes ganados por las tropas del Gran Capitán; destrozaron los dos enormes órganos… Es muy probable que mutilaran el mausoleo de mármol que llevaba varios años en espera de ser colocado o recién ubicado. Pero lo más simbólico fue descolgar la espada del lado del Evangelio y con ella cercenar la momia del Gran Capitán. Sebastiani abandonó Granada dos años después; con él se llevó la cabeza del militar español y la que creyó su espada auténtica; el resto de osamenta lo dejó revuelto y esparcido. El destino de aquella espada duplicada y el cráneo de Gonzalo Fernández de Córdoba fue Francia; en la actualidad su paradero sigue siendo desconocido.



Cripta en San Jerónimo. Esta es la losa que da acceso a la cripta donde fue enterrado el Gran Capitán en 1552, junto a su segunda esposa, sus hijas, su sobrina, sus nietos, etc. Permaneció clausurada desde finales del siglo XVI hasta la guerra de la Independencia, cuando fue profanada por los franceses. El general Sabastiani se llevó la espada y la cabeza del Gran Capitán, revolvió todos los huesos de las sepulturas. Tras dar tumbos por Granada y Madrid desde 1812 hasta 1875, finalmente los restos fueron metidos, desordenados, en una caja metálica. Se supone que hay algunos de Gonzalo Fernández de Córdoba. Nunca se le han hecho estudios de ADN para comprobar si son auténticos. Fue abierta en 2010 para cotejarlos con tres cadáveres aparecidos tras el retablo. Hay referencias a que en el siglo XVIII se hizo un túmulo funerario, al estilo del de los Reyes Católicos, para colocarlo encima, pero años después estaba almacenado en una estancia del Monasterio. Quizás una losa del altar pertenezca a aquel monumento funerario, seguramente destruido por los franceses.

En 1835, con la exclaustración, lo poco que dejaron en pie los franceses fue pasto del saqueo y expolio por parte de granadinos. En esa fecha la bóveda sepulcral del Gran Capitán y su familia estaba abierta, la gente seguía revolviendo entre los despojos y llevándose lo que le gustaba. Un monje exclaustrado recogió los huesos, ya mezclados, y los custodió en su casa. En 1844 se los entregó a los señores Láinez y Fuster, pertenecientes a la Academia de Nobles Artes. Éstos, a su vez, los llevaron a Comisión Provincial de Monumentos, que también los entregó al Gobierno civil.

En 1848 ocupaba la plaza de capitán general del distrito de Granada el general Fermín de Espeleta; se interesó por los restos del ilustre militar y pidió un informe a dos médicos militares. Clasificaron los huesos. En su informe indican que “faltaban cabezas, todo estaba revuelto, sin poder precisar con exactitud a qué cuerpos correspondían los huesos. En la cripta de la iglesia hallaron maderas de cedro de las cajas, chapas de hierro, clavos, girones de vestidos, tejidos de terciopelo, seda, raso, galones, medias…”



Armando caballeros de la Orden de Carlos V. Una curiosidad: el crucero de la Iglesia de San Jerónimo, justo sobre la cripta del Gran Capitán, acoge cada primavera el acto de investidura de los caballeros de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V. Esta orden, fundada por militares hace ahora treinta años, tiene su origen de la Sociedad Heráldica Española. Su fin es conmemorar la Hispanidad y divulgar la figura del Emperador Carlos V de Alemania y I de España. A ella pertenecen personas del mundo hispánico. También celebran una comida con el fin de restaurar fondos para las diez monjas que componen en la actualidad la comunidad jerónima de Granada. En la foto se ve el momento en que el Gran Maestre, D. Enrique de Borbón y García-López, da el espaldarazo con una  espada a Eduardo Lolo (2016), polígrafo de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

Huesos hacia el fallido panteón de españoles ilustres

Para 1854 habían decidido volver a enterrarlos en la cripta, pero los sucesos revolucionarios de la Vicalvarada de O’Donnell pospusieron la ceremonia sine die.

Llegó 1857 y la reina Isabel II se enteró de la vergonzosa situación de los restos del Gran Capitán y su familia. Dictó un Real Decreto (de 15 de enero) por el que dispuso que fuese corregida la situación de abandono. Para empezar, los restos habrían de ser encerrados en una caja de plomo hermética. El panteón debía acabarse, de modo similar a como están los de los Reyes Católicos en la Capilla Real (esto nos hace pensar que estaría a medio montar y semidestrozado); sería colocada una verja con llave para el acceso a la cripta. Después, con toda pompa y solemnidad deberían trasladarse al lugar los restos de la familia. Las estatuas yacentes del Gran Capitán y María Manrique deberían estar labradas al estilo Renacimiento.

El 26 de abril de 1857 se cumplió lo de “pompa y solemnidad” para volver a enterrar la caja. Pero nada más. Tras una misa, la caja con todos los huesos revueltos fue colocada en la cripta, tapada con una plancha de hierro y lápida de mármol. La llave le fue entregada en custodia al párroco de San Justo y Pastor.

En 1868 llegó la revolución Gloriosa y la expulsión de la familia real. No se sabe quién, pero lo cierto es que la cripta fue abierta de nuevo y la caja con los restos del Gran Capitán y su familia fueron a parar a la iglesia de San Francisco el Grande de Madrid. Allí esperaría, junto con otros cadáveres famosos, a que construyeran el panteón de españoles ilustres.

Nada se avanzó en este proyecto madrileño. La Restauración devolvió el poder a la monarquía borbónica. En 1875, ni corto ni perezoso, el arqueólogo granadino Manuel de Góngora metió la caja con los huesos en una maleta y se los trajo de nuevo a Granada. Otra vez fueron a parar al Gobierno Civil. El 7 de junio de 1875, nuevamente con “pompa y solemnidad”, la caja volvió a ser encerrada en su cripta de San Jerónimo. La urna fue colocada dentro de una caja de plomo. La puerta –según el acta del secretario del Ayuntamiento- se cerró con dos llaves.

En el informe que hicieron para la Comisión de Monumentos los historiadores Manuel de Góngora y Francisco de Paula Valladar, en 1900, consta que allí no había plancha de hierro a la entrada de la bóveda ni la puerta con dos llaves colocada en 1875. “Sólo hay una piedra de buen espesor tapando la cripta y la lápida de mármol con la inscripción”, según escribieron. La caja de plomo había sido forzada con anterioridad a su visita. Era evidente que alguien había trasteado de nuevo por allí. ¿Habían respetado el contenido de la caja con los huesos del Gran Capitán? ¿Cambiaron originales y dejaron otros en su lugar?

Que sepamos, hasta el año 2010 no volvió a ser abierta la cripta. Se hizo con motivo del análisis del Instituto Andaluz del Patrimonio (IAPH) tras hallar huesos de tres cadáveres en la parte trasera del retablo. Durante una obras aparecieron en este lugar tres esqueletos; se pensó que incluso podrían pertenecer a la familia del Gran Capitán, quizás allí escondidos para evitar la profanación en tiempos de los franceses. Pero los análisis y restos de papel y telas concluyeron que pertenecían a un hombre, una mujer y un niño que vivieron a finales del siglo XIX.

Así está la situación en este momento: suponemos que en la caja de huesos revueltos están algunos del Gran Capitán, de su mujer, de sus hijas, de su nieto y de su yerno. Pero no se ha hecho estudio de ADN que nos lo pueda asegurar.

El descendiente del Gran Capitán y experto genealogista de esta familia, Francisco Fernández de Córdoba y Rivero, calcula que en España y repartidos por el mundo se contabilizan unos 10.000 descendientes de la familia de Gonzalo Fernández de Córdoba.



Machete del Gran Capitán. Este machete también es atribuido a la colección de armas del Gran Capitán. Ha estado en manos de sus descendientes desde el siglo XVII. En la actualidad, su poseedor es el Ducado de Maqueda.

Correo para aportar datos sobre este enigma: redacción@elindependientedegranada.es