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Joaquín de Alva: un maestro del hiperrealismo a boli Bic deslumbra en Gójar

Cultura - IndeGranada - Jueves, 20 de Noviembre de 2025
El edificio Multiusos del municipio acoge la exposición de este dibujante y artista, vecino de Gójar, que utiliza el bolígrafo más popular del mundo para crear obras de una calidad asombrosa
Joaquín de Alva.
Ayto.Gójar
Joaquín de Alva.

El edificio Multiusos de Gójar acoge desde esta semana una de esas exposiciones capaces de sorprender a cualquiera: la muestra de Joaquín de Alva Marín. Más de 30 obras que forman parte de la colección del autor, trabajadas a bolígrafo y con muchas horas de meticuloso desempeño detrás.

De Alva, delineante de profesión, artista por vocación y vecino de Gójar desde hace casi cuatro décadas. Un hombre que necesita poco para crear mucho: “Con dos bolígrafos Bic puedo hacer un cuadro entero”, resume, como quien comparte un secreto que no termina de creerse ni él mismo.

Joaquín nació en Granada capital pero ya se siente “totalmente gojareño”. Aquí ha vivido treinta y ocho años, aquí ha criado a su familia y aquí ha encontrado, al jubilarse, el espacio y el tiempo para entregarse por fin a lo que lleva haciendo desde que tiene memoria: dibujar.

El origen: un niño de seis años atrapado en las ilustraciones del Quijote

Su historia artística empieza en un aula, con un profesor leyendo “En un lugar de la Mancha…” mientras él, con apenas seis o siete años, no podía apartar los ojos de las ilustraciones de Gustave Doré. Aquel blanco y negro profundo, dramático, casi luminoso, le atravesó para siempre.

“Siempre me pillaba en el dibujo”, recuerda. Cada cuatro o cinco páginas aparecía una imagen nueva y él se perdía ahí dentro. “Creo que de ahí empieza todo”.

Su pasión no surgió solo: en su familia también había arte. El texto biográfico que acompaña a la exposición destaca la figura de su tío-abuelo, Joaquín Capulino Jáuregui (1879–1969), cuya herencia artística -junto a su admiración por Doré- terminó de orientarlo hacia un camino autodidacta y casi inevitable.

Del delineante al artista: una vida entera con un lápiz (o un boli) en la mano

De profesión fue delineante proyectista durante cuarenta años. Todo ese tiempo trabajando con perspectivas, volúmenes y proyecciones dejó una huella técnica que hoy se convierte en hiperrealismo extremo: capas de líneas que crean profundidades imposibles, grises minuciosos, luces y sombras construidas con paciencia de relojero.

“Mi padre quería que fuera abogado… yo lo que quería era coger un lápiz”

“Mi padre quería que fuera abogado… yo lo que quería era coger un lápiz”, cuenta. Y lo hizo: estudió Maestría Industrial y trabajó toda una vida en ello. Pero dibujar, en serio, en profundidad, solo pudo hacerlo cuando llegó la jubilación. “Yo trabajaba ocho o nueve horas, llegaba a casa cansado, tenía los niños pequeños… No podía ponerme a dibujar. Empecé de verdad cuando me prejubilaron en 2010”.

Desde entonces, dibuja todos los días, muchas horas, en una habitación convertida en estudio. Ahí, entre silencio y tinta, ha creado unas trescientas obras.

“No me quiero hacer rico, quiero que la gente lo disfrute”

Su relación con el precio de las obras es casi un conflicto personal. Expertos y compañeros le dicen que lo vende demasiado barato, pero él lo tiene claro: “No puedo llenar mi casa de cuadros. Prefiero que estén en casas donde la gente los vea y los disfrute”.

Su obra más emblemática, La Matriarca, tardó dos meses en realizarse, dibujando entre cinco y siete horas diarias. La vende por 1.900 euros, un precio que muchos consideran un regalo teniendo en cuenta la magnitud y calidad del trabajo. “Lo sé, pero quiero deshacerme de las obras, no acumularlas”.

Tal vez lo más sorprendente es el coste material de cada dibujo: “Con dos bolígrafos Bic hago un cuadro entero”. Todavía conserva la caja con más de cincuenta bolis que sus compañeros le regalaron cuando se jubiló.

La mirada que copia el mundo

Joaquín se define como lo contrario a un imaginador: “No invento nada. Me gusta copiar”. Lo dice con humildad, pero también con orgullo. Le fascina plasmar lo que ve, llevarlo a otra dimensión, detenerlo.

Le encantan los reflejos del cristal, el brillo de una copa de vino, la textura de unas almendras o unas nueces en un bodegón. Monta pequeñas escenas, las fotografía y luego las traduce al papel con una fidelidad que asombra a cualquiera. También ha retratado a su mujer, a su hija, a su hijo: obras íntimas que forman parte de su vida tanto como los recuerdos.

Una exposición que sorprende

En Gójar, la gente entra en la sala y se queda inmóvil. “¿Esto está hecho con un boli?”. Joaquín sonríe: está acostumbrado. Explica, responde, enseña. Y disfruta, sobre todo, al ver la reacción de los demás. “Lo que más me ilusiona es que a la gente le guste”.

La juventud -dice- es la que más se interesa, aunque reconoce que las circunstancias económicas no siempre acompañan. “Tienen pisos pequeños, vidas aceleradas… Pero se quedan admirados. Y eso ya vale mucho”.

Aunque admite que vive “muy encerrado dibujando”, reconoce que el Ayuntamiento trabaja mucho por el pueblo, por la juventud y por las personas mayores, y que Gójar es un lugar donde se vive bien, tranquilo, con cariño.

Su exposición, abierta ya en el Multiusos, es una oportunidad para descubrir un arte que transforma un objeto cotidiano -un simple bolígrafo- en una herramienta de precisión y belleza.

Quien se acerque encontrará no solo cuadros: encontrará vida, técnica, memoria, paciencia… y la voz de un artista que siempre dice la misma frase cuando algo le emociona:

“Cuando veo algo que me emociona no lo comento. Simplemente lo dibujo".