'Jesús Arias: una voz que continúa abriéndose paso'

Han pasado diez años desde la muerte de Jesús Arias y, sin embargo, su figura se agranda, se complejiza y se afina con una nitidez cada vez mayor. Tal día como hoy lo despedimos creyendo que su marcha inauguraba un silencio; hoy sabemos que aquel adiós fue apenas el comienzo de una voz que no ha cesado de hablar como comprobamos el pasado 19 de noviembre, auspiciados por Isabel Daza, en la Facultad de Filosofía y Letras. Fruto de mi intervención de aquel día surge este artículo, nacidos ambos de la necesidad ética de situar su obra en el lugar que merece: como una de las constelaciones creativas más singulares y valientes de nuestra historia reciente.
Su discreción casi mística —esa resistencia natural a ocupar el centro del escenario— ocultó en vida la magnitud de su legado. La muerte, sin embargo, retiró el velo que él mismo colocaba sobre sus pasos. Aletheia, llamó Heidegger a este “desvelamiento”. Desde entonces, Jesús resuena más alto, más claro, más hondo
No me gustaría, aunque resulte casi inevitable, que suenen estas palabras desde la nostalgia, sino desde la convicción de que Jesús Arias fue —y es— un creador irreductible: músico, poeta, periodista, pensador, investigador del límite, agitador cultural y médium entre genealogías estéticas que parecían destinadas a no encontrarse. Su discreción casi mística —esa resistencia natural a ocupar el centro del escenario— ocultó en vida la magnitud de su legado. La muerte, sin embargo, retiró el velo que él mismo colocaba sobre sus pasos. Aletheia, llamó Heidegger a este “desvelamiento”. Desde entonces, Jesús resuena más alto, más claro, más hondo.
Una parte de esa resonancia tiene para mí una dimensión íntima y estremecedora, pues la noche del 30 de noviembre hablamos por última vez. Sus palabras, siempre torrenciales, iban del análisis político a la arquitectura de Los Cielos Cabizbajos, esa obra que evocaba a ciudades bombardeadas: Hiroshima, Nagasaki, Sarajevo o Bagdad, que Lagartija Nick resucitó con una sensibilidad exquisita. Aquella noche tomé notas apresuradas, fascinado por su capacidad de convertir la devastación histórica en pensamiento estético. Al colgar, cerca de la medianoche, ignoraba que sería nuestra última conversación. Horas después, su corazón se llevó la música a otras latitudes.
Como nacido en Huétor-Tájar, la cuna del Espárrago Rock y a escasos metros del lugar donde Ángel Doblas y José Antonio ‘El Pitos’ gestaron TNT, aquella mítica banda en la que Jesús se daría a conocer, siempre tuve inclinación por el mensaje del punk y el rock, aunque no fue hasta unos años más tarde, consolidado Jesús Arias como músico y periodista cultural, cuando cruzamos nuestros caminos, no en la bohemia de bares y escenarios granadinos, sino en los vericuetos más ásperos de los periódicos locales. Él en Granada Hoy, yo en La Opinión de Granada, nos encontramos las suficientes veces como para iniciar un diálogo que no se agotó jamás: hablábamos de cante jondo, de Joe Strummer, de los Clash, de Enrique Morente, de Francisco Umbral, de Javier Egea, de la insurgencia punk, del Espárrago Rock, de esa Granada subterránea donde el flamenco y el rock convivían como placas tectónicas.
Jesús Arias junto al histórico violinista británico Tymon Dogg (The Meskaleros), el futbolista José María Mazuecos "Choco", Juan Pinilla y Antonio Arias, entre otros, en 2008. Juan Pinilla.
Jesús poseía un conocimiento insondable, transversal y profundamente contrastado. Podía pasar en un mismo párrafo de Pepe de la Matrona a la genealogía del punk andaluz, del pensamiento político a un matiz armónico imperceptible para casi todos. Su inteligencia no exponía como un repertorio consabido, sino como un modo de enlazar mundos
En 2017, ya desaparecido, tuvo lugar un acto de homenaje en la Chana, durante el que Juan de Loxa abrió ante nosotros el poemario inédito Un jardín contra tu nombre. Aquellos folios encuadernados, que han visto a luz gracias al impecable trabajo de Isabel Daza, resplandecían como una aparición. Ante nosotros se mostraba la prueba tangible de que la obra de Jesús no había terminado y seguía expandiéndose. Fue aquel un momento álgido para revisitar su trabajo. Aquellos cuadernos —collages, diagramas, aforismos, partituras, fotografías, anotaciones filosóficas— no suponían meras herramientas de trabajo, sino un laboratorio ontológico, un archivo de sí mismo en el sentido foucaultiano, una técnica de autoconstitución. Jesús no buscaba explicarse sino intensificar el mundo.
A diferencia de quienes conciben el diario como confesión aislada, Jesús lo usó como dispositivo de conexión, con toda la intensidad que Agambem le otorga a este término. Cada página suya casaba músicas, teorías, tensiones históricas y derivaciones estéticas, tejidas con una escritura que no pretendía fijar el yo, sino liberar el pensamiento.
Estética de la resistencia
Jesús fue un intelectual orgánico, en la acepción de Gramsci: pegado al territorio, a la calle, a las preguntas que laten en la vida cotidiana. Su obra musical se inscribe en la noción de obra abierta de Umberto Eco: piezas inconclusas, en expansión, que exigen ser reinterpretadas. Fue también un adversario radical de la mercantilización del arte, un resistente frente a la homogeneización cultural que devastó el espíritu crítico de aquella movida madrileña descafeinada contra la que estallaron los TNT.
También propongo leer su vida/obra como una performance constante: la gorra, los tirantes, la estilización punk, el eco de Alex DeLarge ― La Naranja Mecánica― o aquel gesto histórico, quizá, desde el punto de vista performativo, uno de los más potentes de los años 80: Jesús Arias y Joe Strummer escarbando la tierra de la fosa de Víznar, hernandianamente, para hallar los restos de Lorca
También propongo leer su vida/obra como una performance constante: la gorra, los tirantes, la estilización punk, el eco de Alex DeLarge ― La Naranja Mecánica― o aquel gesto histórico, quizá, desde el punto de vista performativo, uno de los más potentes de los años 80: Jesús Arias y Joe Strummer escarbando la tierra de la fosa de Víznar, hernandianamente, para hallar los restos de Lorca. Nada en él era pose sino estética conceptual, performatividad liminar, la creación situada en el umbral donde lo artístico aún no se ha coagulado del todo.
Pero si hay una clave que permite comprender a Jesús Arias, es la teoría del don que empuja Lewis Hyde en su obra recién traducida al castellano El don: espíritu creativo contra el mercantilismo. La creatividad verdadera —dice Hyde— no pertenece a la lógica del mercado, sino a la reciprocidad: lo que se recibe, se transforma y se entrega de vuelta a la comunidad. Jesús encarnó esa idea con una pureza rara en nuestro tiempo. No vendió su obra a las modas imperantes, a la lógica de lo banal, no buscó prestigio, sino dignidad. Su vida fue una práctica constante de hospitalidad creativa.
Frente a una sociedad sometida al individualismo, al narcisismo anestésico y a la “estética a golpe de like”, como escribe Fernando Castro Flórez, él sostuvo la ética de la generosidad intelectual. Fue, literalmente, un donante, y quienes lo conocimos somos herederos de ese gesto.
Hoy sabemos que Jesús no ha dejado de hablar desde sus cuadernos, desde sus obras, desde las reinterpretaciones que otros —este que escribe, entre ellos— seguimos haciendo de su legado. Su pensamiento nos acompaña como una brújula estética, ética y vital. En cada lectura que planteamos hoy reaparece una pregunta que él habría formulado con lucidez irónica: ¿qué diría del trap, de la modernidad del flamenco electrónico, de la inteligencia artificial y del duende posible o imposible de las máquinas?
Jesús Arias, desde esa otra orilla en la que habita, continúa siendo un interlocutor insobornable. Su voz sigue abriendo caminos. Lo que nos corresponde a nosotros, los de este lado, es afinar el oído para seguir escuchando lo mucho que tiene aún que decir.



























