Los chamarileros que expoliaron Granada en el primer tercio del siglo XX
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Los palacios de Hearst (Ciudadano Kane) en California acumulan un buen porcentaje de artesonados y piezas recopiladas por el “gran depredador”: Arthur Byne
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El artesonado de la Torre de las Damas está en el Museo de Pérgamo (Berlín); el azulejo de Fortuny acabó en el Museo Valencia de Don Juan tras deambular por Europa
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El Castillo de La Calahorra estuvo vendido para viajar a EE UU; tras la fallida operación, el Duque del Infantado quiso desmontarlo para instalarlo en Madrid
No queda ningún edificio histórico en Granada intacto. El siglo XIX y el primer tercio del XX fueron terribles en la desaparición, destrucción y venta del patrimonio artístico
Los primeros culpables de que la ciudad de Granada esté hoy expoliada son los granadinos de épocas pasadas, tanto propietarios que los vendieron como administradores públicos que lo permitieron. El desmontaje de edificios y piezas de ellos supuso un lucrativo negocio para anticuarios, curas, nobleza de medio pelo, hacendados y propietarios en general del patrimonio histórico. No existía una legislación que protegiera la herencia recibida; incluso desde los medios de comunicación se aplaudía el desmontaje de edificios con el pretexto de dar empleo a las hambrientas clases bajas.
Una secuencia ininterrumpida de vehículos y vagones ha visto desfilar miles de cajas conteniendo piedras con edificios enteros, artesonados a decenas, rejas, frisos, bargueños, arcos, sillerías, azulejos, columnas, tapices, vidrieras, punturas, etc. Quienes traficaban con ellos reían satisfechos, seguros de estar engañando a tratantes y chamarileros extranjeros porque compraban a buen precio “cosas viejas y antiguas” de ningún valor ni utilidad.
La Alhambra, primer objetivo
El monumento más señero de Granada es la Alhambra. También la diana a la que apuntaron todos los visitantes para intentar arrancar algún azulejo o madera de sus paredes para llevárselo como recuerdo
El monumento más señero de Granada es la Alhambra. También la diana a la que apuntaron todos los visitantes para intentar arrancar algún azulejo o madera de sus paredes para llevárselo como recuerdo. Aunque este expolio del monumento alhambreño no llegó a partir de su abandono en el siglo XVIII; ya a mediados del siglo XVI, el romanceador Alonso del Castillo cuenta cómo, en el año 1564 en que tradujo las epigrafías, observó que había gente que se dedicaba a arrancar lo que podía y llevárselo a su casa o a vender en el rastro.
La decisión del primer rey Borbón, Felipe V, de desposeer a la familia de los Mondéjar de la Alcaldía de la Alhambra supuso un gran abandono del edificio. La destrucción del palacio de Yusuf III (casa del Alcaide Tendilla), la parcelación del monumento y su venta a trozos ofreció las primeras oportunidades para los expoliadores. Durante los siglos XVIII y XIX no hubo visitante que no se llevara algún azulejo o loseta de recuerdo, bien robada o adquirida a los vendedores de antigüedades que operaban en la más absoluta impunidad.
Quizás el caso más sonado de venta de la Alhambra a piezas sea el del artesonado de la Torre de las Damas (antiguo palacio de Yusuf III). En 1978, el gobierno de la entonces Alemania Federal, adquirió un impresionante alfarje hispanomusulmán para el museo de arte islámico de Pérgamo, de Berlín. Si le seguimos la pista en cronología inversa, sabemos que fue vendido por los descendientes de Arthur Gwinner por medio millón de francos; éstos lo guardaban desde 1931 (si bien no completo, porque en la II Guerra Mundial quemaron una parte). En 1931, Arthur Gwinner había sido embajador alemán en Madrid y se lo ofreció al gobierno español que, misteriosamente, no lo recogió a pesar de haber aceptado la donación.
El artesonado que hoy podemos ver en el techo de la Torre de las Damas es una reproducción efectuada en 1964 a partir de los dibujos de 1891. La copia la hizo el ebanista José Romera Baena, bajo la dirección del arquitecto conservador Jesús Bermúdez Pareja. La cúpula original está datada a finales del siglo XIII y es una de las mejores obras de carpintería hispanoárabe.
Ejemplo de expolio. En esta secuencia de fotos del oratorio del Partal se aprecia cómo se han cebado en la Alhambra los expoliadores. En la primera foto, de finales del siglo XIX, el edificio y su decoración estaban casi completos. En la segunda, ya habían sido arrancados algunos azulejos. En la tercera, tal como está en la actualidad, sin ninguna decoración externa y sin puertas (Algunos de sus elementos se guardan en los museos de la Alhambra).
Un artesonado que podría estar aquí
El azulejo “de Fortuny”
El pintor Marino Fortuny era, además, coleccionista de obras de arte. Rozaba la faceta de anticuario y tratante. Era cuñado de Raimundo de Madrazo, perteneciente a una familia de anticuarios. En octubre de 1871 dijo que había hallado un fabuloso azulejo en casa de un anticuario del Albayzín. El azulejo había pertenecido también al palacio de Yusuf III (oratorio de las Damas), quizás pareja de otro similar que fue hecho añicos al intentar arrancarlo.
En esta segunda ocasión fue adquirido por el español Guillermo de Osma y Scull, en representación del Conde de Valencia de Don Juan, su suegro. El precio había subido a 19.500 francos. La pieza volvió a España con la intención de ser incorporada a la colección de obras de arte que preparaba el Conde. Hoy se puede contemplar en el museo del Instituto Valencia de don Juan de Madrid.
Azulejo “de Fortuny”. Fue arrancado, junto a otro similar, del palacio del Partal. En 1871 lo compró Mariano Furtuy. Hoy se expone en el Instituto Valencia de Don Juan, en Madrid. Tiene más de un metro de largo.
La cartela explicativa del Instituto dice: “En su rica y profusa decoración islámica (escritura najsi, ausencia de figura humana, animales, etc.) encontramos una entramado de follaje estilizado más propio del gótico. La decoración está construida a partir de una simetría vertical, incorpora escudos de banda, elementos animales y vegetales y, todo ello queda enmarcado por una leyenda, seis veces repetida, que dice: Gloria al Señor el Sultán Abi-l-Hayyay al Nasr li-Din Allah".
“Granada, la ciudad que desaparece”
El arquitecto de la Alhambra Leopoldo Torres Balbás publicó un artículo en la Revista de Arquitectura de 1923 en el que denunciaba la ingente cantidad y calidad de los edificios y piezas artísticas que estaban siendo desmontados en los últimos años
El arquitecto de la Alhambra Leopoldo Torres Balbás publicó un artículo en la Revista de Arquitectura de 1923 en el que denunciaba la ingente cantidad y calidad de los edificios y piezas artísticas que estaban siendo desmontados en los últimos años. Me remito a él (es fácil de localizar en PDF). Denunciaba certeramente la horda de granadinos y extranjeros que sobrevolaban, como si fueran buitres en busca de carroña, sobre despojos de una ciudad en descomposición.
Torres Balbás enumeraba casos concretos de decenas de edificios repartidos por toda la ciudad que ya estarían colocados en residencias y museos extranjeros. Y por aquí nadie hacía nada por evitarlo. Al contrario, si nefasto había sido el siglo XIX para el derribo y venta de edificios artísticos de la vieja Granada, los comienzos del XX eran aún peores. Las obras de derribo de la Gran Vía echaron por los suelos decenas de palacios y casas de época nazarí y renacentista. Habla de casos concretos cuyas piezas (en su mayoría artesonados y armaduras de madera) ya viajaron hacia EE UU. Solamente algunas partes aisladas habían sido recolocadas en Granada (caso de la portada de la casa de la Inquisición, hoy en el Carmen de los Mártires). Algunos alfarjes habían quedado protegidos en el Museo Provincial; pero otros muchos adornaban ya mansiones de ricachones americanos. Un ejemplo: en el Palacio de los Córdova, derribado entre 1919-23, se contaban 16 artesonados mudéjares, de los cuales no habían quedado en Granada ni una tercera parte. ¿Dónde habían ido a parar los restantes?
No podemos responder de manera detallada a esa pregunta, pero la mayoría habían enfilado hacia el puerto de Sevilla en dirección a América. Muy a finales del siglo XIX surgieron grandes fortunas en EE UU, un país sin historia que quería ganar pedigrí a base de chequera. Aparecieron familias acaudaladas que pusieron sus ojos en los monumentos españoles; y Granada no se quedó al margen. A los despachos de aquellos fortunones norteamericanos llegaban periódicamente fotografías y catálogos enviados por decenas de chamarileros de ese país que recorrían incesantemente castillos, pueblos y ciudades; tenían montada una estructura de colaboradores españoles que vivían de darles información y adquirirles piezas.
Si nefasto había sido el siglo XIX para el derribo y venta de edificios artísticos de la vieja Granada, los comienzos del XX eran aún peores
Las grandes fortunas y los “saqueadores” americanos
Los grandes compradores norteamericanos eran W. R. Hearst (Ciudadano Kane), los Rothschild, los Astor, Charles Tyson Yerkes (dueño de los tranvías de Chicago), el vizconde de Leverhulme, los Rockefeller, el banquero J. Pierpon Morgan, Henry Clay Frick (industrial de acero de Pittsburg), etc. A su servicio estuvieron los grandes esquilmadores, disfrazados de profesores de arte o representantes de embajadas culturales ya que también trabajaban como “ojeadores” a la caza de piezas para los museos americanos recién creados y sin apenas contenidos.
Los principales que sobrevolaron sobre Granada en el primer tercio del siglo XX fueron G. Blumenthal, Miron Taylor, Albert Jhonson, Frank A. Miller, G. Steedman, Jhon Ringling, Vicent Astor, Jay Gould, G. W Vanderbilt… y Arthur Byne. Éste fue de los últimos en incorporarse al oficio de chamarilero, pero sin duda se trató del más efectivo: tuvo montada una red de colaboradores en Granada para que no se le escapase ninguna pieza importante de las que salían a la venta. Aunque su sistema de trabajo no era la espera, sino la oferta. Se comunicaba con su lenguaje de claves con las decenas de empleados que tuvo a su servicio; cuando había que hacer alguna oferta, empleaba el nombre de su mujer (la escritora Mildred Stapley) para no levantar sospechas. Aunque tampoco lo necesitaba, pues el soborno de políticos, funcionarios, curas y quien se le pusiera por delante era su forma de actuar.
Byne y su esposa habían llegado por segunda vez a España en 1914, esta vez con intención de establecerse para hacer negocios. Consiguieron llegar como profesores de arte al servicio del Metropolitan Museum de Nueva York y de la Spanish Society of America. En Madrid se le abrieron todas las puertas. Antes de un año habían acumulado casi 3.000 fotografías sobre potenciales piezas para enviar a EE UU. Su primer cliente fue W. R. Hears. A sus mansiones de San Simeón (California) envió miles de piezas, muchas de ellas desde Granada: varios techos policromados del Palacio de los Córdova fueron a parar esta finca californiana de 124.000 hectáreas y varios palacetes. Se llevó lo valioso de la casa de Santa Escolástica, número 19, que denunció Torres Balbás. Incluso estuvo negociando –y a punto de conseguir- la compra del Techo de los Héroes de la Casa de los Tiros. Sus sobornos alcanzaron a políticos y funcionarios del Ayuntamiento de Granada para conseguir la declaración de ruina de los edificios valiosos en que puso el ojo. ¿Cuántos se llevaría por este procedimiento? Byne estuvo detrás de la compra de los despojos del Palacio del Zagal de Guadix. Nos consta que sólo a Ciudadano Kane le vendió 78 artesonados españoles de los siglos XIV a XVI y 120 bargueños andaluces.
Byne tuvo en nómina a cientos de empleados y camiones alquilados para acopiar edificios enteros en sus almacenes de Madrid, Sevilla y Dos Hermanas. En los veinte años que se movió por España consiguió esquilmar –con la complicidad de ciertos españoles- un buen porcentaje del arte y la historia de nuestro país. Me pregunto adónde hubiera llegado, de no morir prematuramente en accidente de tráfico (tal mes como ahora de 1935, en Santa Cruz de Mudela) cuando regresaba a Madrid de comprar piezas artísticas por toda Andalucía. Los anticuarios granadinos y su red de cómplices no volvieron a recuperar su actividad cercenada por la muerte de Byne hasta bien pasada la guerra civil.
El caso del castillo de La Calahorra
El castillo-palacio de La Calahorra estuvo en un tris de viajar para siempre a EE UU. Iba a seguir los pasos de su hermano de nacimiento el castillo-palacio de Vélez-Blanco. Este último, situado en la provincia de Almería, era propiedad de la familia Fajardo, Marqués de los Vélez, desde el siglo XVI. El linaje construyó su interior, el Patio de Honor, a base de mármol blanco de Macael, seguramente tratando de imitar el que los Mendoza construían en La Calahorra con mármol importado de Carrara (Italia).
Los Fajardo habitaron su castillo de Vélez-Blanco hasta finales del siglo XIX, pero en esa fecha la ruina se cernió sobre buena parte de la aristocracia linajuda española. Para empeorar las cosas, este castillo había pasado por herencia a los duques de Medina Sidonia. En 1904, los nuevos propietarios sucumbieron a la oferta de un chamarilero americano antes mencionado: le vendieron el patio de honor; los bajorrelieves se los entregaron al coleccionista francés Emile Pierre, que acabó donándolos al Louvre. El patio se lo llevó George Blumenthal, quien finalmente acabaría donándolo al Metropolitan Museum de Nueva York, en 1959. Allí está montado y se puede contemplar casi como estuvo en sus mejores momentos. Por todo este expolio, los Medina Sidonia había ingresado 80.000 pesetas.
El ejemplo de Vélez-Blanco debió anidar en la cabeza de María Dolores Téllez Girón, Duquesa de Benavente, y a la sazón propietaria del castillo de La Calahorra. Esta joya renacentista estaba íntegra en 1891 en que fue visitada por el arqueólogo Manuel Gómez-Moreno; pero para 1905 ya habían pasado por allí más de tres chamarileros americanos ofreciendo comprar las piezas que les fueran vendidas. Unos viajeros valencianos, los hermanos Soler, observaron en esa fecha que este castillo estaba siendo desmantelado de zócalos, solería, balaustrada, la portada de la capilla y gárgolas del patio.
Castillo de Vélez-Blanco, el patio de honor, reconstruido en el Metropolitan Museum de Nueva York.
Llegado el año 1914, la Duquesa de Benavente firmó un contrato de venta mediante el cual un americano se llevaba el patio de mármol de Carrara, a su costa, mediante el pago de 500.000 pesetas
Llegado el año 1914, la Duquesa de Benavente firmó un contrato de venta mediante el cual un americano se llevaba el patio de mármol de Carrara, a su costa, mediante el pago de 500.000 pesetas. Le entregó 3.000 como señal a la firma del acuerdo. Pero en ese momento se enteró su sobrino, Joaquín Arteaga, Duque del Infantado; habló con ella y consiguió romper el trato.
Pero si malo era trato de la tía al venderlo a EE UU, no mucho mejor eran las intenciones del sobrino. El Duque del Infantado desplegó su plan, a imitación de los magnates americanos, consistente en desmontar el patio y llevárselo para construir un palacete en Madrid. El proyecto arquitectónico lo tuvo hecho; el problema era el traslado: para ello negoció con la Compañía Minera de Alquife el tendido de un ramal de ferrocarril, de unos dos kilómetros, hasta el pie del montículo donde se enseñorea la fortaleza; desde allí tenderían una rampa para deslizar las aproximadamente 2.000 toneladas de piedras.
Pero surgió una contestación inusitada a este proyecto desde sectores intelectuales, con Gómez-Moreno hijo a la cabeza. El secretario del Ayuntamiento de Guadix escribió una carta de denuncia en El Defensor de Granada el 13 de marzo de 1914, que fue secundada en otros medios de Madrid. El proyecto se tambaleó durante un tiempo; finalmente, la presión social consiguió que el Estado declarase monumento nacional este castillo, con fecha 6 de julio de 1922. Durante los años de polémica, los anticuarios aprovecharon para expoliarlo todo lo que pudieron. El Estado tuvo la infeliz idea de proponerlo para prisión, pero el proyecto tampoco llegó a cuajar.
Patio del castillo de La Calahorra, construido en mármol de Carrara en los primeros años del siglo XVI por la familia Mendoza. Tras dos intentos por llevárselo (uno a EE UU y otro a Madrid), al final consiguió salvarse, si bien algo esquilmado.
Pero si todo ese sufrimiento hubiese sido poco desde que los chamarileros americanos se fijaron en él a principios del siglo XX, durante la guerra civil de 1936 los milicianos destrozaron la puerta del salón de honor, que era rica en relieves estructurales del Renacimiento italiano; la portada de la sala de la justicia, de estilo lombardo, la quemaron; las múltiples hogueras por los rincones acabaron ahumando los hermosos artesonados mudéjares.
Artículo-denuncia del secretario del Ayuntamiento de Guadix en el que calificaba de vandalismo artístico el proyecto de desmontaje del Castillo de la Calahorra, recién vendido a un ricachón de EE UU. Tras la fallida operación, unos años después el Duque del Infantado quiso llevárselo a Madrid.
Algunas de esas piezas estaban en manos del Duque del Infantado a mediados del siglo XX. El Carmen de los Mártires y la colección del caprichoso Huberto Meersmman de Smet habían sido comprados por esta casa ducal, aunque la mitad de la colección del empresario belga se la llevó su sobrino hacia Europa. En 1957, Sor Cristina de la Cruz Arteaga dispersó la colección heredada de su padre, el Duque del Infantado, para hacer frente a la restauración del Monasterio de San Jerónimo. Una placa en su fachada recuerda que la salvación de este Monasterio se hizo a cambio del “sacrificio de los Mártires”.
-Granada: la ciudad que desaparece, de Leopoldo Torres Balbás.
-Dispersión y destrucción del patrimonio artístico español, de Francisco Fernando Pardo (7 tomos)
-Guía de Granada (1892), Manuel Gómez Moreno
-Reforma urbana y destrucción del patrimonio histórico en Granada, de Juan Manuel Barrios Rozúa
-Castillos de España, su pasado y su presente, de Carlos Sarthou Carreres
-Diversos escritos de Ricardo Ruiz Pérez, experto en patrimonio del Marquesado.
-Hemerotecas de Andalucía y BNE.